martes, 13 de julio de 2010
Gané el Mundial. La selección española de fútbol y el Mundial de Sudáfrica: un sueño de infancia y juventud
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Sociedad en Blog personal por Sociedad
Sí, digo y escribo “hemos ganado”. Algún ignorante me ha dicho que no, que yo no he ganado nada, que han sido los jugadores. Cuán equivocado está. Este mundial, sí, lo han ganado los jugadores que estaban en Sudáfrica, pero perdónenme, también lo he ganado yo. Lo gané durante los entrenamientos nocturnos en el patio de los Escolapios, lo gané cuando he tapado las internadas de Kiko Narváez o de Amunike los sábados por la mañana en el Complejo Deportivo, lo gané con nueve años cuando regateaba a amigos entre las columnas de la Plaza Porticada


 

Juan Antonio González Fuentes

Dentro de poco más de un mes cumpliré 46 años. De este tiempo vivido no sé cuánto habré pasado jugando y viendo fútbol, pero es evidente que he empleado más tiempo en eso que en, por ejemplo, hacer el amor, leer poesía o escribirla, viajar, visitar museos, hacer tertulia...

De pequeño jugaba al fútbol en el patio del colegio a todas horas, calzando los mocasines de toda la vida y vistiendo el uniforme del colegio, incluyendo la corbata. El patio del colegio, durante muchos años o temporadas, ni siquiera tuvo porterías, pero nos daba igual, para nosotros aquel reducidísimo espacio de nuestra cotidianeidad era como Maracaná. Recuerdo perfectamente que hacíamos autopases con las paredes, y que jugando partidos demenciales de ochenta y tres niños contra noventa y dos, todo estaba meridianamente claro: las faltas, las líneas de banda, la dimensión abstracta de las porterías imaginarias... ¿No ha entrado, ha ido alto?, gritábamos cuando el balón lanzado contra nuestra inexistente portería alcanzaba una altura que todos, más o menos, considerábamos no reglamentaría.

Pasado un tiempo, no mucho, salíamos a jugar a un prado que quedaba cercano a una fábrica. El final del partido lo daba la sirena que marcaba la salida y entrada de un turno de obreros. Como porterías colocábamos dos bolsas de deporte, y algunos ya incluso llevábamos botas de fútbol multitacos de goma mala. En esa etapa jugamos un partido mítico contra el equipo del pueblo del chófer del colegio. Varías generaciones del colegio habían sucumbido ante el juego duro y en campo grande de los fornidos chicos del pueblo. Nosotros ganamos por vez primera!!!, aunque pasado el tiempo he pensado que hubo algo de tongo en aquella victoria. Con todo, la pequeña copa, nuestra copa, adornó durante algún tiempo una balda del despacho de la directora de nuestro colegio, y nuestra gloria futbolera colegial hasta la fecha. También recuerdo un partido que jugamos cercana la Navidad. Fue contra un equipo de chavales de un pueblo cercano a Santander en el que también daba clase uno de nuestros profesores. Diluviaba. El campo era de piedrecitas y estaba completamente encharcado. Perdimos por goleada, pero esa mañana supe lo que era perder luchando, correr hasta la extenuación a pesar de que nada podía ganarse... Esa mañana perdí las uñas de los dedos gordos de mis pies. Hoy las sigo teniendo permanentemente negras, negras de la sangre coagulada bajo la uña. No hay nada que hacer, en cuanto recupero la blancura natural juego un partido y me reviento por dentro.

Luego, muchos amigos del colegio nos incorporamos a un equipo para jugar partidos oficiales: el Cavilmo!!! La camiseta que nos dieron era amarilla, pero el resto del equipaje lo aportábamos nosotros, tal era la pobreza del club. Jugamos una temporada en el Cavilmo. Fuimos un desastre como equipo, pero no lo debimos hacer mal de forma individual. A casi todos los componentes del equipo nos acabaron fichando clubes más fuertes: el Perines, el Racing, el Marina, el Calasanz... A mi me fichó este último. Aún recuerdo con emoción cuando me entregaron dos equipaciones completas y botas de fútbol!!! Teníamos campo para entrenar y el autobús del colegio nos llevaba en los desplazamientos. Lo único que no me gustaba era la misa de inicio de temporada y los entrenamientos: esos entrenamientos de invierno a las siete de la tarde, todo ya de noche... Tampoco me gustaban los partidos a las cuatro y media de la tarde en las Instalaciones del Racing. Mi madre tenía que prepararme antes la comida y me perdía los western o películas de aventuras de la tele, después del telediario. Así todo, jugué dos temporadas gloriosas en el Calasanz: llegamos a la final del torneo los Barrios, a la final de un torneo internacional que perdimos contra el Masnou de Barcelona, realizamos una mini gira por Francia y fui preseleccionado para la selección cántabra infantil. Y claro, recuerdo algunos goles gloriosos que no podré olvidar nunca, sobre todo los que marqué en campos grandes, casi profesionales. Fui el segundo máximo goleador del equipo esas temporadas, y el olor de la tierra húmeda pegada a los tacos de las botas es un perfume que, al igual que la magdalena de Proust, me transporta inmediatamente a otros tiempos.

Fui un mal estudiante, y dejé el fútbol federado para ver si lograba aprobar algo. Sí, aprobé. Pero seguí jugando en el instituto. De nuevo eran partidos multitudinarios en las dos canchas que tenía el instituto. Y formé parte, como extremo derecho, del equipo del instituto que jugó el torneo escolar. El partido más importante, en el campo grande del complejo de La Albericia, fue contra mi antiguo equipo, el Calasanz. En el viaje en autobús coincidí con algunos antiguos compañeros. No se percataron de que los acompañaba en el desplazamiento, y me tacharon en voz alta de jugador peligroso pero irregular. Salí esa tarde al campo con rabia. Ganamos uno cero, yo marqué el gol con el hombro, aún no sé cómo.

El fútbol en campo grande desapareció de mi vida. Me dediqué al futbito. Algunos ex compañeros del colegio y otros del instituto fundamos un equipito que fue patrocinado por la empresa Azulejos Delgado. No lo olvidaré nunca. Jugamos decenas y decenas de partidos. Fuimos un equipo mediano. Quiero decir que no nos costaba mucho llegar a las últimas rondas de los torneos en los que jugábamos. Éramos muy buenos para la media, pero jamás logramos ganar nada, o casi nada, al final, claro, nos topábamos con equipos aguerridos, formados por chavales de barrio que se las sabían todas, muy fuertes, algunos ex jugadores de juveniles o regional. Pero tocamos la gloria jugando el Torneo de las 24 horas de Cabezón de la Sal. 24 horas jugando al fútbol. Pasamos ronda tras ronda y sucumbios en un partido épico que nos tocó disputar de madrugada, medio dormidos, cansados hasta el dolor.

En esa época también jugamos en playeros. Son torneos que se juegan en la playa, cuando baja la marea y, en El Sardinero, por ejemplo, pueden diseñarse varios campos espléndidos. Siempre me gustó jugar en la playa. Me gustaba el balón, uno blanco de la marca Mikasa que cogía efectos fantásticos y con el que salían disparos fantásticos. Jugábamos con pinkis, una especie de zapatillas de goma con las que no hacías daño si dabas una patada, pero que impedía que el balón te hiciese daño a ti. Me encantaba correr la banda y oír el rumor del mar junto a mi. Y me encantaba poner el balón, es decir, colgarlo, centrarlo, desde la banda. Ese balón Mikasa era fabuloso.

Pero llegaron la universidad, nuevos amigos, nuevos intereses... Y el fútbol quedó a un lado. Pasó el tiempo, bastante tiempo. Y de vez en cuando echaba de menos el olor a humedad de las botas de cuero llenas de barro, o el salitre pegado a la piel mientras le dabas patadas al Mikasa oyendo el rumor del mar. Pero un buen día, como quien no quiere la cosa, un amigo me reclamó para hacer número en unos partidos que venían jugando desde hace meses contra un equipo de notarios. Sí, notarios, como lo leen. Bueno, en realidad eran notarios y registradores de la propiedad. Los partidos se jugaban los lunes en el interior del pabellón deportivo cubierto de los Escolapios, sede de mi antiguo equipo, el Calasanz. Y me reenganché, vaya si me reenganché. Hasta hoy. He jugado desde entonces un mínimo de un partido a la semana y un máximo de tres. He jugado en el pabellón del colegio de las Esclavas, en el del Complejo Deportivo Municipal de Deportes, en los campos de hierba artificial de ese mismo complejo, en los Campos de Sport de El Sardinero, en el campo de hierba artificial del antiguo club deportivo de José Campos, en el campo de hierba natural de las cuadras militares en Peñacastillo.



España, campeona del Mundo: Holanda 0 - 1 España (vídeo colgado en YouTube por rtve)

En estos catorce años de fútbol interrumpido he jugado con o contra notarios, periodistas, escritores, políticos, funcionarios y ex profesionales. Sí, he jugado con Gelucho, Juan Carlos, Kiko Narváez, Quique Setién, Popov, Amunike, Tuto Sañudo..., es decir, con o contra jugadores que han jugado mundiales, que han jugado en el Barcelona, el Atlético de Madrid, el Racing, el Oviedo, el Logroñés..., que han jugado en la selección de Rusia, de España, de Nigeria, que han ganado medallas de oro en Olimpiadas. En estos últimos catorce o quince años he jugado al fútbol diluviando, bajo un sol de justicia, nevando, con vientos huracanados, con humedad... Y siempre, siempre, he sido feliz, me he olvidado de los problemas y he marcado muchos goles, algunos francamente buenos.

Como espectador me recuerdo a mí mismo dándole patadas a un balón entre los arcos de la Plaza Porticada de Santander en el verano de 1974. Yo tenía 9 años y jugaban la final del mundial Alemania y Holanda. No sé por qué yo estaba con Alemania. Mi perro se llama Miller, pero cuando explico el origen de su nombre añado siempre la coletilla final: y además en recuerdo de Müller, el delantero del Alemania del mundial del 74.

En el campo del Racing de Santander, en los antiguos Campos de Sport, vi jugar en vivo y en directo al Barca de Cruyff y Neeskens, al de Maradona, y al Madrid de Breitner y Pirri, y al Atlético de Pereira... Pero prefiero ver los partidos en la televisión. Desde 1974 me recuerdo atento a los mundiales. Y desde 1978 he visto todos. Vi ganar a Brasil, Francia, Italia, Argentina, Alemania... Y vi fallar a Cardeñosa, y los doce goles contra Malta, y a Kubala poner gesto de resignación, y a Maceda meterle el gol a Alemania, y el gol fantasma de Michel, y el codazo alevoso y criminal de Tassotti a Luis Enrique, y lo que nos robaron en Corea, y el gol de Platini a Arconada, y el gol de Nigeria a Zubizarreta, y el penalti al cielo de Raúl... Dejé de ver los partidos importantes de la selección española en el Europeo de 2008. Ganamos el torneo ante la poderosa Alemania. Y este año decidí no ver ni un solo partido. Lo cumplí. No he visto ningún partido de la selección española. Y hemos ganado el Mundial por vez primera en 90 años de historia.

Sí, digo y escribo “hemos ganado”. Algún ignorante me ha dicho que no, que yo no he ganado nada, que han sido los jugadores. Cuán equivocado está. Este mundial, sí, lo han ganado los jugadores que estaban en Sudáfrica, pero perdónenme, también lo he ganado yo. Lo gané durante los entrenamientos nocturnos en el patio de los Escolapios, lo gané cuando he tapado las internadas de Kiko Narváez o de Amunike los sábados por la mañana en el Complejo Deportivo, lo gané con nueve años cuando regateaba a amigos entre las columnas de la Plaza Porticada, jugando horas y horas en el patio del colegio sin porterías, metiendo los pies en charcos de los campos más infames, lo gané en aquellas tardes jugando contra aguerridos macarrillas de barrio que nos daban hasta en el cielo de la boca, lo gané en decenas de sábados por la tarde en los que me perdí las películas de John Ford, lo gané gritando como loco en la goleada a Malta, lo gané con los disgustos y decepciones innumerables que poblaron mi infancia y mi adolescencia y mi juventud gracias a las derrotas de España, lo gané durante 45 años sintiéndome español y futbolero, 45 años de sufrimientos y disgustos, de caer y volver a levantar la cabeza... Yo gané este mundial, que me merecía sin ninguna duda, cuando le daba betún negro a las botas y con llave inglesa le cambiaba los tacos de aluminio completamente gastados. Lo gané esas mañanas en las que en mi banda, mientras galopaba, rugía el mar, o cuando con un palo le quitaba pedazos de barro a mis botas medio rotas y sucias. Yo gané este mundial bajo la lluvia, el sol, azotado por todas las inclemencias del tiempo. Lo gané durante todas las veces que empuje el balón desde el sofá de casa, o cuando lo cabecee dándole a la lámpara del salón. Gané este mundial el día en el que reconocí que el olor de la hierba mojada, la tierra, el cuero de las botas y el balón, el sudor de la camiseta empapada, el de la sangre de las rodillas en carne viva..., explicaban en gran medida buena parte de mi infancia y de mi juventud. Ese día, en ese preciso momento, gané este mundial de Sudáfrica, lo gané para mi infancia, para mi adolescencia, para mi juventud... Este mundial es una deuda que el fútbol tenía conmigo, sí, directamente conmigo. Y ya la ha pagado.

  

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NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, creación, historia, artes, música y libros) como cronológicamente.