Estos polemismos son la parte menos convincente del libro y
condicionan la obra. Con el título y con el prólogo, Juliá justifica el conjunto
de los ensayos reunidos. El autor quiere dar unidad y cohesión a los escritos.
Sabe que aúna textos de diferente cronología (1996-2009) y, por ello, intenta
fundamentar historiográficamente sus observaciones. Esos pronunciamientos
historiográficos son, en general, poco persuasivos y, por supuesto, carecen de
la enjundia que demuestran sus análisis empíricos: a fuerza de repudiar los
excesos del memorialismo político y a fuerza de criticar cáusticamente la nueva
historia cultural, Juliá corre el riesgo de estropear exámenes atinados. Este
libro se confecciona contra los abusos de la memoria, contra esa tendencia
reciente que consiste en hablar siempre en términos de recuerdo aunque no se
hayan vivido los hechos supuestamente evocados. Pero los ensayos más antiguos
que aquí se recopilan no tienen por objeto dicho asunto, que es preocupación
pública más reciente. Así,
Hoy no es ayer resulta ser una defensa contra
las ofensas de esa memoria presunta, pero es un libro de título reciente, con
una justificación muy circunstancial. “Anomalía, dolor y fracaso de España” o
“República y guerra en España” o “Pueblo republicano, nación católica” o “La
sociedad” son textos concebidos antes de esa
marea memorial que Juliá
deplora. En cambio, “Echar al olvido: memoria y amnistía en la transición a la
democracia” o “Tres apuntes sobre memoria e historia”, entre otros, serían
ensayos escritos para distinguir investigación y recuerdo. Así, al titular el
libro como
Hoy no es ayer y al mostrar su reacción contra los abusos de
la memoria justifica retrospectivamente, hermanando lo que no es común, es
decir, buscando una coherencia ulterior.
Pero tomémonos en serio este
asunto, el de la memoria,
el de la
memoria colectiva, Sobre este asunto Santos Juliá
polemiza, por ejemplo, con Pedro Ruiz Torres en uno de sus ensayos finales. ¿Qué
hacemos con la memoria colectiva? En principio, los recuerdos personales sólo lo
son de hechos de los que se tiene experiencia, insiste Santos Juliá frente a
Pedro Ruiz Torres. ¿Y los acontecimientos anteriores que no hemos vivido
directamente pero de los que tenemos noción efectiva e incluso emoción? Ruiz
Torres responde procurando ensanchar la idea de experiencia y tratando de
incorporar la fórmula “memoria colectiva”. Hemos de admitir que se puede hablar
de memoria colectiva sólo en un sentido propiamente metafórico, pues hemos de
reconocer que las sociedades no recuerdan: carecen de un centro neurálgico. La
respuesta de Santos Juliá tiene este tenor. Ahora bien, como somos objeto de
socialización, crecemos con relatos del pasado más o menos remoto, de un pasado
que no hemos vivido y que nos afecta hondamente. En eso convienen Ruiz Torres y
Juliá. En efecto, hemos recibido historias con sentido, con cierto sentido, que
aplicamos a lo que vivimos o a lo pretérito. Por tanto, esa “memoria” vicaria
también es o forma parte de nuestra narración personal, dice Ruiz Torres. Que la
formen relatos foráneos o “recuerdos” estrictos es una cuestión nominal, un
asunto a debatir, pero lo esencial es esto: la experiencia de los hechos no es
lo único que constituye nuestra identidad; también nos forma y nos forja lo que
nos hacen vivir como recuerdos prestados. Por otra parte, frente a la tesis de
Juliá, podemos oponer esta evidencia: somos contemporáneos de hechos y a la vez
carecemos de experiencia propia, directa. En realidad, es lo común: cuando
hablamos de recuerdos personales de acontecimientos colectivos también es una
licencia, pues esos sucesos los solemos vivir mediatizados, narrados por otros
que son nuestros coetáneos. Es decir, lo significativo no es el número y la
calidad de nuestros recuerdos de hechos vividos directamente (que es una
experiencia infrecuente), sino el sentido que los hechos narrados tienen para
nosotros. Etcétera, etcétera.
Pero prefiero acabar destacando lo mejor
del volumen: no la diatriba contra la marea memorial, sino el análisis de los
hechos históricos del pasado reciente. ¿Cuáles? Los objetos esenciales de este
libro son dos. El primero es una guerra civil que impresiona al mundo, que
fractura de manera irreparable a los beligerantes, que se salda con la
instauración de una dictadura: una contienda que pesará onerosamente en el
recuerdo de los contemporáneos. Santos Juliá la analiza con rigor. El segundo
asunto abordado es una transición política que impresiona igualmente al mundo,
que permite echar al olvido los crímenes que los antiguos enemigos podrían
reprocharse, que se consuma con el establecimiento de una democracia, una
transformación que clausurará la experiencia convulsa y guerrera del país. Para
numerosos observadores, esto será poco menos que un prodigio: el cambio próspero
y modesto de una España tantas veces torturada. Santos Juliá sabe oponer ambos
fenómenos, el de la contienda y el de la transición, mostrando las cegueras y
las habilidades de los españoles que las protagonizaron. No hay un plan
preestablecido que todos sigan; no hay un fatalismo que a todos arrastre. El
futuro está abierto: son los individuos con sus acciones y son las autoridades
con sus decisiones quienes hacen por mejorar o aliviar la suerte del mundo en
contextos siempre limitados.