jueves, 15 de febrero de 2007
¡Odio el carnaval!
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Sociedad en Blog personal por Sociedad
Odio el carnaval, no puedo con él, me parece una fiesta chabacana sin ningún sentido real en la actualidad, propicia para la gansada por la gansada.

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Juan Antonio González Fuentes

Salgo de dar clase. La lluvia y un viento casi huracanado barren las calles de Santander. Me meto en el túnel de Tetúan para atravesar casi de parte a parte el urbanismo santanderino. Filas de coches interminables están detenidas en el túnel y arrojan humos que hacen el paseo irrespirable. Salgo por la boca del túnel que me deja al otro lado de la ciudad. Ya veo la bahía y los mástiles de los veleros meciéndose movidos por el viento. Camino por el paseo de Pereda prácticamente desierto. Me detengo en un semáforo y llama mi atención un cochazo que pasa lentamente, dejándose admirar, gritando a los espectadores la pujanza y el éxito que acompañan al ocupante. En el interior se encuentra un hombre joven con aspecto satisfecho de no haber pasado hambre jamás; es más, de que la gula será en pocos años su pecado menos confesable. Lleva una corbata rosa absolutamente increíble, que habla de un gusto no muy refinado que desde luego no hace juego con el cuero impecable y aromático del cochazo. El hombre gesticula alegremente, mueve las dos manos arriba y abajo, cabecea, da pequeños saltitos sentado al volante y parece que, de vez en cuando, incluso echa la cabeza hacia atrás. Pienso que va hablando con alguien situado en el asiento posterior, y que a esa persona va dirigido el discurso. Pero no, me fijo bien y el cochazo sólo está ocupado por el individuo satisfecho y bien alimentado. Es evidente, va hablando por teléfono mediante un manos libres, y debe sentirse tan satisfecho y orgulloso de su vida que necesita expresarlo mediante el larguísimo cochazo y la pantomima gesticulante.

Inmediatamente me viene a la mente el carnaval, y medito que lo visto en el semáforo es en sí mismo un hecho carnavalesco, y que en breve las murgas tomaran las calles y pasearán su jolgorio transformista invitándome a sumarme a la fiesta.


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Sambódromo


Me horroriza el carnaval, me espanta, no lo entiendo, no le veo ningún sentido, es algo que a la vez me produce una inmensa sensación de pena y repugnancia. La indignidad por la indignidad me produce lástima, sonrojo..., y todas esas personas disfrazadas de manera grotesca, dando saltitos por las calles, haciendo chabacanas gansadas mil por el simple hecho de que se supone que estamos en época de hacer gansadas, me provocan el deseo irrefrenable del exilio.

Sí, ya sé que soy un tipo muy raro, un tipo gris y aburrido, un tostón de personaje que lo pasa francamente bien escuchando las sinfonías de Mahler, ópera o jazz, viendo viejas películas de los años cuarenta y charlando de poesía y poetas. Lo admito, lo acepto, soy un completo tarado, pero como tal quiero expresarme, quiero desahogarme a la espera de que las ridículas y espantosas charangas tomen por unos días el escenario tranquilo en el que se desenvuelve mi tranquila existencia.

Estos días me gustaría evaporarme y desaparecer. Y por todo lo que ustedes quieran, bajo ningún concepto materializarme ni en Cádiz, ni en Tenerife, ni mucho menos en Río de Janeiro, ciudad en la que espero no recalar jamás de los jamases, y menos en esta época del año. En mi imaginación, lo más cercano que hay en la tierra a la gratuidad sin sentido del infierno en un sambódromo, ese paisaje grotesco lleno de personajes danzando sin descanso vestidos con plumas al son de una de las peores músicas que puedan salir de la imaginación del peor músico posible.

Insisto, sé de mi rareza personal, de mi grisura, de mi ser melancólico y tristón, pero por eso mismo déjenme vaciar mi espanto en el blanco de la página. Fíjense si seré raro y contracorriente que la peor noche de mi existencia, la más aburrida y patética, la pasé en la Feria de Abril sevillana, otro espanto al que yo, que debo tener algún oscuro antepasado finlandés, no le veo maldita la gracia.

Ahora llega el carnaval a la ciudad. Prometo que me voy encerrar en casa durante los días que dure el espectáculo y que no molestaré a nadie con mi espíritu deshecho y cabizbajo, que a nadie observaré con miradas condenatorias..., es más, fingiré ánimo y apertura de miras, e incluso seré capaz de sonreír a mis sobrinitos disfrazados de duendes y princesas, y no les patearé y les arrancaré los vestiditos como me dicta mi conciencia. Pero mientras, permítanme este discurso iracundo y frenético. Permítanme mancillar el carnaval con mi desprecio e incomprensión, permítanme pensar que las chicas que salen en televisión llorando a moco tendido y manifestando que ser las reinas del carnaval era el sueño de su vida son unas descerebradas. Permítanme soñar con el exilio en una geografía digna y tranquila. Permítanme..., que ahora llega la espantosa ola del carnaval municipalesco y de insufrible interés turístico.

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NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música...)