lunes, 2 de febrero de 2009
París, Texas, Wim Wenders y la tumba tejana de una niña ignota
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Artes en Blog personal por Cine
Nastassja Kinski nunca jamás ha vuelto a estar tan hermosa, y sus momentos en la cabina de peepshow son antológicos. Pero si la Kinski está admirable, la actuación de Harry Dean Stanton es de esas que consagran a un actor, que le dan pleno sentido a toda su carrera profesional, y en general a la profesión de actor


Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Llego algo tarde a casa ayer sábado por la noche. No tengo ni pizca de sueño y decido volver a ver, recién comprada en la colección Cinemateca de Filmax, la en mi opinión más comercial, y a la vez mejor película del alemán Wim Wenders: París, Texas (1984). Obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes de ese año.

Hacía muchos años que no veía la película, y en el silencio absoluto de la madrugada, conectados los “cascos” al portátil, completamente concentrado en la historia que narra Wenders, vuelvo a quedar atrapado en la profunda emoción contenida en un filme de una belleza infinita, en un cuento de amor(es) sobrecogedor, en el que una pasión desbordada y desbordante queda expresada, fotograma a fotograma y sin subrayados, en una colección pasmosa de gestos, silencios, miradas y palabras aisladas que ya tienen su lugar en la historia del cine con mayúsculas.



París, Texas, de Wim Wenders (vídeo colgado en YouTube por dvigo7)

Nastassja Kinski nunca jamás ha vuelto a estar tan hermosa, y sus momentos en la cabina de peepshow son antológicos. Pero si la Kinski está admirable, la actuación de Harry Dean Stanton es de esas que consagran a un actor, que le dan pleno sentido a toda su carrera profesional, y en general a la profesión de actor. Sin duda una de la mejores interpretaciones cinematográficas de las últimas décadas. Si al gran trabajo de los actores principales, le sumamos la excelencia de los secundarios (incluido el niño), la presencia siempre tan cine puro del desértico paisaje tejano, un guión prodigioso de Sam Shepard, la peculiar, sugerente y eficaz banda sonora de Ry Cooder, y una dirección probablemente impecable de Wim Wenders (poderosa, contenida, ajustada, sabia, nada amanerada, sencilla, elocuente, sin efectismos ni aspavientos ni egolatría), tendremos algo muy parecido a una obra maestra.

Este peculiar western moderno, deudor en su discurso y en algunos detalles esenciales de Centauros del desierto (The seachers) de John Ford, guardaba algunos tesoros que, por razones de metraje o porque no sumaban cosas esenciales a la historia, quedaron en el tintero en la versión final y definitiva.

Ahora, gracias a la magia del dvd, esos tesoros pueden visionarse como “extras” en la edición puesta a la venta, y además comentados por el director. Repito, son escenas, secuencias, que a juicio del director no acababan encajando en la narración o alargaban el metraje más de lo necesario, aunque algunos eran momentos de una belleza sobrecogedora.



París, Texas, de Wim Wenders (vídeo colgado en You Tube por Birdy1166)

De todos, quiero traer hasta aquí uno de ellos. Rodando por aquellos paisajes de la América profunda, y junto a un increíble nudo autopistas por el que circulaban miles de coches con muy diversos destinos, Wenders descubrió un pequeño y miserable cementerio que parecía recién sacado de un relato del far west. En una arenosa parcela de desierto, a escasa distancia de donde circulaban los coches con velocidad de vértigo, decenas de pequeñas cruces y de lápidas funerarias, muchas ya casi escondidas por el polvo y la maleza, señalaban un decorado espectral e intemporal, un instante de vida muerta suspendido para siempre en la intemporalidad de la historia.

Pues bien, en ese lugar real Wenders decidió rodar un momento de desolación y ternura protagonizado por Harry Dean Stanton. Éste, vestido con pantalones y cazadora vaquera, deambula como insomne entre las tumbas, muchas semienterradas por el desierto. Wenders le pidió que pasease sin rumbo fijo por el lugar, y que hiciese durante un buen rato lo que considerase que su personaje haría en una situación y un lugar así. Dean Stanton camina como sin rumbo por entre las cruces y las lápidas. De repente se detiene ante una que llama su atención y hace que su imaginación, y la nuestra, inicie un vuelo errante. Se agacha junto a ella. Es una lápida muy pequeña, apenas un montículo de cemento. Dean Stanton queda conmovido, y de repente inicia un gesto. Acaricia con suavidad el borde superior de la lápida, un borde de cemento en el que alguien escribió hace mucho, mucho tiempo, cuando el cemente estaba aún fresco, una sola palabra en español: Niña.

Nadie sabrá nunca quién fue aquella niña que descansa en un pequeño cementerio del desierto tejano. Yo, desde luego, no lo sabré. Pero hoy quiero dedicarle esta página, y agradecerle el momento de poesía que sin querer me ha regalado.


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Última reseña de Juan Antonio González Fuentes en Ojos de Papel:

-Stieg Larsson: La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Destino, 2008), segunda parte de la trilogía Millennium, que se inició con el título, Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino, 2008)



NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.