Gilles Lipovetsky y Jean Serroy: <i>La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada</i> (Anagrama, 2010)

Gilles Lipovetsky y Jean Serroy: La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada (Anagrama, 2010)

    TÍTULO
La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada

    AUTORES
Gilles Lipovetsky y Jean Serroy

    EDITORIAL
Anagrama

    TRADUCCCION
Antonio-Prometeo Moya

    OTROS DATOS
Barcelona, 2010. 232 páginas. 17,50 €



Gilles Lipovetsky

Gilles Lipovetsky

Bernabé Sarabia es Catedrático de Sociología de la Universidad Pública de Navarra

Bernabé Sarabia es Catedrático de Sociología de la Universidad Pública de Navarra


Reseñas de libros/No ficción
Gilles Lipovetsky y Jean Serroy: La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada (Anagrama, 2010)
Por Bernabé Sarabia, miércoles, 1 de diciembre de 2010
La fructífera colaboración que Gilles Lipovetsky y Jean Serroy iniciaron con La pantalla global. Cultura mediática y cine en la era hipermoderna se remata ahora con La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada. Ambos unen sus fuerzas para continuar su esclarecedor análisis de la cultura y las transformaciones que caracterizan el mundo del siglo XXI.
Como recordarán nuestros lectores, en 2007 apareció en la prestigiosa editorial francesa Seuil La pantalla global. La edición española fue publicada por Anagrama, la excelente editorial de la casi totalidad de la obra de Lipovetsky, en 2009. En dicho volumen, ambos autores analizaban el papel de la información, el entretenimiento y la cultura. Todo ello formando parte del novedoso fenómeno de la visualización del mundo, algo que se manifiesta en la multitud de pantallas que forman parte, y condicionan, la percepción de la realidad.

El cine, “el arte de la gran pantalla”, el gran arte industrial del siglo XX, conformaba el hilo conductor del análisis de nuestros autores. Conviene no olvidar que Jean Serroy, profesor de la Universidad de Grenoble, es un reputado crítico cinematográfico cuya obra 1985-2005: Entre deux siécles. 20 ans de cinéma contemporain (Ed. La Martinière), se ha convertido en una referencia ineludible.

Aunque la extensa y atrevida obra de Lipovetsky pueda levantar la sospecha de repetición o superficialidad, lo cierto es que cada nueva entrega presenta rasgos novedosos y potentes en el análisis de lo que desde La era del vacío, a mediados de los ochenta, el autor dio en llamar hipermodernidad para designar la sociedad “postmoderna” y sus transformaciones individuales y colectivas.

La cultura en el siglo XXI es en gran medida tecnocapitalismo global, industria cultural, consumismo, medios de comunicación y redes informáticas

También en Seuil en 2008, e igualmente traducida por Anagrama en 2010, La cultura-mundo es sobre todo una reflexión audaz, sin demasiados tecnicismos y sin concesiones a la banalidad. Continúa la línea central de pensamiento de Lipovetsky en el sentido de explorar y urbanizar lo que distintos autores denominan postmodernidad. Junto a ese esfuerzo orientado a ampliar y profundizar la línea de su discurso central, Lipovetsky, con el apoyo de Serroy, se propone avanzar un paso más allá en el análisis del papel de la cultura en el mundo del siglo XXI.

En esta entrega de Lipovetsky y Serroy el escenario analítico ya no es únicamente la sala cinematográfica o la multitud de pantallas que propagan una hipermodernidad desregularizada en la que la narrativa clásica daba paso a lo multiforme, lo híbrido y lo plural. Ahora de lo que se trata es de analizar la cultura tomada como ejemplo y representación planetaria.

El término ‘cultura-mundo’ designa para ambos autores “la cultura extendida del capitalismo, el individualismo y la tecnociencia, una cultura globalizada que estructura de modo radicalmente nuevo la relación de la persona consigo misma y con el mundo”.

Para hacer entender al lector el significado de “cultura-mundo”, Lipovetsky y Serroy recurren a desgranar y mezclar, a lo largo y ancho de su texto, recursos históricos, biográficos y económicos con los que apoyar e ilustrar su descripción de un mundo caracterizado por el triunfo del capitalismo, de la tecnociencia, del individualismo y del consumismo.

Esta desorientación, nueva y excepcional, es precisamente una de las características centrales de la cultura-mundo

En un mundo marcado por estas cuatro características es evidente que la cultura ya no es lo que era en el siglo XX. Ya no es lo que Althusser, Castoriadis o buena parte del marxismo estructuralista francés consideraban “una superestructura de signos, perfume y ornato del mundo real”. La cultura en el siglo XXI es en gran medida tecnocapitalismo global, industria cultural, consumismo, medios de comunicación y redes informáticas.

Atrás queda la época en la que la cultura era un sistema coherente que explicaba el mundo y que diferenciaba entre cultura popular y cultura ilustrada. La cultura, como afirman Lipovetsky y Serroy, inseparable ya de la industria comercial, tiene vocación planetaria y se infiltra en todas las actividades de la vida cotidiana.

La globalización de la cultura no significa reprimir las idiosincrasias nacionales, busca simplemente unificar el planeta a través del mercado. Curiosamente, quizá de forma contradictoria, el siglo XXI pide la rehabilitación del pasado, el culto a lo auténtico, la reactivación de la memoria religiosa e identitaria, las reivindicaciones particularistas.

Por otro lado, tal como afirman los autores, la dinámica hipermoderna no antagoniza la cultura. Al contrario, la convierte en su principal rasgo, hasta el punto de que hoy se podría hablar de un “capitalismo cultural”. De este modo, las industrias culturales y el universo digital se convierten en piezas esenciales del hipercapitalismo globalizado y de la cultura-mundo. Las marcas y el propio capitalismo construyen a su vez una cultura conformada por un sistema de valores, metas y mitos caracterizados por la hipertrofia de la oferta comercial y la sobreabundancia de información e imágenes.

Los debates sobre la laicidad, el islamismo, las reivindicaciones lingüísticas o el desgaste de la democracia contribuyen a situar la cultura en espacios contradictorios

La cultura-mundo está, sin embargo, repleta de paradojas y de contradicciones. Lipovetsky y Serroy afirman que “también desorganiza a mayor escala las conciencias, las formas de vida, la existencia individual. El mundo hipermoderno está desorientado, inseguro, desestabilizado, no de manera ocasional, sino cotidianamente, de forma estructural y crónica. Y esto es nuevo.” Esta desorientación, nueva y excepcional, es precisamente una de las características centrales de la cultura-mundo.

Esta tremenda desorientación, individual y colectiva, no deja de ser sorprendente porque pocas veces la humanidad ha dispuesto de los recursos actuales. La eficacia de la medicina, la educación generalizada, el nuevo papel de la mujer, la liberalización de las costumbres y, en definitiva, una existencia enormemente facilitada por los adelantos de la ciencia y la técnica. Sin embargo, vivimos en un mundo ansiógeno y depresivo, generador de inquietudes de todo tipo y que ve un futuro cada vez menos prometedor.

Como escriben Lipovetsky y Serroy, bajo la presión de las reivindicaciones particularistas y las dinámicas nacionalistas la cultura se ha convertido en el centro polémico de numerosos conflictos. Los debates sobre la laicidad, el islamismo, las reivindicaciones lingüísticas o el desgaste de la democracia contribuyen a situar la cultura en espacios contradictorios. Vuelve la cultura para dar a los individuos cierto dominio sobre su vida pese a sus conflictos psicológicos y a la desestructuración de la personalidad.

Hipercapitalismo, hipertecnología, hiperindividualismo e hiperconsumo son, subrayémoslo una vez más, los principios estructurantes del mundo de la cultura-mundo siglo XXI. Un mundo en el que ha dejado de existir el antagonismo entre economía y cultura a la vez que se producía la hipertrofia de esta última y su absorción por el orden comercial y el universo ciberespacio.

Con la boca quizá un tanto pequeña los autores recuerdan al lector que pese a todo la cultura del entretenimiento y su estética fácil no impide la reflexividad o la innovación de los individuos que buscan comprender o mejorar el mundo

En el último tercio de estas páginas, Lipovetsky y Serroy muestran cómo el mercado ha engullido el mundo del arte. La mutación sufrida por los museos de todo el planeta les sirve para apoyar su visión de la expresión artística como una actividad reestructurada por las lógicas del espectáculo y de las nuevas estrategias de seducción.

El museo, antes lugar de reflexión, de goce estético e incluso de recogimiento pasa a convertirse, por obra y gracia de los arquitectos de renombre, en espacio urbano y en “joyero-seducción”. El arte ya no se contempla con la veneración, el silencio y el recogimiento del pasado, sino con la despreocupación de las muchedumbres de vacaciones que siempre necesitan tener una cafetería o restaurante cool en el entramado del museo. Warhol derribó las fronteras entre el arte, la moda y la publicidad cuando se definió como “un artista comercial”.

Ya en el cierre de La cultura-mundo, Lipovetsky y Serroy tratan de suavizar su visión pesimista y repleta de ambivalencia del mundo de la cultura en el siglo XXI. Con la boca quizá un tanto pequeña recuerdan al lector que pese a todo la cultura del entretenimiento y su estética fácil no impide la reflexividad o la innovación de los individuos que buscan comprender o mejorar el mundo. El individuo hipermoderno no tiene por qué contentarse con los meros placeres consumistas, también busca ser agente, expresarse, dar su opinión y participar en la vida pública.

De este modo, Lipovetsky y Serroy buscan dar paso a la esperanza de una cultura que, más allá del entretenimiento y del mercado, impulse la formación artística a través de la educación de los jóvenes. Más allá del consumo la cultura es, todavía hoy, esperanza.