martes, 15 de mayo de 2007
John Wayne: Ethan Edwards y Tom Doniphon
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Artes en Blog personal por Cine
Dos de los mejores personajes de John Wayne son Ethan Edwards y Tom Doniphon, de las películas Centauros del Desierto y El hombre que mató a Liberty Valance

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Juan Antonio González Fuentes

A finales de este mes de mayo se cumplirán los 100 del nacimiento de John Wayne, uno de los más grandes actores de la historia del cine. En otro texto ya apunté las razones por las que considero a Wayne un actor cinematográfico soberbio, impresionante, y desde luego algo debieron de ver en él, en su figura y su capacidad expresiva, en ese rostro que aguanta perfectamente los primeros planos, los que para muchos críticos y aficionados son dos de los más grandes directores del cine norteamericano del siglo XX: John Ford y Howard Hawks, monstruos con los que Wayne trabajó en numerosas ocasiones protagonizando algunas de sus mejores obras.

Hoy quiero hacer un juego literario y cinéfilo en torno a John Wayne, en torno al cine. Wayne protagonizó dos de los últimos grandes western de John Ford. Los dos, en muchos sentidos crepusculares, los dos un punto y aparte en la historia del género, los dos expresiones soberbias y poéticas de la historia norteamericana, los dos obras maestras de la caligrafía fílmica de Ford. Me refiero a The seachers (Centauros del desierto, 1956), y a El hombre que mató a Liberty Valance (1962).


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Imagen final de Centauros del desierto (1956)


En la primera de las películas, Wayne encarna a Ethan Edwards, sin duda ninguna una de las cumbres de su carrera, y el papel por el que si no hubiera interpretado ninguna otra película debería pasar a la historia. El último plano de esta película, Wayne acariciándose a sí mismo rodeado de una nube de polvo y enmarcado por el quicio de un puerta que se cierra para dejarlo fuera de la escena y del mundo, es el resumen lírico del mejor cine de la historia, es una metáfora hermosísima y ajustada del hombre contemporáneo. En la segunda de las películas Wayne interpreta a Tom Doniphon, el hombre que mató al sanguinario y desquiciado Liberty Valance, el hombre que lo pierde definitivamente todo (amor, hogar, historia, sentido existencial...), aplastado por el tiempo histórico de un mundo que ya no es el suyo, de un mundo que ya no se contempla a lomos de un caballo, sino desde la ventanilla limpia de un vagón de tren.

Pues bien, siempre he pensado que estados dos películas hay que verlas juntas, que son, una continuación de otra, que son en esencia partes de una misma historia. Ethan Edwards es Tom Doniphon, son el mismo personaje al que el paso de los años le ha cambiado de lugar, de ámbito social y político, pero no de destino, pero no de sentido. El breve cuento que ofrezco a continuación, la historia fordiana que he escrito es un homenaje al actor John Wayne, a John Ford, al western a dos de las películas más hermosas, complejas, sabias y poéticas de la historia.

“Cuando Ethan Edwards regresó a la granja de su hermano Aaron tres años después de acabada la Guerra Civil, esperaba poder quedarse allí para dejarse envejecer sentado en una mecedora y recordar con el agridulce sabor de la melancolía las pérdidas y derrotas que jalonaron su existencia: La pérdida de la guerra y la desaparición de un mundo que fue el suyo, derrota que él no quiso aceptar jamás, conservando su sable más como símbolo de inútil terquedad que de honorable rebeldía. Los años de vagabundeo por la frontera buscando para sí un poco de oro nordista, un poco de venganza y un mucho de autoestima. Pero lo que de verdad le destruyó para siempre fue el amor, o mejor dicho, la imposibilidad de su amor, de su amor por Martha, la mujer de su hermano. Sin ella, sin Martha, ya no había escapatoria, ni redención, ni camino alguno que andar. Ya sólo quedaba dejarse morir contemplando a Martha, escuchando su risa y sus pasos por la casa, respirando el aroma inextingible de la mujer que se ama.

Luego ocurrió lo imprevisible, lo que ya es por todos vosotros conocido. El destino quiso que la naturaleza salvaje, inhospita y violenta de esta tierra tejana, encarnada en los comanches nawyecki del jefe Scar, acabase de una vez para siempre con el último deseo de Ethan. Los comanches masacraron a toda la familia salvo a la pequeña Debbie, a quien se llevaron con ellos hacia el norte. No sé si aún recordáis a Debbie; era la sobrina morena de Ethan, aunque como más de un indiscreto mencionó alguna vez, corrían rumores por la región de que podría ser su propia hija, algo de lo que nunca nadie quiso hablar.

El asesinato de Martha y su familia y el secuestro de Debbie trastornaron por completo a Ethan. A partir de entonces la búsqueda de Debbie y el sanguinario deseo de venganza encaminaron todos sus pasos, se convirtieron en el eje central de su vida. Casi diez años de implacable persecución fueron necesarios para que Ethan consiguiese sus dos propósitos, vengarse de Scar y recuperar para la comunidad blanca a su sobrina Debbie, que empezó una nueva vida junto a los Jorgensen, esa entrañable familia de emigrantes nórdicos.

Los años de obsesiva búsqueda, de impuesta soledad, despojaron definitivamente a Ethan de cualquier raíz afectiva, cortaron todos sus lazos con la sociedad en la que un día pensó envejecer. Y desapareció. Todavía le veo alejarse sin prisa hacia el desierto, acariciado por una nube de polvo, con la mirada fija en el abierto horizonte que le esperaba. La puerta del hogar de los Jorgensen se cerró tras él y nunca más volvimos a saber de su vida hasta hoy mismo, día en el que he recibido una carta del senador Stoddard contándome lo que sigue.

Ethan murió hace unas semanas en un pequeño pueblo con ferrocarril no muy lejos de aquí. Murió pobre de solemnidad y en compañía de un viejo negro que fue su amigo en los últimos tiempos. Le enterraron metido en una vieja caja de embalaje; le habían quitado las botas y el revólver para cubrir en parte los gastos. Hacía muchos años que Ethan no usaba su verdadero nombre, y en la zona todo el mundo le llamaba Tom, Tom Doniphon.

El senador me narra en su carta las circunstancias en las que conoció a Ethan, y el papel decisivo que en sus vidas jugó el célebre forajido Liberty Valance, aunque me vais a permitir que nos os dé muchas explicaciones al respecto, a estas alturas de nuestra vida ya no tiene ningún sentido querer reescribir la historia, y tal vez sea mejor abandonarse a la leyenda, cuando no al definitivo olvido.

Lo que sí os diré es que Ethan volvió a sentir en su interior la pulsión de la vida y de la ilusión gracias a una mujer. Con sus propias manos llegó a construir para ella una casa y un pequeño jardín en el que cultivaba hermosas flores de cactus. Pero no pudo ser, para Ethan jamás pudo ser.

Sin embargo, cuando llevaron su mísero ataud al cementerio, sobre los toscos tablones de la caja, el senador Stoddard vio que descansaba la más hermosa flor de cactus que podáis imaginar, y entonces, muy rápido, cayó en la cuenta de que a Ethan siempre lo habían amado, e inundado de un cierto sentido de justicia, respirando muy hondo, como quien por fin obtiene la paz, el senador no pudo retener en sus labios el esbozo imperceptible de una sonrisa”.

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NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.