LA HUELLA DE LOS PIRATAS EN FUERTEVENTURA
La
configuración costera de España ha condicionado nuestra historia. Por una parte,
nos dio una vocación marinera que llevó a nuestros navegantes a conquistar medio
mundo. Pero por otra nos obligó a defender nuestras costas de la acción de
piratas y corsarios. El atrevimiento de los piratas berberiscos hizo que en 1593
invadieran la isla de Fuerteventura y llegaran a su capital, Betancuria, situada
en el interior, saqueándola hasta los cimientos.
Siglo y medio después
fueron los ingleses los que atacaron la isla, desembarcando en Gran Tarajal.
Llegaron a Tuineje y saquearon la aldea, permitiéndose robar hasta en la iglesia
y profanar la imagen de San Miguel, a la que cortaron la mano de un tajo. Nunca
lo hubieran hecho. Los campesinos majoreros, alistados bajo el mando del capitán
Sánchez Dumpiérrez, se encomendaron entonces al arcángel mancillado y
presentaron batalla a lomos de 40 dromedarios. La intercesión del santo fue
milagrosa y la acción de los camellos, eficacísima. Los ingleses dejaron sobre
la isla a consecuencia de la batalla de Tamacite 30 muertos y 20 prisioneros,
mientras que los defensores sólo tuvieron cinco bajas.
La triunfal
batalla de Tamacite –que desde 1946 se celebra anualmente con un importante y
divertido festejo- está muy bien representada en la parte inferior del altar de
la iglesia de Tuineje, construida en 1790 y cuyos patronos son San Miguel y la
Virgen de la Salud. Según mi amigo Jesús, la cumbre de la montaña de Tamacite
pertenece a su abuelo Eulalio Marrero, que aprovecha la rala vegetación del
terreno para llevar a pastar a los tres camellos de su propiedad. Eulalio es un
hombre muy popular, pero no por esta modesta propiedad ganadera, sino por su
condición de romancero, capaz de recitar más de mil romances surgidos de la
sabiduría popular y transmitidos por tradición oral.
Gran Tarajal
Desde Tuineje se puede ir en dirección a la costa oriental y llegar a Gran
Tarajal. Hay aquí un puerto que adquirió notable desarrollo en los años veinte
del siglo pasado como punto de partida de la producción insular de tomate. Un
tarajalense que regresó enriquecido de América hizo dos cosas positivas:
financió la iglesia e importó los molinos de viento de Chicago, que supusieron
una verdadera innovación en los sistemas de extracción del agua.
Gran
Tarajal se ha transformado en una población importante, aunque su excelente
acceso desde el Atlántico la ha convertido también en fuente reiterada de
noticias. En efecto, si durante décadas salieron de aquí muchos de sus
ciudadanos en busca de fortuna, ahora son otros emigrantes los que llegan en
frágiles embarcaciones y condiciones muy penosas desde países no tan lejanos.
Molinos y cochinillas
Otra ruta sale de Tuineje en dirección a Pájara, capital del municipio más
meridional de Fuerteventura. El camino pasa por el valle de Sise, en cuyo
paisaje destaca la abundante presencia de tuneras. Su fruto, los higos tuneros
–que en el península llamamos chumbos- son muy ricos pero, según parece, de
fuerte poder astringente. En ellos anidaba la cochinilla, un parásito que se
utilizó en el pasado para la elaboración de tintes, cuando aún no habían
aparecido los de origen sintético. En esta zona abundan también los molinos de
Chicago que trajo el indiano tarajalero y de los que llegó a haber más de mil en
toda la isla. Las plantas potabilizadoras han resuelto en buena medida las
necesidades hídricas de esta isla seca, que durante siglos hubo de confiar en la
Providencia para saciar su sed.
BARLOVENTO DE JANDÍA
La isla de Fuerteventura surgió, como el resto del archipiélago canario,
hace unos veinte millones de años, a consecuencia de la compresión de la corteza
atlántica y de las erupciones volcánicas. Este origen ha dado lugar a un paisaje
árido, con suelo pobre en nutrientes, muy erosionado por los vientos, escasas
precipitaciones y altas temperaturas.
Aunque toda Fuerteventura es
interesante, su paisaje meridional, en la península de Jandía, tiene una notable
gradiosidad. Jandía es en realidad una extensión de Fuerteventura hacia el
sudoeste, separada del resto de la isla por el istmo de la Pared, al punto de
que hay quien opina que originariamente hubo dos islas que acabaron
fusionándose. Al sur de este brazo de tierra que se alarga hacia el oeste hay
una inmensa playa, la de Sotavento de Jandía, de 28 kilómetros de extensión, en
la que los vientos resguardados son muy favorables para la práctica del
windsurf, lo que permite la celebración anual del campeonato mundial de
especialidad. Es la zona conocida como Costa Calma.
Al norte están las
playas de Cofete y Barlovento, con vientos menos apacibles y corrientes más
peligrosas. Entre una y otra, Morro Jable, antigua población pesquera convertida
en emporio turístico, a donde llegan los fast ferry de Gran Canaria y en el
extremo occidental de la isla, las punta de Jandía, con el faro. El territorio
es montañoso y aquí están las mayores alturas de la isla, separadas por
numerosos barrancos.
El barranco de los Canarios
Una de las experiencias más fascinantes de esta zona es cruzar de una
orilla a otra justamente por donde Fuerteventura se estrecha. Lo hicimos
resiguiendo el Barranco de los Canarios, una hondonada entre montañas, con las
debidas autorizaciones, ya que se trata de una propiedad particular. Una
excelente carretera, parece que construida pensando en un desarrollo turístico
que no prosperó, permite ir desde Sotavento a Barlovento en pocos minutos.
El paisaje que nos circunda es típicamente majorero: en las escarpadas
laderas se advierten las antiguas gavias, terrazas construidas en piedra para
retener la tierra y el agua y sembrar cereales y tomates. La mayor parte de
ellas están medio destruidas, porque Fuerteventura ha olvidado su antigua
condición de granero de Canarias merced al desarrollo del turismo otras
actividades más lucrativas. Hay alguna vegetación, adaptada a la sequedad del
terreno: eufobia canariensis, falso tabaco e incluso cochinilla verde y negra,
que se utilizaba en el pasado para hacer tintes y fue una de las fuentes de
riqueza de la isla. También se detecta mucha cal fósil, que antaño se utilizaba
en la construcción. Y, por supuesto, numerosas cabras, que son la imagen más
típica de esta isla, marcadas por sus propietario en las “apañadas” anuales de
ganado que se hacen los domingos de verano.
El mirador
Después de un cuarto de hora y tras haber ascendido lentamente, alcanzamos
la zona de El Mirador, que se abre sobre la costa noroccidental de la península
de Jandía, con la inmensa playa de Barlovento a nuestros pies. El día no es
particularmente luminoso, pero aún así alcanzamos a ver a nuestra izquierda, más
allá del Morro de la Burra y del Pico de la Palma, el pueblecillo de Cofete, al
que sólo se puede llegar por una trocha más o menos acondicionada desde Morro
Jable o por un camino que desciende desde este mismo Mirador. Sus casas están
hechas de forma primitiva, utilizando los materiales que ofrece la naturaleza.
Como contaste, por estos pagos está la casa del alemán Winter, construida en su
día con toda suerte de lujos, sobre la que corren leyendas vinculadas a las
peripecias de la segunda guerra mundial.
Un elemento más del paisaje es
el islote de las Siete Mujeres, llamado así porque, según se cuenta, en él
estuvieron mariscando siete parejas hasta que un día, al regresar los maridos
después de su faena, se encontaron con que suscóyuges habían desaparecido, quien
sabe si raptadas por los piratas o engullidas por el mar. Mucho más reales son
los restos del American Star, un lujoso barco de cruceros que llegó en 1994
remolcado a Fuerteventura y embarrancó en las costas de Barlovento,
estrellándose contra las rocas.
En esta vertiente solitaria de
Fuerteventura lo real y lo imaginario se integran en un universo en el que es
difícil separar uno y otro elemento. Todo se abre al mar, al cielo y a la
fabulación.
SAN CRISTÓBAL DE LA LAGUNA, PRIMERA CAPITAL DE
TENERIFE
La comodidad en la expresión nos lleva a resumir en
pocas palabras los indicadores geográficos y de este modo hablamos de La Laguna
cuando nos referimos a la tercera de las poblaciones canarias por su importancia
demográfica actual, cuando en realidad deberíamos hablar de San Cristóbal de La
Laguna, que tal es la denominación exacta de esta importante población fundada
por el adelantado Fernández de Lugo en 1495, aún antes de haber incorporado la
totalidad de la isla a la soberanía de la corona de Castilla.
La Venecia canaria
El nombre no es gratuito porque el adelantado escogió para el asentamiento
urbano un lugar rico en agua, de templada climatología, situado en el valle de
Aguere, a algo más de 500 metros de altitud, entre el macizo de Anaga y el monte
de la Esperanza, en el que abundaban los recursos hídricos al punto de formar un
pequeño espejo de agua. Conocida como la “Venecia” canaria” por su alta
pluviosidad, La Laguna ha padecido a lo largo de su historia torrenciales
precipitaciones en una de las cuales, la habida entre el 30 de noviembre y el 1
de diciembre de 1992 cayeron 269 litros por metro cuadrado y la última, antes de
acometer el proyecto de evacuación de las aguas pluviales por el barranco de la
Carnicería, en 1977.
La Laguna se convirtió poco después de su fundación
en la población más importante del archipiélago en el siglo XVI y aunque con la
división provincial la capitalidad fue a parar a la vecina Santa Cruz, ha
mantenido su preeminencia como ciudad episcopal y universitaria. Es, en todo
caso, una ciudad monumental, declarada patrimonio de la humanidad, cuyo centro
urbano merece un paseo reposado tratando de adivinar tras cada edificio noble
algún rasgo de sus cinco siglos de historia.
La plaza del Adelantado
El corazón de La Laguna es la hermosa plaza del Adelantado, rodeada de
edificios principales: en primer lugar el ayuntamiento, formado por la casa del
cabildo, que fue construido en los siglos XVI y XVII, y en cuyos bajos una
lápida recuerda que aquí estuvo alojado en 1864 el infante Don enrique de
Borbón, primer miembro de la familia real española que visitó el archipiélago.
Junto a la sede municipal la iglesia convento de Santa Catalina de
Siena, en cuyo interior, todavía habitado por monjas de clausura, se conserva el
cuerpo incorrupto de Sor María, la Siervita, objeto de la devoción de los
laguneros, cuyos restos se exponen cada 12 de febrero, el palacio de Nava y la
casa de Llerena y, al otro lado de la misma plaza, la ermita de San Miguel,
desafectada y utilizada como sala de arte y el animado mercado municipal, cuyo
vestíbulo está lleno de paradas de flores y plantas.
Casonas nobles
Desde la plaza del Adelantado tomamos por la calle del Agua, hoy de Nava y
Grimón, y pasamos por delante del palacio de Rodríguez Acero, donde tiene su
sede el casino. Tomamos por la calle Real, una vía jalonada de casonas nobles,
como la de Van del Hede, en el nº 7, en el que sigue viviendo su propietaria,
Doña Pilar, la casa Montañés, sede del Consejo Consultivo de Canarias y la de
Lercaro, donde se ha ubicado el Museo de Historia. El corazón se nos encoge
cuando pasamos por delante de la casa Salazar, sede del obispado nivariense,
destruida en 2005 por un incendio fortuito.
Rebasamos casa de Don
Quintín Benito, sede de la UNED, el convento de San Agustín, donde funciona el
Instituto y el hospital de Dolores y llegamos a la plaza de la Junta Suprema,
con curiosa forma triangular. A partir de aquí empieza la Villa de Arriba, donde
fue construida la primera parroquia lagunera, la de Nuestra Señora de la
Concepción. Hacemos un alto para visitar la casa de la familia Gómez Felipe, que
data de 1700 y en la que vivió vivió la Siervita antes de entrar en el convento
y donde la última de descendiente, Doña María Remedios, ha creado con su
colección particular un espléndido Museo de artes decorativas.
La villa de Abajo
La ruta descendente hacia la Villa de Abajo la hacemos por la calle de la
carrera con el fin de contemplar otros hermosos edificios, tales el palacio de
Casabuena, el Teatro Leal, en plena rehabilitación la casa de Torrehermosa y la
catedral lagunera de los Remedios en cuyo interior hay un retablo de Mazuelos y
un púlpito en mármol de Carrara. Y de regreso a la plaza del adelantado aún
tenemos tiempo para desviarnos en dirección a la vecina plaza de Santo Domingo
para contemplar el antiguo convento de dicha advocación, rehabilitado como
centro cultural y los típicos callejones aledaños, como el de la Amargura.
El crecimiento urbano tanto de Santa Cruz, como de La Laguna ha
aproximado tanto estas dos poblaciones vecinas que casi se puede decir que
actualmente forman un continuum sin interrupción. Sobre el asfalto vemos las
vías del nuevo tranvía tendido para mejorar las comunicaciones entre una y otra.
Una buena medida que anudará los contactos entre las dos principales poblaciones
tinerfeñas sin menoscabo de la conservación de la fuerte personalidad de cada
una de ellas.
PASEO POR SANTA CRUZ DE LA PALMA
La Palma es una de las islas más altas del mundo en relación con su
superficie ya que en sus poco más de 700 km2 de extensión territorial alcanza
alturas que superan los 2.400 metros con un eje montañoso central que la divide
en dos grandes vertientes. Cada una de ellas tiene su propia climatología y su
principal agrupación urbana: la occidental en Los Llanos de Aridane, en el valle
de este nombre, y la oriental, en Santa Cruz de La Palma.
Esta última es
la capital insular y fue uno de los tres grandes puertos del imperio español en
los siglos XVI y XVII, tras los de Sevilla y Amberes, lo que ha dejado huella en
la magnificencia de su arquitectura. En la actualidad es una ciudad pequeña y
tranquila, que vive pendiente de la actividad del puerto y del cercano
aeropuerto y por la que es muy agradable pasear.
La calle Real
El eje central de Santa Cruz de La Palma es la calle Real, cuyo nombre
oficial es O’Daly hasta el cruce con la Avenida del Puente y a partir de ese
lugar pasa a denominarse Pérez de Brito, primero y Castillete, después,
desembocando finalmente en el barranco de las Nieves. Su primer tramo arranca de
la Plaza de España, donde está el edificio de Correos y justo en la esquina
donde empieza la calle Real, un hermoso anuncio en azulejos que antes podía
verse en la entrada de todos los pueblos de España: el del Nitrato de Chile.
La calle es peatonal y a ambos lados de ella se alinean casonas llenas
de historia, sobre cuyos portalones campean los escudos de familias principales,
como es el caso del palacio Salazar y la casa Pinto. Más o menos a mitad de
camino y delante del ayuntamiento, construido en estilo renacentista en tiempos
de Felipe II, cuyo busto campea en la fachada, se abre la Plaza de España, algo
elevada sobre la calle Real, con la iglesia del Salvador, una fuente pública y
la estatua del sacerdote liberal Manuel Díaz Fernández.
En el templo
parroquial llama la atención su artesonado barroco, el elegante púlpito barroco
y una pila bautismal en mármol de Carrara del siglo XVI procedente de Génova.
La Sociedad Geográfica
Una escalera situada cabe la fuente permite acceder a la parte alta y
encontrar de inmediato la sede la Sociedad Cosmológica, entidad fundada en 1881
por la burguesía insular que creó ese mismo año un museo de Ciencias Naturales y
en 1909 la biblioteca Cervantes. María Ángeles Morales, su bibliotecaria, nos
explicó que al día de nuestra visita la biblioteca conservaba exactamente 22.345
libros, entre ellos manuscritos de los repartimientos hechos tras la conquista,
como los de las aguas de Tazacorte y Argual, carta de viera y Clavijo y los
fondos de los conventos desamortizados de los franciscanos y los dominicos, así
como 241 periódicos locales.
En un lugar de honor se exhibe el cantoral
de canto llano de los dominicos, que data del XVIII y está encuadernado con piel
de cabra. María Ángeles cuida amorosamente de sus libros tal como se haría en la
época fundacional porque, aunque parezca mentira, ese extraordinario patrimonio
bibliográfico todavía está pendiente de informatización….
En la trasera
de la Cosmológica vemos la pequeña ermita de San Sebastián que dio nombre a este
barrio que va de Santa Cruz a las Breñas, en cuyo interior, siempre cerrado,
parece que hay una imagen flamenca de Santa Catalina de Siena y no muy lejos, el
antiguo convento dominico que se utiliza ahora como sede del Instituto de
enseñanza secundaria Alonso Pérez Díaz. Tomamos por la calle Virgen de la Luz en
la que están a un lado el Teatro Circo de Marte, antigua gallera, y a su frente
la escuela municipal de folklore, en cuyos bajos funciona un taller de
bordadoras, con una docena de señoras mayores haciendo su trabajo en animada
conversación. Y regresamos a la Plaza de España para seguir por la calle Real
hacia su continuación en Pérez de Brito con el fin de disfrutar del ambiente de
tapeo de la placeta Borrero y visitar el colegio de abogados, instalado en la
señorial casona de la familia Cabrera.
La avenida Marítima
Nuestro periplo por La Palma se completa volviendo sobre nuestros pasos por
la avenida Marítima, paralela a la calle Real, que da sobe el Atlántico y en
realidad es un espacio ganado al mar. Buena prueba de ellos es que las hermosas
balconadas de las viejas casonas estaban situadas en la parte trasera de éstas
con las dependencias más íntimas, lo que no desluce la belleza de éstas. Entre
ellas, el edificio neotradicional del antiguo parador de turismo, en el que yo
mismo estuve alojado un lejano 1976, reconvertido en sede administrativa de
algunos servicios del gobierno autonómico.
Esta calle es una vía rápida
por la que circulan los coches a toda velocidad pero sus dos aceras son
propicias para el paseante: la interior, porque en torno a ella se alinean
tiendas, restaurantes, baretos y chinchales. Y la exterior porque está junto al
mar e invita al recorrido pausado, aunque también vemos que algunos la
aprovechan para la práctica del jogging.
Blas Pérez, palmero de Mazo
La avenida finaliza con el edificio del antiguo hospital de pobres en la
glorieta de Blas Pérez, un personaje palmero, natural del pueblo de Mazo, que la
ciudad recuerda porque, habiendo sido Ministro de la Gobernación de Franco en
los años más duros del régimen, hizo mucho por su isla natal.
Con todo
cuanto hemos dicho se nos han quedado fuera del itinerario muchos otros puntos
interesantes de la ciudad, a los que también puede llegarse a pie porque Santa
Cruz de La Palma es una ciudad pequeña, como el barco de a Virgen, donde está el
Museo Naval, el castillo de Santa Catalina, única que se conserva de las tres
fortalezas que mandó construir Felipe II al arquitecto Torriciani para proteger
la urbe, el antiguo convento franciscano, con el Museo Insular y la ermita de
Nuestra Señora de la Luz. El real santuario de Nuestra Señora de las Nieves se
halla más lejos, sobre unas colinas situadas encima de la ciudad y desde aquí
desciende cada cinco años la imagen en unas fiestas lustrales que marca el punto
álgido de la vida urbana.
No nos resistimos a añadir un dato más, que
nos parece significativo de la autenticidad de esta ciudad: en nuestro paseo no
vimos ni un supermercado, ni una sola tienda de esas cadenas que se encuentran
ahora por todo el mundo y han globalizado el paisaje urbano de todas las
ciudades. En Santa Cruz de La Palma sobrevive un comercio familiar en el que los
clientes son conocidos por los vendedores y tratados como amigos. Un aspecto más
del encanto de esta pequeña y hermosa ciudad.
Nota de la Redacción: agradecemos a
Ediciones
Carena en la persona de su director,
José
Membrive, la gentileza por permitir la publicación de este
fragmento del libro de
Pablo Ignacio de
Dalmases,
Viajes
por las 19 Españas
(Carena, 2011), en
Ojos de
Papel.