Me detengo, para comenzar,
en los últimos versos de su poema No
sé:
El
instante lejano me pregunta a diario:
¿Es
esa la ventana? ¿Es esa la vida? y yo le digo:
Sí,
pero en realidad: No
sé; no sé
cuándo
van
a hablar los pájaros sin pronunciar un cielo.
El cielo como espacio de lo
insondable, región de las preguntas. Y la historia del siglo XX, con sus puertas
giratorias y fronteras correderas, suscitó demasiadas. Por ello escribe
Madzirov: La historia es la primera
frontera que tengo que cruzar. Ese ejercicio de distancia que supone la
creación poética contiende con la condición creadora, que es hija de la memoria.
Es muy consciente de ello Madzirov, como nos sugiere en el título del libro.
Sabe que convivir con ella es abrir un diálogo, que él propone a través de la
palabra escrita. En el poema Pasaron
muchas cosas dice:
Por
nuestro cuarto ventilado salieron volando
del
bolsillo trasero pedazos de papel:
cosas
insignificantes
que,
de no estar escritas,
no
haríamos jamás.
Como si la palabra escrita
fuese la voz de esa memoria, o mejor, esa laringe conductora de la realidad
pronunciada. Una idea que también plasmó Zagajewski en sus versos: De la
memoria emerge una calle estrecha/ (que sea la laringe de este poema (1). Y la historia de Europa
es una historia de calles estrechas, de rendijas de memoria, de murmullos y
voces que siguen insistiendo. La tradición poética de la Europa del Este posee
además esa carga de frontera, de aislamiento. Recuerda Josep Maria Rodríguez en
el prólogo la conexión que existe entre el poeta y representantes de esa
tradición, como Herbert, Milosz o el propio Zagajewski, del que Rodríguez
rescata lo que dijo de los poemas de Madzirov: Se parecen a cuadros
expresionistas, llenos de pinceladas densas, enérgicas, que surgen de la
imaginación para volver a ella, como animales atrapados fugazmente por los faros
de un coche.
Tiene una voz tranquila, se
expresa con sencillez. De repente, en mitad de la conversación, es capaz de
quedarse mirando cualquier huella del paisaje, encuentra en ella trascendencia,
al mismo tiempo que palabra cotidiana. Escribe en su poema Meditaciones sobre
el clima:
La
calma es un cinturón que
mantiene
erguida la historia.
Es
preciso a veces sentarse un rato
a
contemplar el cielo
reflejado
sobre una lata abierta
en
la orilla del mar.
Y escribir es volver,
plantear una pregunta es tocar el timbre de la historia. El gesto calmado del
poeta nos lleva casi sin darnos cuenta a esa herida abierta que es desconocer el
origen. Muestra esta idea con mucha belleza en su poema
Regreso:
Yo
fui tomando cuerpo
a
capas de memoria,
mi
alma es el palimpsesto del vientre
de
una madre lejana.
Por
eso a última hora
la
idea de volver
y
el suave crujido de las bisagras.
La historia como
conformadora del sujeto, a la vez que objeto de su búsqueda. Esa búsqueda supone
también un ejercicio de redención. Así lo expresa Benjamin en Sobre el
concepto de historia: “El pasado comporta un índice secreto por el cual se
remite a la redención. ¿No nos roza, pues, a nosotros mismos un soplo del aire
que envolvió a nuestros antecesores? ¿No existe en las voces a las que prestamos
oído un eco en las ahora enmudecidas?”
(2).
Parece como si Madzirov se
quedase observando la costra de una herida, tal vez hasta pase su mano por
encima y, de alguna forma, comprenda que la herida nunca acabará de cerrarse.
Sin embargo, acercarse a ella será un motivo vital. Recuerdo ahora aquellos
versos de Las flores del mal:
La
Naturaleza es un templo de vivientes pilares
que
dejan salir a veces confusas palabras;
el
hombre lo recorre a través de los bosques de símbolos
que
le observan con miradas familiares.
(3)
Es familiar el lenguaje,
pero misterioso. Madzirov trabaja con mucha elegancia la sugerencia, con una
cautivadora mirada pausada huye de alardes, de efectos retóricos. Como un pintor
preocupado por la luz, Madzirov trabaja escenas y enfoques, hijo siempre de lo
escuchado y de lo dicho. La palabra se hace puente, vibra, hacia el pasado. Así
acaba el poema que da título al libro:
Lo que dijimos sin tener
testigos
nos ha de perseguir durante
años.
Los inviernos se nos apilan
encima
sin haberlos llegado a
pronunciar.
La historia nos muestra
como las ruinas nunca han dejado de hablar, las generaciones se erigen en
portadoras de restos y el individuo se vuelve así fragmento, retazo de memoria.
Los Balcanes representen, quizás, un ejemplo demasiado palpable de ese tránsito
de memoria y ruina. Madzirov refleja esta idea con maestría en Hogares en
ruinas:
(…)
Y vi también tu sombra
subiendo por mi cuerpo
mientras que tú bajabas de
todos los refugios
encontrados después de las
guerras oficiales.
Desde entonces me ciega
cada trozo de vidrio,
cada palabra
negada
me cubre los ojos de
silencio. Vi.
Nuestros hogares en ruinas
eran el tránsito del mundo,
de la memoria, sí, de la
memoria.
Es un libro muy sólido el
de Madzirov, palabra que exige revisitarse. Ha llegado a nuestras librerías de
la mano traductora de Yolanda Castaño y Maria Petrovska, que han cuidado con
precisión el ritmo y la delicadeza expresiva. No me queda más que invitar a su
lectura y a dialogar con sus poemas con el sigilo con el que él muestra sus
afectos. Acabaré con los últimos versos de su poema
Invisible:
El deseo de tocarte la
frente cuando nadie mira
es más antiguo que el
tiempo.
NOTAS
(1) Zagajewski, A. Deseo. Ed. Acantilado.
Barcelona, 1997. p. 7.
(2) Benjamin, W. Sobre el concepto de historia. Obras
completas. Libro I. vol 2. Ed. Abada. Madrid 2008. p.
306.
(3) Baudelaire, Ch. Las flores del mal. Edimat
libros. Madrid, 1999. Trad. Enrique López Castellón. p.
106.