domingo, 9 de noviembre de 2008
“Bachiana” para un adiós, cuando en la porticada Rostropovich hizo cantar a su violonchelo
Noche del jueves 30 de agosto del año 1990. Concierto final de la edición número XXXIX del Festival Internacional de Santander, la última edición de las celebradas en el viejo teatro desmontable de la llamada Plaza Porticada. Sobre el escenario los protagonistas de la velada: el violonchelista y director de orquesta Mstislav Rostropovich y la Orquesta de Cámara Noruega. El milagro fue posible
Juan Antonio González Fuentes
Noche del jueves 30 de agosto del año 1990. Concierto final de la edición número XXXIX del Festival Internacional de Santander, la última edición de las celebradas en el viejo teatro desmontable de la llamada Plaza Porticada, de la santanderina Plaza de Velarde. Noche de despedida, de adioses, de emociones plenas y contradictorias. Noche que cerraba una larguísima etapa, emprendida en el verano de 1952, de citas estivales alrededor de las artes escénicas. Nada más y nada menos que treinta y nueve veranos seguidos de programaciones desiguales y variopintas, de aciertos y fracasos, de acontecimientos grandes y menores, de etapas históricas y políticas cambiantes, de pompas y circunstancias varias. Treinta y nueve años que esa noche llegaban a su fin, o mejor dicho, a su punto y aparte para proseguir su existencia en el Teatro de Festivales levantado por Sáenz de Oiza.
Recuerdo que un ambiente excepcional abrasaba el aire de la noche, y que un latido unísono de acontecimiento flotaba casi tangible entre las gradas, confiriendo a la mayoría de los presentes el sutil gesto de quien se sabe sin remisión testigo de la historia, o al menos, de una pequeña historia en común.
Sobre el escenario los protagonistas de la velada (sustitutos del ya muy enfermo Leonard Bernstein, quien iba a dirigir a la Orquesta de Tanglewood), fueron el violonchelista y director de orquesta Mstislav Rostropovich y la Orquesta de Cámara Noruega. Lo cierto es que no recuerdo con total precisión el programa que interpretaron, pero no andaré muy desencaminado si apunto Piezas líricas y la Suite Holberg de Grieg, el Concierto para violonchelo nº 1 de Shostakóvich, y las Variaciones sobre un tema rococó de Tchaikovsky.
Mstislav Rostropovich interpreta una suite de Johann Sebastian Bach (vídeo colgado en YouTube por jormundgard)
Visto desde el escenario yo estaba ubicado en la parte izquierda y bastante lateral de la grada, y con franqueza, apenas sí me viene algo a la memoria del concierto en sí, en el que desde la lejanía del tiempo transcurrido, casi dos décadas, todo debió de suceder por los cauces del buen nivel, sin más. En este sentido, por ejemplo, rememoro con luces más brillantes el concierto que en el mismo escenario le vi dirigir al propio Rostropovich al frente de su orquesta de entonces, la Nacional de Washington, con un sempiterno programa Tchaikovsky en los atriles.
Cuando concluyó el concierto caí en un estado de cierto desánimo, incluso de decepción, ¿eso era todo? La temperatura emocional en la plaza juraría que había descendido varios grados con respecto al comienzo, aunque los presentes aún esperábamos el milagro final y único en la hora del adiós. Salió a escena el director del FIS, José Luis Ocejo, y pronunció el consabido discurso. Al terminar, alguien colocó una silla no en el centro mismo de la escena, sino un poco más próxima, creo, a la zona en la que yo estaba. Salió el maestro del violonchelo y se sentó en la silla. Situó su violonchelo en el lugar correcto, las luces se apagaron y un foco fijó la presencia del músico. El sonido puro, cósmico, conmovedor, íntimo, metafísico, de una suite de Bach consagró el instante, lo reveló para siempre esencial y perfecto.
En el ultimo adiós, se hizo el milagro.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.