lunes, 23 de octubre de 2006
El Planeta Pombo, Álvaro Pombo
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Libros y autores en Blog personal por Autores
Álvaro Pombo, como todos los grandes novelistas, es un planeta. Por eso no me ha extrañado que el planeta haya obtenido el Planeta. Lo mejor que podía pasarle al Planeta, y el planeta no se habrá quejado

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Juan Antonio González Fuentes

Álvaro Pombo es un planeta. Por tanto, a mí no me ha extrañado nada que le dieran el Planeta por su última novela acabada, La fortuna de Matilda Turpin. Así el círculo se cierra. El Planeta para un planeta, el planeta Pombo. Sí, Álvaro Pombo es un planeta, y traslada dicho mundo a cada una de sus novelas, por lo que cada novela de Pombo también es un planeta, un planeta habitado por personajes que son, de algún modo, Álvaro Pombo. Este ser planeta de Pombo es lo que le une a los grandes escritores, a los grandes novelistas que en el mundo han sido: planetas, y creadores de planetas.

Pombo, además de planeta, es un gran escritor, un gran fabulador, un gran novelista. Pero Pombo es un escritor en el que se cumplen muchas paradojas, por ejemplo, es un escritor que no escribe. ¿Qué? Sí, Pombo no escribe, dicta. Pombo es un fabulador homérico, y como tal, sueña, cuenta, narra en voz alta sus historias, y alguien, en algún rincón de donde él habla, en alguna esquina de la habitación en la que fabula quizá con los ojos cerrados, toma nota.

A mí Álvaro Pombo me ha contado una novela. No fue hace mucho. Fue la última vez que vino a su ciudad, Santander, motor íntimo y quizá último de su capacidad narrativa. Pombo empezó a ser novelista en un balcón de su ciudad. Era un niño –lo cuenta él-, y asomado con los ancianos al balcón de la señorial casa familiar del Paseo de Pereda (el mundo, el universo, el planeta es el Paseo de Pereda de Santander, arriba y abajo), veía entrar los barcos a la bahía, y escuchaba, escuchaba, cómo los ancianos, en torno a los prismáticos de la indiscreción, fabulaban , elucubraban...: ¿ese barco viene de América, qué sabores nuevos traerá, qué olores, qué vestidos, qué costumbres malditas?, mira, por ahí va fulanita, dicen que el marido la engaña con menganita, pero ella, que ya cuando iba al colegio de Las Esclavas, era bastante alocada, mira con ojitos al director del banco, sí, ese que es primo de Don Fulano, el que perdió una fortuna en el Casino, y que luego se fue a Madrid, y de allí a Barcelona, a la Tabacalera, donde dicen que entró en contacto con los...

Sí, Pombo aprendió a novelar desde el balcón familiar del Paseo de Pereda, desde unos prismáticos con los que su familia vigilaba la bahía, las calles de la ciudad, las playas, el mar, las montañas. Pombo fue el héroe de las mansardas de Mansard, de las mansardas del Paseo de Pereda, desde donde el mundo se extiende para contarlo.

Sí, Pombo, en su última visita a Santander escribió una novela para mí. Fuimos en coche a las montañas de Tudanca, donde el académico y erudito vallisoletano, don José María de Cossío, vivió muchos años en una casona que heredó de un antepasado montañés, mandamás hacía siglos en algún punto del americano imperio español. En Tudanca, la Tablanca perediana de Peñas arriba, Cossío se encerraba a pasar la vida, y de vez en cuando iba a Madrid, a charlar con Lorca, con Alberti..., con los grandes toreros de su época, y a comer en las casas de la marquesas madrileñas, donde el cocido era más nutritivo.

En Tudanca-Tablanca, Cossío construyó una inmensa biblioteca, y llenó los cuartos con manuscritos de los poetas del 27, con cuadros de Zuloaga y Vázquez Díaz. Alberti escribió su célebre oda al portero Platko en Tudanca, contemplando las montañas inmensas desde una ventana, desde un balcón, otro balcón al servicio de la literatura.

En Tudanca, Pombo releyó los poemas que desde Londres le envío a Cossío treinta años atrás. Y Pombo sonreía alucinado, al ver sus poemas manuscritos de la juventud londinense perdida, allí, conservados por el Cossío casi torero, enamorado de los toros, de los toreros, del toreo..., Cossío, el torero gordo y melifluo que atesoraba poemas entre capotes ensangrentados y libros antiguos, entre trabucos de la guerra contra los franceses y estandartes barrocos de antepasados en América. Y todo en Tudanca, en Tablanca, el mismo pueblo, la misma casa en la que Pereda hizo peredismo para la literatura española.

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Alvaro Pombo con Juan Antonio González Fuentes

Allí estábamos el Planeta y yo, sentados en la cocina de la casona, esperando un café con sopas de pan duro que no llegaba y no iba a llegar, ante la mirada de un Pereda que nos vigilaba desde su retrato enmarcado, allá a nuestra izquierda. Y Pombo repasaba los libros del académico torero, le abría los armarios, le olisqueaba la cama, se asomaba a las ventanas y daba un paso atrás ante el vértigo de las montañas gigantescas. En Tudanca hay lobos, y osos, y águilas, y buitres..., y el Planeta Pombo abría los ojos como un niño, como el niño que fue y aún se asoma al balcón para ver los barcos... El Planeta Pombo escribía en su mente palabras novelescas en Tudanca, y de vez en cuando exclamaba: ¡qué fuerte!, ¡qué fuerte!

Dejamos Tudanca y fuimos a la playa, en un descenso vertiginoso de pocos kilómetros que conducen desde las alturas olímpicas al nivel del mar. Durante el trayecto, Pombo escribó en voz alta una novela sobre Cossío, el señor de Tudanca. Yo estaba hipnotizado. Sin parar un instante, con velocidad vertiginosa, Pombo hablaba, escribía, hilaba una historia fantásticas, una biografía hermosa y maldita del Cossío encerrado en Tudanca, entre libros, aullidos, manuscritos, y capotes ensangrentados.

Fue media hora de descenso en coche por carreteras sinuosas durante la cual, Pombo escribió para mí una novela inolvidable. Luego, en la playa de Oyambre, en los kilómetros extendidos de la playa salvaje de Oyambre, donde aterrizó uno de los primeros aviones que en nuestro cielo español volaron, en esa playa inmensa en la que anocheciendo las olas rugían con espanto y miedo, en esa playa desde la que contemplábamos el Planeta y yo las ruinas del antiguo Golf de los años treinta, un Manderley inglés en la costa de Cantabria, poblado de fantasmas elegantes que esperan pacientes la hora del te. Allí, en la playa, en Oyambre, anocheciendo, abrigándonos del viento que empezaba a hablarnos con su rabia de las olas que le humedecían con sus escupitajos salados, allí, el Planeta Pombo empezó a correr y a gritar de nuevo “¡qué fuerte!”, y a decir con satisfacción plena “¡lo encontré, lo encontré! Este es el escenario de mi próxima novela, en esos acantilados, en una de esas casa vivirá mi protagonista, este es el lugar en el que se refugiará, aquí novelaré nuevamente....” El planeta Pombo, que aún no era Planeta entonces, aunque sí había ya terminado la novela Planeta, encontró en Oyambre, después de torear con Cossío en Tudanca, el escenario para su novela nueva, la de después del Planeta. Y yo me alegré por él, me alegré por mí, me alegré por la literatura.

El héroe de las mansardas de Mansard, el héroe que es un planeta coronado ahora con el Planeta, había dado con un espacio en el que ir colocando los nuevos colores de su mundo. Y yo estaba allí, con él, con un planeta en pleno ejercicio literario, haciendo, siendo, literatura, en el mejor sentido de la palabra.

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NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente .