Juan Antonio González Fuentes: <i>La lengua ciega</i> (DVD, 2009)

Juan Antonio González Fuentes: La lengua ciega (DVD, 2009)

    AUTOR
Juan Antonio González Fuentes

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Santander (España), 1964

    BREVE CURRICULUM
Licenciado en Filosofía y Letras. Autor de los libros de poemas: Además del final (1998), La luz todavía (2003) y Atlas de perplejidad (2004). Está incluido en trabajos como Campo abierto. Antología del poema en prosa en España (1990-2005). Ha editado y antologado la poesía de José Luis Hidalgo y escrito sobre la obra de José Hierro, Alejandro Gago, Manuel Arce, María Zambrano, Juan Ramón Jiménez, o Aleixandre. Colabora en ojosdepapel.com y en Revista de Libros




Creación/Creación
J. A. González Fuentes: La lengua ciega (DVD, 2009)
Por Juan Antonio González Fuentes, viernes, 2 de octubre de 2009
La lectura de este libro produce un efecto análogo al que siente quien extrae material de una mina y ese material, verbal, terroso, desacostumbrado, tiene que ser tratado en busca de la significación: el metal precioso. Se diría que los significados de los textos de este poeta no se dan en primer término –la referencia real queda velada- sino que tienen que ser obtenidos al final de la lectura. El significado en limpio es el resultado del proceso verbal del poeta y del lector y es una resultante, en el sentido en que se hablaba hace años de la realidad como resultado: la realidad poética no es un dato, sino un resultado de estos poemas. Esto hace que sus textos sean a la vez abiertos y ciegos, salvajes como propuestas de animales que han de ser domesticados todavía.
Si deseamos emplear este nuevo término (de sabor un tanto academicista) de “postpoesía”, que utiliza Fernández Mallo, se diría que la iluminación poética adviene a estos textos con posterioridad al enunciado de los mismos. Lo poético sobreviene al texto después del texto. Lo más interesante del libro es precisamente esta suspensión del significado. El poeta es lo que le rodea, y lo que le rodea es confuso. En el poema Invocación, viene a decirse esto mismo: “Siente el gris que alude a la materia, acepta el incienso luminoso de la arena e inclina sonriendo la cabeza, pues serás testigo de esta herida que afirma por dentro mi empeño, que exalta mandíbulas y verbo y al final lo adorna todo con su ancho cauce, con su roto yermo de azul primero”. El ánima del poeta va a ser testigo de la herida interior del empeño narrativo que deviene, al final, un ancho cauce, una avenida rota de azul primero. Esta es la significación: la significación no precede a la construcción verbal sino que emerge de ella en su oscilante magma que aspira de lo indecible a lo decible. La realidad poética y la realidad real se presentan como resultado de la hercúlea tarea inventiva del poeta. Los poemas de La lengua ciega serían “un tiempo encendido de palabras que acaso no son nada, o son fuga sólo de una nada clara y en voz tan baja, que apenas se escucha, perdida, húmeda y como ausente”. Nos encontramos pues, ante un original poeta que ayuda al lector a desembarazarse del trillado lenguaje de la tribu para purificar los sentidos y las significaciones de lo que, por estar aún por decir, resulta muy difícil de extraer y de decir de una vez por todas. Un excelente poeta de lo oscuro.

Por Álvaro Pombo


***


PAISAJE 

a Rogelio López Blanco 

        Respiro azul de luminaria en recuerdo leve. Y el bosque igual, preciso en su profundo cambio, ajeno sin nadie al castigo que puede verse, que puede volcarse quebrando el orden de las cosas, de la vida que está sencillamente sin arrancar de su paisaje.


CAMINO ALTO

a Alberto Santamaría

        Se hace eco el fragor ajeno ungido bajo la hierba. Y sin orden posible, se torna olvido el presente en la certeza que viene impresa tras el juego dado por la nube venidera.
       Pero trazo a trazo nada es el aliento que consume un vendaval ardiente y sin estirpe, esa luz del azogue que arranca azul de su flecha, y luego alcanza para siempre la réplica alzada de un camino alto, impávido y ciego por condena.


CAE LA NOCHE

       Al caer la noche chasquean al viento las banderas en voz baja, y con levedad tranquila tiene piedad la hora en el bosque sin viajero, sin riachuelo dulce y circense en la carne enajenada y de rasgos marcados que no detiene su marcha.
       Y en la noche se revela el silencio que no pregunta por otras voces recordándose eco en la tierra. Mas pienso ahora que quizá sólo sean las hojas secas las que murmuran con azul y rojo la calma que se nace luz, esa riqueza que es nuestra como un día interminable en un viejo cementerio, caja de música con hábito de lengua, oxígeno sobre el vacío que se encoge dejando atrás la irónica tormenta.


LA MISMA NIEVE

a Manuel Arce

       En la mano sólo la curva de la hierba que se mece viva con su brillo interno, con la distancia desnuda de esa frontera que negando amanece en la expresión vulnerable de su límite, y que nada, nada sabe de sumarse a la tregua, al camino hondo sobre la traza muerta que acoge siempre la misma nieve.


LUZ SEVERA

       Esta luz severa, la forma conocida de un camino triste que se hace silueta y sombra en una habitación vacía.
       Esta luz, y digo bien, fresca hoguera en la que arden sin destello alguno la estación de simiente oscura (apenas un universo por dentro), o el astro de la angustia y justo su contrario, y quizá, sólo tal vez, el absorto temblor de un mar improbable, ajado al sol de la última, de la más doméstica de las mareas.


MEDIODÍA

       Mediodía. La materia interior del verano. Aquello que significa el clima claro del mundo, sus llamas oscureciendo palomas y lenguaje, el temblor que aprende a respetar la prueba e intimidad del horizonte.


TIEMPO NUEVO

       Se desvela, en el peso imprevisto de la arena, esa mano que quiebra el pan y la cal alzada por el surco sonoro de los días.
       Y es ahora cuando pongo en cuestión que el temblor cerrado del envés de la ruina inunde la inclinación de la hierba, que la obligue a ser medida de distancia y arrobo frente al mundo ahíto de tijeras, de mansas dunas que hierven y desean sólo morir en incendio y humareda, en esa vastedad insomne de tiempo nuevo que aún no sabe cómo hacerse llamar en la espera.


OÍR DEL ECO

a Pureza Canelo

       De no sé dónde llega este oír del eco que con ojos de alba humaniza el árbol y bebe en el poema y escucha la música de todo; esa música que llega al final andando la forma (agua) del sol por el sol: azar de hombre que se promete en escarcha.
       La ley del infinito en el minuto atolondrado de la nieve afónica, sin afueras o gozo insondable, rima esperada con jardín cerrado y sin oficio de números que silban, que dañan el servicio gratuito de las nubes que ahora somos, hijos nosotros mismos de una voz minúscula, casi oculta, que no sirve al revés y retraída a la tregua, que no es útil para ganar nunca en los más breve que nos da la piedra.


LLUVIA DE ENERO

       Le trazas venas a la geografía digital de un atlas que se comprende sólo ante los otros. Me dices ahora que sustituyes el mar por los ecos vistos de las últimas navajas. Escribes luego un temblor en el azogue tibio de mi pecho, y filtras en el significante de la acidez inédita de tus labios abiertos, la sangre que ahora elijo en la orilla que te acostumbra plural a esta lluvia de enero.


NADA RESPONDE EL AZUL…

       Nada responde el azul al peso del aire que tan alto devuelve pájaros de música y esperanza rendida a la memoria nueva.
       Y ahora, tras el cristal confuso de los campos desnudos, da de beber la arena un cuerpo que es motivo triste de agosto mío bajo un sol de plata pura.
       Todo fluye entonces sobre el nivel geográfico de lo pequeño, ejercicio sin límite para llegar hasta aquí: la distancia en pie del árbol claro.


EL MISMO MAR

a Álvaro Pombo

       El mismo mar, otra vez el mismo mar, el mismo mar del norte y su olor mendigo a humo; esa clase de amor iluminada a lo lejos por el calor de la piedra más sumisa.
       Por delante y de mi hacia fuera el mar tenía sed. Pero para entonces se encontraba demasiado lejos de nosotros. Y así lo recuerdo al final de la mañana blanca, lejos, en el silencio que se pronuncia alto, cuando luce el sol y muere la voz sobre la voz sin sangre, voces hasta el cauce nuevo de la voz callada, vencidas por la música de un naufragio en otro mar que ya no es mío.


FILO DE PIEDRA

       No parece arcilla el aliento que se agota asomándose a un pozo y a la mirada cambiante del trébol. Pues es su firmeza quien acaba el día para que no haya ya inviernos en morada ajena o en fuga de verdad, esa sed que se agrieta sin pedir a cambio nada, nada para sí. 
       Mientras, en los campos estalla marcial la escarcha tomándose la mano en primer plano, juntando fruta sobre las líneas finales del tiempo caído en desuso.
       Luego, el jardín renace confinado como una mosca microscópica dispuesta al vuelo, y comienza la nieve a caer para siempre proclamando su riqueza de plumas, estableciendo el camino ahí, al fondo del cielo, en el lado de aquello que es razón abierta para el canto, para el sosiego hiriente que aún predice luz y verano, el origen, se dice pronto, en el filo aéreo de la piedra.



Nota de la Redacción: agradecemos al autor del poemario, Juan Antonio González Fuentes y a DVD Ediciones en la persona de su director, Sergio Gaspar, la gentileza por permitir la publicación de esta selección de poemas del libro, La lengua ciega (DVD, 2009).