<i>A la intemperie. Exilio y cultura en España</i>

A la intemperie. Exilio y cultura en España

    TÍTULO
A la intemperie. Exilio y cultura en España

    AUTOR
Jordi Gracia

    EDITORIAL
Anagrama

    OTROS DATOS
Barcelona, 2009. 256 páginas. 16,50 €




Reseñas de libros/No ficción
Jordi Gracia: A la intemperie. Exilio y cultura en España (Anagrama, 2010)
Por Francisco Fuster, lunes, 1 de marzo de 2010
Siempre ha sido difícil explicar de forma sintética la naturaleza del complejo vínculo establecido durante el Franquismo entre los intelectuales españoles exiliados después de la Guerra Civil y el país que esos mismos exiliados tuvieron que dejar atrás. En mi opinión, uno de los que mejor supo verbalizar el sabor agridulce de esa relación de amor a la patria y de odio a aquello en lo que se había convertido esa patria durante el régimen franquista fue el escritor hispano-mexicano Max Aub, quien lo hizo cuando tuvo ocasión de comprobarlo en primera persona en la visita que hizo a España en 1969, tras treinta largos años de destierro. Cuando la prensa barcelonesa que le esperaba a su llegada le preguntó por los motivos que le habían traído de vuelta a su tierra, cuando ya todo el mundo daba por hecho que lo suyo iba a ser un exilio perpetuo, Aub respondió a los periodistas con unas escuetas pero demoledoras palabras que han hecho fortuna: “He venido, pero no he vuelto”. O, como escribió después en el dietario La gallina ciega, rememorando esa misma estancia: “vengo a dar una vuelta, a ver, a darme cuenta, y me voy. No vuelvo. Volver sería quedarme”. Los sentimientos encontrados que generó en sus protagonistas esta relación dialéctica entre la cultura del exilio español y la cultura producida en el interior de la España de Franco, es lo que estudia Jordi Gracia en un ensayo que acaba de publicar Anagrama. Su título: A la intemperie. Exilio y cultura en España.
El profesor Jordi Gracia, que es Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Barcelona y crítico literario del suplemento de libros del periódico El País es, sin lugar a dudas, uno de los mayores especialistas de nuestro país en lo que a la historia intelectual del siglo XX español se refiere. Desde la publicación de su tesis doctoral en el año 1996, ha dedicado la mayor parte de su trabajo al estudio de la cultura española y de sus protagonistas durante el período de la dictadura franquista. Fruto de esta dedicación ha sido la publicación de libros como La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 2004; Estado y cultura. El despertar de una conciencia crítica bajo el franquismo, 1940-1962 (editado por Anagrama en 2006 como una versión ampliada y revisada de su tesis doctoral, publicada originalmente en Toulouse) y, más recientemente, La vida rescatada de Dionisio Ridruejo (Anagrama, 2008), el ensayo biográfico que le dedicó al protagonista de esa cultura del franquismo que más interés le ha suscitado y de cuya obra ha preparado también distintas ediciones críticas.

Como se nos advierte en el prólogo, A la intemperie no es un libro de historia, ni una síntesis que pretenda ofrecer un enfoque sistemático del fenómeno social y cultural del exilio; las aspiraciones del autor son menos ambiciosas y se han limitado a escribir un “ensayo de historia intelectual atento a la dialéctica entre el interior y el exilio sin pretensión de agotar nada sino más bien lo contrario: multiplicar las perspectivas para un asunto profundamente refractario a la visión estática, monolítica o unívoca” (pp. 18-19). Efectivamente, ésa es la sensación que le queda a uno tras la lectura del libro, la de haber ampliado su campo de visión sobre el exilio mediante una inteligente mezcla entre la desactivación de los múltiples tópicos y lugares comunes que circulan al respecto, desmontados por Gracia con argumentos y con datos, y el enriquecimiento de opiniones y visiones distintas de un mismo proceso, de un mismo problema, con el que el autor intenta matizar y reconsiderar las ideas centrales sobre el exilio que hasta la fecha se han venido aceptando como válidas.

Buena parte de la aportación y el interés del libro reside en el empleo de multitud de fuentes primarias – diarios, memorias y cartas de los exiliados – que hasta hace muy poco no se habían tenido en cuenta a la hora de explicar el exilio de los intelectuales españoles

Para lograr todo esto, el autor se vale de un método que ya conocemos quienes hemos leído parte de su obra. Consiste dicha técnica en combinar hábilmente dos características fundamentales: por una parte, una erudición incuestionable en el manejo de la bibliografía y, sobre todo, de las fuentes primarias, que en este libro son las grandes protagonistas; por otra parte, el empleo de un estilo literario ágil y agradecido de leer, que prescinde de la notas eruditas y académicas que solemos encontrar en este tipo de monografías normalmente dirigidas a un público universitario o más especializado. En el caso de este libro en concreto, el aparato crítico figura en un breve apartado final y se limita a las imprescindibles notas bibliográficas que dan fe del rigor en el uso de las fuentes empleadas. Como digo, buena parte de la aportación y el interés del libro reside en el empleo de multitud de fuentes primarias – diarios, memorias y cartas de los exiliados – que hasta hace muy poco no se habían tenido en cuenta a la hora de explicar el exilio de los intelectuales españoles. No ha sido hasta que muchos de ellos han muerto, que se han podido publicar unos materiales preciosos para ayudarnos a comprender la complejidad de un fenómeno que visto así, con este prisma multifocal y polifónico, adquiere un cariz totalmente distinto y más complejo aún, si cabe.

Uno de los primeros temas abordados por Gracia en su ensayo es el de la percepción que tuvieron los exiliados de su país durante los primeros años de la dictadura. En este sentido, el autor llega a la conclusión de que la mentalidad inicial de rechazo y negación de cualquier posibilidad de contacto por parte de los intelectuales exiliados con sus homólogos que habían quedado aquí, en eso que se ha llamado “exilio interior”, empieza a cambiar a partir de los años cincuenta, cuando el exilio abandona esta postura inicial y adopta progresivamente una actitud más comprensiva y transigente, favorable a un establecimiento de lazos y a una unión de esfuerzos con el objetivo común de forjar un proyecto conjunto de futuro. Pese a que este influjo cultural que llega de fuera será en muchos casos una ola sin resaca, un estímulo huérfano de una reacción recíproca que proceda del interior, lo cierto es que es a partir de estos años cuando se forjan los primeros circuitos y los primeros canales de comunicación y circulación de cultura (libros, cartas y materiales que cruzarán el Atlántico de forma clandestina), que luego se ampliarán y se consolidarán durante los sesenta y los setenta, cuajando ese entramado de interrelaciones del que se ocupa el libro.

Es también el momento en el que tanto desde fuera como desde dentro de España, se disipan las pocas esperanzas que pudieran existir de una caída del régimen de Franco mientras éste viviese. La asimilación progresiva de esta realidad por parte de todo el mundo, dará lugar también a unas tensiones internas que la esperanza inicial en la derrota del régimen hubiera podido disimular o apaciguar. Como refleja Gracia en el primer capítulo, las disensiones internas entre los propios exiliados fueron durante este tiempo un secreto a voces. Los reproches entre los vencidos son mutuos y las acusaciones – veladas o explícitas – de traición a la causa perfilan un panorama dividido entre los perdedores de la guerra que aceptan con resignación su destino trágico y aquellos que se rebelan en balde, o tratan de hacerlo, contra la lógica aplastante de la derrota.

Y si distintas fueron las posturas y las reacciones a la derrota, más dispares fueron aún, y en esto insiste muchísimo Gracia a lo largo de todo el libro, las posiciones adoptadas por los exiliados respecto a la cuestión que iba a marcar su estancia forzada en el extranjero: la posibilidad de retornar algún día a la patria. La casuística analizada por el autor es muy variada y va desde la opción de aquellos que decidieron volver pronto, como en los casos de Baroja, Marañón, Carles Riba u Ortega y Gasset, quizá el regreso más simbólico y traumático por todo lo que representaba, hasta la actitud paradigmática de un Pedro Salinas o un Juan Ramón Jiménez, que se negaron de por vida a regresar por miedo a perder – de nuevo – la libertad con la que identificaron su experiencia americana.

La última tragedia que tuvo que vivir el intelectual o el político exiliado fue la de su jubilación política por parte de los españoles que hicieron la Transición, la mayoría de ellos integrantes de las generaciones más jóvenes nacidas ya en plena dictadura. Como tantas otras cosas, el exilio fue uno de los sacrificados en ese pacto de la Transición

En el segundo capítulo del libro, elocuentemente titulado “Vivir de veras”, el autor pone el acento precisamente en aquellos intelectuales exiliados que hicieron de la necesidad virtud y convirtieron lo que era una coyuntura existencial en una auténtica forma de vida, en una “vida de veras” (si es que tal cosa puede existir para un exiliado), opuesta a la existencia incompleta y castrada que imaginaban para aquellos que vivían el Franquismo de cerca. Habla Jordi Gracia de esos exiliados que decidieron permanecer en México o Estados Unidos y que únicamente se atrevieron a hacer visitas temporales a España, ya fueran éstas más frecuentes, como en los casos del filósofo catalán Josep M. Ferrater Mora o de Francisco Ayala, o más aisladas y contadas, como en los casos de Rosa Chacel, que solo viaja un par de veces en los años sesenta; Luis Buñuel, que no viene hasta el 1960, cuando lo hace para rodar Viridiana; o el propio Aub a quien citábamos al principio, que únicamente volverá a España en esa fugaz estancia de 1969 que luego plasmará en La gallina ciega.

En contra del tópico establecido sobre el rechazo frontal de la dictadura a todo lo que viniese del exilio, el autor traza también en el libro cuál fue la evolución experimentada por el Franquismo a este respecto y comprueba que a partir de los años cincuenta y sesenta, con su relativo aperturismo, el régimen inicia una política de gestos para favorecer una mayor presencia de la producción intelectual del exilio y de los propios exiliados en los circuitos culturales oficiales (en los clandestinos esa presencia se dio desde mucho antes, con las dificultades propias del caso) de la España franquista. Es algo así como un intento de demostrar la magnanimidad y la tolerancia con aquellos que, sin alzar la voz más de lo debido, se plegaban a convivir bajo una especie de protectorado cultural franquista, dando a entender con ello, pensaba el régimen, que admitían su inicial equivocación en la elección del bando correcto.

Y si llamativo es el título del segundo capítulo, no menos lo es el del cuarto. “Democracia caníbal” es el epígrafe elegido por Gracia para las páginas que cierran este ensayo. En él se nos cuenta el papel que jugó – o que no jugó, deberíamos decir – la intelectualidad española del exilio en el proceso de transición a la democracia en España. Como dice el autor, la última tragedia que tuvo que vivir el intelectual o el político exiliado fue la de su jubilación política por parte de los españoles que hicieron la Transición, la mayoría de ellos integrantes de las generaciones más jóvenes (sobre todo en el caso del PSOE; la excepción en este caso sería el PCE, que siguió liderado por los históricos) nacidas ya en plena dictadura. Como tantas otras cosas, el exilio fue uno de los sacrificados en ese pacto de la Transición. Si la democracia era el futuro, su imagen no podía ser el pasado; por muy simbólico o carismático que este pasado fuera, no dejaba de ser un pasado traumático, asociado a la experiencia de la Guerra Civil, lo innombrable por aquellas fechas. “Habían sido víctimas del franquismo – dice Gracia hablando de los exiliados – e iban a serlo ahora también de los legítimos intereses de una democracia en marcha. A los exiliados que salieron de Portbou les esperó una segunda derrota vivida ya sin el patetismo originario sino con la resignación sin cólera de haber perdido todos los turnos históricos” (p. 204).

Es también dentro de este renacido interés en el estudio de la cultura producida por el exilio español y de las relaciones establecidas entre esta cultura y la otra, la producida en el interior de España durante la dictadura, donde debemos situar el ensayo de Jordi Gracia

Solo en los últimos años, concluye el autor, el exilio ha vuelto a ocupar un lugar en la vida cultural española y en la bibliografía producida en nuestro país, aprovechándose del reciente e inusitado renacimiento del interés por el estudio del período que abarca la Segunda República, la Guerra Civil y la posguerra; interés acentuado en la opinión pública por los debates en torno a la “memoria histórica” y en el mundo editorial por el rotundo éxito de la novela de Javier Cercas, Soldados de Salamina (2001), preludio de una larga serie de libros y películas que han abordado el tema con más o menos éxito, desde diferentes puntos de vista y enfoques.

Es también dentro de este renacido interés en el estudio de la cultura producida por el exilio español y de las relaciones establecidas entre esta cultura y la otra, la producida en el interior de España durante la dictadura, donde debemos situar el ensayo de Jordi Gracia, A la intemperie. Exilio y cultura en España. Si tuviera que resumir en breves líneas el propósito y la oportunidad del libro, elegiría éstas en las que el propio autor argumenta sobre la necesidad de estudios que, ante la ausencia de una historia general y pormenorizada de los contactos entre el exilio y el interior durante la dictadura, profundicen en lo posible en esta línea de trabajo que trata de rescatar del olvido esos contactos, de empezar a tejer esa telaraña de hilos que se cortan y se vuelven a tejer: “Carecemos de esa historia e ignoramos el pormenor de relaciones discretas por fuerza y todavía escasamente contadas, pero eso no autoriza a obviarlas porque fueron parte muy fértil y muy vulnerable de nuestro mejor pasado, por debajo de la historia visible y desde luego sólo tangencialmente vinculadas a la historia política e institucional del franquismo. Son los hilos de una red de relaciones que explica la actividad sostenida y estimulante que fue viviendo un sector minoritario de la sociedad española desde los años cincuenta. La mirada de hoy, o la mía al menos, prefiere reconstruir esos espacios acosados, tímidos, mejor que seguir deplorando solemne y rutinariamente la inmovilidad gotosa de las letras y la sociedad franquista” (p. 159).

Y por último, solo quiero añadir que, al margen de la mayor o menor calidad de su prosa, del mayor o menor acierto en la selección y el uso de las abundantes fuentes primarias empleadas por Gracia, de lo que no puede dudarse es de que, como suele ser habitual en él, el autor aporta puntos de vista novedosos; rebate y discute lo ya conocido, para proponer nuevas posibilidades e hipótesis explicativas. Lejos de repetir lo ya conocido, de reformular o reelaborar lo ya sabido, Gracia tiene la audacia – pienso en este libro, pero pienso también en La vida rescatada de Dionisio Ridruejo – de “mojarse” siempre con opiniones – que serán más o menos discutibles – y de ensayar con formatos y fórmulas que se alejan de la ortodoxia y que no suelen ser muy habituales, al menos en el gremio de los historiadores, que es el que servidor conoce más de cerca. Y, otra cosa no, pero el esfuerzo y la iniciativa por salir del camino fácil y adentrarse en terrenos menos transitados es algo que, bajo mi humilde opinión, el lector siempre debería premiar.