El profesor de Filosofía del Col·legi
Sagrada Família de Barcelona (Peris i Mencheta 26) José Vicente Mestre
(Barcelona, 1967) se quedó más traspuesto que anonadado. Una de sus alumnas de
bachillerato (entre 16 y 18 años) no tenía ni idea del aniquilamiento del pueblo
judío durante la Segunda Guerra Mundial. De ahí la necesidad del ensayo Nazismo y Holocausto. Reflexión y
memoria (Ediciones Carena,
2012): “Que no se olvide el pasado, porque si no, se repetirá. Ahí están los
crímenes de guerra y los genocidios en los Balcanes, Chechenia, Ruanda…”.
“Dijo [Theodor] Adorno que después de
Auschwitz no se podía escribir poesía. Pero es necesario escribir, porque si no,
nadie recuerda nada”, afirma, compungido, José Vicente, rubicundo y con cara de
bueno, y con pasta de sparring.
Insaciable en lo que respecta a la justicia social, mantiene una correspondencia
interior, regular y segura, entre las placas de su corazón y el embrión de sus
ideas, de lo cual nace la osadía de sus convicciones. Profundas convicciones.
Abiertas convicciones. Abisales.
Es el 3 de julio del 2013. Los
militares han dado un golpe de Estado en Egipto. Otro más en Oriente Medio.
Y sigue
sin conocerse el paradero de Edward
Snowden, el
excolaborador de la CIA perseguido por Estados Unidos por revelación de
secretos.
En la cafetería Dessert 41 (Guadiana,
41, en Barcelona; “pastissos artesanals”), José Vicente se pide un quinto
mientras se frota las rodillas, como si las engrasara para saltar con la pértiga
de Sergei
Bubka. Y se refugia en los acantilados de su memoria, con flashes que hacen que
se despeñe por los derroteros de sus propias experiencias, cuando era un
profesor que había leído El
mundo de Sofía, de
Jostein Gaarder
(Siruela, 2013), en una clase de imberbes peces recién sacados del mar.
“Los chavales confundían [Adolf]
Hitler con [Heinrich] Himmler, y a [Joseph] Goebbels con [Hermann] Göring. En
ese momento decidí ponerles una película, y ellos escogieron La lista de Schindler [Steven Spielberg,
1993]”, refulge, y pormenoriza las razones que le llevaron a escribir Nazismo y Holocausto: “Fue la necesidad
de hacer pedagogía de los derechos humanos. Yo ya estaba trabajando en mi futuro
libro, que llevará por título La
refundación de la democracia, y que trata sobre la corrupción en España (y
que quiero presentar en el Palau de la Música, por el caso Millet, porque
vivimos en un sistema político que favorece la mediocridad: asciende quien
obedece ciegamente al líder). El capítulo dedicado a las dictaduras me salió
demasiado largo, y por eso lo he acabado publicando antes”.
Aun así, en las clases de Filosofía
de este profesor “calorífico” (por el ardor de sus pasiones), cada vez se piensa
menos: “En los últimos años, los estudiantes son más comodones, por lo que tengo
que desarrollar actividades específicas, complementarias, para iniciar el
debate. De ahí los videoforos y las fichas didácticas de los filmes. Les cuesta
mucho pensar. Pero los que piensan, ahora se comprometen
más”.
Una de estas actividades, que pone en
práctica la ética y la política, tiene lugar cada 10 de diciembre, en el que se
conmemora la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la
ONU, en 1948.
José Vicente Mestre, de familia
republicana, ingresó en Amnistía Internacional en 1998: “Pero les he seguido
desde que ganaron el Premio Nobel, en 1977”. Por entonces, sufría de pena al ver
los estragos que los milicos causaban
en el Cono Sur (“me impresionó la película Missing [Constantin Costa-Gavras, 1982]. Y me hice
activista”).
Después de su siguiente libro La refundación de la democracia, a José
Vicente no le importaría adentrarse en la cueva del otro ogro de los años
treinta del siglo XX: “Me gustaría estudiar el estalinismo, más horrible que el
nazismo porque su discurso se basaba en la igualdad y la libertad, aunque luego
se creara una sociedad marcadamente autoritaria”.
“El nazismo es el polo opuesto de los
derechos humanos”, redunda el maestro de Filosofía José Vicente Mestre en Nazismo y Holocausto. “Y se debió a dos
causas: 1. La humillación impuesta a Alemania después de la Primera Guerra
Mundial, y 2. Alemania nunca ha sido una democracia occidental, y no se puede
imponer una democracia.”
Pero no hay margen para la duda, ni
perdón ni comprensión ni enmienda ni una posible redención: “Hitler era un
payaso que gritaba mucho”. Tal cual lo dibujó Charles
Chaplin.
Sí, se ha de escribir poesía después
de Auschwitz.
Y
ver cine.