Francisco Hidalgo: Cante de las minas. Notas a pie de festival (La Unión, 2004-2007) (Ediciones Carena, 2008)

Francisco Hidalgo: Cante de las minas. Notas a pie de festival (La Unión, 2004-2007) (Ediciones Carena, 2008)

    NOMBRE
Francisco Hidalgo Gómez

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Posadas (Córdoba), 1950

    CURRICULUM
En agosto de 1974 se trasladó a Cataluña. Además de su labor docente como maestro, ha desarrollado una intensa actividad cultural, social y política. Es presidente de la Peña Fosforito y director del Festival de arte Flamenco de Cornellá. Es autor, entre otros, de los libros Sebastià Gasch. El flamenco y Barcelona (Ediciones Carena), Carmen Amaya: cuando duermo sueño que estoy bailando (Libros PM) y Como en pocos lugares. Noticias del flamenco en Barcelona (Ediciones Carena)



Francisco Hidalgo

Francisco Hidalgo


Tribuna/Tribuna libre
Cante de las minas. Notas a pie de festival (La Unión, 2004-2007)
Por Francisco Hidalgo Gómez, lunes, 2 de junio de 2008
“En esta penúltima entrega de Paco Hidalgo –conocedor y analista de la actualidad flamenca, de la que no pierde puntada- encontramos la memoria viva -la que recuerda los últimos años del Festival Internacional del Cante de las Minas- de un testigo en primera fila, contada en primera persona a modo de urgente crónica, que recoge parte de su historia, pero sobre todo de la intrahistoria, esa que casi nunca aparece en los papeles, aunque muchas veces merecería quedar plasmada para el conocimiento de los demás; porque el flamenco, siendo imprescindibles, no es sólo datos y análisis concienzudo, sino esencialmente humano: hecho de vivencias y de tiempo” (Francisco Vargas).

De la historia

Afirman las crónicas que el origen del Festival del Cante de las Minas hay que buscarlo en el monumental enfado que le provocó la ignorancia del público a Juanito Valderrama durante una de sus actuaciones. Pero dejemos que sea Esteban Bernal, alcalde a las horas de La Unión, fundador del Festival y su presidente hasta su décima edición, quien nos lo aclare:

“Transcurría el mes de agosto de 1961 cuando en un espectáculo de Juanito Valderrama, este artista, conocedor de la grandeza de nuestros cantes, intentó cantar una cartagenera y el público asistente lo rechazó, pidiéndole a cambio aquellas canciones de la época como “La Mamá” o “La primera comunión”. Esto disgustó tanto al artista que dijo: “Parece mentira que aquí, en esta tierra tan rica en cante bueno, suceda esto”.

“A este espectáculo asistían mis buenos amigos e íntimos colaboradores, Pedro Pedreño y Asensio Sáez, quienes me pusieron al tanto de lo sucedido; y contando con mi afición al flamenco, decidimos iniciar un concurso de cante dentro de las fiestas patronales de octubre”.

El primer Festival del Cante de las Minas se celebró el 13 de octubre de 1961, cuyo máximo premio fue a parar a manos de Antonio Piñana, inscribiendo así su nombre en el cuadro de honor de los ganadores. El cantaor, gran conocedor y maestro de los cantes mineros, se convertiría a partir de entonces en el gran valedor de los mismos y en adalid incuestionable de su recuperación.

A propósito de esta velada escribió Orihuela Águila: “Desgraciadamente este Festival tuvo también su cruz, ésta fue el desconocimiento absoluto por parte de casi todos los concursantes de lo que es el verdadero cante por mineras”.

Y es que en la ciudad minera, el cante que había llenado en el pasado sus calles, sus ventas, sus posadas y sus cafés cantantes, estaba olvidado; el cante de las minas es solo un nostálgico recuerdo en el corazón de unos pocos conocedores que mantienen encendidas sus ascuas, el pueblo le había dado definitivamente la espalda y en sus corazones le habían hecho hueco de aprecio a las músicas del garganteo, de los gorgoritos y el floriteo. Nadie daba un duro por aquellos cantes que solo gustaban a unos cuantos. La Unión de aquellos años no comulgaba con las mineras, las tarantas, las cartageneras de sus ancestros, de los maestros del pasado.

La creación del concurso fue providencial para la recuperación de los mismos. Uníase también así La Unión al movimiento de recuperación, iniciado a mediados de la década anterior, del flamenco clásico, liderando decididamente el propio de la zona.

El Festival de La Unión nació con unos objetivos claros: no solo había que recuperar, sino engrandecer los cantes mineros, logrando al tiempo que los valorasen como se merecían tanto las gentes de la zona como las del resto del mundo flamenco. Porque, no lo olvidemos, además de contra el olvido generalizado en que se hallaban sumidos habría que batallar contra la escasa, cuando no nula, valoración en que los tenía la corriente gitanófila o, más bien, el mairenismo que ya empezaba a ejercer su imperio; imperio que se extendería a lo largo de las décadas siguientes y mediatizaría férreamente los gustos y, sobre todo, las opiniones de los aficionados.

Desde sus mismos inicios, el festival basculó entre dos criterios de proyección y de significación artística, el de quienes creían que sus objetivos se cumplirían mejor sin rebasar el ámbito local y dándole protagonismo principal a los cantaores de la tierra y el de quienes, por el contrario, defendían que había de ampliarse el ámbito e incentivar la presencia de cantaores de fuera que incorporaran los cantes mineros a su repertorio.

El caso es que los cantaores de fuera comenzarán a participar desde el principio y que se produjo de manera natural un ajustado equilibrio entre premiados de fuera y locales en las primeras ediciones. El triunfador de la segunda edición fue el sevillano Enrique Orozco. Al año siguiente, 1963, en el que su celebración se traslada al mes de agosto y se aumenta notablemente el importe de los premios, Canalejas de Puerto Real obtuvo el primer premio de mineras, Fosforito el de cartageneras y Fregenal el de tarantas.

Eleuterio Andreu conquista la gloria en el cuarto certamen. “Al día siguiente –escribe Asensio Sáez– Eleuterio baja a la mina. 350 metros de profundidad. Planta 7 del Cabezo Rajao. Convoca a los compañeros para decirles sencillamente: “Vengo a cantar la copla premiá a los que no pudieron oírme”.

También Asensio Sáez recoge en su imprescindible libro “Crónicas del Festival” la opinión de Enrique Azcoaga, “Para mí, el Festival tiene dos bandos: el de los cantaores que se saben el cante de memoria, y el de los que “hacen el cante” como el minero Eleuterio Andreu, que me ha causado una impresión extraordinaria de la que todavía no estoy repuesto”.

En el quinto festival el gran Pencho Cros se alzó con el primer premio. A partir de este momento se convierte en el arquetipo del cantaor minero. La minera –escribe Paco Ícaro–, cuando sale de la boca de este hombre-montaña, dice mucho más de esta tierra que todo lo escrito hasta ahora. Pencho llega al alma, guste o no guste el cante. “Cuando Pencho canta/la luz desaparece/y sólo resplandece/el carburo de su garganta”.

En las ediciones de 1972, duodécima, y 1976, décimo sexta, volvería a alzarse con el triunfo convirtiéndose así en el único que ha conquistado tres veces el máximo galardón del concurso.

Su incorporación a los entonces llamados Festivales de España y la cuantiosa dotación del máximo galardón, treinta mil pesetas, hacen aumentar la expectación en el sexto festival. El malagueño Antonio de Canillas se alza como vencedor.

Poco a poco, los objetivos marcados van cumpliéndose, cada vez se conocen y se hacen mejor los cantes mineros, aumenta el número de participantes, al igual que el de aficionados que acuden a él, comienzan a asistir personalidades de otros ámbitos, Camilo José Cela y el popularísimo presentador de televisión Jesús Álvarez en 1965. El festival, en definitiva, se ha consolidado y ha rebasado ampliamente el ámbito local. Pero no se duerme en los laureles.

El festival se consolida

Con la llegada a la alcaldía y a la presidencia del Festival de Antonio Sánchez Pérez, 1971, se inicia una nueva etapa. Los días de celebración aumentan de tres a ocho, y se crean los concursos de letras de cante, de carteles y de periodismo. El Festival va creciendo no sólo en las horas y los días para el disfrute del cante sino también en contenidos abriéndose a otras manifestaciones artísticas y consolidando una de sus señas de identidad, el pregón, gracias a la participación de personalidades como Tico Medina, Pedro Rodríguez o Luis María Anson.

La década de los setenta, segunda del Festival, vive varios momentos estelares de su historia: Pencho Cros vuelve a ganar la Lámpara Minera dos veces, la consagración del primero de sus más mediáticos y populares ganadores, Luis de Córdoba, el traslado a la que será su sede definitiva de celebración, el Mercado Antiguo, obra ecléctica de Cerdán y Beltrí, impresionante monumento modernista que será denominado desde entonces Catedral del Cante y dos mujeres protagonizándolo en el mismo año, 1979, Carmen Conde, primera académica de la lengua, pronunciando el pregón y Encarnación Fernández, gitana unionense y primera mujer que conquista la Lámpara Minera.

En 1973, el maleno Luis Pérez Cardoso, Luis de Córdoba para el arte, triunfa rotundamente en su participación en el concurso y conquista con todo merecimiento su primera Lámpara Minera. Al año siguiente vuelve a participar obteniendo igual triunfo y, además, el primer premio de cartageneras, tarantas y del resto de los cantes de levante. Se convierte, así, no sólo en triunfador indiscutible de esas dos ediciones sino también en popularísima figura de los festivales flamencos del resto de España. Con él, el Festival alumbra su primera gran estrella. Él, por su parte, no dejará de estudiar, interpretar y popularizar los cantes mineros.

El triunfo de Encarnación lo fue también de la más importante saga flamenca unionense, la de los Fernández: Antonio, el patriarca, guitarrista y padre del también guitarrista Rosendo y de la propia Encarnación, madre del continuador de la misma, guitarrista, Antonio Muñoz Fernández. Una familia en cuyo seno, en el tiempo de los olvidos, se conservaron los cantes mineros y a cuya casa, al decir de Paco Ícaro, acudía toda la afición local: Pencho Cros, el Niño Alfonso, Caparrós, Eleuterio, los Piñana…, y en la que se oía cantar a todas horas a Encarnación.

En aquella casa aprendió a cantar Paco Solano “El Cuco”, quien, con solo diez años de edad, obtuvo el premio para cantaores locales. Se lo entregaron en una bolsa repleta de aquellas monedas de plata de cien pesetas.

El Festival inicia la década de los ochenta ampliando su campo de actuación al dar cabida a la guitarra en el concurso, introduciendo nuevos cambios estructurales, la organización recaería a partir de entonces en el concejal de cultura, apoyado por el coordinador del certamen y la comisión organizadora, potenciando aún más algunas de sus secciones con nombres de indudable popularidad y repercusión mediática e inicia sus presentaciones en otras ciudades para proyectarse más ampliamente, como la que haría en Madrid con ocasión de sus bodas de plata o, dos años después, en los Reales Alcázares de Sevilla, año en que también se hermana con la ciudad de Linares y rinde un homenaje a Andalucía.

Durante esta década homenajeará también al gran Antonio Mairena, en 1984, y a dos de sus más emblemáticos cantaores, en 1980 a Eleuterio Andreu, y en 1988 a Pencho Cros.

Encarnación Fernández inicia la década ganando su segunda Lámpara Minera y su hermano Rosendo inscribe su nombre, con Bernardo Sandoval, en el palmarés del Bordón Minero, que celebra su primera edición; dos años después logra uno de los tres accésits que el jurado concede para dicho premio, que no se otorga. Los otros dos fueron concedidos a Antonio Suárez (hijo) y María Aurelia Lara, única mujer que, por ahora, ha logrado alguna distinción en el concurso de guitarra. Finalmente, en 1989, otro miembro de la familia, Antonio Muñoz Fernández, hijo de Encarnación, inscribe su nombre en el palmarés del Bordón Minero.

Cabe destacar la participación durante esta década en el concurso de guitarra de tres muy jóvenes guitarristas, José Antonio Rodríguez, 1981, Daniel Navarro “Niño de Pura”, 1984, Vicente Amigo, 1988, que se convertirían en primerísimas figuras y que con su participación prestigiaron esa sección del concurso.

La participación de cantaores, básicamente, de Cataluña, nacidos o radicados en ella, en el concurso había venido siendo habitual y con un alto nivel, no en vano muchos de ellos conquistaron primeros premios en alguna de sus distintas modalidades. Ahí, por ejemplo, los nombres de Ginesa Ortega y Carmen Ruiz. Pero no sería hasta 1987 que la catalana Mayte Martín, conquistara con todo merecimiento su máximo galardón: la Lámpara Minera. Ella, como en tantas otras ocasiones, desbrozó definitivamente el camino para que sus compañeros siguieran la misma senda.

No obstante, dejemos constancia de que la afición flamenca de Cataluña tenía también por suya una Lámpara Minera anterior porque tenía a su ganador, Manuel Ávila, quien la había conquistado en 1983, tras años de rendida, entregada y tozuda participación.

Yo mismo aplaudí entusiasmado su entrega, al igual que el año anterior salí decepcionado, tras esperar hasta altas horas de la madrugada el veredicto del Jurado y comprobar que no se la habían entregado; habían acordado sustituir el primer premio de mineras por tres accésits para el propio Manuel Ávila, Curro Lucena y Juan Casillas.

La década de los 90

El Festival encara la década de los noventa tan absolutamente consolidado y con tal tirón popular que ni el cierre de la minería y la crisis económica que padece el municipio lo ponen en peligro; al contrario, se renueva una vez más, profundiza en sus características particulares, se moderniza y se proyecta más allá de sus fronteras. La presencia internacional del certamen minero se incrementa en estos años, se viaja, por ejemplo, hasta Japón para promocionarlo.

Esta década, además, pasará a la historia por el deslumbrante triunfo y consagración de Miguel Poveda, de una tercera generación de artistas de la familia Piñana, por la implicación de grandes artistas contemporáneos en el diseño de su cartel anunciador y por dar cabida, por fin, al baile en el concurso.

Miguel Poveda, en aquel 1993 de su triunfo, bien pudo hacer suya la afirmación juliocesariana de “vini, vidi, vinci”, porque lo suyo fue realmente eso, llegar, ver y vencer. Llegó, aunque concienzudamente preparado en meses de estudio en la Tertulia Flamenca de Badalona, con aún escasa trayectoria artística, siendo prácticamente un desconocido fuera de Cataluña, y sorprendió; sorprendió por sus conocimientos y juventud, con su modestia y bondad, con una imagen nueva, de lo que era, un joven de su tiempo y, sobre todo, con su voz, una voz suave, acariciante, dulcísima como la miel y, por supuesto, flamenca y llena de color.

Lo suyo fue verdaderamente un deslumbramiento en La Unión. Y fuera de ella, como si se hubiese descubierto el diamante más grande y singular jamás hallado, la noticia corrió como un reguero de pólvora hacia los cuatro confines del mundo flamenco.

Ese mismo año, y porque la alegría y la satisfacción de la afición flamenca catalana fuesen aún más desbordantes, Rafael Cañizares triunfó en el concurso de guitarra, llevándose con todo merecimiento el Bordón Minero a su casa en Sabadell.

No pudo ser al año siguiente un nuevo triunfo absoluto de un artista catalán. No obstante, la joven bailaora de Cornellà de Llobregat, Mónica Fernández, sí inscribió su nombre en el palmarés de premiados al lograr el segundo premio de baile en el primer año en el que entró a formar parte del concurso. Javier Latorre, ya Premio Antonio al bailaor más completo en el Concurso de Córdoba, ganó el Desplante.

En las ediciones siguientes los vencedores serían María José Franco e Israel Galván y, tras otras dos en que quedaría desierto, Rafael Campallo cerraría la década como triunfador.

En 1996, nuevamente el apellido Piñana vuelve a aparecer inscrito en el Cuadro de Honor de los premiados, en esta ocasión, en la sección de guitarra. Carlos Piñana gana el Bordón Minero. Dos años después, a los treinta y ocho de hacerlo el patriarca de la saga, Curro Piñana alza la Lámpara Minera como ganador.

El primero, este mismo año conquistaría en el XV Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, el del fin del milenio, el Premio Ramón Montoya de guitarra de concierto.

Por mor de ambos hermanos, el apellido Piñana ha vuelto a estar de actualidad, a sonar y resonar en el mundo del flamenco. Ambos han venido desarrollando una fructífera carrera artística desde entonces, actuando juntos o separadamente. Ejemplo de lo primero es su “Misa Flamenca”, editada en disco en 2007, viniendo a cubrir una falta de tal tipo de grabaciones ya que hacía tiempo que no se hacía una.

La de los murcianos, por muchos conceptos extraordinaria, es una obra transida de emoción y de sentimiento religioso, respetuosa con la tradición, pero muy actual, sensible y bella, a la altura de las que la precedieron. La voz de Curro es plenamente solidaria con el tema que la motiva, y la música de Carlos, siempre personal y rica, se adecua perfectamente.

Con experiencia previa en concursos, como el de los Jóvenes Flamencos de la Diputación de Córdoba del que resultó vencedor, el cordobés Antonio Porcuna “el Veneno” será el ganador de la última Lámpara Minera del siglo XX.


Nota de la Redacción: Este texto corresponde a un avance editorial del trabajo de Francisco Hidalgo, Cante de las minas. Notas a pie de festival (La Unión, 2004-2007) (Carena, 2008). Queremos hacer constar nuestro agradecimiento tanto al autor como al director de Ediciones Carena, José Membrive, por su gentileza al facilitar la publicación en Ojos de Papel.