Juan Antonio González Fuentes
De un tiempo a esta parte cada nueva entrega de los premios de la Academia de Cine norteamericana conlleva para mi un disgusto y una alegría, y confirma también con tozudez el hecho de que no hay normas escritas en este ámbito, y que la sorpresa o lo imprevisto campan por sus dominios en la famosa entrega de los Oscar.
Realmente era sorprendente que a estas alturas de su carrera, y teniendo en cuenta los derroteros de vulgaridad y ausencia de talento tomados por la industria en las últimas décadas,
Martin Scorsese aún no hubiera sido premiado con el Oscar a la mejor dirección. Tras seis o siete nominaciones, va a dar la casualidad que obtiene la estatuilla quizá por su trabajo menos personal y más estridente y cacofónico. Autor de algunas de las películas más grandes e importantes de la historia del cine norteamericano de los últimos treinta años (
Taxi driver, Toro salvaje, Uno de los nuestros, Casino, La edad de la inocencia, New York, New York...), va a recibir el premio de manos de
Spielberg y
Coppola por una película,
Infiltrados, quizá en exceso efectista e hinchada, por un
remake bastante camuflado en el que su talento se subraya a sí mismo en exceso, como ya escribí en la crítica a la película
que puede leerse en estas mismas páginas.
Martin Scorsese
Pero ya está hecho y me alegro mucho por el director ítaloamericano. En una época de talento obscenamente a la baja en la industria cinematográfica de los EE.UU, era imperdonable que Scorsese no hubiera visto todavía reconocido su incuestionable talento como cineasta en su propio país, y no figurase ya en la misma nómina en la que están por méritos propios algunos de los grandes y perdurables nombres del cine norteamericano actual:
Woody Allen, Clint Eastwood, Francis Ford Coppola o
Steven Spielberg.
Sin embargo mi gozo se fue al pozo cuando al irlandés
Peter O’Toole el premio al mejor actor le volvió a esquivar, y van..., pues creo que ocho veces, con lo que ha superado ya a
Richard Burton y ha establecido un triste récord realmente casi imposible de superar, más en los tiempos que corren, en los que un actor no trabaja ni mucho menos tanto como en los viejos tiempos de la Meca del cine.
Peter O´Toole en
Lawrence de Arabia
Lo cierto es que pensé que esta vez sí, que esta vez al señor O’Toole le darían de una vez el premio, pues es una leyenda de la profesión, está muy mayor y se antojaba de justicia. Pero no, los votos se han vuelto a mostrar esquivos y todo parece indicar que el actor irlandés se quedará ya para siempre sin esa estatuilla con tanto ahínco perseguida a lo largo de casi medio siglo de carrera. Atrás quedan sus papeles como Lord Jim, Lawrence de Arabia, Mr. Chips, El león en invierno, Don Quijote... Le queda sólo el dudoso consuelo de haber recibido una estatuilla honorífica por toda su carrera, muñequito bañado en oro que en principio se negó a recibir, pidiendo otra oportunidad para mostrar su talento en una película y convencer así a los votantes. Pero no, no ha podido ser, y uno de los últimos supervivientes del cine de antaño se ha quedado con cara de tonto, compuesto y sin Oscar.
A mí me da igual, francamente. O’Toole ya es parte de mi educación sentimental, cabalgando hacia Damasco en compañía de un pequeño ejército de árabes, o caminando sobre el techo del tren turco recién arrebatado por la fuerza de las armas y la muerte a los soldados otomanos mientras la música heroica y épica de
Maurice Jarre resonaba por las cuatro paredes del extinto cine de El Gran Casino de El Sardinero.
O’Toole y Scorsese, dos caras distintas de una misma moneda, el amado cine. Dos resultados distintos en una noche de Oscar y champán francés que vivo en un pequeño rincón de mi ciudad, bajo la mole impertérrita y cinematográfica de la gran peña de Peñacastillo.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música...)