Sí. En el entendimiento cóncavo del vacío, huecos
de la memoria, como reza el primer verso de su libro en la “Ronda” que ejecuta
Roffé en una danza que busca el signo de un pasar hasta la escucha del otro
—amagado en el otro acantilado desde donde nos mira frente a
frente.
Paso al acecho
alerta
El silencio te
asista.
Detrás de tu dolor
ensaya
la parodia de gestos
obscenos
(El silencio te
asista)
“No se va
muy lejos con el silencio”, aseguraba William Carlos Williams en su poema
“Asphodel, that greeny flower”, y como muy bien dejó dicho Martine Broda
en sus Éblouissements (3), destellos
enamorados de la Poesía Vertical destilada por el argentino Roberto Juarroz
—sobre quien escribió un ensayo aún no traducido al castellano—, si uno se
decide a llevar al silencio de compañero de viaje debe ser con el cuerpo
depuesto en el campo/ agudo. ojos/alerta./ cerrados a fuego. albeando al envés./
abiertos: inundados de blancura. Pero Roffé construye, construye a viva voz
asistida en el dolor del parto lejos de la blancura venenosa del silencio como
todos los poetas verdaderos; mas ella, con los materiales de que ya dispone por
el hecho de estar viva y activa pide más aún: PROVEEDME/ PROVEEDME
(…)—, tomando todo aquello que precisa de aquel movimiento de la
Interanimation enunciada por John Donne en "The Extasie", donde el alma
mejor de todas (abler soul) se interioriza en la obra —pozo sin fondo
de todos los sentidos emanados por el ser humano desde el primer grito emitido y
modulado en alta voz para ser escuchado o escrito. El silencio te asista
albeando al envés.
Ha compuesto Mercedes Roffé con todo este
acopio de materiales un apasionante mosaico, retablo más bien donde brilla una
palabra renovada y rescatada del espesor y la oquedad habituales en estos
tiempos de penuria para la poesía. Retablo u “Ópera Fantasma” como titula
apropiadamente su artefacto pues el poema que otorga cabecera y sentido al
conjunto conforma la parte fundamental, la segunda mitad abierta tras las
“Aproximaciones a la boca del rey”, esotérica boca que antes de morir
ritualmente remonta las escalas del silencio, la memoria del hueco/ que te seguirá donde
vayas, y que está plantada como la raíz de Lao-Tsé tan sólo para engendrar
música desde donde la palabra irá a investir el ritmo en su plenitud. Y retoma
un retazo de Artaud para habitar el crepitar de su llama:
El ritmo
no lo olvides; el
canto
-armónico del fuego.
Déjalo
arder.
Todo. Déjalo
arder.
Hasta que se haya apagado
la voz
del último
rescoldo.
Junta un puñado de
cenizas tibias.
Guárdalas dentro de una
cáscara de nuez
—la
encontrarás
en el revés de la
tela.
Tráela
contigo.
Pon un pie en el portal,
el marco,
el bastidor de la
noche.
Sal.
Vuelve.
Toma la nuez y
plántala
en el seno del árbol más
cercano,
aquel de ramas fuertes,
retorcidas.
Ya no habrá silencio
más
que donde tú lo
busques.
Lo demás será el
pájaro.
Pájaros
gorjeando en la
copa.
Volver a su raíz es su
reposo decía pues Lao-Tsé en el fragmento 16 c de
su “Tao-Te-King”, sabiendo ya que Juan Ramón le respondería varios siglos
después en sus “Canciones de amor”:
Mantengo en mí la llama; nada pudo
extinguirla, para evocar que también
quedarían los pájaros cantando cuando él se marchara. Como guardando en su
garganta estos ecos previos a su amado Artaud (que también lo es mío), abre
Mercedes Roffé el secreto guardado hasta la página 62 y que desvela la
contra-cubierta escrita por sus editores en la habitual lengua de trapo
informativa: “El título del libro está tomado de la “Ghost Opera” del compositor
chino Tan Dun. Y sus páginas regresan así a la palabra después de un periplo por
el mundo de la música (de Bach a Gorecki, de Von Bingen a Arvo Pärt) pero
también de la pintura (Odilon Redon; los Nabis; Remedios Varo), de la etnología
y el ritual (artaudiano)”. Pero nada resulta ser más cierto en este caso,
pues aunque toda poesía verdadera sea siempre experimental y no castiza —como
quieren las “manieras” y corrientes al uso, sobre todo en esta península ibérica
que poseyó el alambique para trasmutar el latín al español y se empeña en
destrozarlo a diario—, este libro que tenemos entre las manos constituye un
extraordinario empeño experimental, siendo por ello ardidamente hermoso e
innovador. Nada ni nadie pudo extinguir la llama original transmitida en los
espejos de sentido hasta la poeta Mercedes Roffé.
La autora sabe
bien con María Zambrano que “las almas
respiran en la armonía, respiran en el ritmo. ¿La respiración de cualquier
viviente, no es ya ritmo?, el primero que el hombre percibe… y más que percibir,
el ritmo que le acompaña, el ritmo que mide su vida instante a instante junto
con el martillo del corazón… y en cuanto a los dioses y daimones, el
ritmo y la armonía es su elemento, ellos que viven en metamorfosis y en danza”
(4). Parafraseando a la inmensa pensadora española, podríamos aplicar su
alegoría a los colores, a las formas, a los límites y horizontes pues cuando el
ojo parpadea late en él todo el ritmo del universo en diástole-sístole visual. Y
así Mercedes Roffé en esta II parte de su “Ópera fantasma” juega con la teoría
de los colores, juega con la luz y
juega con el Ojo que Mira al Ojo que Se mira. Los objetos simbólicos —letras,
notas, ritmos (electrones) libres y salvajes, componen palabras, frases,
poemas, conciertos, sinfonías surgidas por “mutua causalidad”— y se harían así
transparentes a sus significados más hondos. Mitos, símbolos, expresiones,
ritmos, paradigmas, significantes, significados…
Apartémonos por
un momento de formulaciones y especulaciones mentales, incluso de su lenguaje
peculiar para acercarnos a dos grandes poetas: Quien quiera leer poesía
tendrá que aprender a volar, tendrá que aprender a caminar sobre las
aguas, nos advertía Elytis. Dante por su parte, al igual que Plotino quien
creía que el ojo no podría ver el sol si no fuera el propio sol —y viceversa—,
anotaba en su Canzoniere que no puede pintar una figura quien lo desee
sino quien previamente se convierte en ella. ¿Debemos entonces, volando,
convertirnos en aquello que soñamos ser? ¿O debemos escuchar, volando al tiempo
que caminamos sobre las aguas, aquello que nos habla desde algo increado aún
pero que late en forma de ritmos cósmicos en nuestro derredor antes de
que el primer hombre pudiera exhalar el primer vagido, diseñar el primer
pictograma, trazar la primera letra, articular la primera frase de todo aquello
de lo que somos sucesores, creadores en definitiva? ¿Somos la luz que mira la
misma luz que nos mira? ¿El habla que escucha la misma voz que nos habla? ¿Será
esa voz las voces de todos los poetas juntos —las voces de rama que
enredándose entre ellas le enredan, que crecen disparadas, cada una por su lado,
y volviendo a retorcerse unas en otras, demoníacas en su individualización,
voces de segundos, voces de años, voces que se entrelazan en la malla del mundo,
en la malla de las edades (5)— cuyos acentos no murieron sino que
siguen ensanchando mitos y matrices como niebla que nos envuelve y nos
atrae cada vez más adentro? ¿Son ellos nuestros dioses? Y sobre todo:
¿Somos lo que representamos o creemos representar, cantar, pintar,
grabar, mirar?
Sería mucho más
fácil creer que es la vitalidad animal del ser sano la que canta esa
alegría, la que se duele de la pérdida mediante el llanto que sincopado imita
el ritmo primordial de todos los llantos, de todas las muertes. Pero aún
si esto fuera así, bien podría no ser literatura sino emoción expresada
de modo más o menos castizo y donairoso. ¿Qué es lo que hace que Virgilio
o Dante, el propio Elytis, Juan de Yepes, Cernuda, Brodsky, sean amados y
respetados constituyendo arquetipos musicales de las emociones comunes a
nosotros, hombres en camino y no varados en nuestro estadio evolutivo? Hay un
momento, pienso yo, en que todo sucede —se precipita, diría un sabio del
atanor— sin que medie aparentemente intervención personal que no sea la de
preparar las palabras, signos, formas o colores que han latido en la mente del
poeta o del artista plástico o musical para hacerlas sonar en las esferas
contemporáneas, como repetirían los amados pitagóricos de Zambrano. ¿Qué es lo que hace que la
poeta Roffé haya armado este fresco de palabras, lagos, rondas, jardines,
églogas oscuras, situaciones (sic, por fortuna) para desembocar en Britten,
Bach, Tan Dun y su “Ópera Fantasma”?
Ella es
simplemente poeta, escucha y se escucha; después “se traduce”. Y si leen, si
escuchan este poema que lleva por título el de su libro entero, “Ghost Opera”,
lo entenderán perfectamente:
agua
trémolo
redoble de timbal y
agua
trémolo
gota
GONG
en el seno/ cuenco
del
agua
trémolo
GONG
vibración que se
expande
en el espejo/ cuenco/ timbal
del
agua
trémolo
GONG
Entonces vienen
Shakespeare
y Bach
y hablan
sentados frente a
frente
frente al cuenco/timbal/ del
agua
y la luz
como dos Budas
solemnes
hablan
y Shakespeare dice: “De la materia del
sueño/ somos.”
“Fuga / Fuga de muerte” –dice
Bach.
Yo solamente
para terminar querría que ustedes mismos, lectores de poesía, fuesen los autores
de esta reseña y escuchasen en gran “Finale” a Juan Sebastián Bach
recitar cada verso de "Todesfuge" de Paul Celan
(6). Y si no, batiré la tierra con mis pezuñas de sátiro dionisíaco hasta
levantar las notas doce y con ellas parpadear hasta que mil colores
descompuestos en la sangre del dios descuartizado amanezcan en aquel alba donde
la leche fue negra un día, sin albear al envés. Y hablen, y canten y rían
y miren porque todo lo pueda gobernar en el futuro la música, el color, la forma
y el sentido: la palabra y sus vibratos. Como en este libro profundamente
carnal, pagano como un templo verdadero. Y con todo ello descubran finalmente “las
raíces mismas de toda poesía”.
Breve
selección de poemas de La ópera fantasma
Plegaria
Llámese
vida
o
mártir
o
dejo
o
tejido
o
piélago
o
ruinas
o
ciérrase
o
cuna
o
lo
desesperado /
oscuro
o
trenzas
o
pampa
o
acabarse
O
Llámese
grietas
lajas
carmesí
cirio o
cardumen
susurro o
crimen
o
hace
o día danza o
sima
sueño o
combate
PROVEEDME
PROVEEDME
no es
solo
la
belleza
se
aquieta
se
aquieta
la
tarde
se
arrodilla
Le Gué
(O. Redon)
nubes
nubes
resplandor
caballos
caballos
sombras
cuerpos
roca
tallada
a punta de
plumín
tinta
tinta y
luz
y a
pesar
del retumbar
de los cascos
en la
grava
qué
silencio
¿no?
qué
profundo
e
íntimo
silencio
Rue
de Crémieu
1.
igual podría
haber sido
una
flor
(una de esas
mentidas flores
de O’Keeffe)