Koestler tenía fama de anfitrión
generoso y divertido, con una cava ad hoc, muy dispuesto a beber y
conversar horas y días... siempre y cuando una de sus mujeres estuviese a mano
para guisar, servir, limpiar y funcionar como pareja en la
parranda
Un ejemplo de la originalidad de su pensamiento está en un
pasaje de sus memorias en donde explica que para él, en lo político primero
tiene lugar un compromiso emotivo y sólo posteriormente se inserta la
racionalidad del mismo: “todas las evidencias tienden a demostrar que la libido
política es esencialmente tan irracional como el impulso sexual, y condicionada,
como éste, por experiencias tempranas parcialmente inconscientes”.
Sí,
una propuesta original y atractiva y acorde con la personalidad de un hombre
cuyo apetito sexual y capacidad de affaires breves e intensos era al
parecer inagotable… y que además tenía la virtud de mantenerse en buenos
términos, incluso cordiales, con sus exmujeres. En Euforia y utopía,
Koestler define este rasgo: “Uno aprende a pensar a través de los libros y
aprende a vivir a través de las mujeres”.
Algunos rasgos del doctor
Jekyll y míster Hyde hay en esta singular persona. Pero no crea el lector que
estamos ante un hombre sombrío, retraído, circunspecto y confinado a las sombras
y rincones de las bibliotecas. No. Koestler tenía fama de anfitrión generoso y
divertido, con una cava ad hoc, muy dispuesto a beber y conversar horas y
días... siempre y cuando una de sus mujeres estuviese a mano para guisar,
servir, limpiar y funcionar como pareja en la parranda. Habría que apuntar a su
favor que no las obligaba a manejar. Esa era su tarea, aunque acumuló la
más extensa lista de accidentes automovilísticos de que se tenga memoria en la
República de las Letras y en más de una oportunidad fue confinado a la comisaría
por conducir en estado de ebriedad.
Hay a lo largo de su obra, como
corresponde a un hombre inteligente, una línea conductora de humor. Tomo un
ejemplo de Euforia y utopía en el que Arthur atribuye los hechos a un
amigo cuyo nombre se le ha escapado y sonaba algo así como “Ehrendorf”… aunque
yo me inclino a creer que en realidad el protagonista de la historia es el
propio Koestler. Sucedió durante el carnaval de 1932 en Berlín.
Ehrendorf-Koestler conoce a una belleza de 19 años, alegre y desenvuelta, en
cuya blusa destaca en rojo una cruz gamada. La convence de acudir a su
departamento en donde ella accede a todos las fantasías sexuales que es capaz de
imaginar un hombre joven y lleno de hormonas. En el momento de la culminación,
sudorosos y desnudos en una cama vieja y ruidosa, “la muchacha se apoyó sobre un
codo, extendió el brazo derecho a la manera del saludo de Roma y, en medio de un
suspiro y con voz desfalleciente, pronunció un fervoroso: ¡Heil Hitler!”.
Ehrendorf-Koestler es bruscamente interrumpido por el gesto y, al borde de la
furia, siente que el deseo lo comienza a abandonar aceleradamente. “Cuando se
recobró, la rubia le explicó que ella y un grupo de jóvenes amigas habían hecho
el voto solemne de recordar al Führer cada vez que se encontraran en el
momento más sagrado en la vida de la mujer”.
Es de lamentar que Koestler
dejara de ser un autor leído, al grado de que durante las reflexiones
posteriores al derrumbe de la URSS su nombre no figuró, pese a su obra crítica
fundamental del socialismo estalinista: Oscuridad al
mediodía.