Harold Bloom: La Religión Americana (Taurus, 2009)

Harold Bloom: La Religión Americana (Taurus, 2009)

    TÍTULO
La Religión Americana

    AUTOR
Harold Bloom

    EDITORIAL
Taurus

    TRADUCCCION
Damián Alou

    OTROS DATOS
Madrid, 2009, 296 páginas. 22 €



Harold Bloom

Harold Bloom


Reseñas de libros/No ficción
Harold Bloom: La Religión Americana (Taurus, 2009)
Por Francisco Fuster, lunes, 2 de marzo de 2009
“Estados Unidos de América es una nación enloquecida por la religión. Es algo que lleva inflamando el país desde hace casi dos siglos”. Así de preciso y conciso, así de rotundo y perentorio. Con este juicio inapelable, propio del tono apodíctico que le conocemos, se expresa Harold Bloom en La Religión Americana, un ensayo sobre la creencias religiosas en Estados Unidos –publicado por primera vez en 1992 con el título original de The American Religion. The Emergence of the Post-Christian Nation y reeditado en 2006 con un breve añadido del autor– que acaba de editar por primera vez en España la Editorial Taurus, sumándose así a la avalancha de publicaciones y traducciones de libros sobre los Estados Unidos que, aprovechando el rebufo postelectoral, se ha enseñoreado del –otrora indiferente a estos temas– mercado editorial en lengua española. El caso de este volumen está, sin embargo, más que justificado puesto que, a la oportunidad editorial que supone abordar la espiritualidad americana en pleno debate sobre la la herencia de George W.Bush y la llegada al poder de Barack Obama, con su apelación a la esperanza y su particular visión de la fe, se une la figura de un autor –Harold Bloom– cuyo nombre es sinónimo de disputa y controversia, de promoción y de ventas.
No es exagerado decir, en el caso de Harold Bloom, que este judío americano, crítico literario de vocación y Sterling Professor de Humanidades e Inglés en la Universidad de Yale de profesión, lleva varias décadas voluntariamente instalado en el centro mismo de la polémica. Su peculiar concepción del valor y uso de la literatura, de lo que debe ser y –sobre todo– lo que no debe ser la crítica literaria, han hecho de Harold Bloom una especie de iluminado, admirado por incondicionales que le consideran un autor de culto y odiado por sus propios colegas, críticos y scholars que no perdonan ni consienten la excentricidad y arbitrariedad de los personalísimos juicios que viene pronunciando o publicando periódicamente. Pero eso no le importa a un Bloom que ha hecho de la heterodoxia su ortodoxia y ha mostrado, en reiteradas ocasiones, su total insolidaridad con la corrección política que domina en el mundo académico anglosajón y que ha conducido a lo que él considera un proceso de autodestrucción de la cultura en lengua inglesa. Esta peligrosa cruzada emprendida por Bloom allá por los años cincuenta –cuando se atrevió a rebelarse contra la autoridad de T. S. Eliot y su New Criticism– y después en los setenta –cuando rechazó la moda del Deconstruccionismo de Derrida y Paul de Man, entre otros–, ha hecho que el propio Bloom haya declarado en varias entrevistas que en el Reino Unido su persona es anatema puro, que se le trata como a un paria, un profeta sin honor. No le van mejor las cosas en su país natal. Desde hace más de treinta años, Bloom imparte sus cursos sobre Shakespeare y sobre poesía totalmente al margen de sus colegas de Yale, hasta el punto de confesar con sorna, que es un “hombre-departamento”, un “profesor de nada absolutamente”, adscrito al Departamento de Inglés de Yale por simple formalismo, nunca por identificación con las ideas y las prácticas docentes de sus compañeros.

No obstante estas veleidades, hay que decir que en Europa Bloom es un autor acreditado y admirado, con un público fiel que ve en él a un outsider auténtico, a un intelectual independiente que ha creado su propio estilo, su sello personal. Con una producción que alcanza la veintena de libros, la mayoría de ellos traducidos a varios idiomas, la apoteosis del éxito literario le llegó a Bloom con la publicación de El canon occidental (The Western Canon, 1994), obra provocadora y discutible, en la que el autor enumeraba una lista personal de nombres que conforman lo que él denomina como canon de la literatura universal. Antes de consagrarse con esta obra, Bloom ya había puesto una pica en el Flandes de la crítica literaria mundial con otra obra perspicaz y, a mi juicio, imprescindible; me refiero, obviamente, a La ansiedad de la influencia (The Anxiety of Influence: A Theory of Poetry, 1973), un libro revisionista en el que Harold Bloom expuso por primera vez su célebre teoría sobre lo que él llama “ansiedad de la influencia”: la ambigua relación de influencia y ruptura que cualquier poeta mantiene inexorablemente con los que han sido sus precursores, sus modelos.

La idea de una religiosidad basada en la soledad y la individualidad, es quizá la más sobresaliente. El individuo americano es un tipo propenso al repliegue sobre sí mismo. La salvación, que se obtiene siempre de forma individual y no en comunidad o congregación, es algo personal que implica una relación íntima y directa con Dios


Pese a que la mayor parte de la obra bloomiana se enmarca dentro del campo de la crítica literaria en un sentido amplio, se puede decir que la materia que trata Bloom en La Religión Americana no es un tema nuevo para un autor que ya ha dado muestras de tener un juicio formado y un importante bagaje en cuestiones religiosas abordadas en libros como The Flight to Lucifer: Gnostic Fantasy (1980), Ruin the Sacred Truths: Poetry and Belief from the Bible to the Present (1989) o, más recientemente, Jesus and Yahweh: The Names Divine (2005). Este interés por la religión y, más concretamente, por las variadas manifestaciones religiosas que conviven en los Estados Unidos, es lo que llevó a Bloom a escribir en su día este ensayo sobre la fe nacional americana, sobre esa peculiar espiritualidad, no oficial pero sí omnipresente, que Bloom ha llamado –siguiendo al especialista en la religión estadounidense Sydney Ahlstrom– la Religión Americana.

En su estudio de las diferentes religiones y credos que conforman ese todo que es la Religión Americana, Bloom parte de la constatación de una realidad: la americana es una cultura “religiosamente desaforada” y los Estados Unidos son una nación “obsesionada con la religión”. A partir de estas premisas, Bloom aplica un análisis que él califica como crítica de la religión (siguiendo el ejemplo y el método de la crítica de la literatura), pero que en verdad intenta ser una suerte de híbrido entre la sociología de la religión en el sentido weberiano o durkheimiano de la disciplina, y la crítica de la religión en la línea de lo que hicieron Nietzsche, Kierkegaard o Freud en Europa; o lo que hicieron Emerson y William James –a quienes Bloom considera como su precursores más directos– en el contexto americano. Este híbrido da como resultado un estudio complejo y poliédrico en el que la religión se concibe como el auténtico pilar que da forma y cohesión a la idiosincrasia del ser americano, un ensayo convertido en “objeto de culto underground” y en el libro de toda la bibliografía bloomiana que “mayor número de malentendidos provocó”, según admitió el propio Bloom hace unos años.

La tesis defendida por Bloom es que Estados Unidos es una nación poscristiana y posprotestante. A pesar de que el 94% de los americanos cree en Dios y el 90% reza, Bloom considera que hay un error de concepción en aquellos que tratan a los americanos como cristianos en el sentido europeo del término: “en Estados Unidos hay millones de cristianos, pero casi todos los americanos que creen serlo son en realidad otra cosa. Son profundamente religiosos, pero devotos de la Religión Americana, una fe antigua entre nosotros, que se presenta bajo muchas guisas y disfraces, y que determina gran parte de nuestra vida nacional” (p. 35). La espiritualidad americana es para Bloom algo más vago y difuso que el Cristianismo o el Protestantismo, es simplemente deseo de saber y conocer, puro gnosticismo: “El gnosticismo, sin embargo, si vamos a considerarlo una religión, o al menos una postura espiritual, es todo menos nihilista o desesperanzado, motivo por el que quizá sea ahora, y haya sido siempre, la religión oculta de los Estados Unidos, la Religión Americana propiamente dicha” (p. 49).

La Religión Americana contiene algo que Bloom siempre garantiza: un derroche de sabiduría literaria, el despliegue de una erudición abrumadora y unos destellos de ideas geniales, argumentos elaborados y teorías sugerentes y sorprendentes (...) Por otra parte, en el otro lado de la balanza se sitúa el peso de una prosa enrevesada y a ratos plomiza, de unas digresiones interminables y unos excursos eternos en los que Bloom parece estar hablando consigo mismo

Los impulsos de la tradición cristiana de raíz europea, mezclados con elementos gnósticos, entusiastas y del orfismo americano, resultan una amalgama de creencias e influjos que Bloom reconoce como la auténtica versión purificada de la Religión Americana, estudiada en este ensayo a través de sus manifestaciones institucionalizadas más populares: la Iglesia Mormona y la Convención Baptista Sureña. Estos dos credos tan arraigados en el suelo americano, no serían para Bloom sino estilos de una misma creencia, de un mismo núcleo que conforma la Religión Americana. También formarían parte de este conjunto, otras versiones estudiadas en sendos capítulos del libro en los que Bloom analiza lo que él llama “exóticas sectas indígenas”: Pentecostalismo, Adventistas del Séptimo Día, Testigos de Jehová o la Iglesia Afroamericana. Todas estas confesiones, tanto las dos mayoritarias como las menores, comparten una serie de aspectos que las hacen partícipes del todo americano. Entre estos puntos comunes, la idea de una religiosidad basada en la soledad y la individualidad, es quizá la más sobresaliente. El individuo americano es un tipo propenso al repliegue sobre sí mismo. La salvación, que se obtiene siempre de forma individual y no en comunidad o congregación, es algo personal que implica una relación íntima y directa con Dios.
Las casi trescientas páginas del libro giran en torno a este leitmotiv de la espiritualidad americana, en un profuso y exuberante ir y venir que por momentos colma el vaso de la paciencia lectora. En este sentido, no se puede negar que el libro es fiel al estilo del autor; las quejas no vendrán por ahí. La Religión Americana es un libro típicamente bloomiano, esto es, provocador y sugerente a partes iguales. Ahora bien, le sucede lo que le ocurre a toda la obra del crítico judío: a veces peca por exceso.

Decía el crítico de The New York Times hace diecisiete años que el libro de Bloom es “altamente excéntrico, ocasionalmente brillante, a veces irresponsable y a menudo exasperadamente complicado”. Muchos años después de este juicio, constato que el libro traducido ahora por Taurus es una obra en la que conviven lo mejor y lo peor de Bloom y, la verdad, debo decir que tan brillante es lo uno como desesperante es lo otro. La Religión Americana contiene algo que Bloom siempre garantiza: un derroche de sabiduría literaria, el despliegue de una erudición abrumadora y unos destellos de ideas geniales, argumentos elaborados y teorías sugerentes y sorprendentes. Son dosis homeopáticas del genio literario de Bloom, destellos de ese talento que uno sabe que encontrará en cualquiera de sus obras. Por otra parte, en el otro lado de la balanza se sitúa el peso de una prosa enrevesada y a ratos plomiza, de unas digresiones interminables y unos excursos eternos en los que Bloom parece estar hablando consigo mismo. El precio a pagar por esas gotas de perfume son páginas y páginas de disertaciones personales totalmente ajenas al tema, páginas del narcisismo que rezuman esas obras de Bloom en las que el autor se olvida de su lector y parece escribir parafraseándose a sí mismo, asintiendo y negando sus propias opiniones.

Pero si a sus 75 años Bloom no ha cambiado su estilo, dudo mucho que vaya a hacerlo ahora. Sus lectores ya le conocemos y le aceptamos tal y como se nos presenta, con ese estilo suyo tan peculiar de divagar y con esa prosa no siempre agradecida. Como digo, es un precio a pagar el de atender sus preámbulos y circunloquios; un peaje, por otra parte, no exclusivo de Bloom en modo alguno. Cierto es que en el caso del libro que nos ocupa, el enorme interés que despierta la sugestiva visión de Bloom sobre la religión en los Estados Unidos, lleva consigo también un componente de autocomplacencia y deleite ególatra que va en el precio, que no se puede soslayar. Se trata, en última instancia, de decidir si vale la pena poner a prueba nuestra paciencia en espera de obtener finalmente una recompensa lectora, unas gotas de esa sabiduría que le congracian a uno con la lectura laboriosa. En manos del lector curioso queda, pues, la decisión de recoger este guante. Lo lanzo después de constatar que a mí, al menos de momento y a pesar de los pesares, me sigue mereciendo la pena leer a Harold Bloom.