Juan Antonio González Fuentes
Llega a mis manos la última obra del eterno candidato al Premio Nobel de Literatura, el norteamericano
Philip Roth (Newark, New Jersey, 1933). Se trata de la novela corta
El pecho (Monadori, Barcelona, traducción de
Jordi Fibla, 93 págs).
Este último trabajo de Roth vertido al español, es una historia breve y de evidente inspiración kafkiana: el profesor universitario de literatura David Kepesh, se despierta un día transformado en un pecho de mujer de setenta kilos de peso.
Partiendo de esta alegoría deudora directa de
La metamorfosis de
Franz Kafka, y también de
La nariz de
Gogol, aunque de este título en menor medida, como así lo reconoce el propio autor de forma indirecta a lo largo del libro, Philip Roth plasma una rica, compleja y satírica reflexión entorno a la trivialidad y falta de sentido último de la vida en la realidad contemporánea, un tiempo que el protagonista, David Kepesh, denomina con singular intención, casi al final del libro, “la Era de la Realización de Sí Mismo”.
La plasmación de la citada reflexión de Roth, presenta a mi modo de ver dos hilos conductores básicos. Uno es la sexualidad humana y la desarrollada subjetividad con la que suele ser tratada por casi todo el mundo, lo que me ha hecho recordar durante la lectura, algunas secuencias antológicas que al respecto ofrece la obra de otro destacado intelectual judío norteamericano contemporáneo,
Woody Allen.
El otro hilo conductor que he logrado detectar en las páginas de
El pecho, es el de la inmensa fuerza transformadora de la realidad que puede tener para algunas personas el trato asiduo con la palabra literaria, con la palabra hecha arte, asunto planteado aquí por Roth en términos bastante parejos a los empleados por
Cervantes en su
Quijote.
Tal es así, que David Kepesh, impenitente lector de Kafka, Gogol o Swift, le llega a decir al doctor que lo trata de su extraño caso de radical metamorfosis: “
¿Me ha causado esto la literatura?… En literatura, me encantaba lo extremo, idolatraba a los autores que lo cultivaban, su imaginación y su poderío casi me hipnotizaban… Entonces di el salto. Convertí la carne en palabra. ¿No lo ve? He sido más kafkiano que Kafka… ¿quién es el artista más grande, el que imagina la maravillosa transformación o el que se transforma maravillosamente a sí mismo? El gran arte, como todo lo demás, es algo que le sucede a la gente. ¡Y esta es mi gran obra de arte!”.
A lo largo de toda su existencia, el personaje creado por Philip Roth, ha estado tan en contacto con la palabra literaria llevada a sus extremos, que en una época histórica como la nuestra, dominada completamente por la realización de uno mismo, ha logrado dar el salto definitivo, y, como le ocurre a Don Quijote de la Mancha, se ha transformado en lo deseado, es decir, ha hecho de su carne lo significado por la palabra, lográndose así en su más grande obra de arte, en su más conseguido artificio.
Esta notable sátira de Roth, explícitamente le toma el pulso con eficacia y sabiduría a la cotidianeidad absurda del hombre contemporáneo, y lo hace a través de una metáfora trágica y desoladora, envuelta con el celofán amable de una comedia en sazón surrealista, y a la que quizá le pese un poco la sombra alargadísima de su genial antecedente kafkiano.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.