Ramón Irigoyen: <i>Poesía reunida (1979-2011)</i> (Visor, 2012)

Ramón Irigoyen: Poesía reunida (1979-2011) (Visor, 2012)

    TÍTULO
Poesía reunida (1979-2011)

    AUTOR
Ramón Irigoyen

    EDITORIAL
Visor

    OTROS DATOS
ISBN: 978-84-9895-782-2. Madrid, 2011. 310 páginas. 14 €



Rogelio Blanco es doctor en pedagogía, licenciado en antropología, en filosofía y letras y diplomado en sociología política (foto gentileza editorial Berenice)

Rogelio Blanco es doctor en pedagogía, licenciado en antropología, en filosofía y letras y diplomado en sociología política (foto gentileza editorial Berenice)


Reseñas de libros/Ficción
Ramón Irigoyen o la poesía arrancada desde el hondón
Por Rogelio Blanco Martínez, jueves, 4 de octubre de 2012
La capacidad de los creadores literarios españoles es conocida y reconocida siglo tras siglo. Esta sucede porque el solar ibérico ya está impregnado por la perenne necesidad de crear. Lo que sucede en los inicios del siglo XXI, -tomando un término antropológico-, es ontogenia, es el resultado de lo acumulado y, de algún modo, invisible, pero existente, que lenta y permanentemente se transmite, y recurriendo a otro término antropológico, es filogenia.

Nada sucede gratuitamente. Un rizoma oculto cruza los siglos y reaparece. No debe sorprendernos pues; si bien oculto, está ahí. Y presente está la creación literaria, en este caso la lírica. La edición en 2011 alcanzó la emisión de 116.851 ISBNs. Nuevo record. Gran parte de este numérico se le atribuye a la poesía. Una de las contribuciones pertenece a Ramón Irigoyen, un creador polifacético y poeta consolidado, receptor y conocedor de los clásicos e innovador de formas y lenguaje, promotor de la necesidad de leer a los clásicos y resistente a cualquier mandato irreconocible. Irigoyen, además, es articulista, novelista y reconocido traductor de la literatura griega clásica y moderna. Los números referidos a su acción creadora no engañan, pero en este caso llama la atención estas Poesía reunida (1979-2011), que agrupan cinco títulos ya editos más numerosos poemas inéditos.

 

Una vez más se confirma que para muchos creadores escribir es una necesidad para soportar la soledad, el lento vivir, el cansancio de las horas. Escribir es un modo de resistir, de expandir la alegría, de compartir el dolor.

 

En atenta lectura de este poemario se reconoce el estigma de la herencia recibida y de la apuesta innovadora del autor. Hereda y sostiene la llama de la poesía satírica. En esta modalidad poética Irigoyen, además de heredero de Quevedo, es creador reconocido que se refugia en este lugar con voz atemperada y receptora de ecos. Ramón sabe oír el silencio delegado y arrancar sus contenidos desde el hondón del alma, lugar donde se acurrucan y maceran.

 

A partir del lugar elegido construye metáforas para burlarse o lograr quiebros del humilde frente al poderoso o a los mismísimos dioses. Al dar lectura de sus poemas, ya resultado de años y propios del homo in via en el que el poeta se reconoce, atendemos a las respuestas que son un regalo a frecuentes y atrevidas preguntas. Ciertamente la poesía debe ser respuesta a preguntas y manifestación de inquietudes; es decir, la expresión propia de quién se reconoce como ser in itinere que puede dar respuestas al homo quaerens, género al que todos pertenecemos.

 

Y en este orden, Ramón Irigoyen da respuestas prontas y con estilo propio, el “irigoyenesco”, un modo heridario y penetrante que no vacila en buscar acomodo entre los modelos poéticos imperantes y que siempre aspiran a constituirse en canónicos.

 

Si hubiera que buscar un lugar a la poesía de Irigoyen este es el metafísico. Su poesía procura adentrarse en las entrañas del ser, penetrar y conjugar el verbo εἰμι y, concretamente su derivado zo ön; es decir, ajeno a la abstracción o la deriva irreal, mira al ser y sus entornos, llegando, si fuera preciso, a los ínferos del mismo. La realidad es activa y cambiante, está aquí y acá, luego la poesía debe estar cargada de propuestas, ser actuante aunque exija contemplación y sabia lectura a su creador.

 

La lectura continuada de estos poemas, aparecidos a golpes y entre largos intervalos, sacados del odre, eliminadas las telarañas que trataron de impedir su difusión por parte de los mentores del orden patrio, nos acercan a la tarea, si bien oculta en algún momento, más siempre continuada de Ramón Irigoyen, un poeta que se declara descuidado con sus cosas: “Soy un pésimo padre”, declara en el prólogo, para con sus hijos (los libros).

 

Más que pésimo padre, sea olvidadizo, quizá la razón sea su permanente hilazón con la vida y sus días, con el caminar y sus ecos, con el presente. “Vivir es anhelar” (Ortega y Gasset), andar y vivir es la manifestación fijada en el poema “La vida”, en el que cada quinto verso de las estrofas se citan los elementos originarios.

 

Así, desde los encadenamientos con la realidad, el poeta busca, con Santa Teresa, la verdad, “verdad es humildad”. Un modo de atenerse a la realidad, desde una mirada metafísica (entrañable) y humilde, mirando hacia abajo y hacia adentro.

 

Esta capacidad de penetración es la lograda por Ramón Irigoyen, –el erudito, helenista y escandalizador-; el autor de una poesía “salvajemente tierna y tierna salvajemente”. “Hecha para noches de amistad y de literatura, desamor y alcohol”, poeta irreverente, burlesco y sarcástico, poseedor de un lenguaje libre, sátiro y tierno, corrosivo y desternillante, polifónico y cromático, intenso ante y contra todo, un poeta del

 panta  rei “Un poema, sino es una pedrada/ y en la sien/es un fiambre de palabras muertas” (pág. 25), declara contundente.

 

Nos encontramos, pues, ante una poesía nacida desde el hondón del poeta que se abisma ante la realidad, que aspira más a ser pregunta que respuesta, pues preguntar es la manifestación de una inquietud y de la pérdida de la intimidad (M. Zambrano).

 

La poesía nació próxima a la filosofía, y de momento no se ha extraviado. Procura estar al lado de su mentor, el hombre, y ser metafísica más allá de discusiones academicistas, aunque Kant la negara como ciencia. Quizá aquel día el filósofo se confundió de ruta en el acostumbrado paseo.

 

De paseo por el mundo poético no ha estado Ramón Irigoyen, sus libros y traducciones lo testifican. Los premios al “Valor ético” y el premio “Erótico de Play Boy”, lo acreditan. En este orden, ética y erótico, sí se atienden las reflexiones de H. Marcusse, se identifican (Eros y civilización).

 

Novela, ensayo, periodismo, traducciones…y poesía son manifestaciones necesarias de Irigoyen para dar rienda a su capacidad creadora. Necesita tentar en todos los géneros y utilizar todos los soportes: radio, prensa escrita, aularios, tertulias, etc.

 

Tras esta dispersión aparece el lector, el creador comprometido. Su atrevimiento lo paga con la pérdida de ayudas, mas no se acobarda. Utiliza la fina ironía y la correspondencia para poner en entredicho las decisiones gubernamentales (Cfr. Los abanicos del Caudillo y la documentación aneja, págs. 163 y sgs.) Suceso que el autor resume: “Una característica básica de estos años del franquismo es que eliminó el amor, en todos los órdenes de la vida, en la pública, en la sociedad, en la familia”; concluye: “Todos éramos enemigos”.

 

Su creación y su compromiso se aúnan y son suficientes para que García Hortelano lo calificara como “un descomunal poeta”. Un poeta que revive formas clásicas y vincula con las nuevas, que “logra en castellano nuevo, viejo y eterno” (F. Umbral).

 

Valgan estas reflexiones en las que se atisba su carácter heterodoxo, heterodoxo y herético. Así lo acreditan los poemas: “Adolescencia” (pág. 26), “El polvo del calovario” (pág 37), el dedicado al cardenal Rouco Varela (pág. 24) o el poema “Una mosca en misa”(pág. 303). De igual modo se menciona la faceta amorosa en “La belleza es sabiduría” (pág. 58), “Procesión celestial” (pág. 81), “La noche que nos cortaron el agua” (pág.92) todos referidos al amor y a la mujer. Si el ataque a los poderosos es constante, la defensa de la mujer es continúa. La sátira, la crítica, la defensa de los humildes están presentes en un creador vitalista que “vivió al día vivió a la tarde y a la noche/ y vivió vida viva” (pág 62). Vivir con intensidad es un deseo para quien pide ser recordado vitalista y entre saberes clásicos y con poso y peso de historia: “la cultura es el sabor de un buen licor con aroma a barbecho saturado de mariposas” (en “La dulce Venecia regala bombones a Pamplona” (pág 96). En este y otros poemas asistimos a un va-y-vén de recoger la cotidiano, mezclarlo con lo clásico y envolverlo todo entre metáforas (Cfr. “Javier Horras pintando versos”, pág-48. Un poema altamente lírico). De este modo estamos ante un poemario cargado de versos largos/cortos y con ritmo y musicalidad, plenos de luz y de humildad. Son poemas con olor a tierra y con eterna continuidad, profanos y divinos, mas siempre humanos. Son propios de un poeta maldito, porque solo necesitó que el poder lo maldiga (García Hortelano).

 

Sencillamente, y a pesar de los múltiples quehaceres y tareas, Ramón Irigoyen es un poeta que exige lectura atenta y sonrisa contenida, mirada tierna y humilde. Un poeta que no permite la indiferencia, de voz ronca y provocadora, pero próximo. Su poesía atiende la vida, propia y ajena. Provoca inquietudes. Convierte al lector en coautor. Compromete.