martes, 27 de junio de 2006
Seré poeta de la nueva Nación Cántabra
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Sociedad en Blog personal por Sociedad
Parafraseando a Márai, diré que mi alma lo es, sencillamente, en español. Por eso espero que cuando mi región pase a ser nación con el inevitable nuevo estatuto, los políticos respeten mi alma y la dejen vivir en paz

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Juan Antonio González Fuentes

A lo largo de estas primeras semanas del verano, se van a presentar, en distintos lugares de Santander, al menos tres antologías en torno a la poesía y la literatura hechas en Cantabria. Primero será un hermosísimo libro de fotografías de la bahía de Santander hechas por Pedro Palazuelos, y que irán acompañadas de casi medio centenar de poemas inspirados o dedicados de alguna manera a la bahía, esa “bahía de cámara”, nunca sinfónica, que decía José Hierro. Gerardo Diego, Hidalgo, José del Río, el propio Hierro son algunos de los poetas representados y escogidos por el antólogo, Luis Alberto Salcines.

Más adelante se presentará una antología realizada por el escritor Manuel Arce, que recogerá el quehacer poético en Cantabria a lo largo del último medio siglo. Alrededor de treinta poetas son los que Arce recoge en su nuevo libro y que viene a establecer una especie de canon poético regional del periodo señalado.

Pero poco después, el libro que recalará en las librerías será el escrito por el profesor Jesús Lázaro Serrano, y en el que se ofrecerá a los lectores un repaso por la historia de la literatura escrita en Cantabria a lo largo de la historia, desde la Edad Media hasta nuestros días, configurando así una especie de quién es quién en la historia de la literatura cántabra.

El caso es que los distintos antólogos y estudiosos han tenido a bien incluir mi nombre y algunos de mis textos en sus libros, lo que desde luego no me desagrada en absoluto, y echa un poco de leña al fuego fatuo de mi creciente vanidad. Incluso algunos amigos me han abrazado sentidamente y me han dado la enhorabuena más efusiva: ¡ya estás inmortalizado como uno de los grandes de la literatura cántabra!, me dijeron dándome palmadas en la espalda y haciéndome carantoñas. Con sonrisa estúpida y satisfecha yo agradecí los parabienes y las efusiones.

Mas una vez en casa, cuando ya anochecía, asomado a la ventana y contemplando el navegar de algunos veleros y lanchitas por la hermosísima bahía de mi inspiración, caí por fin en la cuenta del desatino: ¡inmortalizado en la historia de la literatura cántabra!, ¿literatura cántabra?, ¿inmortalizado?, ¿es posible que una región española con menos habitantes que un gran barrio de Madrid haya dado en 50 años treinta poetas estimables? ¿ha dado el castellano 30 poetas merecedores de la llamada inmortalidad a lo largo del siglo XX? Creo que fue T.S. Eliot el que dijo que un poeta de los más grandes daba al futuro sólo media docena de poemas de verdad, y que el resto eran ensayos y probaturas... Comencé a reírme de mí mismo y no pude parar hasta pasado un buen rato. Cómo es la vanidad, en qué pozos de miseria y ridículo insondables puede situarlo a uno si no se anda con cierto ojo.

Le comenté todo esto al día siguiente a uno de mis colegas antologados también por partida triple, y me sorprendió atisbar en él alguna indignación y despecho. Me adoctrinó con bastante acritud sobre la existencia incuestionable de la “literatura cántabra” y su importancia a lo largo de la historia. Citó nombres y trabajos académicos que venían a corroborar sus opiniones con un criterio de autoridad de verdadero peso. También me espetó una lista considerable de autores cántabros de primer orden, a la altura de los de cualquier literatura de importancia y proyección cultural universal, y luego me vino a echar en cara mi falta de entusiasmo, mi tibieza como literato cántabro, y mi escasa alegría por ser uno de los elegidos como receptor de la inspiración de las cántabras musas, y miembro declarado del lustroso panteón literario cántabro.

Además, me dijo, debía yo estar receptivo a todo lo que signifique apuntalar y “engrandecer” la cultura autóctona, pues ya hay rumores de que a no mucho tardar habrá un nuevo Estatuto Cántabro, en el que, como no podía ser menos, la Comunidad quedará reconocida como Nación, y la más antigua, claro, de la península ibérica, pues no en balde las Cuevas de Altamira y sus pinturas explicitan una cultura propia y una sociedad cántabra de raigambre prehistórica. Entonces, cuando eso ocurra, dejaremos de ser sólo meros inmortales literatos de una región autónoma de segunda, para pasar a serlo de una nación en toda regla. Nuestros poemas, cuentos y artículos pasarán a estudiarse en todos los centros de enseñanza de la nación cántabra; los libros de texto cántabros nos dedicarán centenares de páginas y los niños recitarán nuestros versos de memoria; los colegios, institutos y universidades llevarán nuestros nombres; Cantabria abrirá embajadas en Londres, París, Roma, Lisboa, Berlín, Viena, Washington..., y nos nombrarán embajadores; nuestros libros se reeditarán en ediciones de lujo con pastas fileteadas de oro; pondrán nuestros nombres a las calles y paseos, adornarán las ciudades y pueblos con nuestros bustos; las Universidades organizarán cursos y seminarios para analizar nuestra obra; los periódicos nos dedicarán suplementos semanales a todo color; la Consejería de Cultura nos organizará recitales y lecturas por todo el orbe..., estaremos por fin considerados, seremos grandes y felices en el destacado papel de los nuevos grandes poetas de la nueva gran nación cántabra.

Ya completamente extasiado, y a punto de dar un viva por el pronto surgimiento de la cántabra nación, y agradecer a los hados mi futura fortuna, pasó junto a nosotros un grupo de muchachos que repartían unos papeles que supusimos propaganda comercial. Cuando leímos el contenido del papel que nos habían dado, cruzamos los dos poetas antologados nuestras miradas cargadas de angustia y alarma no disimulada. En el papel, impreso por un grupo nacionalista cántabro, se exigía de inmediato la reforma del Estatuto de Autonomía para declarar a Cantabria nación, e incluir en la nueva ley, como obligatorio a cualquier nivel y absolutamente para todo, el uso del idioma cántabro, del que ya existen diccionarios, gramáticas, libros impresos e incluso algunas traducciones de obras literarias inglesas, francesas y alemanas.

De repente, nuestros sueños de gloria y triunfo se desvanecieron por completo, pues no sabemos cántabro, todos nuestros escritos están en castellano, pensamos en español, y claro, vemos lógico que la nueva nación imponga el idioma que le es inherente. Así, con el nacimiento de la nacionalidad cántabra, las antologías en las que estamos incluidos quedarán arrumbadas en los estercoleros de la historia anterior al Estatuto, dejaremos de existir como escritores, seremos representantes del pasado, del oprobio españolista que con su imperialismo mostrenco alienó nuestra cántabra tierra, su cultura y su idioma.

Y de repente me vi en el zoo de Cabárceno, exhibido como una especie en vías de extinción destinada a que las nuevas generaciones de cántabros sepan a quien y a qué deben repeler por encima de toda consideración. Claro que, ahora que lo pienso, siempre quedará otra opción, el exilio, por ejemplo, en Buenos Aires, en Quito, en Santiago, en Lima, en Méjico, en Bogotá..., y ser allí embajador plenipotenciario de mi alma, alma que, pido disculpas por ello, lo es sencillamente en español.