jueves, 10 de julio de 2008
Unas palabras para y sobre el diputado José María Lassalle (Calixto Alonso del Pozo)
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Sociedad en Blog personal por Sociedad
Yo tengo un amigo, un viejo amigo ya, al que conocí en algún momento de mis años universitarios santanderinos. El amigo se llama José María Lassalle, y hoy es diputado del PP en Madrid

Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Yo tengo un amigo, un viejo amigo ya, al que conocí en algún momento de mis años universitarios santanderinos. El amigo se llama José María Lassalle. Cuando empezó nuestra amistad él acababa de leer su tesis doctoral en Filosofía del Derecho sobre el pensador británico Locke, y coincidimos en una sala del Departamento de Ciencias Históricas, donde un grupo de “jóvenes historiadores” sacábamos adelante una revista de historia titulada Edades.

El nexo que nos unió fue la literatura. Recuerdo que cuando aún no teníamos mucho trato coincidimos como jurados de los premios José Hierro para jóvenes del Ayuntamiento de Santander. Comimos juntos en una mesa de jurados en el Hotel Bahía. En la mesa de al lado estaba el poeta con amigos y autoridades, y nosotros pasamos todo el acto hablando de libros y lecturas: Rilke, Trakl (estábamos con uno de sus traductores al español), Conrad… Ese día sitúo yo el comienzo de nuestra amistad.

Pasó el tiempo y José María acabó en Madrid dedicándose profesionalmente a la política. Diputado del PP por Santander (con esta ya dos legislaturas), dirigió la Fundación Carolina (entonces esa fundación editó un trabajo en parte mío sobre la gran María Zambrano), y hoy es algo así como el jefe de gabinete de Rajoy.

Apenas nos vemos, pero siempre hay algún que otro mensaje recomendando la lectura de algún libro, y siempre hay alguna cena en Santander o Madrid.

A lo largo de los últimos meses José María ha alcanzado una notoriedad pública bastante grande, notoriedad que se ha visto materializada en columnas y editoriales de los periódicos más importantes del país, en tertulias de radio de todo tipo y signo, y en multitud de páginas del ciberespacio. La causa de su “fama” (mala) pública, fueron unas supuestas declaraciones de mi amigo contra María San Gil y unas correcciones a la ponencia política de ésta que, finalmente, “entre todos la mataron”, sumadas imagino a más cuestiones de fondo, llevaron a la dirigente popular del País Vasco a su dimisión de cualquier cargo.

Los ataques a José María han sido furibundos, abundando las descalificaciones y los insultos personales. Desconozco si las causas de los ataques responden a una realidad. En toda esta problemática quien me ha importado ha sido José María el amigo, el tipo al que conocí hablando de libros en Santander hace muchos años. El José María político me interesa bastante menos, es más, seguro que es una “enfermedad” que se le pasará. Sí, durante semanas me “preocupó” la situación anímica y personal que estaría sufriendo mi amigo (me comunicó que estaba aguantando el chaparrón, y que más o menos lo sucedido iba en el sueldo). Pero lo que más llamó mi atención durante “las batallas” fue lo furibundo y violento de los ataques, y la ausencia de defensa por parte de sus compañeros de partido y profesión.

José María Lassalle

José María Lassalle

Por eso quiero ofrecer hoy aquí un artículo que hace unos días publicó un amigo común, el abogado Calixto Alonso del Pozo, en las páginas de opinión de El Diario Montañés, la única defensa escrita de José María que he visto publicada. El artículo se titula “Vudú a un diputado”. Creo que es un texto de notorio interés, bien escrito y razonado. Dice así:

“Desde hace varias semanas, el diputado a Cortes por Cantabria José Mª Lassalle Ruiz viene padeciendo un ataque despiadado por parte de un informativo matinal de radio y un periódico de implantación nacional.

La publicación en El País de un artículo titulado Liberalismo antipático, en el que salía al paso de un discurso pronunciado por Esperanza Aguirre en el “Círculo de Bellas Artes” de Madrid y su intervención como mediador en la redacción de la ponencia política del PP a presentar ante el próximo congreso en Valencia han sido los detonantes de una ofensiva salpicada de toda clase de calificativos injuriosos e insultantes.

La cuestión de fondo, de nuevo, es la responsabilidad profesional y el sentido ético que han de presidir el derecho a la información, cuestión ésta tratada recientemente por el director de este periódico en una de sus columnas dominicales.

Vaya por delante que el derecho a la información tiene una doble vertiente: derecho a informar y derecho a ser informado (derecho éste de todos los ciudadanos que implica un deber por parte de los informadores).

Partiendo del texto de una ponencia (que, por supuesto, pocos han leído) contundente en la defensa de la idea de nación y del ordenamiento constitucional, el conductor del matinal radiado y el director del diario, secundados por contertulios de plantilla, confunden los hechos con las interpretaciones ajenas de los hechos, y vuelcan toda suerte de descréditos en la persona del diputado santanderino.

Invocando de continuo la libertad de expresión, mencionan campanudamente el derecho a la información que asiste a los individuos en las sociedades libres para chapotear en el fango de la insidia.

Hay medios de comunicación que manejan a su conveniencia el aserto de que los estados de opinión pública tardan en cuajar pero más aún en desvanecerse, y juegan con ventaja a sabiendas de que las respuestas de las leyes y los tribunales, por lentas, son poco eficaces.

Nuestro Tribunal Constitucional (sentencia 219/92) ya definió el concepto de derecho al honor como ‘el derecho al respeto y al reconocimiento de la dignidad personal que se requiere para el libre desarrollo de la personalidad en la convivencia social, sin que pueda su titular ser escarnecido o humillado ante uno mismo o los demás’.

La libertad de expresión es más amplia que la libertad de información, por no operar en el ejercicio de aquella el límite interno de veracidad que es aplicable a ésta.

Cuando las libertades de expresión e información se muestran como instrumentos de los derechos de participación política debe reconocérseles, si cabe, una mayor amplitud que cuando actúan en otros contextos. En tales casos, amparadas quedan por tales libertades no solo críticas inofensivas o indiferentes, sino otras que puedan inquietar, molestar o disgustar. ¡Claro que sí! Pero fuera del paraguas ha de quedar el insulto, la vejación, la descalificación, la injuria y la calumnia.

En desarrollo de las mencionadas libertades, nuestros tribunales han llegado a considerar la veracidad de los hechos como un elemento negativo del derecho al honor. De tal modo que, si la intromisión que parece atentar al honor es veraz, queda amortiguado el concepto mismo de ataque a tal honor.

En lo que viene afectando a José Mª Lassalle, las opiniones y los adjetivos son una colección de infamias e insultos de toda suerte que tan solo tienen una finalidad: desprestigiarle frente a la opinión pública nacional.

No estamos ante informaciones molestas o hirientes. Grabadas y escritas constan expresiones que sobrepasan el límite de lo tolerable al repetirse casi a diario una retahíla de insultos, de insinuaciones insidiosas y de vejaciones innecesarias que solo pueden entenderse como descalificaciones dictadas no con ánimo o con función informativa, sino con clara malicia anclada en una palmaria voluntad vejatoria.

La actuación de José Mª Lassalle en el ejercicio de su cargo en absoluto justifica tal catarata de difamaciones, que tan solo buscan el desmerecimiento en la consideración ajena, y especialmente, ante potenciales votantes o simpatizantes de su propio partido.

El honor de la persona y su prestigio profesional no pueden confundirse con la crítica a la pericia en el desempeño de una actividad, en este caso de clara relevancia pública.
Apoyarse en citas y actuaciones, por demás, no contrastadas, para denunciar una renuncia a principios políticos que no se ha visto en público no puede facultar para asaltar el honor del modo que se viene haciendo con Lassalle.

Bien lejos están la radio y el periódico de lo que el derecho anglosajón denomina, desde hace décadas, el “fair comment”, una crítica realizada sobre una materia de interés público, que cumple el requisito de que un honesto hombre medio podría expresar la misma opinión en base a unos hechos. Creo, sinceramente, que en casos como el que trato no se debe callar, ni manifestar indiferencia, porque también ambas actitudes son maneras de hacer.

Como escribió Kapucinski, para ser buen periodista, antes hay que ser buena persona; si no, es imposible que los informadores cuenten con honradez lo que presencian.

No parece, a la vista de lo que sucede, que la pareja de la que hablo pueda formar parte de lo que comúnmente se entiende por buenas personas."


NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.