El MERCOSUR y NAFTA son los mecanismos de integración más importantes
en el norte y el sur de las Américas. Ambos surgieron a inicios de los años
noventa en el contexto de la globalización y del «regionalismo abierto», el
entonces nuevo modelo de integración promulgado por la CEPAL. Por el cambiante
entorno regional e internacional y el contenido de ambos acuerdos, tanto el
MERCOSUR como el NAFTA pueden ser calificados como procesos de integración de
segunda generación. A diferencia de sus predecesores latinoamericanos que
podrían calificarse de «regionalismo cerrado» –la Comunidad Andina, la
Caribbean Community (CARICOM) o el Mercado Común Centroamericano–, el
MERCOSUR y el NAFTA son considerados como plataformas para integrarse en la
economía internacional o
building blocs para promover una mayor apertura
comercial a nivel global.
1. Los motivos y objetivos de
integración En el contexto internacional, el MERCOSUR y el NAFTA
surgieron como respuesta a la tendencia de regionalización de la economía global
después de la Guerra Fría y a la conclusión del proyecto del Mercado Único
Europeo en 1993. En este panorama, tanto uno como el otro eran percibidos como
una «segunda respuesta integrativa» a las amenazas desde el exterior,
principalmente ante el riesgo del surgimiento de una «fortaleza europea». En el
caso del MERCOSUR, la «Iniciativa por las Américas», anunciada en 1990 y
dominada por EE.UU., fue considerada como una segunda amenaza que constituyó un
estímulo adicional para integrarse.
A nivel regional, el MERCOSUR fue el
resultado de la exitosa redemocratización y la superación de la tradicional
rivalidad entre la Argentina y Brasil, dos factores que abrieron la histórica
oportunidad para establecer, por primera vez, una agenda bilateral constructiva.
El paulatino acercamiento político entre los dos países más importantes del
MERCOSUR facilitó la cooperación sectorial bilateral que se inició en 1985, con
la firma del Programa de Integración y Cooperación Argentina/Brasil (PICAB).
Este proceso condujo en 1988 a un segundo acuerdo bilateral y, en 1991, a la
creación del Mercado Común del Sur (MERCOSUR) junto con Paraguay y Uruguay.
Similar al caso de la UE, el origen de la integración del MERCOSUR fue
de índole política, basado en un acuerdo intergubernamental entre la Argentina y
Brasil, motivado por la superación de la anterior carrera armamentística y
rivalidad política entre los dos países sudamericanos. Tan sólo después de haber
logrado un consenso político intergubernamental, se intensificaron los lazos
comerciales entre los dos países y los socios pequeños.
La evolución del
MERCOSUR contrasta con el origen económicocomercial del NAFTA. Las ganancias
económicas fueron el principal móvil de los tres socios (Canadá, EE.UU. y
México) para crear el NAFTA. A diferencia del MERCOSUR, donde el nivel de
intercambio comercial era muy bajo –en los años ochenta fue inferior al 9% de
los flujos totales–, la decisión política de los gobiernos de crear el NAFTA
formalizó una integración e interdependencia real entre los tres países
participantes que ya en aquel entonces desarrollaban gran parte del comercio y
de las inversiones entre sí.
El nacimiento del NAFTA en 1994 –como
ampliación o triangulación del acuerdo bilateral de libre comercio entre EE.UU.
y Canadá suscrito en 1988– fue motivado por las reformas económicas neoliberales
realizadas en México a partir de los años ochenta, así como también por su
necesidad de atraer inversiones para pagar el servicio de la deuda externa, sus
estrechos lazos comerciales con EE.UU. y la expectativa de mantener una «alianza
especial» con el país más poderoso del continente. Canadá, el lejano socio del
norte, no jugó un papel importante en la negociación, puesto que EE.UU. ya había
suscrito un acuerdo de libre comercio con aquel país que sirvió de modelo para
ampliarlo incluyendo a México.
En EE.UU., aparte de la idea de tener
acceso a su principal mercado en el «sur», la creación del NAFTA reflejó también
la idea de utilizar a México como plataforma para un futuro Acuerdo de Libre
Comercio en las Américas (ALCA). Hasta cierto punto, para EE.UU., el NAFTA fue
un «laboratorio» o un
test case para el proyecto de libre comercio
hemisférico. En EE.UU., el hecho de que el NAFTA fuera el segundo tratado de
libre comercio firmado por Washington (el primero fue el acuerdo con Canadá)
marcó, en aquel momento, el inicio de un cambio de paradigma: del pensamiento de
rivalidad en la tradición del realismo de Morgenthau, a la cooperación comercial
con otros países, siguiendo la idea (principalmente europea) de la
interdependencia entre los Estados. Aunque el paradigma experimentó un nuevo
cambio después del los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, que
subordinó la agenda comercial a la de seguridad, ello desaceleró pero no frenó
la tendencia de establecer acuerdos de libre comercio.
Pese a las
diferentes motivaciones para la integración, los objetivos declarados del NAFTA
y del MERCOSUR son ante todo económicos. Si el NAFTA se limita a una zona de
libre comercio de segunda generación, el MERCOSUR prevé (como el propio nombre
indica) la creación de un mercado común, siguiendo el ejemplo de la UE. No
obstante, los ambiciosos objetivos del MERCOSUR contrastan con la realidad, ya
que ni siquiera la unión aduanera, creada en 1995, ha sido concluida y tampoco
la libre circulación de bienes funciona en todos los países del bloque.
Lo contrario ocurre en el NAFTA. Aunque sus objetivos se limitan al
libre comercio, en la práctica, se ha producido un
spillover a otros
sectores. Así, en la realidad, el NAFTA es más que una zona de libre comercio, y
el MERCOSUR menos que una unión aduanera. Conforme a sus realidades y objetivos,
tanto el MERCOSUR como el NAFTA se basan en una estructura institucional
intergubernamental poco burocrática y flexible que, si representa una ventaja
para realizar una zona de libre comercio, también constituye un obstáculo para
realizar objetivos más ambiciosos de integración.
2. MERCOSUR:
integración sur-sur «desde arriba» A diferencia del bloque comercial
en el norte de las Américas, la superación de la rivalidad militar entre la
Argentina y Brasil en el contexto de la redemocratización en ambos países ha
sido una condición
sine qua non y un motivo principal para la posterior
integración. El proyecto inicial de integración del futuro MERCOSUR surgió antes
del NAFTA, a mitad de los años ochenta, motivado por la creciente cooperación
bilateral entre la Argentina y Brasil.
Siguiendo las ideas del
funcionalismo de un
spillover técnico a otras áreas, en sus orígenes, el
MERCOSUR ha sido el resultado de una integración sectorial. Según el Tratado de
Cooperación Argentina-Brasil (TCAB), suscrito en 1988 por los entonces
presidentes José Sarney de Brasil y Raúl Alfonsín de la Argentina, la
integración se realizaría paso por paso, sector por sector, y sólo al final del
proceso de profundización por áreas podría construirse, en un futuro lejano, un
mercado común. Este enfoque sectorial experimentó un cambio radical en los años
noventa, marcados por el auge del modelo económico neoliberal y el entusiasmo
por abrir las economías latinoamericanas hacia el exterior reduciendo aranceles.
Promovido por el presidente argentino Carlos Menem y su entonces homólogo
brasileño, Fernando Collor de Mello, el Tratado de Asunción firmado en 1991
incluye a los dos socios menores de la región, Paraguay y Uruguay, y define
metas muy ambiciosas de integración: la creación de un mercado común, pasando
por una unión aduanera a partir del año 1995.
El MERCOSUR entró en
decadencia después de 1999 y llegó a su punto más crítico por el colapso
financiero de la Argentina a finales de 2001 e inicios de 2002. En esta época,
algunos ya postularon el fin del MERCOSUR, hablando de una «paz del sepulcro».
La crisis financiera de la Argentina marcó una nueva etapa del MERCOSUR. A
partir de entonces, se considera que el modelo neoliberal de integración que
inspiró la creación del MERCOSUR en 1991 y durante toda la década de los noventa
ha fracasado. De hecho, en la década de los años noventa, el MERCOSUR estimuló
–contrario a la idea de la integración complementaria– la competencia entre la
Argentina y Brasil en múltiples sectores, entre ellos, el alimenticio,
automotriz, calzado o la industria maderera.
Aunque siguen los problemas
estructurales y las disputas comerciales del MERCOSUR, varios años después de la
crisis, rige nuevamente un cauteloso optimismo debido a la ligera recuperación
de los datos macroeconómicos del MERCOSUR, los cambios de gobierno en la
Argentina y Brasil y los nuevos proyectos. La recuperación del espíritu de
integración ha conducido a una paulatina recuperación de los intercambios
comerciales (del declive histórico del 11% en 2002 al 16% en 2003) y ha
estimulado algunos avances concretos en el ámbito institucional, tales como la
creación de un tribunal de segunda instancia en Asunción, así como la Comisión
de Representantes Permanentes y la Secretaría Técnica del MERCOSUR, ambos con
sede en Montevideo. Posteriormente, se creó el Fondo para la Convergencia
Estructural del MERCOSUR (FOCEM), y en 2007 se abrió un Parlamento del MERCOSUR.
Este último cambio de paradigma, de un modelo de libre mercado a un
enfoque más desarrollista siguiendo la tradición de sustitución de
importaciones, refleja la evolución pendular del MERCOSUR. Tratándose de un
proceso intergubernamental dirigido «desde arriba», las diferentes fases de
desarrollo del bloque han sido fuertemente influenciadas por las coyunturas
políticas de los respectivos gobiernos de turno. Ahora bien, cabe distinguir
tres períodos principales del MERCOSUR:
1. Una primera «época de oro» de
la integración (1991-1998), en la cual predominó la sintonía de intereses entre
los Estados miembro y se alcanzaron rápidos logros económicos. En este primer
período, el comercio intrarregional aumentó de un 9% en 1985 al 25% en 1998. En
el plazo previsto se realizó hasta 1995 la liberalización comercial y una unión
aduanera incompleta con aranceles externos comunes para el 85% de las
importaciones En esta primera etapa, el MERCOSUR fue considerado un esquema de
integración exitoso e innovador.
2. La fase del declive hasta el
derrumbe final (1999-2003): este período fue marcado por un desarrollo
asincrónico y constantes disputas comerciales entre la Argentina y Brasil, por
las diferencias monetarias causadas a raíz de la devaluación del real en 1999.
Por momentos, el MERCOSUR estuvo a punto de desaparecer. Cabe recordar que el
entonces Ministro de Economía argentino, Domingo Cavallo, propuso en 2001
reducir el bloque a una zona de libre comercio. El colapso financiero de la
Argentina, a finales de 2001, culminó la crisis del MERCOSUR, pero inauguró
también una nueva fase de cooperación.
3. A partir de las elecciones
presidenciales en la Argentina, Brasil y Paraguay, se inició en 2003 un nuevo
ciclo marcado por un relativo auge político, social e institucional del
MERCOSUR. Se abrió una nueva fase de profundización y revisión del MERCOSUR. La
nueva agenda abarcó una serie de reformas institucionales (entre ellos la
creación de un tribunal arbitral en Asunción y una Comisión de Representantes
Permanentes del MERCOSUR), revisó la incorporación de normas en las
legislaciones nacionales y definió nuevos objetivos en los ámbitos migración,
coordinación macroeconómica y políticas sociales.
4. En 2006, El anuncio
de que Venezuela se integraría plenamente al MERCOSUR cambiaría el carácter y
parte de la agenda del MERCOSUR, que «de un club comercial» pasaría a
convertirse a una alianza política. Otro indicador fue el surgimiento de nuevas
disputas comerciales, particularmente el «conflicto de las papeleras» entre la
Argentina y Uruguay, que revelan que el MERCOSUR aún no es ni una zona de libre
comercio ni mucho menos una unión aduanera consolidada. El ingreso de Venezuela
al MERCOSUR modifica la constelación de poder dentro del bloque y representa un
cierto desafío para el liderazgo brasileño del MERCOSUR.
Es importante
subrayar que, más allá del ingreso de Venezuela, la fortaleza del MERCOSUR no
radica en la (más bien precaria) agenda comercial, sino en su utilidad como
instrumento político. Sin duda, el MERCOSUR es una alianza estratégica con una
fuerte dimensión política (contiene una cláusula democrática) y militar (por su
compromiso como zona de paz). Asimismo, es un importante instrumento de
negociación colectivo frente a terceros socios comerciales (UE, México,
Sudáfrica, India, etc.), así como en el proceso del ALCA y ante la OMC. Pese a
sus deficiencias comerciales, el MERCOSUR también ha creado fuertes impulsos de
integración entre sus Estados miembro. Se trata de un proceso de integración
multidimensional que, más allá de las fluctuantes agendas gubernamentales, ha
impulsado la creación de unos 380 foros de cooperación en diferentes ámbitos,
desde la política exterior hacia el medio ambiente, la educación o el
intercambio a nivel académico.
A diferencia del NAFTA, el bloque incluye
también una dimensión ciudadana de la integración: se ha creado un pasaporte
MERCOSUR, en diciembre de 2002 se firmó un acuerdo sobre la libertad de
residencia y próximamente se creará un Parlamento del MERCOSUR que será elegido
directamente por los ciudadanos. Asimismo, en 2006 se inauguró el Fondo para la
Convergencia Estructural (FOCEM) a fin de compensar las asimetrías regionales y
de otro tipo entre los países integrantes del bloque. En este sentido, el
MERCOSUR es un proyecto mucho más ambicioso y complejo que el NAFTA. A
diferencia de éste, abarca todas las facetas de integración: la esfera
económica, política, social y cultural.
3. NAFTA: integración
norte-sur basada en reglas La zona de libre comercio entre EE.UU.,
Canadá y México en el norte del continente americano es, junto a la UE ampliada,
el bloque comercial más importante del mundo: abarca a 400 millones de personas
y unos 12.000 billones de dólares en bienes y servicios. Al representar cerca de
un tercio del PIB mundial, el NAFTA es la mayor zona de libre comercio del
globo. En términos económicos, el NAFTA es una historia de éxito: en la primera
década del bloque, los flujos de comercio e inversión entre los tres países se
duplicaron.
El núcleo fuerte de la integración
light fue
un acuerdo de libre comercio bilateral entre EE.UU. y Canadá –el primero en la
historia de EE.UU.– firmado en 1988, en gran parte como reacción a los progresos
en el proceso de integración europea. Lo novedoso del NAFTA, suscrito seis años
después del acuerdo bilateral, fue su carácter norte-sur, por la inclusión de
México en la alianza comercial de América del Norte. Los principales incentivos
para México de formar parte del NAFTA fueron la perspectiva de atraer
inversiones directas adicionales, el aumento del flujo de comercio con EE.UU.,
una mayor seguridad jurídica en sus relaciones con el gigante del norte y la
posibilidad de salir de la crisis del endeudamiento externo de los años ochenta.
Asimismo, empresas de EE.UU. y Canadá ejercieron una doble presión: por un lado,
reclamaron una apertura del mercado mexicano, y por el otro, exigieron la subida
de los estándares laborales para impedir el
dumping social.
Asimismo, el NAFTA fue el resultado de una fuerte demanda de integración
por la creciente interdependencia económica entre EE.UU. y México. En 1992, dos
años antes del NAFTA, México representó un 9% del comercio de EE.UU., y este
último un 70% en los intercambios mexicanos. El NAFTA ha incrementado la
interconexión comercial entre los tres socios: para EE.UU., Canadá y México
representan algo menos del 40% de su comercio exterior, a la vez que Canadá y
México concentran el 90% de sus importaciones y exportaciones con EE.UU. En
cuanto al flujo de inversiones, EE.UU. elevó su IED a México de 1.300 millones
de dólares en 1995 a 15.000 millones en 2001. Similar es el flujo estadounidense
de IED a Canadá: incrementaron de 2.000 millones a 16.000 millones; y,
viceversa, la IED de Canadá a EE.UU. creció más de cuatro veces entre el período
entre 1994 y 2000.
El principal impulso para crear el NAFTA no fue un
acuerdo político como en el caso del MERCOSUR sino las interdependencias
comerciales existentes entre los tres países y la presión por parte de los
sectores privados domésticos. Así, los gobiernos de aquel entonces sólo
autorizaron o legitimaron políticamente una integración (comercial) de hecho. Es
por ello que el diseño del NAFTA contó con una fuerte participación de las
empresas transnacionales que optaron por un acuerdo meramente comercial que, a
diferencia del MERCOSUR, carece de un diálogo político o una mínima cooperación
al desarrollo para equilibrar las enormes disparidades entre los países
participantes.
Aun así, para disminuir las resistencias del lobby
medioambiental y laboral en EE.UU. y mejorar las posibilidades de ratificación
en el Congreso americano, se añadieron dos acuerdos paralelos al NAFTA: uno en
el área laboral y otro en el medioambiental. Estos dos
sideagreements
crearon al mismo tiempo una mayor institucionalidad, ya que surgieron dos
comisiones permanentes en estos dos ámbitos.
El NAFTA fue el resultado
de la ampliación del acuerdo de libre comercio entre EE.UU. y Canadá hacia el
sur, siendo la idea inicial la inclusión de otros países latinoamericanos en la
iniciativa. Sin embargo, el proceso de ampliación fracasó en el mismo año 1994,
cuando surgió el proyecto hemisférico ALCA durante la Cumbre de las Américas en
Miami y cuando Chile solicitó por primera vez (en aquel momento el Congreso no
renovó el denominado
fast track) su ingreso en el NAFTA.
Más de
diez años después de la firma del tratado de libre comercio, en el ámbito
comercial y de inversiones, el NAFTA está plenamente consolidado y no está
cuestionado por ninguno de los tres socios. El libre comercio trilateral es un
hecho aceptado y hay una creciente dependencia económica entre los tres Estados
y, particularmente, de los dos socios menores con EE.UU. Sin embargo, también
existen problemas. La entrada en vigor de la liberalización del sector agrícola,
a inicios del 2003, ha elevado el nivel de conflictividad social en las zonas
rurales mexicanas, ya que los pequeños campesinos no pueden competir con el
agrobusiness norteamericano, cuyos precios inferiores son,
paradójicamente, también el resultado de la contratación de trabajadores
ilegales mexicanos.
Otro tema conflictivo, estrechamente vinculado con
el problema agrícola, es la inclusión del factor migratorio en el NAFTA y la
pendiente definición de un acuerdo bilateral de migración entre México y EE.UU.
En este ámbito no se percibe ningún avance, lo cual ha provocado una gran
frustración por parte de México. También el hecho de que el NAFTA apenas haya
ampliado la agenda de cooperación trilateral y que EE.UU. esté firmando acuerdos
de libre comercio con otros socios de la región (Chile, Centroamérica, Colombia,
Perú, República Dominicana) rebaja la posición privilegiada de México y Canadá
frente a EE.UU.
En la actualidad, el NAFTA no es una alianza trilateral,
sino más bien consiste en dos relaciones bilaterales independientes de Canadá y
México con EE.UU, un fenómeno que Robert Pastor caracteriza como el «dual
bilateralismo». El primer paso hacia una alianza de intereses y, quizás en el
futuro, una comunidad norteamericana, sería la triangulación del acuerdo y, un
segundo paso, su ampliación a otros temas de la agenda común. Por sus
características, el NAFTA es un acuerdo mucho más limitado que el MERCOSUR y
principalmente un arreglo económico pragmático sin ningún contenido político,
social o cultural.
A diferencia del MERCOSUR, en el NAFTA las
instituciones y decisiones políticas no juegan un papel clave, sino que se ha
optado por un tratado de libre comercio cerrado que define tanto el mecanismo de
solución de controversias, como las funciones y competencias de las pocas
instituciones de coordinación surgidas en el marco del NAFTA. Asimismo, se han
creado procedimientos o reglamentos internos para las secciones nacionales del
secretariado del NAFTA que los tres países respetan. Lo que distingue el NAFTA
del MERCOSUR y –en menor medida también de la UE– es el predominio de reglas y
la preponderancia del derecho primario.
4. ¿Reglas o instituciones,
hard law o soft law? Por su índole norte-sur y el
liderazgo de EE.UU. frente a los dos socios menores, el NAFTA puede
caracterizarse como un proceso de integración hegemónica. Siendo un proyecto de
integración sur-sur entre países culturalmente semejantes (aunque distintos en
tamaño y poder global), el MERCOSUR, a cambio, corresponde más al modelo de
interdependencia asimétrica, pero no hegemónico. Por lo tanto, el NAFTA y el
MERCOSUR reflejan dos modelos diferentes de integración:
Os processos
negociadores que presidiram à concepcao e implementacao desses dois esquemas
comerciais, o NAFTA e o Mercosul (e a fortiori a ALCA), pertenecem portanto a
dois universos diferentes das experiencias de integracao económica.
(Almeida/Barbosa, 2005)
El MERCOSUR y el NAFTA ofrecen, al mismo
tiempo, dos maneras de conducir un proceso de integración:
1. Por la
implementación de reglas vinculantes, un mecanismo de solución de controversias
eficaz, así como la jurisdicción de la integración a través del derecho primario
(caso del NAFTA).
2. Por la institucionalización de la cooperación, la
realización de negociaciones permanentes entre gobiernos y funcionarios
públicos, así como la creación de legislación secundaria (caso del MERCOSUR).
El MERCOSUR y el NAFTA representan dos métodos u opciones políticas para
solucionar los problemas y conflictos entre sus Estados miembro. En cuanto a la
primera opción, los autores distinguen entre el derecho duro que es vinculante
(
hard law) y, en cuanto a la segunda, hablan de derecho blando (
soft
law) más flexible, pero menos vinculante. Transferida a los dos casos
analizados aquí, las soluciones de
soft law son características para el
MERCOSUR, y los del
hard law para el NAFTA.
En general, regular
la integración a través de contratos vinculantes es uno de los métodos más
importantes para que los Estados demuestren su credibilidad internacional. El
hard law tiene la ventaja de elevar la confiabilidad de los actores
involucrados, de reducir costes de transacción y de resolver problemas casi
siempre de forma definitiva. Por otro lado, implica el peligro de entregar
soberanía nacional, puesto que el derecho internacional prevalece sobre la
legislación nacional. Al contrario, las opciones de
soft law tienen la
ventaja de ser mucho más flexibles y abiertas, pero implican el riesgo de no ser
eficaces, puesto que las reglas definidas pueden ser ignoradas por los Estados
miembro (este riesgo existe claramente en el MERCOSUR, donde más de la mitad de
las decisiones no han sido implementadas). En este tipo de legislación, la
pérdida de soberanía nacional es menos probable, a no ser que se creen
instituciones mediadoras de integración con estructuras supranacionales para
implementar lo acordado.
INSTRUMENTOS Y MÉTODOS TEÓRICOS PARA
COMPARAR MERCOSUR Y NAFTA Tanto en el análisis
separado de los casos del MERCOSUR y del NAFTA, así como la comparación entre
ambos bloques confluyen y se reflejan diversos conceptos y teorías relacionados
con procesos de integración.
1. El intergubernamentalismo liberal
En el MERCOSUR y en el NAFTA, los gobiernos determinan las decisiones y
la creación de instituciones o de órganos coordinadores de integración. En ambos
casos se trata de procesos de integración intergubernamentales, basados en la
cooperación voluntaria entre Estados, tanto en el campo económico como en otros
ámbitos donde existan intereses convergentes. Teniendo en cuenta la importancia
del concepto de soberanía nacional en los dos mecanismos de integración, así
como, particularmente en el caso del MERCOSUR, la práctica de tomar decisiones
mediante negociaciones intergubernamentales, tiene particular relevancia la
tesis del intergubernamentalismo liberal sostenida por Andrew Moravcsik.
La teoría de integración se concentra en analizar las negociaciones
intergubernamentales, el papel de los Estados nacionales en ellas –como reflejo
de previos procesos internos de toma de decisión– y sus aspiraciones de poder en
el bloque de países. Basándose en la experiencia europea de integración, según
Moravcsik, no son las instituciones sino los Estados o los gobiernos los actores
principales de la integración. En este sentido, las instituciones
supranacionales son sólo instrumentos a disposición de los gobiernos para que
éstos realicen mejor sus objetivos nacionales y sus aspiraciones de poder. Por
tanto, las instituciones no son «supranacionales » sino subordinadas a los
intereses de los gobiernos.
Mientras que el NAFTA se basa en reglas
prácticamente inamovibles, definidas en un único y exhaustivo tratado de
integración, siguiendo el modelo europeo, el MERCOSUR es un proceso flexible que
se fundamenta en la negociación permanente entre gobiernos con una base
normativa más bien débil. Es por ello que el método sugerido por Moravcsik de
analizar los resultados de las negociaciones intergubernamentales –en este caso
las decisiones emitidas por las cumbres semestrales y las reuniones del Grupo
Mercado Común del MERCOSUR– es particularmente relevante para evaluar el
MERCOSUR.
2. Las asimetrías de poder según el realismo y el
neorrealismo La pregunta clave que plantea tanto la construcción del
NAFTA como del MERCOSUR es por qué los dos países dominantes, EE.UU. y Brasil,
han aceptado el juego de la integración, pese a las enormes asimetrías
existentes –en cuanto a tamaño, potencial económico y poder político– frente a
los países integrantes más débiles (México en el NAFTA, Paraguay y Uruguay en el
MERCOSUR). Una posible hipótesis a comprobar sería que aceptan la integración al
precio de no ceder soberanía, de mantener un claro liderazgo y de no permitir
avances sectoriales ni institucionales. A diferencia de la UE –en la cual ningún
país concentra más del 25% del PIB–, pareciera que las enormes disparidades en
el NAFTA y en el MERCOSUR (donde EE.UU. representa el 90%, Brasil el 63% del
PIB) son las principales limitaciones para profundizar la integración.
El impacto de las asimetrías es una dimensión poco estudiada en los
procesos de integración, ya que todas las teorías se refieren al modelo europeo,
en el cual las asimetrías son más relativas, tanto por el mayor número de sus
integrantes como por los fondos de cohesión que han contribuido a superar las
diferencias norte-sur en la UE. Pese a que las disparidades de desarrollo son
mucho mayores entre y dentro de sus países miembros, ni el NAFTA ni (hasta hace
poco) el MERCOSUR prevén incluir una dimensión equitativa en sus procesos de
integración.
Así, cabe constatar dos tipos de asimetrías que limitan
ambos procesos de integración: las disparidades de desarrollo que impiden
intensificar las interdependencias económicas al disminuir los mercados
internos; y las asimetrías de poder que reducen la participación y la influencia
de los socios menores o con menos peso en la región.
Los desniveles
políticos en ambos bloques se deben, en principio, al liderazgo hegemónico de
EE.UU. en el caso del NAFTA (integración hegemónica) y al destacado papel de
Brasil como poder regional «benigno » en Sudamérica. Tanto el NAFTA como el
MERCOSUR reflejan la importancia de las tesis del realismo y neorrealismo para
procesos de integración. Brasil y EE.UU. son los mayores
veto-player de
sus respectivos procesos de integración, pero, paradójicamente, son al mismo
tiempo sus promotores más entusiastas, ya que sin su consentimiento no existiría
ningún avance hacia una mayor integración. El resultado de esta contradicción
estructural es el predominio de la soberanía y el liderazgo hegemónico en el
caso del NAFTA, mientras que en el caso del MERCOSUR, Brasil empieza a ceder
soberanía, acercándose al concepto de
pooling sovereignty (con la
Argentina) siguiendo el modelo de la Unión Europea (y sobre todo el tradicional
eje franco-alemán).
3. Funcionalismo y neofuncionalismo, oferta y
demanda de instituciones Aparte del realismo y del neorrealismo, los
límites y las posibilidades de una profundización de la integración en el seno
del MERCOSUR y del NAFTA pueden explicarse con las ideas vinculadas a las
teorías del funcionalismo y del neofuncionalismo. Allí tienen particular
relevancia conceptos y categorías como el
spill over funcional, el
spillover político,
el spillover institucional,
el spill-around
y la encapsulación de la integración.
Asimismo, cabe mencionar la
hipótesis de Walter Mattli –que parte del funcionalismo y del neofuncionalismo–
de que la profundización de la integración depende de la relación entre la
oferta y la demanda de instituciones, siendo más importantes las condiciones de
oferta. La demanda de instituciones sería el resultado de un
spillover
funcional, impulsado por una mayor cooperación entre las sociedades civiles
de los países y, particularmente, de la presión de la comunidad empresarial (en
el caso del NAFTA).
Según esta hipótesis, para implementar las cada vez
más complejas reglas de integración, se requeriría una mayor coordinación
intergubernamental o la creación de instituciones supranacionales; es decir, los
gobiernos crearían la oferta de instituciones. Por tanto, un fuerte limitante
para crear la oferta correspondiente a la demanda es la soberanía nacional y/o
un proyecto de autonomía perseguido por los gobiernos. Mattli identifica dos
condiciones imprescindibles para profundizar la integración: en primer lugar,
altos beneficios económicos de integración para sus países integrantes, y, en
segundo lugar, el liderazgo de un país fuerte que asuma los costes de
integración.
En general, los beneficios de integración son considerados
más bajos en países con una coyuntura económica favorable. De allí la pregunta
de Mattli: «
Why sacrifice national sovereignty if the economy is growing
relatively quickly?». Tanto EE.UU. como Brasil son los países donde el
impacto económico de la integración ha sido si no menos relevante, menos visible
que, por ejemplo, en México o la Argentina. Formulada a la inversa, la hipótesis
sería: cuanto peor se desarrolle la economía de un país, mayor disposición por
integrarse. Considerando el caso de Paraguay y Uruguay en el MERCOSUR –que han
tenido un papel menor–, parece una tesis algo dudosa que será retomada en el
capítulo sobre las alianzas de intereses.
Otro requisito para la oferta de instituciones sería, según Mattli, la
presencia de un reconocido líder entre los Estados miembro de un mecanismo de
integración. Esta condición está presente tanto en el caso del NAFTA como del
MERCOSUR. No obstante, en el NAFTA, EE.UU. constituye más bien un obstáculo a
una profundización de la integración, mientras que Brasil está asumiendo mayor
responsabilidad para fomentar una integración más avanzada. De este modo, un
marcado liderazgo de un país parece a la vez una condición y un obstáculo para
la integración. Positivo para la integración ha sido el hecho de que ni en el
MERCOSUR ni en el NAFTA existe un segundo polo de poder semejante a Brasil y
EE.UU. La rivalidad entre países que disputen por el poder dentro del esquema de
la integración ha sido un factor determinante para hacer fracasar el proyecto de
integración andina, donde países como Colombia, Venezuela y Perú han reclamado
un liderazgo singular sin aceptar el predominio del otro.
4. Otros
factores en la integración: el constructivismo y el «bilateralismo»
Un enfoque teórico diferente, que sirve para explicar por qué los
Estados se comprometen a cooperar y por qué un proceso de integración avanza
hacia una interdependencia más allá de lo inicialmente planteado, ofrece el
constructivismo centrado en la percepción subjetiva y la construcción individual
de la realidad. Según este concepto, serían ante todo las visiones e ideas, así
como las connotaciones culturales comunes, las que facilitarían la integración
entre países. En cierto modo, el constructivismo tiene muchos elementos del
idealismo. al asignar a las ideas un valor más alto que a los intereses más
tradicionales. También el concepto de la integración es en gran parte el
resultado de una «revolución de las ideas» que ha tenido su mayor impacto en
Europa.
Sobre todo en el caso de la UE, pero también del MERCOSUR, se
considera que la integración es, más que una realidad, una idea o una utopía que
requiere ser construida. El NAFTA, en cambio, es ante todo el resultado de una
creciente interdependencia de hecho entre países, que no necesita ser creada
pero que requiere ser reglamentada a través de un acuerdo comercial. Tanto el
MERCOSUR como –hasta cierto punto– la UE, son ejemplos que comprueban la
importancia de crear una identidad común y de nociones culturales similares como
un factor impulsor para construir (artificial o posteriormente) una mayor
interdependencia entre los Estados parte de la integración.
Lo contrario
parece ocurrir en el NAFTA, donde diferencias culturales y visiones divergentes
del mundo tienden a impedir, junto con la posición hegemónica de EE.UU., una
profundización de la integración más allá de los intereses del líder principal
del bloque. Aunque también con respecto al NAFTA se percibe un enfoque
constructivista –reflejado en el debate sobre la creación de una Comunidad
Norteamericana–, que no es una corriente de pensamiento influyente, ya que en
EE.UU. y, en menor medida, también en Canadá, prevalecen las tradicionales
visiones del realismo de no ceder soberanía ni poder.
Otro elemento
importante que influye en la profundización de la integración –y que apenas es
considerado en el debate teórico– es el eje bilateral de cooperación entre dos
países que sirve al mismo tiempo como motor y como freno de la integración. En
el caso de la UE, el núcleo bilateral Alemania-Francia ha sido durante décadas
la verdadera locomotora de la integración europea. En el MERCOSUR y en el NAFTA
han surgido relaciones bilaterales estrechas, pero también conflictivas: la
Argentina y Brasil como los países más grandes del MERCOSUR por un lado; EE.UU.
y México, EE.UU. y Canadá, por el otro.
Un aspecto importante a
considerar parece ser las potenciales alianzas bilaterales a favor de una
profundización. Las constelaciones varían. En el caso del MERCOSUR, como
principal motor actúan la Argentina y Brasil que son, al mismo tiempo, los dos
países más poderosos. En el NAFTA podría surgir una alianza entre los dos socios
débiles, Canadá y México. No obstante, debido a las disparidades culturales y
socioeconómicas aún no se ha producido un eje bilateral, de modo que el NAFTA
consiste más bien en dos alianzas bilaterales asimétricas e independientes con
el socio mayor: el eje EE.UU.-Canadá, por un lado, y la relación México-EE.UU.,
por el otro.
En el caso del MERCOSUR parece comprobarse la tesis de que
cuando existe una convergencia entre los dos países principales, avanza la
integración; y si se producen controversias, retrocede. También en el NAFTA se
percibió un mayor avance de cooperación, cuando México y EE.UU. empujaron por el
cumplimiento de la agenda comercial (1994-2001), mientras que el bloque entró en
crisis cuando se liberalizó el comercio y los intereses de ambos países
empezaron a ser menos compatibles (en materia de migración y control de las
fronteras, pero también en temas de la agenda internacional). Tanto para el
MERCOSUR como para el NAFTA, teniendo en cuenta el reducido número de países
participantes y las desigualdades existentes entre ellos, el bilateralismo ha
jugado un papel fundamental en la integración que merece la pena analizar más
detalladamente.
Nota de la Redacción: Este artículo es la Introducción del libro de
Susanne Gratius (ed.),
Mercosur
y NAFTA. Instituciones y mecanismos de decisión en procesos de integración
asimétricos (Iberoamerica Editorial Vervuert, 2008).
Queremos hacer constar nuestro agradecimiento a
Iberoamericana Editorial Vervuert por su gentileza al
facilitar la publicación en
Ojos de
Papel.