Henrik Nordbrandt: <i>La ciudad de los constructores de violines</i> (Vaso Roto, 2012)

Henrik Nordbrandt: La ciudad de los constructores de violines (Vaso Roto, 2012)

    TÍTULO
La ciudad de los constructores de violines

    AUTOR
Henrik Nordbrandt

    EDITORIAL
Vaso Roto Ediciones

    PRÓLOGO Y TRADUCCIÓN
Francisco J. Uriz

    OTROS DATOS
ISBN: 978-84-15168-20-1. Madrid, 2012. 109 páginas. 16,90 €



Henrik Nordbrandt (Frederiksberg, Dinamarca, 1945) (la foto procede de www.litteratursiden.dk)

Henrik Nordbrandt (Frederiksberg, Dinamarca, 1945) (la foto procede de www.litteratursiden.dk)

José Ángel García Caballero (Valencia, 1977). Ha publicado el libro de poemas <i>Llaves olvidadas</i> (Renacimiento, 2010; XIII Premio Surcos de Poesía)

José Ángel García Caballero (Valencia, 1977). Ha publicado el libro de poemas Llaves olvidadas (Renacimiento, 2010; XIII Premio Surcos de Poesía)


Reseñas de libros/Ficción
Henrik Nordbrandt: La ciudad de los constructores de violines (Vaso Roto, 2012)
Por José Ángel García Caballero, miércoles, 7 de noviembre de 2012
Fue hace unos años cuando tuve mi primer contacto con la poesía de Henrik Nordbrandt (Frederiksberg, Dinamarca, 1945), un amigo me dejaba la antología Nuestro amor es como Bizancio (Ed. Lumen) y me decía: te va a gustar, es como Kavafis. Y, en efecto, hay guiños del poeta alejandrino en la poesía de Norbrandt, pero lo primero que sorprende de la lectura del poeta danés es el carácter mediterráneo de su poesía, no sólo por las referencias a la mitología clásica, sino por el uso de la luz, del lenguaje sensorial, algo que nos podría recordar esos paisajes de cítricos y cielos despejados que recorren el Mediterráneo, o tal vez, la pintura de Tsarouchis o Sorolla.

Norbrandt residió durante años en Turquía, Grecia, Italia y España (Vélez-Málaga) y ha interiorizado el clima y el ritmo de estos países. La ciudad de los constructores de violines se publicó en 1985 y llega a nuestras manos ahora con el acierto editorial de Vaso Roto y gracias a la generosa traducción de Francisco J. Uriz (de su mano nos han llegado, entre otras, versiones de la poesía de Espmark, Lundkvist y Martinson).

 

Este libro de poemas de amor supone una indagación en la soledad, nos presenta este sentimiento como un elemento hijo del tiempo. En sus poemas el amor preponderante, nos dice Francisco J. Uriz en el prólogo,  es el de la ausencia y la fugacidad. El amor que ya es pasado en el momento en que se origina o alcanza su perfección y únicamente deja la soledad del yo.

 

Así, la nostalgia, la necesidad de regreso incluso a aquello que no sucedió, se convierte en definición del amor. Como en el poema Metro:

 

Pero yo entiendo al menos ahora

lo hermoso que era

cuando no nos conocíamos

pero subíamos y bajábamos respectivamente

éramos amantes en un sentido misterioso

y desde ese momento irremediablemente perdido.

           

El personaje poético que habita esta ciudad de constructores de violines es consciente que aquello que se ama está expuesto a la decadencia y, por tanto, la nostalgia toma forma en el momento en que la sensación se produce o se intuye. Como en los versos de Kavafis: Vuelve muchas veces y tómame,/ sensación amada, vuelve y tómame- (1). Así, esta ciudad se erigirá envuelta en un aura melancólica, pues la melancolía será metáfora de aquello que vive y ha vivido. Y esta ciudad será metáfora de un orden armónico, de un equilibrio que posibilite la habitabilidad. El poema que presta el título a la obra lo sugiere bien:

 

“La ciudad de los constructores de violines” así he bautizado

con frecuencia el lugar donde busco

el refugio favorito de tu alma

el suelo del bosque de tu melancolía y el especial

tono de luz sobre tu mejilla

ese que me vuelve loco al final del invierno

 

El amor es cartografía de la soledad. Recuerda, en ocasiones, la poesía de Norbrandt a esas conversaciones con la soledad que mantuvieron Machado (Y podrás conocerte recordando/ del pasado soñar los turbios lienzos/ en este día triste en que caminas/ con los ojos abiertos.) o Cernuda (Tú, verdad solitaria,/ Transparente pasión, mi soledad de siempre,/ eres inmenso abrazo).

Esta conversación, que tiene lugar en el paisaje mediterráneo que habita el poeta nórdico, se nutre de la mitología clásica y del diálogo que las distintas artes han mantenido con ella. Pero este paisaje se transforma en evocación al confrontarse con el tiempo, el lenguaje es testigo de esto, como en el poema Venus:

 

Todo es verdad:

no hay sueño alguno.

Has nacido de la espuma

de la gran órbita

en la que estrellas y viejas latas de conserva

se integran con el mismo valor

- solo la cantidad es diferente.

 

Sabe que la construcción de la soledad tiene que ver con la no-presencia del otro, en el espacio y en el tiempo. De este modo el tiempo, es una reelaboración constante: A nosotros ya no puede hacernos brillar ningún pasado./ Y al futuro no le sirven de nada nuestras sombras. Al mismo tiempo que el espacio se convierte en un no-lugar, casi en la acepción de Augé. de espacio en tránsito no propicio para la relación ni para la historia. Esta consciencia tensiona el lenguaje, lo hace exilio, como el poema Bab-i Saadet:

 

Pero hoy, cuando te telefoneé, vi de repente

            las puertas delante de mí

todas las puertas que vamos a cruzar cada uno por su lado

y me sentí exiliado como todo un pueblo, disperso

            por todos los rincones del mundo

y un llanto muy antiguo brotó en mí, el seco,

            que es un llanto por ese mundo que es así.

 

Esta interacción verbal con el espacio le devuelve a lugares importantes en su obra, como Armenia, que será el espacio del dolor y de la nostalgia, por tanto, metáfora de la elaboración de la soledad. En 1982, Norbrandt publicó Armenia (editado en España por Bassarai en 2006, traducido también por Francisco J. Uriz), un poemario que se detenía en la matanza de armenios en 1915, en mi opinión una de las más bellas elegías escritas en el siglo XX. Reminiscencias leemos, por ejemplo, en el poema Lo que el viento se llevó:

 

El lugar en que me encuentro por casualidad

- es siempre el lugar que ensombrece

el lugar donde preferiría estar

y de esa forma se parece a nuestro subconsciente

(…)

En vez de “lugar” podía haber puesto “Slagelse”

            “palabra” o “melancolía”.

Sin embargo siento nostalgia de Armenia constantemente.

 

El espacio es movimiento (de hecho, el autor nombra a Heráclito varias veces en el libro), lo que lo convierte en conversación, interacción constante y vértigo. Así el amor, como la soledad, será hijo de múltiples y constantes percepciones y se alimentará de su propia nostalgia, tanto como de su propia ensoñación. De esta manera, Nordbrandt construye una magnífica paradoja literaria, cualquiera de los 36 poemas que integra el poemario, bajo una apariencia de conversación cotidiana, abre innumerables sugerencias y evocaciones, como si el tiempo y el espacio se alterasen tras cada relectura.


SELECCIÓN DE POEMAS A CARGO DE JOSÉ ÁNGEL GARCÍA CABALLERO



 

Con la naturaleza

 

No quiero compararte

con la naturaleza, esa barata quincalla

pero sí con el periodo de decadencia del Imperio Romano

un lujo inmenso ese de bañarse todo el día

como el de vomitar en recipiente de oro

después de haber comido demasiadas ostras

y como el de calentar la casa quemando billetes de banco

y matarse conduciendo un Porsche rojo

por una carretera marítima bordeada de palmeras.

Tú eres como ver a todas las actrices más bellas

de nuestro siglo

en un largometraje, pero en la realidad

y después regresar solo a casa

al calor de gas y a una cena de conservas.

Es un gran lujo separarme de ti para volver a casa solo

una orgía de telas preciosas

una caravana de seda que sigue su propia ruta

y todo ese conjunto de pieles exóticas

con que se visten los esquimales.

Me encantaría quitarte

todas las ropas del mundo, todas las cambiantes modas

desde la falda de rafia hasta el manto de mandarín

sin olvidar la armadura de Juana de Arco

convirtiéndote así en la persona más desnuda de la historia.

Por lo demás me cuidaré mucho de

mezclarte con la historia

— ya sé que te aburre—

y que en relación contigo no es más que pura quincalla.

 

 

La ciudad de los constructores de violines

 

Cada vez que regresas

podría matarte por eso

—por envidia de la vista

que no pude ver, el río

que cruzaba la ciudad serpenteando y salía

a un paisaje florido

a no ser que fuese un torrente de caballos azules

la nieve de la montaña y los idiomas de los

nativos, los chistes llenos de sobreentendidos

que contaban sobre sus reyes.

«La ciudad de los constructores de violines» así he bautizado

con frecuencia el lugar donde busco

el refugio favorito de tu alma

el suelo del bosque de tu melancolía y el especial

tono de la luz sobre tu mejilla

ese que me vuelve loco al final del invierno

o en otras palabras: sobre la muerte no sé nada

pero les atribuyo a los muertos una impotencia tal

una tal ansia sin finalidad

que no se puede pintar cuadro alguno

desafiando al marco que siempre está allí:

no obstante yacimos despiertos en cubierta

toda la noche mientras descendíamos por el río

escuchando música de cuerda

que llegaba hasta nosotros desde riberas invisibles.

 

 

«Venus»

 

Fuiste tú la que posaste de modelo

para la Venus de Botticelli.

Tú no lo sabes

y no podrías ver el parecido

si te lo contase:

el gran esfuerzo que has tenido que hacer

para ser destruido

y nacer de nuevo

los grandes espacios que has cruzado

te han desgastado.

Tú recuerdas los alaridos de los demonios

todos los que extendían sus manos

hacia ti buscándote

los que te agarraban con tenazas de hierro

y apagaban cigarrillos sobre tu piel

—tú crees que es algo que has soñado.

 

Todo es verdad:

no hay sueño alguno.

Has nacido de la espuma

de la gran órbita

en la que estrellas y viejas latas de conserva

se integran con el mismo valor

—solo la cantidad es diferente.

Y yo no sé si te amo

porque te he amado

en una vida anterior

o como castigo

porque yo nunca he amado

—excepto, la órbita, el torbellino

os duros atronadores instrumentos ahí lejos

y la calma en medio de todo eso

donde yo solía mirarme en el espejo.

 

 

Alcione

 

¿Sabes que tu mirada me recuerda el humo

que se eleva de abismos brumosos en otoño

el moho de unas frías uvas negras

y la tela de araña que en noches serenas

recoge rocío bajo el signo de las Pléyades

y que tus movimientos, igual que los de la palmera que asoma

por encima del muro de la cárcel, me parece que imitan

el último gesto de un dios disfrazado

cuando se da a conocer con una sonrisa

y desaparece? Tus pestañas te delatan

ya en tu primer estremecimiento

como gemela de Venus, la serena, la discreta

que separa las hojas de la vid, separa muerte de sueño

y hace que el viejo vino de la bodega

se divida entre ácido y polvo, espada y rosa

y en torno a tu figura hay

un aura, como si un arbusto de espino blanco en flor

se hubiera prendido fuego para superar

a tu sombra en belleza. Si le pusieran cuerdas y bordón

a tu alma se haría más profundo el silencio

o lograría que las piedras estallasen en canción.

Toda institución, todo triste cuartel

debería tenerte como vecina. Y nada

es más fácil que imaginar eso

de que tú en cada instante surges de una catarata:

así es tu sonrisa, así caminas por la tierra

bajo las estrellas, ahora que es otoño en Europa.

Pero con la misma frecuencia con que me das la espalda

me imagino un puerto abierto, sin hielo, en abril

cuando el sol y el viento secan los viveros de peces:

tu mirada salta por encima de mí y alcanza el oleaje

de manera que puedo oír mis gritos desde el barco hundido

para siempre retenido allí, en el acerado abrazo de la espuma.

 

 

Ciudad con escaleras y plazas

 

Aunque el paso que acabo de dar

no me hizo caer

muy bien puede ocurrir

que el tiempo demuestre que ha sido un mal paso

que algunas escaleras más arriba

algunas plazas más lejos

va a saltar sobre todos los demás peldaños

e inmediatamente anular lo que parecía seguro

de manera que caigo en un abismo

y solo en la caída, no antes, comprendo lo que he hecho mal.

 

Bajo estas claras noches de luna llena

apenas me atrevo a andar

por miedo a modificar mi sombra

y no me atrevo a soñar contigo

por miedo a perturbar tu sueño

con estas escaleras y plazas

a las que huirías si me vieses.

¿Y quién sabe si lo que yo una vez

en mi soberbia llamé Infierno

en realidad solo era un dulce goce anticipado?

 

¿Y cuál es el castigo por haber abusado de una palabra

por un fenómeno tan grave

por algo tan real?

 

 

Bab-i Saadet

 

Pienso en tus pezones y en tu fragilidad

en cómo caminabas a través de la noche, y en la mañana siguiente

la camiseta que te presté y que te estaba demasiado grande

tus desconcertadas respuestas a mis sarcásticas preguntas

lo que robaste a las estrellas y el agua debajo de ellas

    la luz de tus ojos

que me diste y las flores que te habría enviado

    el aroma de las gardenias

si hubiese habido una floristería allí cerca:

en dos palabras, pienso en el mundo en que existes

    donde las estrellas

brillan a pesar de las guerras y donde el agua fluye

y donde probablemente caminas pensativa justo ahora

    bajo un cielo que no conozco.

 

¡Debe haber ahora millones de casas entre nosotros!

Es mi nuevo mundo, ese en el que tú existes

donde existen tus pezones, tu fragilidad y la mañana

en la que caminas bajo pálidas estrellas y donde se compone música.

 

Pero hoy, cuando te telefoneé, vi de repente

    las puertas delante de mí

todas las puertas que vamos a cruzar cada uno por su lado

y me sentí exiliado como todo un pueblo, disperso

    por todos los rincones del mundo

y un llanto muy antiguo brotó en mí, el seco,

    que es un llanto por ese mundo que es así.

Por eso te amo, por tus frágiles hombros

   que lo aguantan,

por tus pezones, por las estrellas que verás

y por el perfil de tu vulnerabilidad: esa que surge

cuando un sentimiento se inclina metiéndose en ti y otro

    trata de salir

esa que corta en mí como un diamante en yeso enhollinado

    cuando te das la vuelta en mis pensamientos.

 

NOTA

(1) C. P. Cavafis: Poesía Completa. Trad. Pedro Bádenas de la Peña. Ed. Alianza, 2003. p. 118.