Nos encontramos para el autor de
El hambre que viene con una
situación paradójica. Se ha logrado un sistema de producción de alimentos de una
eficacia nunca vista en la historia de la humanidad. Sin embargo, el mismo éxito
de las grandes cadenas de suministros que conforman la base del supermercado
mundial capaz de poner al alcance del consumidor todo tipo de frutas, verduras,
pescados y carnes, ha creado nuevos patógenos alimentarios. A los ya citados en
el párrafo anterior vienen a sumarse los ya muy extendidos: el
E. Coli y
la salmonela.
Para llegar a su tesis central,
El hambre que viene
comienza
planteando la historia de la alimentación, un relato que
muestra cómo a mediados del siglo XX la industria alimentaria se convirtió en un
éxito sin precedentes. La acumulación de esfuerzo y sabiduría del ser humano
acabó con las hambrunas periódicas, y a finales del pasado siglo fue capaz de
producir más alimentos que nunca a un precio asequible para la mayoría y con un
nivel de variedad, seguridad y comodidad excepcional. Sin embargo, esta “edad de
oro” camina, en opinión de Roberts, hacia una crisis que podría tener graves
consecuencias.
La comida se consideró un objeto
industrial más sometido a las leyes del mercado y a la lógica de la producción
en un mundo globalizado
Las empresas del
sector alimentario, movidas por su afán de lucro y su ansia de beneficios
ilimitados, habrían sometido a los alimentos a las necesidades de la producción
a gran escala, sin tener en cuenta la delicadeza que debería caracterizar a todo
aquello destinado a convertirse en nutriente del ser humano. La comida se
consideró un objeto industrial más sometido a las leyes del mercado y a la
lógica de la producción en un mundo globalizado.
Esta necesidad de
producción a nivel global ha supuesto según Roberts la utilización desmedida de
abonos y de pesticidas en el cultivo de vegetales. En el caso de los animales
destinados a convertirse en alimento, los antibióticos se habrían convertido en
un elemento más del proceso de cría y engorde. Llegados ya al proceso de
distribución, entran en juego los conservantes, aromatizantes y un sinfín de
substancias químicas claramente dañinas para la salud de las personas.
A
este panorama cargado de pesimismo añade Roberts una consideración de carácter
ético: la penosa degradación de las condiciones de vida de los animales
destinados a la producción alimentaria. En distintos momentos de su obra
presenta el trato que reciben las aves –también otros animales- en las granjas
de cría y engorde, y lo cierto es que pone los pelos de punta a cualquier lector
de sensibilidad normalita.
No se escapan del análisis de
Roberts los desafíos que hoy plantean los alimentos biológicos y los
transgénicos. En su opinión, es insostenible mantener como hasta ahora una
economía de la alimentación basada sobre todo en los productos
cárnicos
Tras la minuciosa y entretenida
revisión de la economía de la alimentación y sus vicisitudes a lo largo del
tiempo llevada a cabo por Roberts, el lector se encuentra con el análisis de las
prácticas de negocio de algunas de las grandes multinacionales. De este modo las
actividades de Nestlé, la mayor empresa alimentaria mundial, son revisadas y se
arroja luz sobre la relación de los minoristas con las grandes cadenas de
distribución. En estas páginas se evidencia algo que por ya sabido no deja de
ser terrible: el productor trabaja en condiciones cada vez más duras al tiempo
que su sometimiento a las grandes multinacionales aumenta.
En la última
parte del presente volumen se examinan los factores que requieren un cambio
inmediato. Roberts desgrana los problemas derivados de la contaminación, la
escasez de agua o la carestía de la energía. No se escapan a este análisis los
desafíos que hoy plantean los alimentos biológicos y los transgénicos. En su
opinión, es insostenible mantener como hasta ahora una economía de la
alimentación basada sobre todo en los productos cárnicos. Recuerda que la FAO ha
señalado al sector pecuario como responsable de casi el 20% de las emisiones de
efecto invernadero provocadas por el ser humano. Sin embargo, modificar las
pautas del negocio de la alimentación no es tarea ni fácil ni algo que pueda
hacerse sin contar con Estados Unidos, la gran potencia alimentaria desde
mediados del siglo XIX. En el año 2012 se renovará el programa agrario y quizá
sea posible introducir cambios que racionalicen una industria en manos de unos
pocos.
Esta panorámica de conjunto de la economía actual de la
alimentación y de sus problemas proporciona al consumidor una visión crítica y
reflexiva muy de agradecer. El lector obeso, el comedor compulsivo de carne o de
snacks –chuches de todo tipo- queda avisado. En realidad es un blanco
fácil. Lo que no queda tan claro es cómo se defiende el ciudadano que come fuera
porque no le queda otro remedio y que de vuelta a casa debe comprar la cena en
el supermercado más próximo. ¿Cómo se protege ese consumidor del virus de la
nueva gripe A o, más aún, de la posibilidad apuntada por la Organización Mundial
de la Salud (OMS) de que dicho virus se mezcle con el de la gripe aviar? Para
Roberts, volvamos a insistir, lo inmediato es vigilar la industria cárnica.
Supervisar las granjas de patos asiáticas o las explotaciones de cerdos
mexicanos no parece tarea fácil. En todo caso, después de leer estas páginas las
bandejas de pechugas de pollo deshuesadas y sin piel se contemplan de otro modo.
Con menos tranquilidad. Como señala Michael Pollan en su más que interesante
libro
El detective en el mercado, cada vez se hace más evidente la
necesidad de intervenir en nuestra propia alimentación y exigir a las distintas
administraciones un control que en realidad debe empezar por nuestras propias
despensas y neveras.