Juan Antonio González Fuentes
El compositor Arnold Schöenberg (1874-1951) se lanzó a una investigación radical sobre el ser de la música para modificar y transformar sus presupuestos partiendo de la experiencia de músicos como Richard Wagner o Gustav Mahler. Su gran batalla inicial se dio con la obsesión por las disonancias: a partir de ahí surgió el método de composición con doce tonos como una necesidad; él mismo dijo “El oído se fue familiarizando gradualmente con gran número de disonancias, hasta que llegó a perder el miedo a su efecto perturbador. Ya no se esperaba ninguna preparación para las disonancias de Wagner ni resolución para las discordancias de Richard Strauss; no nos molestaban las armonías irregulares de Debussy, ni las asperezas contrapuntísticas de los últimos compositores”.
Para Schöenberg sus análisis y renovaciones formales no fueron un experimento impersonal, sino que él los entendió siempre de un modo plena y radicalmente romántico, como “expresión de mí mismo” escribió. “Toda investigación –también dejó escrito el compositor- que tienda a producir un efecto tradicional queda más o menos marcada por la intervención de la conciencia. Pero el arte pertenece al inconsciente. Es a uno mismo a quien hay que expresar. Expresarse directamente”.
Trabajando en la ciudad de Berlín orquestando operetas y piezas de cabaret (seis mil páginas en un año llegó a escribir el músico), logró elaborar su nueva construcción: los doce tonos, el dodecafonismo, con su organización serial, imprevisible para el oído tradicional; algo que yo no sabría ni explicar ni definir, pero que Schöenberg consideraba un simple método, aunque con él vino a revolucionar toda la historia de la música de ahí en adelante, creando lo que en sentido estricto podríamos denominar “verdadera” música moderna.
Arnold Schöenberg
Con la llegada al poder en Alemania de Hitler de sus secuaces nazis, Schöenberg se exilió a los EE.UU y volvió a abrazar la religión judía por solidaridad con los suyos que tanto estaban sufriendo en casi todos los rincones del viejo continente. Cuando murió ya era una figura histórica, y toda experimentación musical posterior le sigue de alguna manera a él y a su obra. Además de sus partituras y sus escritos teóricos, Schöenberg dejó algunas muestras de su notable e interesante faceta pictórica, muy influida, claro, por la escuela expresionista alemana. Llegó a ser tal el aura mítica del músico austriaco que, cuentan algunas anécdotas que no he podido corroborar, cómo el mismísimo Charlie Parker, una de las leyendas supremas del jazz del siglo XX, cuando tocaba en la costa Oeste, se acercó una noche a la casa californiana del maestro, aunque no se atrevió a llamar por pura timidez. Si no recuerdo mal, Clint Eastwood refiere tangencialmente el episodio en su estupenda película sobre Parker, Bird.
El camino emprendido por Arnold Schöenberg significaba, entre otras muchas cosas, una mayor pureza, una mayor elementalidad que la de su maestro, el gran sinfonista y director de orquesta Gustav Mahler. Sus dos discípulos, con los que formó lo que hoy se llama la Segunda Escuela de Viena, fueron Anton Webern y Alban Berg, cuya ópera Wozzeck, su gran obra maestra, ya hemos hablado en estas mismas páginas.
La mayor parte de la música que hoy escuchamos todos a todas horas en la radio, la televisión, ordenadores, y en cualquier otro tipo de medio de reproducción imaginable es literalmente música antigua, desde por ejemplo Monteverdi o Vivaldi a Amy Winehouse y demás “modernos” actuales, pasando, claro, por Sex Pistols, Pink Floyd, REM, The Smiths, etc... La música contemporánea empieza con nuestro amigo Arnold Schöenberg, así que si alguno quiere sabe cómo suena de verdad la música de nuestro tiempo que escuche algo de este músico que murió hace más de medio siglo.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.