Nacido en Poznan en
1925, Bauman tuvo que huir con su familia a la Unión Soviética cuando Polonia
fue invadida en 1939 por los nazis. Participó en la Segunda Guerra Mundial como
artillero y tomó parte en la batalla de Berlín en 1945. En 1954 comenzó su
carrera académica en la Universidad de Varsovia. Purgado y desposeído de su
nacionalidad en 1968, abandona Polonia. Tras enseñar en la Universidad de Tel
Aviv, en 1971 obtuvo una cátedra en Leeds. Desde entonces abandona el polaco
como lengua de expresión escrita y adopta el inglés, su tercer idioma contando
el ruso.
En los últimos meses,
la editorial Paidós ha vertido al español dos excelentes textos de este profeta
de la incertidumbre. En 2012 vio la luz Esto no es un diario, una reflexión
personal que en formato de diario es en realidad una reflexión personal
destinada a entender los signos que marcan nuestro siglo XXI. Ya en 2013, la
aparición de Sobre la educación en un
mundo líquido adopta la forma de entrevista para insistir en la importancia
de la educación.
Estamos ante el segundo
libro de conversaciones publicado por Bauman. El primero fue un brillante y
profundo diálogo con Keith Tester, catedrático de Teoría Social en la
Universidad de Portsmouth (Polity Press, 2001). En esta ocasión es Ricardo
Mazzeo, también dedicado a la docencia, la contraparte de esta serie de veinte
entrevistas. Dichas conversaciones comenzaron con ocasión de la invitación
recibida por Bauman para inaugurar un congreso celebrado en Rímini en 2009 bajo
el título La calidad inclusiva de la
escuela y finalizaron durante las conferencias que pronunció en Módena en
septiembre de 2011.
El marco temporal que
circunscribe este conjunto de textos está marcado por el estallido de la burbuja
económica y sus consecuencias. Miles y miles de jóvenes compartían, antes
de la debacle, la creencia de que en lo alto de la pirámide social existía un
hueco para ellos. Se creía que bastaba un título universitario para entrar en un
sistema que prometía la felicidad a través del consumo.
Desde los años
cincuenta las expectativas sociales iban siempre al alza. En los tiempos malos
que abuelos o padres debieron atravesar existían dificultades, pero a pesar de
todo siempre se veía la luz al final del túnel. Para la generación de jóvenes
que desde 2008 debe enfrentarse a la crisis, la luz está envuelta en tinieblas,
no se vislumbra con claridad la salida. Educados en la idea de que podrían
superar a sus padres por muy lejos que éstos hubieran llegado, la realidad les
ha caído encima y deben enfrentarse a un mundo duro e inhóspito. Por otro lado,
no han sido preparados para una economía de trabajos volátiles en el que el
desempleo sobrevuela sus vidas.
Los últimos treinta
años registran una expansión gigantesca de la educación superior, un imparable
crecimiento en el número de estudiantes y profesores. El título universitario
era una promesa de trabajos atractivos y duraderos. Sin embargo, la crisis y los
recortes en los presupuesto educativos coinciden con un aumento tremendo de las
matrículas universitarias, especialmente notorio en los estudios de
postgrado.
La promoción social a
través de la educación, en opinión de Bauman, se ha quebrado. Los graduados
tienen empleos muy por debajo de las expectativas generadas por sus títulos o,
incluso, no tienen trabajo y continúan viviendo a la sombra de sus familias. Los
afortunados que consiguen trabajar
se ven envueltos, con demasiada frecuencia, en relaciones tensas o
conflictivas con los jefes, los compañeros de trabajo o los clientes.
En este penoso
horizonte las nuevas tecnologías desempeñan un papel lleno de ambivalencia. Los
ordenadores, las tabletas o los teléfonos inteligentes se introducen en casa, en
los fines de semana o en las minivacaciones. Informan y nos conectan con los
amigos o los seres queridos pero a la vez impiden la separación de la oficina,
del trabajo o del jefe. Apenas queda excusa para no trabajar en sábado o domingo
si hace falta completar un informe inacabado o el proyecto que debe entregarse
el lunes.
Con todo, el problema
de fondo de la “crisis de la educación” no es instrumental. No se trata sólo de
si la Universidad prepara mejor o peor para el futuro laboral de sus
estudiantes. El desafío central para Bauman reside en que la esencia de la idea
de educación, tal como estaba concebida a lo largo de la modernidad, se ha
venido abajo. Se han puesto en tela de juicio los elementos constitutivos de la
pedagogía tradicional.
La naturaleza cambiante
y sujeta a mutaciones imprevisibles, de la sociedad actual descoloca los viejos
principios del aprendizaje. Principios que fueron concebidos para un mundo
perdurable en el que la memoria era un activo positivo. Ya en el siglo XXI la
memoria es vista como algo inútil, potencialmente incapacitante o, incluso,
engañosa.
El “mundo líquido” que
presenta Bauman se caracteriza por su volatilidad, por el cambio instantáneo. En
un mundo desregularizado e
imprevisible los objetivos de la educación ortodoxa tienen un encaje lleno de
dificultades. Los hábitos consagrados, las costumbres arraigadas, los marcos
cognitivos sólidos o el elogio de valores estables, se convierten en
impedimentos. El mercado del conocimiento ya no pide lealtad a largo plazo,
vínculos duraderos o compromisos irrompibles. En el mercado abierto y
desregulado puede ocurrir cualquier cosa y el éxito puede ser una derivada que
nada tenga que ver con el esfuerzo educativo y que quizá no vuelva a repetirse.
Grandes estrellas del firmamento mediático como Steve Jobs, Jack Dorsey, el
inventor de Twitter, o Damien Hirst, ídolo del BritArt, han pasado por la
experiencia del abandono escolar.
En la sociedad de la
información, el conocimiento se presenta en forma de cascada de datos e
informaciones que con demasiada frecuencia son fragmentarios e inconexos. Cuando
la cantidad de información tiende a aumentar y se distribuye a una velocidad
cada vez mayor, la creación de secuencias narrativas se vuelve, como afirma
Bauman, cada vez más difícil. La “cultura líquida moderna” ya no es una cultura
de aprendizaje y acumulación, es, sobre todo, una “cultura del desapego, de la
discontinuidad y del olvido”.
Sobre la educación en un mundo
líquido es un brillante texto que encaja en
lo que a lo largo de la última década Bauman ha definido como el tránsito a la
postmodernidad, un tiempo en el que las personas han dejado de creer en las
grandes promesas hechas por las modernas ideologías. Vivimos una “modernidad
líquida”, entendida ésta como una “sociedad de consumidores individualizada y
sin regulaciones”. Una sociedad en la que, pese a los muchos motivos de
preocupación, no cabe caer para Bauman en la
desesperación.
Como
en toda conversación el diálogo abandona y vuelve al hilo conductor. De ahí que
el turno de palabras entre Bauman y Mazzeo se deslice hacia hechos que por su
relevancia marcan el tiempo de la actualidad. La Primavera árabe o los
movimientos sociales y juveniles que han florecido espontáneos al calor del
descontento social y de Internet estos últimos años son pespuntes que dan color
e interés a un texto cuyo telón de fondo está marcado por los efectos que sobre
el ser humano está teniendo esta devastadora crisis.