Lurie
(
John Malkovich) es un cincuentón divorciado, intelectualmente arrogante,
de gusto refinado y caprichoso, que da rienda suelta a sus pulsiones sexuales
sin atenerse a normas morales, llegando a aprovecharse de su posición académica
para conseguir su objetivo. Ese deseo incorregible e irrefrenable provocará su
desgracia cuando su último capricho, Melanie (
Antoinette Engel), le
denuncia en la universidad. Sin la más mínima intención de defender su conducta,
que admite sin arrepentimiento, acepta su expulsión. Pero su caída no ha hecho
más que empezar.
Después de lo sucedido, Lurie decide ir a visitar a su
hija Lucy (
Jessica Haines) a la que raramente da noticias. Lucy vive en
un remoto lugar rodeada de unos parajes tan bellos como salvajes. Su pareja,
Helen, ha vuelto a la ciudad, pero ella sigue con su vida, vendiendo lo que
produce su huerto en un mercado de una población cercana. Los tiempos están
cambiando y ahora comparte sus tierras con Petrus (
Eriq Ebouaney), un
hombre negro que ha pasado de ser simple trabajador a copropietario. En su
aislamiento y vida sencilla se percibe un alejamiento voluntario de los valores
morales de su padre.
David Lurie llega con la idea de pasar una
temporada con ella y escribir una ópera de cámara que Byron, su maestro, comenzó
exiliado en Italia en el siglo XIX, condenado al ostracismo por
su escandalosa relación con su hermanastra. También aceptará ayudar a
Bev Shaw (
Fiona Press), amiga de Lucy, en la clínica veterinaria del
pueblo, ocupándose de cuidar a los perros abandonados hasta que haya que
sacrificarlos. Un día que Petrus está ausente y al volver de un paseo, tres
jóvenes de color les atacan. Las heridas de Lurie curan con el tiempo, las de
Lucy, sin embargo, no.
La complejidad social de la Sudafrica
postapartheid da ritmo a esta historia de una crudeza emocional de
precisión quirúrgica. Tanto Steve Jacobs, el director, como la guionista y
productora Anna-Maria Monticelli han hecho una adaptación de la novela de
Coetzee irreprochable que merece toda nuestra atención.
Disgrace es
sangrante, y las analogías con una raza negra humillada que hará pagar de una
manera u otra el precio por los abusos continuados sufridos, se suceden.
El tormento de Lucy llevará a David a dar el paso de la culpa al
arrepentimiento. Acabará aceptando la decisión que toma acerca del curioso
acuerdo con Petrus, algo desde su punto de vista totalmente intolerable, pero
que parece ser la única posibilidad para ella, mujer soltera y blanca, de poder
permanecer y sobrevivir en la que considera su tierra. Desposeída de todo, como
un perro.
Disgrace es una condición que continúa, una analogía
sobre la historia del país pero también acerca de la vida no resuelta de sus
personajes, cuyos problemas y posibilidades permanecen abiertos en esta historia
inacabada. John Malkovich y Jessica Haines bordan un trabajo irreprochable,
intenso, difícil y complejo que transmite íntegramente la tensión emocional de
la obra de principio a fin. Sobrecogidos por la aspereza y el desconcierto que
provoca,
Disgrace no podrá ser olvidada fácilmente y es sin duda
merecedora del Premio de la Crítica en el Festival de Toronto 2008.
NOTA: “Disgrace” en inglés indica pérdida de reputación como consecuencia
de un acto deshonroso o bien una persona o cosa vergonzosa o
inaceptable.
Tráiler doblado al español de la película Desgracia, del
director Steve Jacobs (vídeo colgado en YouTube por
GolemDistribución)