Lo primero que llama la atención de esta enésima biografía de Obama es 
justamente su propia existencia y sentido: el hecho de que alguien haya tenido 
la suficiente valentía como para asumir el reto que supone intentar aportar una 
visión nueva sobre el hombre del planeta que más tinta ha hecho correr en los 
últimos años. Porque, si es cierto que se ha escrito mucho sobre el actual 
inquilino de la Casa Blanca, también lo es que hasta ahora no se había escrito 
un libro tan ambicioso como este, que cuenta además con el aval de un autor con 
crédito, cosa que no puede decirse de algunas de las publicaciones sobre Obama 
que circulan por el mercado editorial y el mundo académico español, donde 
conviven – en una proporción descompensada – algunos 
trabajos 
serios y documentados con otros más oportunistas y desinformados, 
producto de ese efecto secundario de la globalización que es la vorágine 
informativa que nos satura; como digo, no es el caso del autor de esta novedad. 
Director de la prestigiosa revista 
The New Yorker desde 1998 y ganador 
del Premio Pulitzer en 1994 por su libro 
La tumba de Lenin. Los últimos días 
del Imperio Soviético, David Remnick es uno de los periodistas más reputados 
de la prensa americana actual y un auténtico especialista en la elaboración de 
perfiles humanos, siempre caracterizados por la elección del detalle o la 
anécdota reveladora y, ante todo, por una documentación abrumadora basada en la 
precisión y exactitud de cada dato, de todas y cada una de las fuentes que cita 
en su trabajo. 
Es importante destacar este aspecto, el de la obsesión 
por la documentación y por ofrecer la mayor cantidad de versiones posibles sobre 
un mismo hecho porque a mi juicio, esa es la principal característica del estilo 
empleado por Remnick en este complejo y poliédrico retrato de Obama que, como 
dice el propio autor, no quiere ser una biografía definitiva o erudita (no lo 
puede ser un trabajo que termina justamente con la toma de posesión de Obama 
como presidente), sino “
un trabajo de periodismo biográfico que, por medio de 
entrevistas con sus coetáneos y con algunos protagonistas históricos, analizara 
la vida de Obama antes de su presidencia y algunas de las corrientes que 
contribuyeron a formarlo” (p. 682). La honestidad de Remnick al reconocer 
las limitaciones de su trabajo no obsta el que el lector deba reconocer un 
esfuerzo de documentación tremendo para escribir un libro que supera las 700 
páginas. Por ilustrarlo con un dato, diré solamente que en el apartado de 
“Agradecimientos y fuentes”, el autor cita un total de 233 personas del entorno 
de Obama (desde familiares cercanos y profesores de la facultad hasta los 
compañeros de piso en su juventud o los actuales miembros de su gobierno, 
pasando por todos aquellos que han estado en contacto con él a lo largo de su 
vida y han aportado su opinión sobre el biografiado) que fueron entrevistadas 
por el autor para el libro. Junto a este material, Remnick reconoce haber 
empleado trabajos publicados previamente por alrededor de 70 periodistas a los 
que también cita y una bibliografía que incluye – como no podía ser de otra 
forma – los dos libros de memorias escritos por Obama, así como algunos estudios 
clásicos sobre aspectos como la raza, la lucha por los Derechos Civiles o la 
historia reciente de los Estados Unidos. 
La peculiar relación de Obama con su 
raza es un tema omnipresente en el libro y es de alguna manera el hilo conductor 
que usa Remnick para trazar la historia de la lucha del pueblo afroamericano por 
los Derechos Civiles
El problema con el que 
se enfrenta Remnick a la hora de escribir la biografía de Obama, como él mismo 
reconoce, es el mismo al que se han enfrentado todos los que le han precedido en 
el intento: la gente cree conocerlo todo del personaje y, lo que es más 
importante, nadie sabe contar mejor su vida que el propio Obama. En efecto, 
quien haya leído 
La audacia de 
la esperanza y, sobre todo, 
Los sueños de 
mi padre, admitirá que la calidad del relato autobiográfico de 
Obama es de un nivel tal que resulta muy difícil superar el interés que genera 
una historia tan bien construida y contada por su protagonista en primera 
persona; frente a cualquier biografía académica, escrita con la frialdad y el 
distanciamiento que exige un retrato que pretenda ser objetivo, el atractivo de 
la prosa y la retórica de Obama resulta encantador, irresistible. Esto explica 
que precisamente 
Los sueños de mi padre sea una de las fuentes más usadas 
por Remnick y explica también el hecho de que, bajo mi punto de vista, algunas 
de las mejores páginas de 
El puente son las dedicadas al análisis 
exhaustivo de esta obra que el autor sitúa dentro del género más antiguo y rico 
de la tradición literaria americana: las memorias. En concreto, Remnick habla de 
Los sueños de mi padre como un libro de memorias que formaría parte de 
una larga tradición de literatura autobiográfica afroamericana que se inicia con 
los primeros relatos de esclavos y que cuenta en su genealogía con obras 
fundamentales para la historia de los Estados Unidos como puedan ser la 
Vida 
de un esclavo americano contada por el mismo de Frederick 
Douglass; 
De la esclavitud a la libertad de Booker T. Washington; 
Las 
almas del pueblo negro de W. E. B. Du Bois; 
Nadie sabe mi nombre de 
James Baldwin, 
El hombre invisible de Ralph Ellison o, por no extender 
más la lista, 
Malcolm X, vida y voz de un hombre negro. Aunque Obama no 
haya sido nunca un esclavo, Remnick considera 
Los sueños de mi padre como 
una especie de 
bildungsroman, como un relato de formación en el que su 
protagonista nos ofrece un modelo de superación de la raza y de éxito en la 
búsqueda de la identidad propia. 
Y es que la peculiar relación de Obama 
con su raza es un tema omnipresente en el libro y es de alguna manera el hilo 
conductor que usa Remnick para trazar la historia de la lucha del pueblo 
afroamericano por los Derechos Civiles; una lucha en la que según el autor, 
Obama habría jugado un papel fundamental, como heredero natural de Douglass, 
Luther King, Malcom X y todos aquellos que le precedieron. Como mandan los 
cánones del género biográfico, Remnick intenta combinar – y lo hace de una forma 
más que aceptable – dos planos que se superponen y se complementan: por una 
parte, y siguiendo la tradición del modo anglosajón de escribir las biografías, 
el seguimiento pormenorizado de la peripecia vital del biografiado; por otra 
parte, una reconstrucción minuciosa del contexto en el que se desempeña Obama en 
cada una de las etapas de su existencia. Al conseguir conjuntar estas dos 
esferas, Remnick consigue que 
El puente se pueda leer no solamente como 
la historia de una vida aislada, sino también como una recreación de la historia 
reciente de los Estados Unidos de América a través de la apasionante e inusual 
trayectoria de un solo individuo. 
De la formación como político de Obama 
destaca Remnick muchas cosas, pero yo me quedaría con dos factores. En primer 
lugar, la gran importancia que tuvieron en la vida del actual presidente sus 
años de trabajo como organizador comunitario en la ciudad de Chicago, cuando 
solamente era un joven salido del instituto que trataba de canalizar su 
vocación. Fue la experiencia de estos años la que ha forjado ese carácter 
dialogante y conciliador que caracteriza el estilo político de Obama. Por otra 
parte, el autor también pondera en su análisis de la carrera política del 
presidente un factor que mucha gente – todos aquellos que no han leído sus 
libros de memorias, donde lo cuenta todo – desconoce: el factor suerte. Me 
refiero al hecho de que, como muy bien explica Remnick, por unas causas o por 
otras (porque sus rivales más fuertes se retiraron de la elección o perdieron su 
ventaja inicial al verse involucrados en varios escándalos), Obama fue elegido 
senador en el estado de Illinois y luego senador de los Estados Unidos sin tener 
que enfrentarse a unas elecciones disputadas. La verdadera oposición fuerte le 
llegó a Obama con el inicio de la larga disputa con Hillary Clinton en las 
primarias del Partido Demócrata y después en su enfrentamiento al republicano 
John McCain y a las reticencias del sector más conservador de la sociedad 
americana que nunca se llegó a convencer de la conveniencia de elegir al primer 
presidente negro de los Estados Unidos. 
Bien analizado, dice el autor, la 
propuesta política de Obama no era tan distinta a la que ofrecían sus rivales; 
pero eso sí, Obama guardaba un as en la manga con cuya capacidad de seducción 
ninguno de sus oponentes contaba: su historia 
personal
Pero salvando todas estas 
dificultades y rompiendo con todos los tópicos habidos y por haber, Remnick 
cuenta cómo Barack Obama fue capaz de pasar de ser un joven senador con solo dos 
años de experiencia en la alta política de Washington, a convertirse en 
candidato a la presidencia del país y finalmente ser elegido el 44º presidente 
en la historia de los Estados Unidos. Bien analizado, dice el autor, la 
propuesta política de Obama no era tan distinta a la que ofrecían sus rivales; 
pero eso sí, Obama guardaba un as en la manga con cuya capacidad de seducción 
ninguno de sus oponentes contaba: su historia personal. Efectivamente, Remnick 
concluye que la fuerza de la candidatura de Barack Obama para la presidencia no 
era el programa, sino la propia figura del candidato y la capacidad que este 
tuvo para hacer de su historia un epítome, una especie de resumen de lo que 
habían sido y podían ser en el futuro los Estados Unidos: “
Dos años después 
de ocupar el cargo de senador por Illinois y recientemente liberado de sus 
préstamos universitarios, Obama entró en la carrera presidencial con una serie 
de propuestas políticas de centro-izquierda que se antojaban serias pero nada 
excepcionales. No eran radicalmente distintas de las de Clinton, salvo por la 
cuestión fundamental de la guerra de Irak. Tampoco poseía un currículo asombroso 
en lo que a experiencia ejecutiva o logros legislativos se refería. Pero la 
identidad de Obama, sus orígenes, su concepto de sí mismo y, en última 
instancia, cómo lograba proyectar su temperamento y su personalidad como un 
reflejo de las ambiciones y esperanzas estadounidenses serían la esencia de su 
retórica y su atractivo. Además de sus ideas políticas, lo que proponía Obama 
como núcleo de su candidatura era él mismo: un joven afroamericano complejo, 
cauteloso, inteligente y sagaz. Todavía no era un gran hombre, pero sí una 
promesa de grandeza” (pp.13-14). 
Desde el punto de vista del 
contenido, la verdad es que poco se le puede reprochar a la biografía que ha 
escrito David Remnick. No se puede decir que sea una biografía hagiográfica, 
pero sí es absurdo negar – y el propio autor así lo admite – la atracción que la 
figura de Obama ejerce sobre su biógrafo. Dos semanas después de su victoria 
electoral, Remnick ya escribió un artículo en el que ensalzaba al nuevo 
presidente y le otorgaba ese papel de líder de una nueva generación de 
americanos; en este artículo, al que Remnick puso el título de 
La 
generación de Josué, ya se encuentra el germen de esta 
biografía que ahora leemos. Desde el punto de vista formal y por hacer un 
balance, lo cierto es que estamos ante un libro que, sin ser un prodigio 
literario (hay que recordar que el autor es periodista y no novelista), está 
bastante bien escrito, con un ritmo fluido e, insisto, una riqueza 
extraordinaria de fuentes y puntos de vista distintos sobre el personaje, al que 
vemos retratado como a través de un 
collage o puzle que Remnick completa 
con todas estas opiniones de los entrevistados. Ahí radica el mayor mérito del 
libro pero también el que quizá sea su punto más débil. En ocasiones, el uso de 
este tipo de testimonios se convierte en abuso y lo que gana el relato en 
complejidad lo pierde en originalidad, en viveza. A veces es tal el número de 
citas textuales que se encadenan una detrás de otra que el lector se aturde y se 
llega a perder, confundido en esa maraña polifónica de voces e impresiones 
distintas. Esta desaparición ocasional de la voz del autor y algún que otro 
excurso excesivamente largo para mi gusto (el deseo de Remnick por explicar el 
origen del mínimo detalle hacen que en ocasiones retroceda demasiado en el 
tiempo o se extienda en explicaciones muy eruditas) son quizá los dos aspectos 
que menos favorecen a un libro que, todo hay que decirlo, no es en absoluto apto 
para los no iniciados en Obama. Si mi experiencia como lector de libros de Obama 
y sobre Obama sirve de algo, mi recomendación es que el libro de Remnick se 
convierta en lectura obligada para todo aquel que ya tenga un conocimiento 
previo y desee profundizar en la figura y la historia de Barack Obama; ahora 
bien, para neófitos o curiosos que quieren acercarse por primera vez, sigo 
recomendando como hice en su día que, para dicha primera toma de contacto, nada 
mejor que los libros escritos por el propio Obama. 
Remnick ha trazado un 
magnífico retrato del presidente Obama y ha escrito un libro audaz y atrevido. 
Ha hecho una apuesta fuerte y, si nos debemos guiar por la acogida de la crítica 
y el público americano (en España el libro acaba de salir y todavía es pronto 
para saberlo), la jugada le ha salido muy bien. Ha acertado a la hora de elegir 
el enfoque que mejor se ajustaba a su experiencia profesional y ha sabido 
encontrar un hilo conductor y una metáfora feliz para titular su relato. 
Efectivamente, el libro se abre y se cierra con el episodio del puente de Selma. 
Según John Lewis, el joven activista afroamericano que lideraba la marcha ese 
domingo de triste recuerdo, Obama es lo que esperaba a los manifestantes al otro 
lado de aquel puente que no pudieron cruzar ese día; es el símbolo de la 
superación de barreras y el hombre que ha sido capaz de conciliar y unir por un 
momento esas dualidades cuya lucha dialéctica ha marcado la historia reciente de 
los Estados Unidos: la izquierda y la derecha, los jóvenes y los mayores, la 
raza negra y la raza blanca.