Me llegan tres nuevos microrrelatos del escritor y poeta Miguel Ibáñez, en mi opinión uno de los grandes del género en España. El microrrelato consiste en contar toda una historia llena de sugerencias, de ideas, de humor..., hacerlo además con su principio, su desarrollo, desenlace y final, y hacer todo esto en apenas unas líneas. El reto es complejo, pero talentos como el de Miguel Ibáñez lo resuelven sin ninguna duda.
Habla distraídamente la muerte
Conocí a Ludivina Fernández en un pueblo de la provincia de Palencia, en mayo de 1998, no sabría decir en qué día. Ludivina iba acompañada por Martín Santos Reguera, agricultor y almacenista de patatas. Ambos viajaban en un Renault Clío de color blanco.
No sé por qué me acuerdo de ellos ahora. Creo que iban a casarse.
Uno que se explica
Tuvimos tantas cosas que hacer, entre el trabajo, cursillos, cenas con amigos, las extraescolares de los niños, organizar las vacaciones de invierno, las de verano, las reuniones con el asesor matrimonial, la planificación de nuestras relaciones sexuales, que al final no nos quedó ni un minuto libre para eso del amor, tan bonito.
Pero como le dije a ella, tampoco pudimos ir a ver el MOMA de Nueva York y no por eso me pidió el divorcio.
Entre intelectuales
Él pasaba a mi lado y se tiró una pomposidad, y ya sé yo que lo hizo a propósito. Pues yo le solté una petulancia que lo dejé tieso. Bueno, pues acto seguido va el tío y se deja escapar una fatuidad, así como quien no quiere la cosa. Y entonces ya le tuve que expeler una rimbombancia que ahí ya se quedó aplastadito. Que no soy yo de esos que va por ahí arrojando ampulosidades, pero claro, si me faltan al respeto…