Este reportero le hace cuatro preguntas sobre los problemas de las líneas
de crédito
subprime, las dependencias hipotecarias y los intereses bajos,
y Muakuku, rubicundo, de negro hulla (“los negros no tenemos que ir a la playa
para tomar el sol”), convencido hasta la médula, docto como Adriano, con una
ironía apopléjica a prueba de bombas de trilita, responde sobre intereses altos,
riesgos de pagos y acreedores del bien gravado, que a mí me suena a la parábola
del buen samaritano. Desde luego, yo soy estúpido.
Jesús M.—A su
juicio, ¿qué originó esta crisis, que comenzó como un
“desaceleramiento”?
Muakuku R. I.—Hemos de hablar de un agotamiento
del modelo. El sistema capitalista está configurado por las burbujas
financieras. Para que se sostenga la burbuja hay que alimentarla con dinero.
Llega un momento en el que cuando no hay una nueva burbuja que sustituya a la
anterior, se acaba el modelo, y, entonces, es cuando estalla la
crisis.
Jesús M.—Qué solución propone usted, vistos los magros
resultados de los estímulos fiscales propuestos por el
Gobierno?
Muakuku R. I.—Uno de los problemas de la economía es que no
hay soluciones mágicas. En el mundo de la utopía, repito, en el mundo de la
economía, habría que consolidar el modelo capitalista, sí, porque es el que
mejor genera productos. Pero debería ponerse al servicio de las personas. Yo
estoy más próximo a Keynes: conseguir un equilibrio entre el libre mercado y el
Estado, pensando en la sociedad.
Jesús M.—¿El Estado del Bienestar
corre riesgo de que se desmantele?
Muakuku R. I.—El Estado no
ha de cubrir la miseria de ciertas personas. Las personas se deben sentir
realizadas cuando ellas mismas logran sus frutos por su propio esfuerzo. El
Estado del Bienestar es para quien no puede valerse, no para quienes pueden
crear riqueza. En España pasa eso. Yo habría eliminado mucho antes las ayudas de
los 400 euros. Hay que crear espacios de trabajo, áreas de producción, no una
bolsa de ayuda permanente.
Jesús M.—Así, no habría corrido al rescate
del sistema bancario.
Muakuku R. I.—Era necesario, creo, pero se
tendría que haber regulado la ayuda, e inyectado una proporción similar de
dinero al pequeño y mediano empresario. El dinero que se ha metido en los bancos
ha servido para tapar los agujeros de su mala gestión, no para dinamizar la
economía.
A Muakuku Rondo le ha afectado la crisis, menos que a un
operario de la Nissan pero más que a un accionista del BBVA. Su “chiringuito”,
relacionado con la construcción, ha disminuido las demandas, con lo que los
ingresos han bajado. “Esto empeorará aún más, porque como en España no se ha
invertido en Investigación y Desarrollo, por ejemplo, no se ha creado un sector
fuerte que absorba el paro procedente de la construcción, que ya no va reflotar
más.” Cuando le hago entender que es un empresario, él se defiende con esta
realidad: “Yo vengo de la selva”. Cuando le hago notar que tiene dos móviles, él
saca a relucir su moralidad dinástica. Cuando le pido la opinión sobre el
triunfo de Barack Obama en Estados Unidos, él entierra el discurso de la
intransigencia de los gobernadores globales.
La vida del economista
Muakuku empezó como un chiste que no tiene gracia.
Eran dos hombres, uno
de ellos tocaba la guitarra y el otro iba con un fusil de asalto. El hombre que
tocaba la guitarra y que silbaba sus canciones hacía reír a los niños de las
casas vecinas, quienes bailaban al son de su música. El hombre con el fusil de
asalto se enfadó, llamó a la puerta del hombre que tocaba la guitarra, entró en
su casa y le pidió que dejara de tocar aquel instrumento, porque estaba
consiguiendo que los niños fueran felices. El hombre que tocaba la guitarra dijo
que eso era lo que quería, y siguió tocando. El hombre con el fusil de asalto lo
mató allí mismo. Los niños lloraron.
El hombre que tocaba la guitarra era
el hermano de Muakuku, uno de sus siete hermanos, que nacieron, como él, en los
bosques de okumu de Guinea Ecuatorial, en el poblado costero de Punta Mbonda,
una localidad tan pequeña como un abrevadero, con 70 habitantes dedicados a la
pesca (“Guinea es pequeña en todos los sentidos”). El hombre con el fusil de
asalto, seguramente, murió a su vez en una purga de Teodoro Obiang, el dictador
del país, quien había prohibido las reuniones entre dos o más personas para
evitar que sospecharan de él y descubrieran que le gustaba beber sangre. En
1979, Obiang, antiguo alcaide de la prisión Black Beach, mató a su tío Francisco
Macías, quien a su vez había matado al líder de la oposición, Bonifacio Ondó,
quien a su vez...
Por ello, Muakuku dejó de creer en Añambe, su “Dios
para todas las cosas”, que no un Dios sin rostro, como el nuestro, invisible
(“¿dónde está vuestro cielo, por debajo o por encima de los aviones?”). “Añambe
no es un ser superior, son los antepasados, los padres, lo inmediato, el
cosmos”, reza este gorila de las llanuras, prudente, resabiado, cautivo de la
democratura de su país, en el que dobla la vara “un señor que lleva
muchísimo tiempo en la butaca”.
Cuando mataron al hombre que tocaba la
guitarra, sus hermanos se asustaron, y huyeron a la vecina Camerún, en la que
aún se podían rasgar las cuerdas. “Para el régimen de Macías Nguema, éramos
los fugados sin motivo. La situación era insostenible. Había que vivirlo
para comprenderlo.”
En Douala, en Camerún, Muakuku se enroló en un
pesquero de Huelva que faenaba en los caladeros de marisco del Golfo de Guinea.
Soltaba las redes, baldeaba la cubierta y ordenaba en cajas, por tamaños, los
cócteles de gambas. Desde entonces, prefiere los rabioli a los
crustáceos.
Muakuku Rondo, autor de
Crisis y capitalismo en el tercer
mundo, es de la etnia ndowe, con ramificaciones en Camerún, Gabón y Angola.
Su amigo
Inongo-vi-Makomé,
autor de
Akono y
Belinga, es de la etnia de los batanga. Por lo tanto,
son primos. Como buen ndowe, el pasado 3 de octubre, en una fiesta africana
celebrada en Barcelona, vio a las mujeres de su casa bailar el
Ivanga,
“un misterio de mujeres que no controlan los hombres”, el baile regional
nocturno que sólo conocen “las hembras”, en el que se festeja un acontecimiento
alegre.
Lo más importante de su libro
Crisis y capitalismo en el
tercer mundo, la síntesis de la estructura en la que se basan las relaciones
humanas desde la edad del trueque, es la dedicatoria, que no entienden los
estúpidos economicistas de la hacienda pública, avejarrucos en la inopia, por
mucho que la lean y la relean: “A mis hijas Melango e Igambo, por todo”.