Juan Antonio González Fuentes
Este mes de septiembre se han cumplido cien años del nacimiento de uno de los últimos y más grandes sinfonistas del siglo XX,
Dmitri Shostakovich (1906-1975).
Fue el ruso un músico precoz, escribió desde los diez años y dejó pasmados a muchos de sus profesores en el Conservatorio de San Petersburgo. Muy al principio Shostakovih redactó sólo obras para piano y destinadas a sí mismo, pianista-compositor, pero a partir de cumplir los catorce años, el niño prodigio comenzó a escribir para orquesta. Atento a todas las influencias de su época, Shostakovich se convirtió pronto en uno de los principales representantes de la vanguardia musical soviética.
Su primera sinfonía, estrenada en 1926, asombró inmediatamente a directores de la talla de
Bruno W , Toscanini u
Otto Klemperer, y el éxito repentino le puso en contacto directo con los mayores músicos del momento:
Bela Bartok, Paul Hindemith, el Grupo de los Seis, Igor Stravinski, etc...
Dmitri Shostakovich
Sin embargo, todo este proceso se vio frenado de forma brutal a partir del estreno en 1936 de su segunda ópera, la genial y salvaje
Lady Macbeth del distrito de Mzensk. Se publicó entonces en
Pravda una crítica que acusaba de inmoral a la obra y a su autor. A partir de ese momento, y prácticamente hasta su muerte, el autor y su obra fueron sometidos a una estrecha vigilancia por parte de las autoridades comunistas, quienes sometieron al genio a un cerco psicológico en el que a recompensas y encargos le sucedían recriminaciones, amenazas y silencios.
Con todo, y dando pruebas de una voluntad y un talento fuera de lo comunes, Shostakovich continuó engrosando su catálogo con nuevas obras en las que logró asimilar herencias tan dispares como la formal y técnica de
Beethoven, la de las escuelas nacionales rusas (
Chaikovski, Borodin, Mussorgski, Stravinski), los artificios de la
Segunda Escuela de Viena, o distintas aportaciones de
Bartok y
Debussy.
Así, además de música para películas y para grandes aniversarios oficiales (
Stalin sólo le respetaba y quería en este campo), logró escribir 15 sinfonías que hoy forman parte del repertorio de los grandes conjuntos orquestales, un conjunto de óperas claves en el desarrollo del género a lo largo del pasado siglo, y unas partituras de música cámara que se revelan hoy como su gran legado espiritual, destacando en el conjunto los 15 cuartetos, considerados como los más grandes de los escritos en el siglo XX junto a los de Bela Bartok.
Para muchos especialistas y críticos, tras los acontecimientos acaecidos después del estreno de su
Lady Macbeth, Shostakovich se convirtió en su país en una especie de difunto no muerto, un fantasma ambulante sometido constantemente a la mirada fija, escrutadora, del
Gran Hermano Stalin. Para muchos ahí radica la razón de que la obra musical del ruso chorreé por casi todas sus notas pesimismo, ironía y un fatalismo irrevocable. Claro que el compositor también vivió los horrores de la Segunda Guerra Mundial, tuvo noticia de los campos de exterminio y de trabajo nazis y soviéticos, vio morir o desaparecer a muchos compañeros... En fin, que el contexto histórico que le tocó en suerte no invitaba precisamente a la escritura de música alegre y festiva.
Como ejemplo preciso de esos tiempos aterradores, el propio Shostakovich cuenta en sus memorias una anécdota increíble, pero que viene a dar colores (muy oscuros por cierto) al clima de terror que se vivía en la URSS en tiempos del socialismo real.
La anécdota, insisto, está contada en las páginas 318 y 319 de
Testimonio, el libro de memorias de Shostakovich relatadas y editadas en 1979 por
Solomon Volkov, y cuya magnífica edición española corrió a cargo de mi buen amigo el musicólogo
José Luis Pérez de Arteaga (Aguilar, Madrid, 1991).
Para ser preciso, anoto al pie de la letra las palabras de Shostakovich: “
En aquella época, Stalin no dejaba que nadie le viera durante días. Escuchaba muchísimo la radio. En una ocasión, Stalin llamó al Comité de la Radio, donde estaba la administración, y preguntó si tenían un disco del Concierto para piano nº 23 de Mozart, que había escuchado en la radio el día antes. 'Tocado por Yudina', añadió. Le dijeron a Stalin que, desde luego, lo tenían. Realmente, no había ningún disco, el concierto se había ofrecido en vivo. Pero tenían miedo de decirle no a Stalin, nadie sabía las consecuencias que tal acto podía tener. Una vida humana no significaba nada para él. Todo lo que podías hacer era mostrarte de acuerdo, someterte, ser un hombre-sí, un hombre-sí para un loco.
Stalin pidió que le enviaran el disco con la interpretación de Yudina..., a su casa. El Comité se quedó horrorizado, pero tenían que hacer algo. Llamaron a Yudina, y a una orquesta, y grabaron aquella noche. Todo el mundo estaba temblando de pavor, exceptuada Yudina, naturalmente. Pero ella era un caso especial, a aquella mujer el océano sólo le llegaba a la rodilla.
Yudina me dijo, posteriormente, que habían tenido que mandar a su casa al director, el hombre estaba tan intimidado que no podía pensar. Llamaron a otro director, que no paraba de temblar y que consiguió liarlo todo, confundiendo a la orquesta. Sólo un tercer director estuvo lo suficientemente en forma como para terminar la grabación.
Creo que éste es un acontecimiento único en la historia de las grabaciones..., cambiar de director tres veces en una noche. En cualquier caso, el disco estuvo listo por la mañana. Hicieron una única copia y se la enviaron a Stalin. Bien, fue éste un récord discográfico. Un record en decir que sí.
Poco tiempo después, Yudina recibió un sobre con 20.000 rublos. Se le dijo que el dinero le llegaba por orden de Stalin. Entonces ella le escribió una carta. Sé de esta carta por ella , y sé que la historia parece inverosímil. Yudina tenía muchos recovecos, pero nunca mentía. Estoy convencido de que su historia es cierta. Yduina escribió algo así: Le agradezco su ayuda. Rezaré por usted día y noche, y pediré al Señor que le perdone sus grandes pecados contra el pueblo y el país. El Señor es misericordioso y le perdonará. El dinero lo he dado a la iglesia a la que asisto".
Bien, en este clima de terror impuesto, vivió y creó Shostakovich. Se disfrazó en ocasiones con el vestido del hombre-sí para un loco, pero dejó una obra con un potencial espiritual descomunal; una obra lúgubre, pesimista, fatalista y en muchas ocasiones sazonada con la sal gorda de la ironía, aquella que a uno le permite no lanzarse al trote en los brazos de la locura.
Shostakovich, con el
atrezzo del hombre-sí, le dijo mil veces no a la sinrazón salvaje del poder omnívoro, y construyó un legado a golpe de notas que habla desde la tristeza del coraje indomable del ser humano, incluso de aquel que en lo aparente está sometido y entregado. Ese es el legado de un genio: está encerrado en su música, una música abierta para todos.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.