Juan Antonio González Fuentes
José Antonio Abreu (Valera, Trujillo, Venezuela, 1939) es un caso singular en la historia más reciente de la cultura en Hispanoamérica y en cualquier otro lugar del globo. Acaba de serle otorgado el Premio Príncipe de Asturias del año en curso entre otras razones por ser el impulsor y fundador del venezolano Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles, consistente en un red de orquestas y coros formados por integrantes jovencísimos en número de unos 250.000 que, dispersas por toda la geografía venezolana, trabaja por la integración comunitaria y social, por la reinserción en algunos casos, de jóvenes sin un claro porvenir ni educativo ni vital.
Fruto resplandeciente de esta iniciativa de José Antonio Abreu fue la creación en 1975 de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, formada por los más destacados y prometedores músicos de entre los que conforman las distintas orquestas provinciales pertenecientes al Sistema Nacional.
Esta joven orquesta, tanto por lo que se refiere a su propia trayectoria como a la edad de sus componentes, recorre en la actualidad el mundo dejando pasmados y con la boca abierta a público y crítica. Los jóvenes músicos venezolanos se comportan como lo que son, casi adolescentes, y salen al escenario divertidos, risueños, con la carcajada en la boca, incluso dispuestos a tocar disfrazados con una especie de chándal imposible con los colores de la bandera venezolana.
Orquesta Juvenil Simón Bolivar dirigida por Gustavo Dudamel, 2007 (video colgado en TouTube por josalfe)
Ser joven, divertirse, disfrazarse y conformar a la vez una orquesta sinfónica no es muy complicado, casi puede ser el fruto digerido y “orquestado” (valga la redundancia) de cualquier reality show televisivo de usar y tirar. Ahora, si los imberbes instrumentistas del jolgorio y el cachondeo, del chándal llamativamente imposible, se sientan frente a los atriles con las partituras y tocan igual o incluso mucho mejor que algunas veteranas orquestas que pasean por los escenarios del mundo un prestigio pasado envuelto en un presente casi pavisoso y sobradamente aburrido, entonces la cosa se vuelve además de festiva muy, pero que muy seria.
Pues exactamente esto último es lo que sucede desde hace un tiempo. La joven orquesta arrasa y vivifica el pomposo y a veces polvoriento mundo sinfónico del desarrollado occidente. Cuando los músicos venezolanos comienzan a tocar en el escenario, el común de los espectadores por regla general anquilosados y con los oídos y el espíritu escleróticos, comienzan a revolverse en sus asientos impulsados hacia todos los espacios que les permite la estrechez de sus butacas. Algunos no lo pueden resistir, y sencillamente se ponen en pie para dejar que la energía y la electricidad que salen disparadas de la orquesta les envuelvan, les penetren muy dentro y hagan saltar chispas de gozo de sus ojos y sus corazones.
La Orquesta Sinfónica Simón Bolívar pone en sus atriles muy diversas partituras, incluso las ya consabidas y abordadas una y mil veces por todas las orquestas que en el mundo han sido. Pero también colocan páginas poco frecuentes, generalmente de los compositores nacidos en las cercanías geográficas de Venezuela: compositores hispanos: Alberto Ginastera, Manuel de Falla, Antonio Estévez, Revueltas, Arturo Márquez...
Carátula del CD Fiesta de Gustavo Dudamel y la Orquesta Juvenil Simón Bolivar (Deustche Grammophon, 2008)
La juventud de estos músicos se sirve acompañada y dirigida por un director no menos joven y talentoso, calificado ya por la crítica internacional más seria sencillamente como un verdadero genio de la dirección orquestal: Gustavo Dudamel, de quien ya hemos hablado en estas mismas páginas, otro fruto, quizá el más deslumbrante de todos hasta la fecha, de la organización e ideas de José Antonio Abreu.
Pues bien, el arhiconocido y prestigioso sello discográfico del emblema amarillo, es decir, Deustch Grammophon (Universal), acaba de editar un disco llamado a arrasar en las estanterías de la música clásica e incluso en las más cercanas. El disco se titula con auténtico acierto Fiesta, y está protagonizado, claro, por la joven Orquesta Sinfónica venezolana y su director titular, Gustavo Dudamel. ¿La música? Once piezas de auténtico lucimiento sonoro compuestas, salvo en el caso de un mambo de Leonard Bernstein perteneciente a West side Story, por espléndidos músicos hispanoamericanos cuya fama, popularidad y predicamento han sobrevivido bastante eclipsados por los sólidos y respetables talentos de sus colegas europeos y norteamericanos. Me refiero a talentos del calibre y calado del argentino Alberto Ginastera, los mejicanos Arturo Márquez o Silvestre Revueltas, y los venezolanos Antonio Estévez, Inocente Carreño, Aldemaro Romero y Evencio Castellanos.
Fiesta, un disco que hay que festejar, una auténtica fiesta sonora por todo lo alto. La Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y Gustavo Dudamel son la prueba palpable de que los milagros son posibles en cualquier parte del mundo. De milagros sabe un rato largo José Antonio Abreu. Fiesta es un milagro hecho música y al alcance de todos.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.