David Fincher: <i>La red social</i> (2010)

David Fincher: La red social (2010)

    GÉNERO
Cine

    TEMA
Crítica de la película La red social, dirigida por David Fincher (por Carlos Abascal Peiró)

    FICHA TÉCNICA
País: EEUU. Año: 2010. Duración: 122 minutos. Género: Drama. Reparto: Jesse Eisenberg (Mark Zuckerberg), Andrew Garfield (Eduardo Saverin), Justin Timberlake (Sean Parker), Armie Hammer (Cameron Winklevoss / Tyler Winklevoss), Max Minghella (Divya Narendra), Rooney Mara (Erica). Guión: Aaron Sorkin; basado en el libro Multimillonarios por accidente de Ben Mezrich. Producción: D. Brunetti, C. Chaffin, M. De Luca y S. Rudin. Música: T. Reznor y A. Ross. Montaje: K. Baxter y A. Wall




















Magazine/Cine y otras artes
Tragedia 2.0: La red social (The Social Network, 2010), película de David Fincher
Por Carlos Abascal Peiró, lunes, 1 de noviembre de 2010
Configurar una respuesta contundente al resabiado combo de teclados que, desde cierto (yihadista) sector de la crítica seria europea, apenas vacila cuando el debate ronda la presunta decrepitud del actual aparato fílmico estadounidense, no resulta ni con mucho una tarea complicada. Efectivamente, de aquí a unos años, el sello USA se ha visto vinculado a una alineación de realizadores -compuesta, de un primer vistazo, por los P. T. Anderson, Linklater, Fincher, Jonze, Gray, W. Anderson, Mottola o el (in)falible Nolan- que, más allá de particulares patinazos, filiaciones indie o marcadamente mainstream, traza un rastro a seguir en el resbaladizo terreno de la ficción cinematográfica contemporánea. Así, de la indagación narrativa/formal postmoderna, P.T. Anderson o Jonze, al canónico neoclasicismo de Gray; del humanismo estético, naïf, que filma el nostálgico Wes Anderson, al concienzudo despiece del tránsito inocencia/madurez efectuado por Linklater y Mottola; la industria norteamericana del ocio puede enorgullecerse de amparar -bajo la superficie, eso sí, del escombro más infecto- a una retahíla de nombres instalados a conciencia en la legitimidad de aquello que ese tipo tan reivindicable que fue Walter Benjamin vino a llamar la figura del narrador. Y, para desazón de algunos, David Fincher se gana con creces tal apelativo, el de narrador; el de, a fin de cuentas, hijo de su tiempo: la era Google, la era Facebook, el tiempo de La red social (The Social Network, 2010).


Persecuciones en la postmodernidad

El trayecto cubierto por la representación, esto es, el tradicional abismo reflexivo que se interponía entre el suceso y su reciclaje ficcionado, agota sus días(horas) bajo el signo del decálogo postmoderno, vocacional buceador en el sonidero del imaginario colectivo, fiel a la mecánica de la actualización, la dramatización estilizada de lo precedente. Es, la descrita persecución friedkiniana de lo ficticio sobre lo real, rasgo emblemático de una iconosfera que ansía las imágenes como la bala el cuerpo, consumidora de una sublimación de la realidad, inasible ésta, al fin y al cabo, en su complejidad viscosa y contradictoria. Si los protagonistas de Zodiac (ídem., 2007, David Fincher) apenas conseguían reprimir su asombro al comprobar cómo el cine fagocitaba sus todavía vigentes pesquisas en torno al huidizo psicópata del zodiaco, en concreto Don Siegel con su Dirty Harry; en esta ocasión es el espectador de La red social quien visiona en la pantalla la génesis y posterior desarrollo de un dispositivo cibernético, Facebook, al que no tardará en logearse una vez terminada la proyección. Funciona, la repasada liquidación del distanciamiento histórico, en cuanto al rodaje de una historia real fraguada en la inmediatez cronológica, a modo de acertada metáfora de la era Facebook, codificada bajo los parámetros del pentagrama neo-con como manual de supervivencia, el lenguaje binario como argot de la tecnocracia occidental y la instantaneidad como paradigma integrador.

Kane 2.0. La tragedia reciclada

La historia. Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg), un nerd (empollón) licenciado, revienta el sistema informático de Harvard mediante la puesta en marcha de una aplicación, facemash, que permite, a través de una suerte de álbum online, resolver qué chica merece más la pena. Mark fulmina su particular travesura en apenas unos minutos, consiguiendo pulverizar cualquier registro de tráfico web; millares de clicks en un intervalo despreciable se traducen en una evidencia: no existe portátil en Harvard que no congregue a un agitado coro de voces masculinas. Pero esto a Mark tanto le da, el tinglado tan sólo obedece a su deseo de vengarse de Erika, la chica que, tras recordarle que no era más que un gilipollas (fucking asshole), ha zanjado la relación que una vez les mantuvo unidos. Facemash, remedo de berrinche adolescente (y aquí el film reproduce los códigos de la teen movie al uso), servirá de algo pese a todo. De este modo, poco después, Mark impulsará junto a Eduardo Saverin (Andrew Garfield), socio y colega geek, una plataforma cuya mecánica reproduce la agenda social del usuario: fotografía, fecha de aniversario, listado de contactos, estado sentimental.

Aquello resultó ser Facebook (anuario, álbum).

Los capítulos restantes suenan vagamente. Partiendo de lo documentado por Ben Mezrich en el best-seller The Accidental Billionaires (algo así como Los millonarios por accidente), Fincher da forma a un argumento de indudables conexiones shakesperianas, estriado por la deslealtad, la de Mark a Saverin una vez Facebook deviene en monstruo; la ambición, concentrada en Sean Parker (Justin Timberlake), el niño prodigio que imaginó Napster y que tratará de asociarse con Mark; o los celos, la codicia, la de los resentidos Winklevoss, proteicos gemelos made in Harvard que reclamarán a Zuckerberg su parte en la autoría del invento. Zuckerberg, Mark Zuckerberg, ambivalente, fascinador por muy repulsivos que sean sus actos, perfila la amarga silueta del sapiens contemporáneo, ambicioso y desmedido, ingenuo, quebradizo, demasiado similar a cierto y adelantado príncipe danés. Y esto, curiosamente, entronca con la obsesión de Fincher por diseccionar la personalidad humana, sus recovecos y dobleces, un afán presente en El club de la lucha (Fight Club, 1999), The Game (ídem., 1997) o Seven (Se7en, 1995).

No es ésta, por tanto, una película dedicada exclusivamente a Facebook, sino que transgrede la sobada parcela de la simplificación de marquesina y corrillo mediante el asalto a punta de mouse de diversos paisajes temáticos. La red social es ya un clásico, escribe Henry K. Miller para Sight & Sound. Da en el clavo si rescatamos la noción de clásico según la cual éste implica la universalización particularizada de lo narrado, esto es, de Edipo y Hamlet a Tony Soprano, de Charles Foster Kane a su homólogo en la era 2.0: Mark Zuckerberg.

El planteamiento, se antoja concluyente, emprende la ruta de una tragedia 2.0, brillantemente hilvanada por el guión de Aaron Sorkin, no en vano creador de la notable El ala oeste de la Casa Blanca (1999-2006) y uno de los guionistas más sagaces del estómago hollywoodiense. Exhaustivas, repletas de agudezas y del todo vibrantes, las líneas de Sorkin aciertan de pleno, alargándose por espacio de dos horas de digestión tan provechosa como imperceptible para un espectador que asiste a cada intercambio verbal con la intensidad del que visiona un tiroteo, del que presencia una obra isabelina. La orquestación de la refriega corre a cuenta del pletórico Fincher, comandante de un relato que orbita en torno a dos vista judiciales, Mark y Saverin, Mark y los Winklevoss, idóneos subterfugios para la efectiva andanada de flashbacks, terreno donde el realizador de Seven ensaya una puesta en escena de pretensión aséptica, deliberadamente alejada del personaje, renuente a diseccionar su pasado o aventurar su porvenir, fugitiva de todo atisbo quirúrgico. De Mark, así las cosas, conocemos lo que se nos muestra, instalándose Fincher en ese cine de crónica historicista, (cuasi)documental, que con tanta pericia practicó en Zodiac y que en cierto sentido reinterpreta en La red social, retrato generacional de una era.

Rosebud.

Y así, a golpe de html, bytes y algoritmos, de la estupenda banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross, cercana a la estética bip del videojuego, Facebook comienza a madurar, se deja crecer el traje, la corbata. Zuckerberg, superviviente de todos los juicios, abandonado en su Elsinor particular, allá donde el capitalismo tardío tapiza al industrial, o de otra manera, un complejo de oficinas a medio camino entre el quirófano estándar y un jardín de infancia, rumia millonario su fallida relación con Erika, la chica del comienzo, rosebud postmoderno. La cámara enfoca entonces el rostro de ese emperador de lo social en soledad mientras abre su perfil online, teclea el nombre de ella en el buscador y, tras localizarla, tramita una petición cibernética de amistad.

Está hecho, se repite inquieto en su interior. Está hecho. 

Tráiler subtitulado de la película La red social, de David Fincher (vídeo colgado en YouTube por SonypicturesMexico)