Ivón Álvarez, el hada buena de los niños, sacó las alas para
agitarse las gotas del rocío, en ese bosque en el que pasea a su perro
Jack, “un chucho mestizo que rescaté de la perrera”. Esta mariposa
Esfinge, con dos hijos criados en la intangibilidad (
Olivia y
Marcel), nació en 1967, en La Habana.
“Viví sola con mi mamá”,
comienza a relatar su historia y la de su ascendencia (padre y madre
economistas), moralina que ha ido puliendo con el paso de los años: “Practiqué
el voleibol. Gané una beca y eso me permitió estudiar la diplomatura de
Presupuesto Estatal, que me saqué en Moldavia, país que pertenecía a la URSS. Yo
soy
financista [de Finanzas]”, prosigue Ivón, con las alas plegadas como
si llevara puesto el albornoz. “Ahora la URSS ya no existe, sólo queda Cuba,
pero no quiero hablar del régimen cubano porque creo que sólo los cubanos que
viven en Cuba pueden hablar de los deseos para su país. Si algo ha de cambiar
—seguramente que sí—, lo han de sugerir ellos, como ocurrió en Suráfrica.”
Al volver a La Habana después de una permanencia incierta entre
ortodoxos marxistas, Ivón trabajó en la Dirección Provincial de Finanzas de la
ciudad, revisando balances y aplicando la metodología de sus estudios. “En las
auditorías, yo miraba las historias que los números me contaban, le ponía cara a
las cifras”, dilucida, adelantándose ya a su primera vocación, la de escribir.
“Escribir es una de las experiencias más gratificantes de mi vida. Cuando
sucede, apenas como, apenas duermo, escribo escribo escribo…” (Ahora está
preparando, “en estado de gracia”, su próximo proyecto, del que sólo sabe el
título:
Faro de Luna, “pensado para las mujeres, sobre todo de nuestras
latitudes”.)
En el 2001 volvió a coger el avión, y se vino a Barcelona
con la intención de matricularse en el máster de gestión y planificación de
destinos turísticos, del que aún ha de entregar el trabajo final de
investigación.
Ivón, la mariposa Esfinge, el hada buena de los niños,
lee
El encanto de la vida simple, de
Sarah Ban Breathnach, con
este subtítulo terrenal: “Un consejo para cada día, un libro para toda la vida”.
Se nota, porque se refugia en los lugares en los que corre el aire y cuyas
vibraciones le hacen sentirse especial. “Este fin de semana voy a limpiar las
ventanas de mi casa bien a fondo, porque quiero que entre la luz del verano y
que llegue a todos los rincones”, desea, accionada por su voluntad y por su
tesón circular, que funciona como la muela de un molino —gira y comprime y hace
fuerza—. Siempre le ha gustado leer (“en séptimo grado hice una redacción sobre
el
Lazarillo de Tormes”) y siempre fue buena redactando aunque sólo fue
hasta hace año y medio cuando se dio cuenta de que también podía escribir. ¿Qué
ocurrió hace año y medio? ¿Cómo surgió la necesidad de escribir? ¿Cómo se
convirtió en mariposa Esfinge? “Empecé mi viaje interior en diciembre del 2006”,
inicia, y se sirve para adentrarse en su viaje interior de estas tres palabras:
autoayuda, meditación y espíritu (sobre todo los libros de
Wayne Dier y
Deepack Chopra). “Cuanto peor me lo ponían (me cortaron la luz, el
agua…), más creativa era y mejor me las ingeniaba. Sentía paz, y no perdí la
alegría. Tenía que ver con la percepción, algo maravilloso”, hace memoria,
acampada en los recuerdos de una semana que la pasó barruntando. “La idea del
libro surgió para contar la alternativa a la desesperación, la depresión y la
tristeza. Se trata de conectar con nuestro interior. La felicidad es un estado
del alma, independientemente de todo lo exterior, es la belleza de lo cotidiano.
¿Necesitan los masai agua corriente? Tiene una vida simple, y cuando cae la
noche, se reúnen, cantan y son felices.”
La mariposa Esfinge de patas
perfectas y alas tintadas de azul subió las persianas y lanzó sus vibraciones al
universo. En agosto del 2009 se encerró en casa para acordar consigo misma los
términos de su futura vida, y se haría fuerte para poder cumplirlos a rajatabla:
más reposo y menos estridencias. “Y al tercer día… me vino la inspiración”,
declama, con el concepto canónico en el sanedrín de sus epístolas. “Al tercer
día me vino el nombre: Ananda, que en sánscrito significa
dicha.
El mundo de Ananda (
Ediciones
Carena) es un mundo para las personas de cualquier edad:
“El libro está pensado en los más jóvenes, que son quienes están llamados a
protagonizar el cambio. Nosotros estamos más condicionados por “el camino de
espinas” que nos han enseñado. Siempre me ha gustado conversar con los niños, me
divierte su ingenuidad. Con ellos, cada día descubro cosas. Hay que preguntar a
los niños cómo les gustaría que fuera el mundo”.