Mas no terminan ahí las supuestas contradicciones de la
personalidad de este jovencísimo poeta ya reconocido, que nació en 1977 en
Odessa, emigrando poco más tarde con su familia a los Estados Unidos. Es también
un poeta sordo que compone frases musicales de un ritmo intenso y embriagador
que lleva a recordar las palabras que él atribuye en un poema “a una turista
americana”: todo lo que tenemos de musical es memoria. Verso que para mi propia memoria, supone una inesperada
confirmación contemporánea del motto
del alquimista Zenón de Montferrat, cuando inicia uno de sus grimorios escrito
en Praga en 1313, convencido de que “la música es una metáfora del silencio”.
Como del silencio anterior al pensamiento nacerá la palabra al intentar
comunicar sus distintas elaboraciones, entre ellas su modulación más perfecta
llamada poesía; como también de ese silencio interior de Ilyá Kamínsky brota una
memoria oral susurrada por Ícaro en la contradanza de su descenso hasta el verso
escrito. Digamos que, en principio, para mí —y creo que para cuantos lo puedan
leer—, Ilyá Kamínsky se consagra con este libro como poeta en pleno vuelo
al destino de “poeta mayor” en el
sentido eliotiano. Si su dios omnipresente lo permite.
(…) Puedo cruzar la calle y preguntar «¿Qué año
es?»
Puedo bailar mientras duermo y reírme
frente al espejo.
Hasta dormir es orar, Señor,
yo he de alabar tu locura, y
en un idioma no mío, hablaré
de la música que nos despierta, la música
en que nos movemos.
Hablará pues de la memoria “oracular” —en plenitud de sentido,
polisemia abierta— de los fantasmas que recorren el libro verso a verso, en pos
de su sufrimiento recordado y enunciado en canciones amargas que son de repente
alegres, muy a menudo irónicas y frecuentemente acusatorias; siempre íntimas,
penetrantes, agudas, tiernas o duras como el pedernal. Desfilan los fantasmas
del poeta, haciendo de la muerte el continuum del presente que siempre opera
la poesía sobre los personajes que la contuvieron y derramaron en palabras sobre
las culturas del hombre. Desfilan como aves humanas chagallianas el propio
Chagall y los demás poetas que comparecen en el inconostasio de la barbarie
estalinista o nazi; desfila Paul Celan, desfilan Isaak
Bábel, Iosip Brodsky, Milosz, la Ajmátova o Bulgákov… quienes por ensalmo de la
“razón
poética” formulada por María
Zambrano —así mismo aparentemente contradictoria—, de repente
actúan, de repente recorren Odessa conquistando muchachas en los tranvías o
sacando a bailar a los taxistas.
Oscar Wilde recomendó a todos que procurásemos ser improbables;
Gustavo A. Chaves, eficaz traductor de Kamínsky en lengua española, recoge
el guante y afirma en su introducción que “(…) los poemas de Bailando en
Odesa suenan improbables, pero no son inverosímiles: son el testimonio de
una memoria en que literatura y vida se han mezclado de tal forma que son
inseparables, tan inseparables como la vida del poeta y el recuerdo de
la ciudad donde vivió su familia y él vio la luz. El reto de traducir a Kamínsky
ha sido mantener esa extrañeza tan particular de su escritura, esa música
notable y emocionante.” El costarricense Gustavo A. Chaves ha cumplido con su
reto para estimar que “en cuanto a la forma y la expresión, el lector percibirá
que resuenan en este libro lo mejor de la poesía norteamericana, desde Elizabeth
Bishop a Mark Strand, John Ashbery o Charles Wright.” Exacto: de modo nada
improbable este poeta merecería el asentimiento de Harold Bloom, quien no
hubiese dudado en incluirlo —pese a sus caprichos— en un probable apéndice de la
obra que él ha titulado La
generación de Wallace Stevens, publicada recientemente la
editorial mexicana Vaso Roto.
Para finalizar diremos que en plenitud de coherencia, el poeta ha
dedicado el libro entero “a su familia”, padres, tías, amantes ocasionales e
imaginarias como la turista americana que creía que la memoria era cuanto
poseíamos de musical... y lo encomienda finalmente a aquel viajero emigrante
—trasunto de Ahasverus— que surgiendo de la niebla de la Historia se hace
omnipresente rubricando este mundo globalizado que no morirá jamás para la
literatura. Como el eterno acorde universal que produce un cuerpo cayendo al
agua desde la borda de un barco donde se posa por un segundo la voz de Ícaro,
como un inmenso Albatros:
ENVOI
«Morirás en un barco de Yalta a Odesa.»
Una adivina, 1992.
¿Qué me ata a esta tierra? En Massachusetts,
los pájaros entran a la fuerza en mis poemas
—el mar se repite a sí mismo, se repite, se
repite.
Bendigo el bote de Yalta a Odesa
y
a cada pasajero, sus huesos, sus genitales,
bendigo el cielo dentro de su cuerpo,
el cielo mi medicina, el cielo mi país.
Bendigo el continente de gaviotas, el argumento de su
orden.
El viento, mi amo
insiste en el gozo de álamos, de golondrinas,
bendice las cejas de una mujer, sus labios
y
su sal, bendice la redondez
de su hombro. Su cara, una linterna
por la cual vivo mi vida.
Puedes hallarnos, Señor, ella es una mujer que baila con
los
ojos cerrados
y
yo un hombre que discute con ella
entre sillas y mesas y veladores.
Señor, danos lo que ya has dado.
Antología de Bailando en
Odesa (selección de poemas realizada por Gustavo A.
Chaves)
Oración del autor
Si he de hablar por los muertos, tendré que
abandonar
este animal que es mi cuerpo,
deberé escribir una y otra vez el mismo poema,
porque una página vacía es la bandera blanca de su
rendición.
Si he de hablar por ellos, deberé caminar
sobre el filo de mí mismo, deberé vivir como un
ciego
que corre por los cuartos
sin tocar los muebles.
Sí, estoy vivo. Puedo cruzar la calle y preguntar «¿Qué año
es?»
Puedo bailar mientras duermo y reírme
frente al espejo.
Hasta dormir es orar, Señor,
yo he de alabar tu locura, y
en un idioma no mío, hablaré
de la música que nos despierta, la música
en que nos movemos. Pues cualquier cosa que
diga
es una especie de súplica, y los más oscuros
días
tendré
que alabar.
Bailando en Odesa
En una ciudad gobernada conjuntamente por palomas y cuervos, las
palomas cubrían el distrito central y los cuervos el mercado. Un niño sordo
contó los pájaros que había en el
patio de su vecino, y obtuvo un número de cuatro dígitos. Marcó ese
número en el teléfono y le declaró su amor a la voz del otro
lado.
Mi secreto: a la edad de cuatro años me quedé sordo. Cuando perdí el
oído, empecé a ver voces. En un tranvía lleno de gente, un hombre con un solo
brazo me dijo que mi vida estaría misteriosamente conectada a la historia de mi
país. Y sin embargo mi país ha desaparecido; sus ciudadanos se dan cita en
sueños para realizar elecciones. El hombre no describió sus caras, sólo unos
pocos nombres: Roldán, Aladino, Simbad.
Elegía por Josef Brodsky
En términos simples, puesto que la dulzura
entre líneas ya no es importante,
lo que tú llamas inmigración yo lo llamo
suicidio.
Te envío, detrás de la puntuación,
noches desplegables de Nueva York, avenidas
que se deslizan hacia el cirílico
—el invierno enrolla palabras, arroja nieve en el
viento.
Tú, en medio de una oración no escrita, te
detienes,
exiliado a un lugar más lejos que el silencio.
*
Me fui para siempre de tu Rusia, con poemas cosidos en
mi
almohada
apurándome hacia mi propio entrenamiento
para vivir con tus líneas
en el filo de una historia puesta contra sí
misma.
Para vivir con tus líneas, esas donde se levantan las velas, las
olas
golpean contra el granito de la ciudad en cada
vocal,
páginas abiertas por sí mismas, una voz
tranquila
habla del sufrimiento, del agua.
*
Dices tú que volvemos a donde cometimos
un crimen, pero no a donde hemos amado;
tus poemas son lobos que nos nutren con su
leche.
Traté de imitarte por dos años. Era como
quemarse
y cantar sobre quemarse. Me levanto
como si alguien me hubiera escupido.
A ti te avergonzarían estas líneas de madera,
la forma en que no me imagino tu muerte
aunque está aquí, prendiéndole fuego a mis
manos.
Josef Brodsky
Josef se ganaba la vida dando clases de todo, desde ingeniería hasta
griego. Sus ojos eran soñolientos y
pequeños, su cara dominada por un enorme bigote como el de Nietzsche. Murmuraba.
¿Te gusta Brahms? No te puedo oír, le dije. ¿Qué tal Chopin? No te puedo oír.
¿Mozart? ¿Bach? ¿Beethoven? Tengo problemas de audición, ¿podría repetirme lo
que dijo, por favor? Vas a tener mucho éxito en la música, dijo
él.
Para conocerlo, me voy de vuelta al Leningrado de 1964. Las calles
están endiabladamente frías: nos sentamos en el pavimento; él inicia
abruptamente (una risa seca, un cigarrillo) para contarme la historia de su
vida. Mientras hablamos, sus palabras se convierten en carámbanos. Yo las leo en
el aire.
Isaac Bábel
No hubo mitología. Odiseo se ahorcó a sí mismo. Homero bebió hasta
morir y apestaba a lodo. Isaac Bábel lo sabía.
—Soy un profesor de baile —decía al presentarse—. Conozco diferentes
bailes: polka y tango y flamenco, y un baile de lujuria y gozo, de casado o de
soltero.
—Odesa está en todos lados —dijo—. Pero sólo Odesa puede mover sus
caderas mejor que Odesa. —Él bailaba descalzo para poder «conservar la
mercancía». Cuando estaba borracho, Isaac se paraba en el pavimento y pedía un
taxi.
—¿Estás libre? —preguntaba mientras abría una
puerta.
—Sí —respondía el taxista.
—¿Sí? Bueno. Entonces, ¡sal del taxi y vete a
bailar!
Un hombre agotado, cuando se reía, parecía estar absolutamente solo
en la Tierra. Cuando ciertas mujeres pasaban por la calle, él se daba vuelta y
decía por lo bajo: «¡Qué rebanada de pan que es ella, qué cálida rebanada de
pan!»
—¿Qué piensa de Marina? —le pregunté muchas
veces.
—¡Creo que es una mujer maravillosa!
—¿En serio? Ella siempre dice que usted es un
idiota.
—Bueno, quizá los dos nos equivocamos.
Por muchos años, mis labios sellados guardaron la intoxicante
historia de su locura. Cuando él contaba sus chistes, yo me reía con mis labios
fuertemente apretados.
—¿Isaac estuvo bebiendo anoche? —preguntaba
Marina.
—No estoy seguro. Pero cuando volvió a casa, pidió un espejo para ver
quién había llegado.