Francesc Rovira (foto de Jesús Mrtínez)

Francesc Rovira (foto de Jesús Mrtínez)

    AUTOR
Francesc Rovira Llacuna

    CURRICULUM
Licenciado en Derecho, ha trabajado casi toda su vida en el mundo de la banca. Hace diez años, descubrió su pasión por la narrativa al inscribirse en un taller literario, en el que aprendió a contemplar la vida y a profundizar en el interior de las personas




Opinión/Entrevista
Entrevista a Francesc Rovira, autor de Héroe en la casa de los vientos
Por Jesús Martínez, martes, 5 de enero de 2010
Madame Butterfly

El caballero Francesc Rovira (Sabadell, 1948), oficial de las tramas, se acaba de jubilar de su puesto en “la Caixa”. Contable sin ser banquero, auditor sin ser contable y taquillero de los billetes de 50 euros que entran y salen por su ventanilla con la losa de los préstamos. Francesc se jubila con el mismo honor que los laureados con la medalla de la Orden de las Artes y las Letras. Publica Héroe en la casa de los vientos (Ediciones Carena, 2009), un thriller sobre los directivos de la banca, que él ha preparado con la astucia de Ferran Adrià: cocción lenta y dispuesto a emular el gran drama que le marcó: Madame Bovary: “Te mantiene en vilo hasta el final”. Algo similar a lo que le ocurre cada vez que escucha Madame Butterfly, de Puccini, que la pasión le ahoga y no le deja respirar.

Acto Primero

Un sábado de 2008. Con los reflectores de sus ojos aparta la coma que le sobra en la suma de unos números tan complicados como las facturas proforma. Costes, variables, tipos…, infortunios que los humanos han de sufrir para alcanzar la dicha. Los sábados, Francesc no trabaja. Los pasa en su casa, cerca de su mujer, Clotilde, y lejos de sus hijos, Francesc y Pere, abogados de pormenores que se desenvuelven con resolución en los miasmas mercantiles. Francesc querría ser el olmo seco de Machado, con la gracia de las ramas verdecidas. Proceloso en ocasiones, cuando le sobreviene la tormenta, se desespera como el atunero Alakrana, y es nervioso y temperamental, y la corpulencia del hombre que en él habita se revuelve y profiere ríos de labia que expresan su enojo. Las más de las veces, callado, silencioso, la toscana ramita que los ejércitos de hormigas tanzanas de mandíbulas desgarradoras llevan en andas hasta el altar de su Reina Madre. Tan inofensivo como ellas, y tan ordenado. Los sábados no trabaja, porque es cuando se divierte trabajando. Se encierra en su despacho, en el que resaltan las ediciones de Las Regentas (Clarín), Las fiestas del chivo (Vargas Llosa) y Las casas de los espíritus (Allende), y se transforma en orfebre. Antes de nada, bebe agua ligera “ideal para bebés”. Separa, en su mesa de conferencias, el negocio editorial del arte, aunque esto ya lo tiene bastante claro. A continuación, apaga la radio, el calentador, los grillos, para quedarse solo, y exigirse, como futuro lector de su obra, que aquello que escriba le dé expectativas. Son las once de la noche de un sábado cualquiera. Tercero, redacta: “Mientras despedía al taxista, Tomás Quelt sintió una punzada de intranquilidad en la boca del estómago…”.
Cloti, la mujer de los tacones altos, dueña de una zapatería en Sant Boi del Llobregat, le deja hacer, enamorada indistintamente por su pluma como por sus cuartillas en blanco.

Acto Segundo

Cinco horas han pasado desde que ha empezado a hilvanar el argumento de su nuevo libro (el título, al final), y en él ya se adivinan los rasgos peculiares de su propia vida. Francesc entró en “la Caixa” con 20 años, luego de aprobar unas oposiciones terribles, porque incluían cálculo, mecanografía y organización sindical. Pasó por diferentes oficinas, con el traqueteo itinerante de la furgona de Janis Joplin cuando se ponía de LSD hasta las cejas (Sant Quirze del Vallès, Roger de Llúria - Aragó, Diagonal -Bruc…). Después de tantos años de fidelidad, salta a la primera de cambio en que se ponga en entredicho el sistema bancario: “No me gusta la demagogia. Cuando se dice que los bancos ganan miles de millones mientras hay gente en el mundo que se muere de hambre, se parte de una base falsa: ¿está bien o está mal que una empresa gane mucho dinero, conforme a su volumen de inversión y a su infraestructura?”. Si se le sacan a relucir las comisiones, Francesc muerde: “Cualquier servicio tiene un coste. Si el banco no lo cobra, alguien lo paga”. Si se le tocan las hipotecas, echa pelotas fuera, sólo que estas pelotas son bolas de Drac Zeta: “El negocio de un banco es comprar dinero, comprar ahorro, para después venderlo”. Si le mentas la Obra Social, te sablea con un cuchillo jamonero Ginsu: “La Obra Social no tiene que ver con el día a día bancario. Es una labor que se lleva a cabo con los beneficios obtenidos, que actualmente son menores, porque a) se dan menos créditos puesto que la prudencia es mayor y b) la morosidad ha aumentado”. Si se acusa a los Botines-Ybarras-Usandizagas de colaboración en la crisis económica que ha dejado a los trabajadores desarmados y sin blanca, señala con el dedo a otros: “La causa de la crisis está en que, en un país endeudado como España, el presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, subiera el tipo de interés. Y aquí lo que ha hecho el Gobierno no es regalar el dinero. Ha avalado, y ha evitado un pánico colectivo con colas de gente en los bancos para retirar sus fondos”.
Francesc Rovira, si escribe, se engancha: su particular metadona. Han pasado cinco horas (son las cuatro de la madrugada) y ni se ha enterado. “No es un esfuerzo, es diversión.” Cloti se desespera en la cama, y se revuelve y le da golpecitos a la almohada porque halla lo que no debe, un hueco lastimoso en el centro de su gravedad. Quiere que venga su marido, pero sospecha que se ha hecho a la mar con el embalaje de los pretéritos indefinidos de sus personajes de ficción. Cuando la mujer oye el chasquido del interruptor de la habitación contigua, y la luz se desprende de la bombilla y ya la casa queda en tinieblas, los latidos más fuertes le devuelven lo que la gramática de la Academia se llevó, a su hombre.

Acto Tercero

“Cuento una historia y mis personajes se definen a medida que actúan. Evito las descripciones de Proust que restan dinamismo al relato. Hoy el lector es mucho más impaciente que antes.”
Cuando en las madrugadas de las noches de invierno, este escritor a quien una vez atracaron (“como en las películas, entraron con la cara enmascarada, pistola en mano, y se llevaron los billetes de 100 pesetas de la caja fuerte”) intenta conciliar el sueño tras largas horas de desenredos literarios en su molleja, las ganas de levantarse y de volver a teclear delante del ordenador se superponen a los sueños dóciles de los abuelitos que durante 30 años le han estado sacando la pensión por el simple placer de contarla. Ya estirado, Cloti le achucha, le caza con sus pies fríos, le besuquea la mano ardiente de sus fábulas, aliviada de que el drama de Cio-Cio-San sea un libreto para cuya ejecución haya que pagar un palco. Sin embargo, al igual que el Prinkerton de Madame Butterfly, Francesc Rovira, efectivamente, mantiene un romance con la literatura desde 1996, cuando se apuntó al taller de escritura creativa Fuentetaja: “Yo enviaba por correo postal mis ejercicios y me los devolvían corregidos y con anotaciones de los profesores y de otros alumnos”. Rovira siempre creyó que escribir una novela suponía una tarea de cíclopes para la que jamás se vería preparado. Pero se olvidó de que escribir no se ajustaba al verbo adecuado: “componer”. “Al final, compuse La respuesta está en Orsay (Ediciones Altera, 2002), un juego de palabras entre investigadores privados.” El claro predecesor de una obra de altos vuelos como Héroe en la casa de los vientos. “En mi última novela he querido explicar cómo las situaciones personales, los problemas de personalidad, influyen a la hora de tomar decisiones, incluso en los puestos de poder.”
Cloti, la mujer de Francesc, se ha levantado pronto, movida por la apetencia de un buen desayuno. Errada irá si siente celos porque Harold Robbins, Dan Brown, Arthur Golden y otros monstruos de los estantes le hayan robado su relación de pareja. En la cama, su marido pronuncia en secreto su nombre, y con el bisbiseo se retuerce: de tanto que la ama, la confunde en sus sueños.