lunes, 2 de junio de 2008
Escritura y terapia
Autor: José Membrive - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Artes en Blog personal por Creación
Cada libro escrito supone un paso adelante, una etapa vencida en la vida del escritor, incluso en la más terrible e inexplicable: cuando aparecen tendencias autodestructivas en los seres más queridos

José Membrive

José Membrive


En veintitrés años como autor sólo he publicado cuatro libros. Tres poemarios y uno de relatos. Ninguno ha alcanzado la categoría de best-seller, pero todos han marcado hitos extraliterarios en mi vida. El primero Del amor y la noche (Rondas, 1985), una mixtura de poesía social y amorosa, con una sección de poesía alegórica disparando contra mi propia máscara, me dio fuerzas para acometer contra mi puritanismo hipócrita: resultado la separación de una convivencia más que convencional. Seis años después Reductos de silencio (Devenir, 1991), una serie de poemas de añoranza terminaron con mi conciencia de emigrante para convertirme en un habitante de una tierra de nadie. Algunos poemas de amor y sexo acabaron con mi breve etapa de promiscuidad. Y es que el poema es un disparo que se lleva por delante la propia inquietud que lo ha hecho nacer.

El pasar de una identidad a otra genera angustias y la necesidad de cerrar asuntos pendientes con uno mismo. Son angustias con efecto retardado que emergieron en el libro de relatos El rockero de Mollet y otros relatos (Ediciones Carena, 2002). La sensación de mal hijo suele perseguir a los emigrantes que dejan a padres, familia y novias para siempre. Uno no acaba de saber jamás si la necesidad económica fue la causa o la excusa para una ruptura de relaciones total y en toda regla.

Besos.com (Ediciones Carena, 2002) tiene dos argumentos: el primero, las contradicciones de un ser atrapado en un amor platónico, el segundo la destrucción de toda mi poética anterior, constatando cómo el amor cotizaba en bolsa y el deterioro ambiental erosiona las relaciones y la entidad humana. Después de escribir ese libro mi enamoramiento platónico, que ya duraba diez años, se evaporó como por arte de magia, pero también se evaporó la imagen de poeta incontaminado. Si el amor entra en bolsa, también la poesía participa de los envites mundanos.

Pero el asunto de la creación producía unos efectos paradójicos: a medida en que me iba liberando de tabúes y obstáculos en mi camino, me iba internando en una zona cada vez más pantanosa que estuvo a punto de llevarme por delante: cuando al fin parecieron consolidarse unas relaciones, una vez superadas todas las etapas de rigor, un supuesto brote ezquizofrénico postparto entró como un ciclón en mi vida afectiva.

Las enfermedades mentales constituyen el “boom” de la medicina en los países desarrollados y donde hay auge, hay intereses de grandes empresas farmacéuticas y donde tal existe la sobremedicación puede ser una salida cómoda para el médico pero terrible para el paciente. Si he de hacer caso al médico de ahora, esa persona nunca tuvo esquizofrenia sino depresión y los delirios eran producidos por los medicamentos. Sin embargo ahora es el aspecto literario el que más me interesa subrayar.
 
José Membrive: El Pozo (Ediciones Carena, 2007)
 
José Membrive: El Pozo (Ediciones Carena, 2007)

El Pozo (Ediciones Carena, 2006) fue un libro escrito in extremis, un grito desesperado, unos monólogos desquiciados surgidos al injertarme en la piel de la enferma. El Pozo fue escrito sin esperanza alguna, sólo al final, un ruego, una invocación al milagro podría salvar a los protagonistas. Sin embargo y para mi propio pasmo, la publicación del libro barrió la angustia y recompuso las relaciones desde una distancia afectuosa. Ni yo podía creerme que una persona que lanzaba sobre mi conciencia las sobredosis con las que buscaba su propia muerte, pudiera ser contemplado por mí sin rastro de resentimiento por el sólo hecho de vomitar, metido en su piel, todas las angustias que esta persona no podía quitarse de encima. Los efectos de la escritura y publicación de El Pozo, sobre todo en los primeros meses, se parecían mucho a los milagros narrados en libros fantásticos.

El Verbo es curativo. La locura es lo innombrable. Por eso la protagonista ve crecer la esperanza cuando acierta a ponerle palabras a la imagen de la pesadilla que la persigue desde niña. Por un momento llegué a pensar que el milagro curativo de El Pozo se irradiaba fuera incluso del propio autor, resucitando a la víctima. Incluso la víctima alcanza grados de lucidez que iluminan al propio poeta:

Sonríes si te digo
que tu visión del mundo
es también un delirio.
Como yo, ves lo que crees
también a ti te engañan tus sentidos…

Esta réplica de la víctima-protagonista de El Pozo, se ha cumplido a rajatabla estos días, un par de años después de escribirlo. Mi esperanza, mi convicción de que todo había pasado, no era más que un delirio que me haría merecedor de una temporada internado en agudos. Mis sentido me habían engañado: el fantasma volvió por sus fueros, generando otro terremoto autodestructivo.

¿Qué voz ultraterrena tortura sus instantes?
¿Quién cifra los lenguajes de las sombras?
¿Qué mano qué, dios indecoroso
imagina el guión de los delirios?

La incógnita continúa. La víctima y el verdugo, íntimamente ligados en un corazón, bailan la danza de la muerte, entonan un responso por sí mismos. Un misterio terrible, en una época hermosa: la primavera, en la que los suicidios se multiplican. La escritura y publicación de El Pozo no ha resuelto el enigma, pero sí me ha permitido contemplarlo, con ojos asustados, desde el brocal, librándome de las aguas que, estoy seguro, también a mí me habrían ahogado, de no haber surgido El Pozo convirtiendo en poesía unos momentos negros… muy negros.
 

NOTA: En el blog titulado Besos.com se pueden leer los anteriores artículos de José Membrive, clasificados tanto por temas (vivencias, creación, sociedad, labor editorial, autores) como cronológicamente.