Michel Onfray (1959) es un típico intelectual francés, ya saben: brillantez, cartesianismo, un cierto don de gentes y una elegancia severa con gotas de impostación e inmodestia. Doctor en Filosofía, durante veinte largos años impartió clases en institutos de educación secundaria hasta que, harto de un escenario tan poco atractivo, dejó atrás la educación nacional reglada para “inventarse” la Universidad Popular de Caen. Onfray ha escrito más de cincuenta obras y ha sido traducido a veinticinco idiomas distintos. Su
Tratado de ateología (2005) vendió más de medio millón de ejemplares.
Ahora aparece en español el que tal vez sea su libro más polémico hasta la fecha:
Freud. El crepúsculo de un ídolo (Taurus, 2011), una especie de guía para conocer todas, o casi todas, las inconsistencias y contradicciones del médico psicoanalista, así como algunos de sus trapos sucios. Algunas de las “lindezas” que aparecen en estas páginas hacen mención a la pasión de don
Sigmund Freud por el incesto (estaba enamorado, al parecer, de su cuñada,
Minna Bernays), su invención del llamado “complejo de Edipo”, su homofobia (el homosexual como un pervertido que evoluciona al margen de la norma por una interrupción en su proceso evolutivo libidinal), su filonazismo de primer tiempo, su innata capacidad fabuladora, sus grises comienzos y su afición a la cocaína. Con respecto a estos dos últimos aspectos, Onfray resalta lo que sigue.
Freud conoció a la que sería su mujer,
Martha Bernays, en abril de 1882. Le pidió la mano en junio de ese mismo año. Por aquel entonces Freud vivía de préstamos, no tenía trabajo y acababa de terminar sus estudios de medicina en los que invirtió para obtener el diploma ocho largos años, tres más de lo requerido. Casado ya con Martha vive los tres primeros años de matrimonio separado de ella, pues trabaja en el hospital de la Salpêtrière bajo la supervisión del
doctor Charcot. Durante los años de separación le escribe más de mil cartas, en una de las cuales le escribe: “Sé que no eres bella en el sentido en que lo entienden los pintores o los escultores. Si lo que quieres es que dé a las palabras su sentido estricto, me veo obligado a confesar que no eres una belleza”. En otra carta le confiesa que está tomando cocaína y que ésta da excelentes resultados incluso en el terreno sexual. Mientras, también le escribe cartas de subida intimidad a su cuñada.
Michael Onfray: Freud. El crepúsculo de un ídolo (Taurus, 2011)
En cuanto a la cocaína, el 12 de junio de 1895 le escribe Freud a su amigo
Fliess: “necesito mucha cocaína”. La consume para animarse en las veladas que se celebran en casa de Charcot y para sus actividades sexuales en los burdeles de la zona. Onfray opina que es muy posible que sus posteriores arritmias cardiacas, su escasa líbido, sus ataques de pánico, sus problemas en el tabique nasal, su ciclotimia, sus cataratas crónicas, etc..., tuvieran su origen y principio en el consumo masivo de cocaína durante esos años.
Pero además, en 1884 Freud experimentó empleando cocaína con su amigo
Freischl-Marxow con la intención de “curarle” de su morfimomanía. Así, en 1885, en su trabajo
Über coca (
Sobre la cocaína) prescribe la “inyección” de la droga. Sin embargo, en
La interpretación de los sueños de 1900 escribe que lo que había prescrito en 1885 no era inyección, sino “ingestión”. Mintiendo así, según Onfray, lo que pretendía Freud era encubrir su error primero, error que llevó a al muerte a su amigo. De ahí que tras el fiasco de 1885 destruyera papeles, notas, diarios, documentos de todos tipo e, incluso,
Über coca desaparece misteriosamente de su bibliografía.