En el panorama del periodismo español Arcadi Espada (Barcelona, 1957) ocupa
un lugar de privilegio. Su espíritu crítico, su independencia y un punto de
cinismo le han convertido en una referencia obligada para entender las fuerzas
tectónicas que mueven la prensa y la política en España. Fue columnista en el
diario
El País hasta que su posición crítica con el nacionalismo
imperialista catalán chocó con los intereses políticos y económicos de un
periódico que ha invertido, sin buenos resultados, grandes sumas de dinero en su
edición catalana y le viene muy bien su alianza estratégica con el catalanismo
del cotidiano
La Vanguardia. En la actualidad
publica en El
Mundo, sigue
con
su blog y acaba de cofundar un periódico digital de pago,
Factual.
Durante
más de dos siglos editar periódicos ha sido muy rentable. Por un lado producían
dinero y por otro influencia política y social. Un negocio redondo que, como ha
escrito en las páginas de
El Mundo Antonio Fernández-Galiano, presidente
de la Asociación de Editores de Diarios Españoles (AEDE), presenta síntomas de
extenuación. El modelo de negocio que guió en su día la gloriosa expansión de la
prensa está, en su opinión, agotado.
Al situar la corriente postmoderna
la verdad y la mentira en el plano de las categorías culturales, la veracidad de
las noticias queda como una interpretación que descoloca necesariamente al
periodista como sujeto que debe mediar la producción de la realidad a través de
los medios
La crisis de la prensa en papel no
afecta únicamente a los propietarios. Como señala Arcadi Espada en su
capítulo
introductorio, los periodistas han ocupado lugares de privilegio en
la sociedad, posiciones que sólo se pueden comparar a las alcanzadas por los
políticos. Ahora ese mundo se desploma y “el periodista ya no es el contrapunto
del político sino su cómplice”. Políticos y periodistas son vistos con sospecha
por la opinión pública. Se lee menos periódico de pago y se vota menos.
Como ejemplo de la época dorada del periodismo, Espada recoge en sus
páginas el contrato que
The Washington Post ofrece en 1972 al
columnista Walter Lippmann cuando tenía 73 años: casa, dinero, secretarias y
unos privilegios que hoy ni se imaginan. A finales de 2009, este gran periódico
no podría poner sobre la mesa una oferta semejante. Se ha visto obligado a
cerrar, con fecha 31 de diciembre sus últimas delegaciones, las situadas en Los
Ángeles y Chicago. Su intención es hacer un periódico mas centrado en la
información que genera la capital de Estados Unidos. Conviene recordar que
The Washington Post es el quinto periódico norteamericano con una tirada
de 582.000 ejemplares diarios, que se transforman en 822.000 los fines de
semana.
La irrupción de Internet supone otro
orden de cosas. Ha quebrado la confianza en los periódicos, ha reducido la
publicidad y ha servido para echar a parte de los periodistas y
trabajadores
En el actual proceso de
desregularización, de relativismo, contempla Arcadi Espada una de las causas
centrales de la crisis de la prensa escrita. Al situar la corriente postmoderna
la verdad y la mentira en el plano de las categorías culturales, la veracidad de
las noticias queda como una interpretación que descoloca necesariamente al
periodista como sujeto que debe mediar la producción de la realidad a través de
los medios.
La primera de las contribuciones de los periodistas
norteamericanos se refiere a los comienzos del periodismo en los Estados Unidos
del siglo XVIII. Interesante desde un punto de vista histórico pero demasiado
patriótica y mitinera. En la segunda, se abre fuego contra los
bloggers
y se les acusa de utilizar demasiado el “corta y pega” y de no ir a las
fuentes y a la comprobación de las noticias. En la tercera, Eric Alterman define
muy bien su contribución desde el mismo título: “Agotado. Vida y muerte del
periódico norteamericano”. Es rotundo al afirmar que para los propietarios de
periódicos de ciudades medias norteamericanas, los diarios han sido licencias
para imprimir dinero. La irrupción de Internet supone otro orden de cosas. Ha
quebrado la confianza en los periódicos, ha reducido la publicidad y ha servido
para echar a la calle a más de la cuarta parte de los periodistas y
trabajadores. A ello se suma que los jóvenes no leen periódicos. Como señala
Alterman “la edad media del lector de periódicos norteamericanos es de cincuenta
y cinco años, y, añade, con tendencia a subir”. Se desmenuza con detalle en esta
misma contribución el caso del
Huffington Post, un nuevo periódico
digital que desde la costa oeste, con sólo cuarenta y seis empleados, está
barriendo en todo el país y acumulando lectores.
En las restantes
contribuciones se continúa el análisis de las características del periodismo
realizado sobre Internet como soporte de distribución. Es interesante anotar que
Jeff Jarvis afirma que el artículo ya no es la unidad básica del periodismo. La
unidad sería ahora el
post : “innumerables granos de información, opinión
e ideas, todos con su enlace permanente, de forma que puedan ser conectados a
algo mas grande”. En su opinión, en los periódicos de papel se podía dar más o
menos realce a un artículo en función de su posición en el conjunto de la
superficie de cada una de las hojas. Una noticia o una opinión colocada en
portada, contraportada o página de la derecha recibían un realce cuyo
significado no podía escapar al lector. En las publicaciones digitales el
significado de la distribución espacial queda mucho más difuminado.
El problema de la especialización
en nichos es que la exposición a noticias no deseadas es mínima o
nula. Tropezarse con información no buscada a priori, es tener menos
oportunidades para seguir y vigilar la acción ciudadana y
política
Crear redes de todo tipo, redes
locales o redes internacionales y buscar la especialización es la receta mágica
que sobrenada este recopilatorio. Es el modo de triunfar en el nuevo periodismo
digital. No obstante la excesiva concreción tiene una doble cara. El problema de
la
especialización en nichos es como señala Bree Nordenson que la
exposición
a noticias no deseadas es mínima o nula. Tropezarse con
información no buscada a priori, algo que al pasar las páginas de un periódico
de papel es inevitable como bien apunta Paul Starr en su artículo de cierre, es
tener menos oportunidades para seguir y vigilar la acción ciudadana y política
y, en definitiva, vigilar menos el bien común. La lacra de la corrupción vive
mejor con una prensa anémica. Si los periódicos en papel se quedan sin dinero y
sin recursos para poner en marcha reportajes de investigación o de verificación
de noticias, es evidente que la salud democrática de la humanidad se vuelve más
frágil.
Lo que este iluminador y agudo texto no aclara es la posición
del lector de prensa. No se trata de saber si los periódicos en papel van a
subsistir. Es evidente que ya no serán el negocio de antaño pero su presencia
está asegurada. Tampoco es esencial saber si la cultura del gratis total se
acabará apoderando
de la
web. O si, al contrario, como pretende Rupert Murdoch
al negociar con Bill Gates la salida de sus periódicos a través de Bing, será
necesario pagar por leer sus periódicos en Internet. Ni siquiera es central
ahora mismo considerar la posibilidad apuntada por Pablo Rosenberg de convertir
a la prensa escrita en un conjunto de entidades sin animó de lucro.
Lo
esencial es saber qué quiere el público, la gente que lee periódicos. Como
viene señalando
David Morley a lo largo de su excelente obra dedicada al análisis de
la televisión y sus audiencias, los medios de comunicación deben tener
información de lo que necesita y desea el público. ¿Cuáles son los supuestos
cognitivos y emocionales de una gente que da por supuesto que la información
debe ser un bien gratuito? ¿Cuánta gente afirma que no tiene tiempo de leer los
periódicos? ¿Es muy numeroso el público que cree saber todo lo que necesita para
ir tirando por la vida? ¿Está aumentando el número de personas que no quiere
informarse? Abandonar la idea de que es importante conocer y analizar al lector
de prensa escrita o digital es un despropósito y seguramente una perdida de
dinero. La gente no es tonta y además cruza datos.