Carmen Alcalde (foto de Jesús Martínez)

Carmen Alcalde (foto de Jesús Martínez)

    NOMBRE
Carmen Alcalde

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Gerona, 1931

    BREVE CURRICULUM
Cursó estudios de Periodismo y Filosofía y Letras. Se inicia como colaboradora en el diario Los Sitios de Gerona. Ha publicado varios libros de poesía. Fue fundadora y directora del semanario Presencia (junto a María Rosa Prat) que en su primera época sufre la censura franquista de la prensa. Colaboró en revistas como Destino, Triunfo, Cuadernos para el Diálogo y en El Periódico. Las tres revistas serán secuestradas en ocasiones por artículos de la autora




Opinión/Entrevista
Entrevista a Carmen Alcalde, autora de Vete y ama
Por Jesús Martínez, viernes, 1 de octubre de 2010
Josefina

Le arrastraron por la AP-7 de Jerusalén, y se magulló las rodillas con los adoquines desgastados por las carretas romanas que distribuían el mijo entre la población local. Se torció el tobillo izquierdo, y el tobillo derecho le dolía horrores, a causa de una patada malintencionada del más malvado de los centuriones con tricornios de charol y capas tenebrosas. Le empujaron a mala leche, le hicieron la zancadilla, le hicieron perder el equilibrio para que el madero le contusionara las cervicales y que su cuello se replegara como el acordeón de los gitanos rumanos del metro. Habida cuenta de que ese Jesús era negro, díscolo y buen samaritano, la guardia represora más ganas le tenía. Cuando a Jesucristo le remacharon los clavos oxidados, largos como la punta de lanza de la Torre de la Libertad neoyorquina, y le izaron en la cruz, en cuyo palo vertical dos enamorados habían grabado sus nombres en el centro de un corazón flechado, el Jesús Negro, apaleado, esclavo en las caballerizas de los senadores victorianos, se tragó la baba sanguinolenta de color ketchup de las vísceras que le salían por la boca. Ni los cuervos se atrevieron a sacarle los ojos. Temían algo que enlazaba con el postulado de su fe de una manera sinóptica. Los cuervos evitaron picotearle porque veían en Él los elementos contra los que luchó Felipe II. En el hombro, el Jesús Negro se había tatuado al Che. Siendo agnóstica, Jesucristo es el hombre que más admira Carmen Alcalde (Girona, 1936), una reportera de descabellados sucesos sociales y virtuosa en la facultad de enojar a los poderes, de cualquier tipo y de cualquier condición, pero siempre unidos en el interés compartido de su permanencia.
Carmen Alcalde ha publicado en Ediciones Carena Vete y ama, la novela de una mujer que disfruta de su feminidad como de un antojo de frambuesas, sin ceder al pecado capital ni a la cartilla de la catequesis: “…[mujeres que] triunfaron en diversas organizaciones a cambio de convertir en tragedia su vida íntima asumiendo la consigna tradicional de mostrarse fieles con todos menos consigo mismas”.

Piwi es un gitano de L’Hospitalet, familiar demasiado cercano de Benito, el colega del Casco con quien he pasado la edad de la inconsciencia y a quien podría poner mi vida en sus manos antes de irme de vacaciones a Lisboa. Piwi rasgaba la guitarra porque no tenía suficientes tablas para tocarla como es debido. Entre dos aguas, de Paco de Lucía, le entusiasmaba tanto que con esa partitura y con una jarra de cerveza se tiraba las horas muertas en La Oveja Negra. Tuvo un sueño, que yo no sé si fue pesadilla: “Se me ha aparecido Jesucristo en bata”.

Me acuerdo de Piwi y de la resurrección y de la salvación del tercer día cuando una mañana de diciembre, tres días antes del día de Navidad, y antes de las tres, Carmen Alcalde se me presenta en bata, en el pasillo de su casa, un número impar de la avenida de Mistral de Barcelona.

Carmen Alcalde necesita cinco minutos para florecer, y le sobran cuatro minutos. Dorada como las murenas que caen en las redes de los marineros asaz fornidos, convicta de los hados de la coherencia y de la honestidad (que, en este caso, sí es sinónimo de honradez), y de una palidez descolorida que se debe más al motivo de sus actos bienintencionados pero adversos que a una anemia galopante en la transfusión de sus ideas. “Sóc coherent i compromesa, i els compromisos m’han fet patir.”

Su despacho, tan bien amueblado como su azotea de mimosas, deviene un apósito de su personalidad, y los detalles deslizan en chorreras como las de los jamones de Trévelez: la fotografía de un vietcong herido de muerte, con la autenticidad de Federico Borrell en Muerte de un miliciano, la instantánea de Capa que refleja los horrores de la guerra incivil; un calendario con las últimas horas del 2009 en el cuadrilátero del mes yaciente; un venerable crucifijo de madera, que por el lugar que ocupa y el candor que transmite recuerda a los que se colocaban en la cabecera de la cama de nuestros abuelos; un cáliz de plata en el que el vino se ha transformado en un manojo de cigarrillos Pall Mall, y una biblioteca de petitorias y requisiciones, pequeñita y deslumbrante, a pesar de la nota marginal que la acompaña en su desasimiento (“m’he desfet de molts llibres abans que m’enterrin”). La aznaridad, de Manuel Vázquez Montalbán; Cuentos completos, de Mariano José de Larra, y Del sentimiento trágico de la vida, de Miguel de Unamuno. Biografías de Édith Piaf y Simone de Beauvoir. “Una de las mejores formas de recrear el pensamiento de un hombre: reconstruir su biblioteca”, dejó escrito Marguerite Yourcenar en Memorias de Adriano, o Adriano en las memorias de su postrera secretaria. En lo que nos concierne, el hombre de Marguerite es una mujer.

Me hace pasar a su remanso de paz, en el que queda el tablero de ajedrez como el paisaje de la única batalla que en la actualidad sostiene, olvidada por molesta y repudiada por su ministerio. (“Ara la premsa és insuportable, ha perdut la força, i és tremendament partidista, i l’ofici de periodista s’ha perdut amb el Google: copiar i no trepitjar el carrer. Els periodistes no tenen ni veu ni vot.”)

“M’han deixat de trucar per ser un incordi. Els meus reportatges sempre han estat agressius. He denunciat allò que he considerat injust”, se defiende con la naturalidad de Letizia antes de que cambiara el micro por la sortija montada en oro blanco de las princesas. Así es, y la lástima es que su ejemplo de arquera parta no cunda.

El 10 de abril de 1965 sacó a la calle el primer número de Presència, la revista insignia del reporterismo hecho en Catalunya: “Volíem un nom que no s’hagués de traduir, que fos català i castellà alhora”. La redacción se instaló en el número 433 de la avenida José Antonio (hoy Gran Via de les Corts Catalanes). Valía 8 pesetas. Hasta los anuncios rebosaban vitalidad: “Cuando se hace una pausa, Coca-Cola refresca mejor”. Llegó a ejercer la dirección durante tres años, con la inestimable asunción de los colaboradores de entonces, que cobraban con la recompensa de la consagración: Maria Castanyer, con sus crónicas desplumadas (“El lunfardo, el xarnego, el rosal bacavá i altres formes dialectals catalanes”); Maria Aurèlia Capmany, con sus juicios de contrapeso, los hermanos Moix (Ana María y Terenci)… “Manel Bonmatí, el propietari, un periodista que havia treballat als diaris de la República, se la va vendre al Bisbat, i ens va deixar en l’estacada, amb una mà al davant i l’altra al darrera, amb un munt de segrestos, multes i processos derivats de la llei de premsa de Fraga Iribarne. L’últim número que vam treure abans del traspàs el vam fer amb la portada de color roig, en senyal de protesta”, dice, y chupa el cigarro y se traga el humo sin atragantarse, con la vista puesta en el primer tomo encuadernado de su obra completa, extensa y tocapelotas como la de Blasco Ibáñez en su momento, aun siendo abrumadoramente distinta. “A la censura l’intentàvem enganyar com podíem. Enviàvem les galerades sense els títols ni les fotos, fins que vam colar aquest editorial: “Johnson, criminal de guerra”. La policia es va presentar a la impremta i va parar les màquines. Anys molt bons però amb molts sustos.” De hecho, las sanciones las guarda como un tesoro fenicio en el galpón de su arqueta, en la que descansan sin haber sido pagadas las 75 multas que ha enlomado como un dossier.

En Cuadernos para el diálogo, escribió un reportaje con la comidilla de los reformatorios, la palabra desechada de los diccionarios, y le pasó tres cuartos de lo mismo: “El número també va ser segrestat i em van caure tres mesos d’arrest”.



Carmen Alcalde: Veye y ama (Ediciones Carena)

En Destino, en una sección que abrió para recibir las bofetadas de la sociedad de abolengo, publicó el reportaje de la lucha de clases en la Maternitat: cómo las mujeres ricas dejaban a sus hijos al cuidado de las mujeres pobres que no preguntaban porque callaban lo que sabían: “La societat es va quedar estorada pel tractament que rebien les dones treballadores…”.

Luego, maldita ya y maldecida, pasó de curro en curro, con la cola de caballo de su arrojo recogida en un moño, para sólo escribir “floretes”: Actual, Sábado gráfico, Triunfo, Diari de Barcelona, Hoja del Lunes…

En El Triangle sufrió mobbing, cuando este anglicismo aún no se había importado. Comadrona de El Periódico de Catalunya, recibió la ayuda de dos mañosos braceros con el miedo de los primerizos, Antonio Asensio y Eliseo Bayo.

“En tots aquests treballs vaig cobrar menys per fer el mateix treball que un home…”, suelta indiscretamente, mientras teclea con esmero un mail en el ordenador portátil con ratón inalámbrico. La inferioridad del sexo, sin compartirla, la había asumido antes de que le abriera los ojos el comentario machista de un Santiago Carrillo que se había quitado la máscara y la peluca: “Vam anar 40 periodistes a un congrés del PC que es celebrava a París. Jo era l’única dona. Em vaig queixar, i el Carrillo em va murmurar: ‘De eso te ocupas tú’”. Quizá él decía esas verdades cuando no le oía Pasionaria, a quien Carmen conoció y a quien retrató en La mujer en la guerra civil: “Una dona molt sosa, manipulada, encara que una dona del poble amb una veu impressionant, i espontània, inflamada”. Como no podía ser de otra manera, rompió con la dirección soviética del PSUC —en el que militó— por discrepancias que otros se encargaron de acallar con el lazo de los “asuntos internos”: “Vaig intercedir per un company que va enxampar la policia i que van torturar als soterranis de Via Laietana. Va cantar, i per això el van donar de baixa del partit. Jo els vaig criticar la seva invulnerabilitat quan dormien cada dia als millors i més luxosos hotels”.

En Vindicación Feminista, mano a mano con Lidia Falcón, recuperó la línea de Ellen Key, Maria Deraismes y Martha Carey, las sufragistas que se preocupaban por los más pobres, siendo las mujeres las más débiles en el columbario de la pobreza. ¿Para qué?

“Ahora la mujer se ha vuelto imbécil.” La explicación la prorratea con el análisis de gerencia de las centrales bancarias: “La dona ha involucionat, i la societat necessita un revulsiu perquè es doni compte de la situació real de la dona. Tu coneixes un home que vagi a fer feines? Per no parlar de la violència masclista. Dona que es separa, dona degollada [se pasa el filo de la mano por la yugular]. No t’ofenguis, però jo crec que és un problema bioquímic de distorsió de ‘la raça home’. La compulsió-impulsió de la prostitució dels homes jo no la puc comprendre. Hi ha quelcom malaltís en el component masculí. Quin cervell de dona inventa Guantánamo?”.

De ahí que su sueño irrealizable, aunque ella no lo sepa, sea el de la castración mental de la violencia gratuita.

Carmen.—Un somni no complert? Que s’investigui a fons la testosterona dels homes.

Jesús.—Ho veuràs?

Carmen.—És la meva lluita.

No tiene hijos. ¿Le hubiera gustado? Le hubiera gustado. Pero si no, razones tuvo. En el fondo, aún le persiguen las ménades de su madre, Josefina, una mujer deliciosa, afectuosa, equidistante, a quien no conoció y cuyo rastro ha ido olisqueando en los recuerdos de los demás y en todos los rincones de las proscripciones. “En el fons, és heretat de la meva mare. En tot allò que he escrit està la meva mare.” Un año después de haberla parido, en 1937, falleció (“pobre dona, parir quatre fills i morir-se”).

La persiana, medio echada. La luz entorpece. De pequeña se ponía el despertador a las cinco de la madrugada y se iba al comedor y se aflojaba las poesías y los pensamientos. “Volia fugir de Girona, una ciutat pobre i trista i intel·lectualment morta.” En el despacho de Carmen Alcalde (en su dirección de correo electrónico escribe Karmen, con ka de kilo), los papeles que salen de la impresora llenan la papelera, señal inequívoca de que escribe por necesidad (ahora la ocupa un relato sin título sobre la eutanasia). El abrecartas permanece sellado en el vaso mirriano de los lápices. Busca a su madre en los objetos. Un teclado Casio con los peldaños de sus notas blanquinegras toma en la esquina la temperatura de la música amable. “Sé que ma mare va ser una pianista exquisita.”