martes, 17 de junio de 2008
La ética y la guerra (I)
Autor: José Membrive - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Sociedad en Blog personal por Sociedad
Una ley relativamente sencilla del mundo afectivo es que solemos recibir, como en un espejo las sensaciones que expandimos. Si la paz reina en nuestro interior, esa paz la transmitiremos a los demás y de ellos nos vendrá fortalecida. En la práctica, si nos acercamos a alguien con gesto agresivo, el otro nos recibirá con agresividad y si nos aproximamos amistosamente, de él, normalmente, recibiremos amistad

José Membrive

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Sostiene José Antonio Marina en su libro La inteligencia fracasada que “el gran objetivo de la inteligencia es lo que llamamos felicidad y por ello todos sus fracasos tienen que ver con la desdicha”. El mismo autor en su Ética para náufragos afirma que “la ética pudiera ser la más inteligente creación de la inteligencia humana”

Una ley relativamente sencilla del mundo afectivo es que solemos recibir, como en un espejo, las sensaciones que expandimos. Si la paz reina en nuestro interior, esa paz la transmitiremos a los demás y de ellos nos vendrá fortalecida. En la práctica, si nos acercamos a alguien con gesto agresivo, el otro nos recibirá con agresividad y si nos aproximamos amistosamente, de él, normalmente, recibiremos amistad.

Volviendo de nuevo a Jose Antonio Marina, dice en una entrevista que “no hay ningún fundamento científico para que consideremos que es una manifestación mas clara de inteligencia resolver ecuaciones diferenciales que organizar una familia feliz”.

Si la inteligencia se relaciona con la capacidad de generar felicidad para los demás y, como consecuencia, para sí mismo, Musil relaciona la generación de daño con la estupidez: “La brutalidad es la praxis de la tontería”.

Si aceptamos esta relación hemos de convenir que la guerra es la suprema expresión de la idiotez suprema a la que los humanos podemos llegar.

Rajiv Chandrasekaran relata en Vida imperial en la Ciudad Esmeralda. Dentro de la zona verde de Bagdad, el siguiente intercambio de mensajes entre Barbara Bodine, una diplomática que iba a convertirse en la alcaldesa provisional de Bagdad y el mando central estadounidense encargado de velar por la seguridad en Irak

Bodine: La cámara acorazada subterránea del Banco Central que guarda el legado asirio corre el peligro inminente de ser saqueada. Hemos de hacer algo al respecto.
Central: ¿Qué es el legado asirio?
Bodine: (pensando que la pregunta era como la frase de Groucho “¿Quién está enterrado en la tumba de Grant”) Tesoros asirios
Central. ¿Qué es un tesoro asirio?
Bodine: Léete los primeros capítulos de la Biblia. Es material muy antiguo. Es muy, muy valioso. Hemos de salvarlo.
Central De acuerdo. Veré qué se puede hacer.

Rajiv Chandrasekaran: Vida imperial en la Ciudad Esmeralda (RBA, 2008)

Rajiv Chandrasekaran: Vida imperial en la Ciudad Esmeralda (RBA, 2008)

Evidentemente, el saqueo se llevó a cabo y Rumsfeld lo justificó de esta manera: “La libertad implica desorden”. Rumsfeld, de nuevo tomaba por idiotas a los ciudadanos, porque el desorden era totalmente premeditado. Por ejemplo el recinto donde él se hospedaba en sus visitas era una fortaleza absolutamente inexpugnable en donde el orden más estricto reinaba, al igual que en el ministerio del petróleo, el único que se salvó de la quema. Los demás ministerios, instituciones y las más importantes fábricas fueron quemadas en una por pandillas de saqueadores ante la dejación de los mandos americanos, que disolvieron el ejército y la policía iraquíes. El caos tenía cierta lógica: había colas de empresas de amigos de los políticos, en este caso republicanos, esperando recibir dividendos en la reconstrucción.

La felicidad tanto personal como social estaría en la capacidad de ir deshaciéndose de costras con las que la mentira asfixia al espíritu. No creo que nadie sea el poseedor de la verdad, pero sí creo que hay gente que la busca con honradez y gente que la persigue, maltrata y oculta. Y creo que el grado de sosiego y paz está del lado de los primeros.

Hasta hace poco pensaba que el mundo estaba dirigido por gente inteligente que abusaba de la ignorancia o buena voluntad de gran parte del pueblo para embaucarlo, de tal manera que estuvieran dispuestos a perder la propia vida por favorecer los intereses de quienes los mandan.

También pensaba eso como enseñante acerca de la erosión progresiva que los dirigentes políticos han propiciado sobre la enseñanza pública y gran parte de la privada. La sociedad sólo puede estar dirigida por unos cuantos y la gran mayoría han de ser “deseducados”. Para esa minoría, hijos de los dirigentes, ya existen sus escuelas con férrea disciplina, respeto al profesor y trabajo sistemático del alumno.

Últimamente pienso que, tanto los “beneficiados” por la guerra como los favorecidos por la ignorancia generalizada, son presos de una idiotez más sibilina: el creerse que generando desgracias colectivas cruentas o no, les va a otorgar la paz y la felicidad que cualquier ser desea para sí mismo. El citado libro de Vida imperial en la Ciudad Esmeralda ilustra muy bien la rigurosa cárcel en la que los “liberadores” norteamericanos e ingleses vivían en Irak. Debe ser desolador que aquellos a quienes vas a dar la libertad te persigan a tiros.

Muchas veces me pregunto por qué es tan difícil cultivar la inteligencia natural, esa que nos une a la ética, y se aproxima a la verdad. Y es que la verdad es muy humilde, pero muy exigente. Nos exige que la pongamos siempre por encima de todo. Si tratamos de someterla a nuestros intereses se transforma en una repugnante mentira. La búsqueda de la verdad nos exige caminar ligeros de equipaje ideológico. Poner las metas más allá de nosotros mismos. Aceptar que somos partículas en la historia, pero gigantes en nuestro entorno.

La verdad nos exige inteligencia, intuición y estar predispuestos siempre a girar el timón de nuestra vida unos grados cada vez que descubramos nuestro inevitable desvío. Justamente todo lo contrario de sectarios y fanáticos que se agarran a un clavo ardiendo, a la propia mentira o, lo que es peor, a la de otros, los que matan y mueren por un silogismo jamás pueden estar emparentados con la verdad (siempre con minúscula) entre otras cosas porque la verdad, la que nos aproxima al conocimiento y al placer de convivir, jamás permitiría que dos semejantes se mataran disputándose sus favores.

NOTA: En el blog titulado Besos.com se pueden leer los anteriores artículos de José Membrive, clasificados tanto por temas (vivencias, creación, sociedad, labor editorial, autores) como cronológicamente.