José Cereijo

José Cereijo

    AUTOR
José Cereijo

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Redondela (Pontevedra, España), 1957

    BREVE CURRICULUM
Desde 1968 vive en Madrid. Publica con regularidad artículos y otros textos de tema literario en diversos medios de comunicación, tanto escritos como electrónicos, particularmente en la revista asturiana Clarín

    OBRA
Obra poética: Límites (Talavera de la Reina, 1994), Las trampas del tiempo (Madrid, 1999), La amistad silenciosa de la luna [haikus], (Valencia, 2003), y Música para sueños, (Valencia, 2007). Relatos breves: Apariencias (Sevilla, 2005). Una Antología personal, que recoge textos de todos estos libros, apareció en 2011 (Madrid). Es igualmente autor de una antología de la poesía de Leopoldo Panero, Memoria del corazón (Sevilla, 2009)




Creación/Creación
José Cereijo, poeta del silencio
Por José Cereijo y Alejandro Marzioni, lunes, 3 de junio de 2013
Yo sería
el más grande poeta
si lograra encontrar palabras que dijeran
lo que no nos dijimos.

José Cereijo

Hace falta maestría para lograr, en el arte de la música, una elevación que nos persuada de que lo que oímos puede estar a la altura del silencio. Pasa lo mismo con la poesía, que es la música de las palabras. José Cereijo es un poeta del silencio. Su obra poética contiene la maestría de pronunciar lo que está callado. El silencio, en principio, es aquello que se evoca. En el conjunto de sus versos late silenciosa la tarde en la ventana, la gloria del paisaje, la presencia de los que se fueron, la amistad de la luna y de la muerte. Se define silencioso el sabor de la melancolía, el aroma de las flores y el estado de una amistad ideal: dos personas que puedan estar juntas sin necesidad de hablarse. Cabe destacar, en el poema “Luz de marzo”, que el silencio es una forma de homenaje con respecto a lo valioso, o uno de sus haikus en donde, a través de la imagen de una jaula vacía, se define el silencio como un canto extremo e íntimo; resulta igualmente significativo que, en un poema sobre las palabras, concluya con la idea de que el silencio basta. Pero se aprecia, entre todo lo que calla, un canto al silencio de los dioses. La divinidad, si existe, se define en el poema “Caminos” como una “silenciosa gentileza”. El agnosticismo de José Cereijo sólo puede claudicar ante el silencio, que es la materia de lo divino. Podría entenderse, si se quiere adoptar un punto de vista religioso, que el silencio se identifica con la perfección de Dios, de la esencia, aquello de donde provenimos y hacia donde vamos en tanto que la vida misma, llena de ruido y de furia, es un paréntesis necesario pero defectuoso. Del mismo modo que un sacerdote consagra la vida terrenal a la búsqueda de la perfección divina, este es un poeta que dedica sus palabras a la perfección del silencio. Podemos leer su obra como el credo de un agnóstico cuyo arte, serio como un rezo, es la labor sufrida y trabajosa de un convento sin más recluso que el poeta mismo. Hay, al respecto, una descripción precisa en el poema “La casa”: “Quisiera yo tener un lugar apartado / en el que vivir, dueño de mi propio destino, / escuchando la voz honda que sólo toma / su forma en el silencio”.

La poesía de José Cereijo busca el silencio como quien busca lo sagrado, y termina alcanzando el objetivo de parecerse a lo que evoca.  ¿Será por eso que, al leer sus versos, sentimos que nada falta ni sobra? ¿O que nos parezca notable que un lenguaje tan humilde pueda al mismo tiempo resultarnos tan elevado? Ser silencioso con las palabras no dista de ser sublime con la sencillez. Es mucho lo que en sus versos calla: “Calla la vieja muerte hospitalaria, / calla Dios en su cielo, / calla el amor si es hondo, y también calla, / como el dolor, el tiempo. / Para qué tus palabras, si todo lo que importa / pertenece al silencio”.

 

Podemos considerar que el citado poema, cuyo apropiado título es "El silencio", resume toda su poética. Alguien podría objetar que, en esta obra, el silencio es, si bien importante, un tema principal entre los otros. En efecto, los poemas de José Cereijo hablan con particular intensidad de la muerte, del amor, del tiempo. Sin embargo debo insistir en que el silencio es un tema que define o valora a los demás. Hay poemas sobre el amor, la muerte, el tiempo, pero todo aquello existe callando, porque pertenece a lo que importa. El poeta, que con gran eficacia lírica gusta dirigirse a sí mismo con una voz en segunda persona, no deja de recordarse que su poesía es un paréntesis en medio de la perfección del silencio: “Estas palabras / las estás escribiendo para otro / que no se revela, que es sólo / el silencio que las acoge, / la íntima significación de ese silencio. / Y es una obligación / atroz, insoportable: nada / puede satisfacerle. / Y, sin embargo, sabes / bien que si algún valor / llegase a haber en ellas, / a él lo deberías: a ese silencio tenso, / riguroso, obstinado, / para el que las escribes”.

 

Desde sus primeros versos José Cereijo dice que la verdad y el silencio es pedir demasiado. Y, sin embargo, no hará otra cosa que pedirlo:  pedirá la verdad del silencio hasta conseguir lo que desea a través de las palabras mismas con que lo pide. Cierto que lograr el silencio con las palabras nos parece una contradicción, o un imposible. Pero hablamos de poesía y no es, nuestro reino, el de lo literal, sino el de lo literario, y José Cereijo ha crecido tanto en ese reino, sin duda el suyo, que uno puede sentir, al leer sus poemas, que ha logrado este prodigio de hablar callando.

 



 

SELECCIÓN DE POEMAS DE JOSÉ CEREIJO




ESE DÍA

 

Hoy pienso en ese día, que será como tantos

-voraz, suplementario, azul, indiferente-,

y en el que una vez más, pero ya no habrá otra,

mis ojos, mis oídos, recobrarán el mundo.

 

Y quizá me despierte sin sorpresa, ignorando

que es por última vez, que ya no quedan sueños;

que el tiempo, del que son formas todas las cosas,

ha decidido descartar la mía.

 

En mis ojos abiertos se ahogarán los pájaros,

los hombres, las estrellas, la luz que los inventa;

colérico, el futuro desgarrará su engaño

 

como un telón pintado, revelando el vacío.

Y mi ser, vaso inútil en manos de un enfermo,

rodará silencioso a estrellarse en la nada.

 

 

LA ALONDRA

 

JULIETA.- ¿Quieres marcharte ya? Aún no ha despuntado el día. Era el ruiseñor, y no la alondra, lo que hirió el fondo temeroso de tu oído. Todas las noches canta en aquel granado... ¡Créeme, amor mío, era el ruiseñor!

ROMEO.- Era la alondra, la mensajera de la mañana, no el ruiseñor...

 

Amar, amar la vida

sin esperanza alguna,

sabiéndola tan frágil, y tan corta.

 

Saber bien que la alondra

muy pronto va a cantar

(que, en realidad, está cantando siempre),

y amarla todavía, negándose al engaño

de que es el ruiseñor, y largo el tiempo.

 

Y despedirla luego, cuando raye

en la colina el día

que ya no será nuestro,

con un último beso, más dulce que los otros.                

 

Saber que es para siempre, que ya nada es posible,

y apretar aún la mano final que se nos tiende,

con un amor que es casi gratitud,

 

y pensar que fue hermoso:

 

un don digno de un dios, que, aunque no exista,

bien hubiera podido, solamente por eso,

llegar a ser verdad.

 

 

NUNCA

 

Nunca dormí en tus brazos.

Nunca me desperté de madrugada y vi el armario, la ventana, los libros,

o escuché el ruido de las cañerías, los pasos solitarios en la calle,

y pensé, incrédulo, que, puesto que todo aquello era real,

tú también debías serlo.

No supe a qué sabían tus labios, o tu risa.

No te vi desnudarte.

No supe ni sabré jamás cómo tus ojos, en el acto del amor, incendiaban la noche.

Esa ausencia es, lo sé bien, una mutilación irremediable;

es un triste muñón, que llevaré conmigo hasta la muerte.

También es, a su modo, forma y prueba de amor, de lúcido y humillado amor,

de devastado y verdadero amor, que ofrezco a tu recuerdo.

 


MALDICIÓN

 

Que alguna enfermedad implacable y secreta te devore por dentro, lentamente.
Que no haya en ningún sitio agua para tu sed, sueño para tus ojos extraviados, tiempo para tu corazón.
Que la vida, continuamente hostil, te ofrezca sólo espinas, peligros, negaciones.
Que todo lo que lleves a los labios se llene de un sabor amargo y póstumo.
Que seas, en fin, lo mismo que yo soy, lo mismo que seré
mientras que no consiga
                             librarme de tu ausencia.

 

 

(de Las trampas del tiempo, Madrid, Hiperión, 1999)                                                                                     

 

 

I

 

Adónde miran

los ojos de los muertos

tan fijamente.

 

 

II

 

Soñarte hermosa,

feliz y en otros brazos.

Pero soñarte.

 

 

IV

 

La lluvia sabe

un secreto de infancia

que yo he perdido.

 

 

X

 

El ruiseñor

no conoce su nombre:

tan sólo canta.

 

 

XVII

 

Pura nostalgia

de sí misma, la vida.

¿Y qué esperabas?

 

 

XX

 

A mis recuerdos

les pregunté por ti.

Aún discuten.

 

 

XXX

 

Luz de la luna,

enséñame tu modo

de acariciarla.

 

 

XL

 

Ya que te has ido,

por lo menos devuélveme

mi soledad.

 

 

LVI

 

Sale la luna

que no te encontrará,

que no lo sabe.

 

 

(de La amistad silenciosa de la Luna, Valencia, Pre-Textos, 2003)                                                               

 


PÁJARO MUERTO

 

Velado por la muerte,

tu pequeño ojo oscuro me mira todavía,

con algo que no sé si es pregunta o respuesta

o está ya más allá de todo eso.

 

Has sido entre nosotros

un fugaz visitante:

tan leve que no hacías temblar una rama ligera,

tan leve que es difícil decir, una vez muerto, si has llegado a vivir.

 

Pero también tus ojos recogieron, no obstante, toda la luz del cielo;

también tu cuerpo breve se estremeció al placer, luchó con el dolor;

en tu pequeña mente floreció, océano de hondura ilimitada,

la gloria incomparable de estar vivo.

 

Y ahora ya no eres nada:

una pequeña flor de podredumbre,

una idea olvidada en la mente del mundo,

un mínimo despojo que pronto tirarán.

 

Dime, ¿qué puedo hacer para que no te mueras?

¿Imaginar que guardo cada pequeño rasgo de tu forma graciosa?

¿Suponerte dormido en las manos de un dios que velará tu sueño?

¿Pensar que mi emoción de ahora te rescata?

 

Una ligera brisa, pasando entre tus plumas, te acaricia en silencio:

no tendrás otro réquiem, pobre pájaro.

La vida ya no tiene nada más para darte: sólo sueño y olvido.

Duerme, tú que no sabes; tú, que ya no preguntas.



ADOLESCENCIA

 

Ardes en una llama

tan hermosa y secreta que, quizá sin saberlo,

tienes miedo de que, cuando la entregues,

te la cambie la vida, y no la reconozcas.

Pero así debe ser, es mi consejo. Espera.

Mientras puedas aún, disfrútala en silencio.

Podrás quizá tener, más adelante,

cuerpos, almas, saberes que llenen una vida

(perfecta recompensa, no indigna de los dioses).

 

Esa pureza y ese fuego, nunca.

 

 

LO SABE

 

Fuiste verdad. El tiempo

podrá borrarlo todo.

El secreto dulcísimo

de tu piel, de tus labios.

 

Podrá negar incluso

las certezas más hondas:

confundirlas con sueño,

con vanidad inútil.

 

No este frío en los huesos,

ni este hueco en los brazos.

No la oscura evidencia

del dolor. Él lo sabe.  

 


LUZ DE MARZO                                                          

 

En esta luz de marzo,

en esta luz estremecida y pura

que un dios benevolente trajo hoy a tu ventana

y que hace avergonzarse a tu silencio,

además de su inmensa, callada compañía,

hay una lección honda que debes aprender:

no pueden tus palabras retenerla;

no pueden mejorarla.

 

Acata esa Belleza, tan superior a ti, y déjala perderse.

Y que el silencio sea tu forma de homenaje.

 

 

MELANCOLÍA

 

Una tarde callada, y misteriosa, y pura,

que está mirando un niño

ya para no olvidarla.

La juventud, que al alejarse deja

detrás de sí una música

conmovedora y bella, que tú desconocías.

Esos ojos que un tiempo, como un lago la luna,

contuvieron el mundo,

¿siguen siendo algo más que pálida ceniza,

una espina punzando la memoria?

No maldigas entonces de la melancolía,

esa piedad del tiempo.



EL AMANTE RECUERDA


No todo lo he perdido. Queda tu nombre. Queda

la hondura del silencio después de pronunciarlo.

Queda lo que no pasa ni puede pasar nunca:

lo que nunca ha pasado.



 

TESTAMENTO

 

Este profundo azul del cielo en primavera,

el canto de los pájaros, el rumor de los sueños,

el amor de los libros, siempre correspondido,

el silencio del alba,

el de mi corazón, algunas veces,

las horas que hacen dulce, secreta la memoria:          

es todo para ella.

 

Todo para la muerte, que me ha querido tanto.

 

 

EL SILENCIO

 
Calla la vieja muerte hospitalaria,

calla Dios en su cielo,

calla el amor si es hondo, y también calla,

como el dolor, el tiempo.

Para qué tus palabras, si todo lo que importa

pertenece al silencio.

 
 

ARMÓNICO MURMULLO…

 

Armónico murmullo de las hojas

en el aire tranquilo de la tarde,

agudo y leve canto de los pájaros,

pequeñas, palpitantes flechas vivas;

 

aroma silencioso de las flores,

hondura transparente del crepúsculo.

Escucha, siente, mira, goza, aprende:

todo esto tiene que morir, y canta.

 

 

 

INSCRIPCIÓN (La imagen)

 

Lee, tú que estás vivo, estas palabras

dichas ahora por mí, que no lo estoy,

y mírate en su espejo. De ese lado

el rumor de los besos, el canto de los pájaros,

la hermosa vida, tú, lo pasajero;

a este lado la pura desnudez del sentido,

la callada certeza.

 

 

(de Música para sueños, Valencia, Pre-Textos, 2007)                                                                                         



PAISAJE

 

La imagen de las casas lavadas por la lluvia.

Las nubes poderosas a las que barre el viento.

Esta luna inicial, y frágil, y amarilla.

Las primeras estrellas, los espejos del agua, el olor de la tierra.

Para ti voy diciendo estas pequeñas cosas

que ha perdido tu muerte.



TARDE

 

No las ramas desnudas de diciembre,

ni la calle mojada, ni esas nubes

que una gran mano indiferente lleva

lo mismo que las trajo, ni las luces

en tal o cual ventana, siempre lejos:

no es eso lo que ves, sino a ti mismo.

Tarde deshabitada e inclemente,

y no más que la noche a su final.

 

 

PASEO

 

Paseas, esta tarde de verano,

por la grata alameda de tu infancia,

buscando unas imágenes perdidas

para jugar con ellas, simplemente.

Pero otra imagen terca se interpone,

un acecho insidioso.

Te ves, y no te sientes, paseando

por esta misma tarde en que caminas.

Ya es la tuya nostalgia de ti mismo,

de tu propio presente. Mala cosa,

cuando tu mismo ser es una despedida

silenciosa y secreta.

 

 

MIRA


Mira la vieja puerta de madera
por la que ya has pasado tantas veces.

Mira la acera gris que es tu camino,

y en la que no reparas al pisarla.

Mira también las nubes de esta tarde,

los árboles dormidos del paseo,

los delicados juegos de la luz.                   

Todo lo que sucede para nadie,

lo que es puro ausentarse de sí mismo,

como acaso la vida.

Mira, por una vez, estas cosas oscuras

que han de perderse en cuanto no las mires,

que no serán recuerdos.



LA APARICIÓN

 

La miras: es la misma. Sigue siendo

aquella adolescente luminosa,

aquella aparición que deslumbraba 

tus ojos hasta el fondo.

Lo sigue siendo aún. Y cada gesto

aún repite el prodigio, y lo renueva,

después de tantos años. Solitaria,                                     

camina entre la gente, y se diría

que encuentran natural el que entre ellos

pase un milagro así. Tú, que lo sabes,

dejas paso y adoras, en silencio.

Y ella calla también. ¿Pueden los dioses

no saber que lo son?



AMANECER                                                                                              

 

Amanece otro día, y va ordenándose

todo lo que se pierde con la noche,

la insaciable riqueza de detalles

que hace al mundo real. Lentas y fieles,

todas las cosas vuelven a su sitio,

súbditas inconscientes del milagro

de ser, de seguir siendo. Únicamente

faltas tú, que prefieres a la gloria

vocinglera del mundo, la infinita

desnudez y reserva de las sombras,

lo que sabe la tierra, y su silencio.

 

 

(del libro inédito Los dones del otoño)