Es un plazo todavía breve para que
podamos visualizar meridianamente las bondades o deficiencias de la reforma.
Sin embargo, hay quienes desde el principio alzaron sus voces contra una reforma
que, aseguran, sólo perjudica al empleo y a los trabajadores. Se trata,
evidentemente, de aquellos agentes sociales que, habiendo adquirido unas cotas
de poder inimaginables en nuestro país, han caído de bruces frente a la actual y
cruda realidad. Ni siquiera su capacidad de convocatoria, ni sus resortes en las
miles de comisiones negociadoras de los convenios sectoriales de este país,
podrán evitar que, finalmente, deban aceptar las nuevas reglas de juego, al
igual que ocurre en los países de nuestro entorno. De hecho, el movimiento
sindical en este país tiene una asignatura pendiente: su
renovación.
Parece que la reforma tampoco ha calado en el empresariado
del país, más absorto con el rigor de los tiempos que estamos viviendo y, por
tanto, más enquistados en que la solución a sus problemas es la reducción de sus
costes operativos, cuyo capítulo más relevante suele ser el coste de
personal.
Llama profundamente la atención una encuesta publicada por la Fundación
Sagardoy en la que da cuenta que “las empresas españolas no están empleando las
ventajas que la normativa de la reforma laboral les facilita”. Ello se desprende
de esa encuesta realizada por dicha fundación a más de 3.000 empresarios. Así,
comentó el presidente de la fundación que sólo el 11 % de los entrevistados ha
contratado a algún trabajador mediante la figura contractual de apoyo a los
emprendedores; que sólo el 18% de las empresas está empleando la movilidad
geográfica y prácticamente no alcanza al 9% las que se suman al descuelgue de su
convenio.
Por su parte, la ministra de Empleo y Seguridad Social, Dña.
Fátima Báñez, también ha criticado la postura del
empresariado español al no haber hecho uso de los
mecanismos que ofrece la reforma laboral.
Las llamadas de atención no son
en vano. Después de la reforma se esperaba una reacción activa en la búsqueda de
soluciones que, no sólo los despidos, podían beneficiar al tejido empresarial.
La realidad ha sido muy distinta. Tras muchos meses, el discurrir de
trabajadores ante las oficinas de empleo sigue siendo incesante. ¿Por qué? Pues
porque muchas empresas y empresarios no hicieron bien sus deberes y no los
siguen haciendo.
La reforma laboral permite actualmente adoptar medidas
de flexibilidad, de control del coste laboral, de adecuación a circunstancias
anómalas en la producción que nunca antes habían sido contempladas en este país.
La verdad es que nunca se ha visto una batería de medidas que puede permitir a
las empresas su adecuación a la situación de crisis que venimos padeciendo sin
tener que abordar necesariamente extinciones de contratos como única alternativa
a sus problemas.
La cuestión es por qué nuestro tejido empresarial no
termina por decidirse en pro de medidas que, sin duda alguna, facilitarán este
tan deseado cambio de acciones estratégicas en pro de su viabilidad.
Qué
duda cabe que la principal ha sido el cuestionamiento por parte de nuestros
propios Tribunales de Justicia que abiertamente se pronunciaron en contra de la
reforma advirtiendo de una suerte de desobediencia judicial
difícilmente entendible.
Pero es cierto
también que, con el tiempo, los propios tribunales, sin ir más lejos la
Audiencia Nacional, ha dado un paso adelante reconociendo la prevalencia de los
convenios de empresa sobre los sectoriales. Este es un buen comienzo y el inicio
de un sendero fiable en el marco de la seguridad jurídica en materia de
relaciones laborales en España.
Es preciso instar a los empresarios de
este país para que, utilizando los resortes que reconoce la nueva normativa
laboral, sean capaces de asumir medidas de calado en cuestiones tales como
descuelgue (de empresas y/o sectoriales), modificación sustancial de condiciones
de trabajo, negociación de convenios, movilidad funcional y/o geográfica… En
fin, un sinnúmero de medidas que los expertos podemos aconsejar a las empresas,
evitando con ello la sangría de miles de trabajadores cuyo único destino seguro
es esperar durante largas horas el sello de su cartilla de
desempleo.