En casa de mi abuela materna siempre hubo biblioteca. A tal hecho seguro que contribuyó el que mi bisabuelo fuera escritor y un conocido periodista local, y que transmitiera a su hija el amor por los libros y la lectura. Cuando pienso en mi abuela siempre la visualizo con un libro en las manos, o comentando mientras tomábamos café en la cocina que estaba releyendo novelas de los grandes maestros norteamericanos, o de algunos Premios Pulitzer.
También me veo a mí mismo de niño siguiendo con los ojos las estanterías atiborradas de libros y desperdigadas por diversas habitaciones del gran piso en el que vivía ella. Paradójicamente los ejemplares multicolores aportaban a la vez solemnidad, alegría y un cierto dinamismo a las estancias, y frente a ellos me embargaba una extraña sensación de sosiego. Recuerdo que había
nombres de autores extranjeros que se repetían con frecuencia en los lomos de los libros, autores que empezaron entonces a hacérseme familiares y que dejé de ver durante un largo periodo de mi vida en otras buenas bibliotecas de amigos o de instituciones culturales y académicas cuando fui haciéndome mayor. Nombres como los de
Stefan Zweig, Sándor Márai, Vicki Baum, Pearl S. Buck, Emil Ludwig, Lajos Zilahy, Sommerset Maugham, John Galsworthy, Knut Hamsun, François Mauriac... Nombres que es posible que a muchos de los lectores jóvenes de nuestros días no les suenen absolutamente de nada, y a otros lectores, un poco más veteranos, les suene sólo a autores relacionados con obras menores de carácter tranquilo y burgués.
Quizá pocos de esos lectores sepan o intuyan que entre los nombres citados figuran los de cuatro premios Nobel de Literatura, y que todos los mencionados fueron apenas hace cinco décadas
escritores muy prestigiosos y valorados por los lectores y especialistas de todo Occidente. Pero los prestigios y las famas pasan, se avejentan, a veces responden a meras modas, a momentos y a situaciones muy concretas. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, al margen de modas y éxitos, todos los escritores mencionados son autores de una obra sólida, extensa, y de una calidad media mucho más que estimable, sobre todo si la comparamos con buena parte de lo que hoy se ofrece en nuestras librerías. ¿Qué ha sucedido con ellos? ¿Qué explica que su obra poblase las bibliotecas de familias de clase media y burguesas de medio mundo y ahora apenas nadie los lea y sus obras no se reediten?
La explicación no se me antoja muy difícil. Son todos ellos
escritores de otro mundo, de otro tiempo, de sociedades del pasado cuyos valores en gran medida ya no son los de las nuestras. Y esos valores, esos conceptos que para ellos configuraban el disco duro de su inteligencia y sentimientos, hoy o han desaparecido o se encuentran en franco declive. Ideas, conceptos, formas de vivir, sentir y escribir que fueron el más sofisticado resultado de años y años de civilización burguesa y liberal europea. Una civilización que, tras los terribles acontecimientos de las dos guerras mundiales y sus muchas consecuencias, sencillamente se eclipsó, y los escritores que de alguna manera la simbolizaban desaparecieron con ella, algunos como Zweig o Márai incluso suicidándose.
Stefan Zweig: El misterio de la creación artística (Séquitur, 2008)Hoy en día, cuando desde algunos sectores políticos e intelectuales europeos se reclama una vuelta a nuestros comunes orígenes culturales y civilizatorios, cuando se señala que sólo partiendo de los valores que nos son propios podremos seguir avanzando hacia el futuro, ahora, repito, es cuando la gigantesca figura de autores como Zweig o
Márai vuelve a interesar, cuando sus libros vuelven a editarse, a leerse, a estudiarse.
Ejemplo contundente de este irrefrenable regreso a nuestra literatura es el del austriaco
Stefan Zweig, de quien, tras el éxito inesperado de la reedición de esa obra maestra que es
Una piedad peligrosa hace ya casi 10 diez años, se están reeditando numerosos de sus muchísimos títulos, casi todos por la editorial barcelonesa Acantilado, sello que en este y en otros sentidos está realizando una labor admirable y a imitar.
Sin embargo quiero recomendar ahora un título imprescindible de Zweig que acaba de ser editado por la editorial Sequitur. Se trata de la muy cuidada y barata reedición de
El misterio de la creación artística. Se trata de una miscelánea de textos en la que figuran la conferencia del mismo título, una serie de cartas que el autor le envió a su mujer desde Argentina dos años antes de matarse (cartas en las que Zweig explica cómo preparó la conferencia), el texto fúnebre que Zweig leyó en el funeral del poeta y libretista de ópera
Hugo von Hofmannsthal, y el artículo dedicado al director de orquesta italiano
Arturo Toscanini que sirvió de prólogo al libro que sobre dicho músico escribió
Paul Stefan.
Claudio Magris ha descrito al Stefan Zweig que huyó de Alemania ante la llegada de la barbarie nazi como “un humanista tardío y fuera de tiempo”. Quizá no haya mejor descripción del escritor refugiado en distintos lugares de Hispanoamérica y que acabó quitándose la vida en Petrópolis, Brasil, en 1942. Y ese es el tipo de escritor con el que vamos a toparnos leyendo
El misterio de la creación artística, conferencia que el cosmopolita y crepuscular Zweig pronunció en Buenos Aires.
¿De qué trata la conferencia? Pues de intentar dar respuesta a eso que algunos tantas veces nos hemos preguntado: ¿qué es una obra de arte?, ¿qué hace que un ser humano cree un artificio para ahondar en lo inexplicable, en las zonas más luminosas y más oscuras de la existencia? Las respuestas a estas preguntas sabemos que son imposibles desde un punto de vista de pura hermenéutica racional, pero así todo Zweig lo intenta desde su propia condición: la de artista de veras.
Mozart, Bach, Wagner… el arte y los artistas, su fe revolucionaria, su obsesión por la permanencia en el tiempo, desfilan por las páginas de este ensayo hermoso y de fácil lectura que sólo puede calificarse como de obra maestra de la reflexión humanista y antiacadémica.
Un libro más, otro en español, de ese escritor popular y elitista a un tiempo, encarnación casi perfecta del europeo civilizado del periodo de entreguerras, de un ideal europeo (culto, sofisticado, cosmopolita, humanista en el sentido pleno de la palabra...), que se vio incomprensiblemente arrastrado y ahogado por las negras corrientes totalitarias de un tiempo que, lamentablemente, siempre parece a punto de regresar.
Leamos a Zweig. ¡¡¡Es una forma inmejorable de combatir la barbarie!!!