Juan Antonio González Fuentes
No hace muchos el diario parisino Le Monde publicó un largo trabajo en torno a los derechos de reproducción de los paisajes, entiéndaseme, del derecho a reproducir y comercializar reproducciones de paisajes. Al igual que los museos de todo el mundo venden ya los derechos de reproducción de las piezas que exhiben y custodian, así, al parecer, algunas administraciones locales, e incluso algunos particulares, han comenzado a reclamar derechos sobre determinadas vistas del entorno natural, o sea, sobre paisajes.
El ejemplo más significativo, y ahora me entero del asunto, es que uno puede fotografiar de día sin ningún problema o inconveniente la silueta recortada en el cielo parisino de la célebre torre Eiffel, pero si uno desea hacer la foto por la noche, cuando la torre de acero está iluminada y luce espléndida, entonces los derechos de reproducir dicha imagen pertenecen a una empresa privada, que exige cobrar sus derechos legales. Imagino que tales exigencias se dirijan no a los turistas y particulares que cámara en la mano captan un recuerdo inofensivo de su viaje a la ciudad de la luz, sino a las empresas, cineastas, agencias de publicidad, etc..., que pretendan hacer a su vez negocio o sacarle un rendimiento a tan fotogénica y simbólica imagen.
Pero hay más ejemplos de tal privacidad de los derechos de reproducción paisajística, todos ellos en Francia, según leo en el libro de Alberto Manguel Diario de lecturas, pág. 188: la vista desde los acantilados de Cassis, muy cerca de Marsella; los barquitos flotando en la playa de Collioure; el estuario de Trieux, en Bretaña.
Torre Eiffel
Imaginen por un momento que tal práctica se extiende por los rincones que cotidianamente habitamos, y que no sólo se aplica a quien “reproduzca” mediante cualquier sistema un paisaje, sino que también se aplicase (y no quiero dar muchas ideas) al mero hecho de disfrutar del panorama, de obtener un supuesto bienestar o goce estético o ético al contemplarlo. Yo, por ejemplo, quizá en un futuro de pesadilla no muy lejano deberé así pagar un canon municipal o un factura a una empresa cada vez que dirija la mirada a la bahía de Santander, o al Palacio de la Magdalena, o a los arcos de la Plaza Porticada, o a la vieja catedral del siglo XIII, o a cualquiera de las playas del Sardinero, o...
Podemos desquiciar aún más la diabólica alucinación, propia del más vanguardista y aprovechado lucifer capitalista, y los hombres y mujeres físicamente hermosos (guapos, bellos, macizos...), podrían, por ejemplo, obtener una licencia municipal que les otorgase el privilegio de cobrar a quien los mirase más allá de un tiempo determinado y preestablecido. Claro que también podría intentar cobrar quien dispusiese de un animal atractivo, o de un bonito automóvil, o de algún rasgo que llamase la atención...
Creo que nos acercamos a velocidad de crucero a un mundo con mucho de pesadilla o de mal sueño, y cuando este tipo de prácticas o ideas aquí expuestas empiezan a aplicarse, aunque sólo sea de momento de forma anecdótica, localizada y restringida, creo que hay que alarmarse, preocuparse, escandalizarse, negarse, gritar o chillar...
“Nos van a cobrar hasta por respirar” es una frase hecha cuya intención es subrayar la carestía incandescente y ascendente de la existencia, así como lo omnímodo del eficaz sistema capitalista, sustentando en los cimientos de mercadear con todo y con todos. Bueno, pues ahora estoy casi seguro de que sí, de que algún día nos cobrarán por respirar, al menos los aires no contaminados, los aires menos distorsionados y sucios de un mundo realmente loco, loco.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.