Juan Antonio González Fuentes.
Corría el año 1900 cuando el joven poeta y escritor checo Rainer Maria Rilke descubrió la pintura del español Ignacio Zuloaga. Tenía entonces el poeta apenas 25 años. Fue en la capital del imperio alemán, Berlín, donde Rilke contempló por vez primera La enana doña Mercedes, y tiempo después, entre 1902 y 1906, ya en París, Rilke escribió en una carta al pintor tras volver a ver el cuadro: “Qué bella, qué fuerte, qué altiva y, al mismo tiempo, qué humilde... Más no le puedo decir; pero mi mujer –que es escultora- piensa lo mismo que yo. Ambos hemos vivido delante de su cuadro horas llenas de agradecimiento y de alegría. Teníamos la sensación de aproximarnos a la vida a través de su arte; quiero decir: a lo que de eterno hay en la vida”.
En el mes de mayo de 1901, esta vez en Dresde, Rilke volvió a ver más pinturas del español, y la que más llamó su atención fue el retrato titulado La actriz Consuelo: “Qué horas más inolvidables hemos pasado en Dresde mi mujer y yo contemplando ese retrato de la actriz Consuelo, aquella dama de rojo sobre un fondo gris, sencillo, amplio. Cuánto hemos hablado de los guantes, del abanico, de todos esos detalles excelentes que forman una unidad firme y grande”.
Antonio Pau: Vida de Rainer Maria Rilke (Trotta, 2007)
La impresión fue de tal magnitud que ya en París, mientras visitaba también a Rodin y preparaba una pequeña monografía sobre el escultor, el poeta siempre mostró deseos de conocer personalmente al pintor, lo que consiguió en la primavera de 1903 cuando visitó el estudio de éste en la capital francesa. En el “laboratorio” parisino de Zuloaga, Rilke contempló los tres grecos propiedad del guipuzcoano y una gran cantidad de lienzos en los que trabajaba, ya que precisamente en esos momentos se encontraba en el punto álgido de su carrera en lo que se refiere a exposiciones y fama internacional.
Sólo en otra ocasión visitó Rilke a Zuloaga en su estudio. Fue con motivo del bautizo de un hijo del pintor, pero la relación entre ambos creadores no pasó de ahí. Lo apunta Antonio Pau en su espléndido trabajo sobre Rilke (Trotta, 2007). El pintor español, al parecer, jamás supo quién demonios era aquel joven de ojos saltones que escribía en alemán, hablaba un francés chapucero y estaba empeñado en escribir una monografía sobre su pintura. Rilke regaló algunos de sus poemarios a Zuloaga y éste no los echó ni un simple ojeada al estar en alemán. En la fiesta de cumpleaños que supuso el último encuentro, el mismísimo Isaac Albéniz tocó el piano. Sin embargo, en los escritos de Rilke no hay, apunta Pau, ni una sola referencia al músico. Rilke tampoco se enteró de quién era aquel hombre grueso, con bigote, que estaba apunto de escribir una de las páginas pianísticas esenciales de la historia del siglo XX, la suite Iberia.
Ninguno se enteró de quién era el otro, a pesar de coincidir en la misma habitación un día de 1903. Rilke nunca escribió la monografía sobre Zuloaga, el pintor jamás intuyó el genio de aquel muchacho pálido, el escritor y el músico se ignoraron. Así se escribe a veces la historia, de forma tan caprichosa y llamativa.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.