José Membrive
-Señor conde -comenzó Patronio-, dos caballeros españoles que estaban en su país eran muy amigos y vivían juntos. Estos dos caballeros no tenían sino un asno cada uno, asnos muy respetados y sobrevalorados por sus respectivos dueños, de tal manera que cada cual delegó en el suyo la representación política. Pero ocurrió que mientras estos caballeros se estimaban y respetaban, sus asnos se tenían un odio feroz. Una vez sus dueños los enviaron a Bruselas para tramitar unos asuntos a favor de su país, pero eran tan necios y obstinados en sus patadas mutuas, tan cargadas de odio y sinrazón que, cuando coxeando arribaron al lugar, cada cual gestionó sus asuntos para destruirse mutuamente y ambos, cuyas dotes intelectuales no iban mucho más allá del rebuzno, sin embargo, consiguieron, ante la algarabía de su rivales, dañarse gravísimamente, llevando por supuesto a la ruina a sus representados.
De vuelta a casa y, como los caballeros no eran tan ricos que pudieran pagar estancias distintas, y por la malquerencia de sus asnos no podían compartirlas, llevaban una vida muy enojosa. Cuando pasó cierto tiempo y vieron que no había solución, decidieron llevarlos a un corral del norte a que unos pistoleros acabaran con ellos.
Cuando se vieron, de nuevo juntos en un corral, comenzaron de nuevo a cocearse, tratando cada cual de apoderarse de los dos pesebres que sus dueños habían llenado de paja y cebada como último homenaje. Estando en lo más violento de su pelea, entró un asno más fuerte y poderoso que ellos, se dirigió a los pesebres y comenzó a comerse el grano. Era un asno de la tierra, acostumbrado también a los banquetes que da el disfrute del poder.
Equus asinus o asno (foto de David Gaya: wikipedia)
Los dos asnos al ver que, por primera vez en sus vidas, alguien le iba a arrebatar la cebada que hasta entonces había llenado sus pesebres, se echaron a temblar y se fueron acercando el uno al otro. Cuando estuvieron juntos, se quedaron así un rato y luego se lanzaron los dos contra el racial asno, al que atacaron con cascos y dientes de modo tan violento que hubo de buscar refugio en el último rincón del corral. Los dos asnos quedaron sin daño, porque el otro no pudo herirlos ni siquiera levemente y, después de esto, los dos asnos se hicieron tan amigos que comían en el mismo pesebre y dormían juntos en la misma cuadra, vigilando por si eran atacados por algún pistolero.
Llegada la noticia a sus amos de la braveza y unidad empleadas por los asnos para defenderse, decidieron rescatarlos. En Madrid el caballo galopante de la crisis estaba arrasando trigales y cosechas y sus amos pensaron que la fuerza de la recién adquirida unidad de sus asnos los liberaría de la voracidad del terrible caballo. Así que los amos llevaron a sus asnos a su compartida hacienda con la misión de que defendieran la cosecha.
Los asnos, al verse otra vez en la abundancia comenzaron de nuevo la pugna lanzándose mortales patadas. En aquellos momentos apareció el caballo de la crisis y uno de los asnos, el que ocupaba la banda derecha se le quedó mirando y, saltando de alegría se fue hacia él y al instante lo reconoció. Era su propio hijo nacido de unas relaciones corruptas con una yegua multinacional muy ambiciosa, que había acaparado todas las riquezas y ahora vivía en un paraíso animal.
Ambos, asno y caballo, padre e hijo, se fueron hacia el otro asno y lo pisotearon hasta dejarle las tripas fuera. Cuando los dos dueños vinieron a ver lo que ocurría, las dos bestias, caballo y asno, corrieron hacia ellos y la emprendieron a coces hasta dejarlos a uno magullado con las costillas rotas y al otro vomitando sangre.
Poco después, asno y caballo se repartían el botín. Con la tierra confiscada a los dos dueños por impago de unos impuestos, el asno decidió gozar del abundantísimo grano que, a pesar de la crisis, rebosaba hasta la dilapidación en las cuadras del Congreso de los Diputados, mientras el caballo prefería la sofisticación de los pesebres de Bruselas cuya lejanía estaba ampliamente compensada por las millonarias dietas que el caballo recibiría.
»Vos, señor Conde Lucanor, si tomáis representantes, evitad en lo posible a los asnos. De quien sólo sabe rebuznar uno no puede esperar soluciones que exigen hondas cavilaciones. Pero, de cualquier forma, si viereis que vuestro representante político es de tal condición que, desde que le hayáis votado y sacado del anonimato, al tener su acta de diputado, se olvidara de vos, no sería muy sensato que le votarais de nuevo sino que debéis apartaros de la política cuanto podáis. Si es que os deja alguna opción.
NOTA: En el blog titulado Besos.com se pueden leer los anteriores artículos de José Membrive, clasificados tanto por temas (vivencias, creación, sociedad, labor editorial, autores) como cronológicamente.