Vive el poema hecho carne. El
poeta y su palabra ardiendo: “¿Por qué comemos y bebemos otra cosa que luz o
fuego?” La cita y la pregunta (pues el poema es el espacio de la luz sin
respuesta) es de Juan Ramón y abre la sección “Al filo de la pira”. Lugar exacto
del poeta y su palabra amenazada (tan cerca siempre del balbuceo o la mudez) al
filo de la pira o en el fondo del abismo. Sólo así se hace carne la palabra. El
poema es cuerpo, materia, un trenzado de palabras (un texto) que acoge la
realidad exterior y la confunde con la voz que la dice. El muro blanco que
bordea el camino, los cascotes de vidrio roto, la luz de mil colores “penetran en la piel”; el viento “penetra un verbo que agita el lenguaje
entero” y “traspasa audaz los poros /
del vaso de mi cuerpo”. Es el reconocimiento de la vida que estalla en todas las
cosas y llega al poema. El poeta sabe que su materia está en las piedras, en los
campos, en los arroyos pero también en los lápices, las mesas, las sillas y al
escribir siente que “las cosas transpiran por mis raíces de carne”. Ese
“misterio de amor” se hace emoción en el poema, allí donde palpita toda la vida
que late en los objetos, hechos con la lenta pericia de los artesanos, todo lo
que fabricaron y estaba ya en el poeta antes de nacer. Y esa corteza, ese árbol
hecho mesa (“en el taller de mi tío Jaumet el carpintero”) es la respiración del
poema invisible, lo que está oculto y debe ser leído y sacado a la luz: “¿Me
reconoces ahora tú corteza palimpsesto de mis palabras?”. Porque “en la mesa
tiembla el espíritu del roble” o
sentimos el alma de la sierra que
cortaba la madera; así se nos dice en este poema tan materialista porque en él
están las cosas (su densidad) y el trabajo que las transforma (y es humano) y
quienes las hicieron con esfuerzo y en ellas permanecen. Porque no hay distancia
entre Objeto y Sujeto o, al menos, esta distancia queda abolida en el
poema.
Vive la tradición; es decir, las
infinitas palabras ya dichas, hechas carne del poeta, parte del cuerpo del
poema. Todo lo escrito (lo vivido, lo salvado contra el tiempo y la historia).
Es una herencia que nos pertenece pero que el poeta tiene que conquistar:
vivirla hasta el tuétano, hacerla suya. Y este libro, este hermoso Poniente, la
hace suya con una pasión desmedida, la dice desde dentro o el poeta se deja
decir por ella. Hablan aquí, nos llegan atravesando los siglos, la poesía
trovadoresca, Quevedo, el Marqués de Santillana, Antonio Machado y su oculto
misterio, Juan Ramón y también Leopardi, Rilke, Ezra Pound, T.S. Eliot, Paul
Celan y Martine Broda (en poemas donde su muerte y el eco de sus palabras nos
alcanza y estremece), Brecht (junto al cual el poeta evoca la memoria de Javier
Egea), Emilio Prados, Luis Cernuda ... Y Dante como si fuera guía en esta
travesía y diera la mano a la otra herencia (que tantas veces es la misma o se
confunde o está oculta), la tradición hermética: Hermes Trismegisto, los
alquimistas, el conocimiento y rituales de las Logias masónicas... Hermanados.
Todos los que tejieron vida derrotando a la gramática engañosa, voces mal
traducidas que aquí están: los que intentaron “medir lo exacto”.
Y vive la herida del mundo, el
dolor y la injusticia. El horror del siglo XX hecho emocionada elegía en los
poemas dedicados a Paul Celan y a Martine Broda en que su memoria se confunde
con la de Lorca, Juarroz, Pierre Jean Jouve o Lacan. El presentido desastre. Y
lo que ya es presente en este “siglo veintiuno del secuestro/ en que cada
persona fue una empresa en miniatura”; frente a esta cosificación, esta
reducción de todo lo vivo a mercancía, este secuestro de la ciudadanía, levanta
el poeta el alma viva de las cosas. Y está la patria pequeña y sórdida que
atormentó a Luis Cernuda; también ahora Veyrat nos dice “Me devoró vivo/ la
mediocridad” y desea ser expulsado “para siempre de este territorio/ que no pude
elegir y no es el mío”. Pues al poeta ni siquiera le queda el consuelo de ese
Fernando Pessoa siempre extranjero y siempre otro (“mi patria es la lengua
portuguesa”) y nos dice: “ninguna lengua será una patria / que resida por entero
en la conciencia”.
Este viaje a Poniente es también
aceptación de la muerte desde la plenitud de la vida y la palabra, un inclinarse
ante el misterio definitivo, fin de un viaje circular que cierra la esfera y es
también regreso. ¡Cómo resuena aquí Juan Ramón ( el que deseaba ser completado
juntando su mitad de luz con su mitad de sombra para ser “equilibrio eterno / en
la mente del mundo”) o las palabras de Rilke, lo desvelado por la palabra
poética o la tradición hermética!En este regreso a la materia, a lo primordial,
origen y fin confluyen. Y este viaje, herido por la belleza del mundo, por la
palabra que la salva, es también un regreso: “He ido donde la belleza pareció
ser toda nueva / para siempre, y en el último día hallé/ el primero”. Equilibrio
del mundo, círculo que se cierra o elipse donde los tiempos se confunden y
encuentran.
Y la palabra exacta, el poema
verdadero capaz de transmitir el mundo y su temblor ¿se disuelve también o
permanece acaso? Hay en este libro una fe desmedida, ciega (por deslumbramiento,
por mirar cara a cara al sol y a la oscuridad), clarividente, en la poesía.
Porque el poeta sabe que mientras camina hacia ese lugar, ese punto negro donde
espera el lento sudario, arden las palabras y él se quema y consume con ellas.
Aquí, en la tierra que es su “única guarida”, donde le acompañan sus hermanos
los poetas; aquí “lo nuevo sin sombra aguarda en la poesía”.
En este “Poniente” que nos deja
Miguel Veyrat se condensa todo un vivir. Reflexión sobre el tiempo y la
historia, sobre la muerte (es decir sobre la vida), sobre la poesía. En él hay
poemas breves, con toda la luz de la belleza; los hay de un clasicismo tan
luminoso y exacto que se dirían escritos hace siglos o la hermosa traducción de
un poeta griego o latino que nos era desconocido; está la emoción de la elegía
pero también la sátira mordaz; la imagen sorprendente con la que se suele abrir
el poema para ir luego desplegándose y adquiriendo sentidos; y está también el
poema hermético que impone su oscuridad al lector; a veces el poema acoge voces,
citas que acuden, como sucede en Ezra Pound, en la lengua en que fueron escritas
porque lo que se anhela es una “poesía total destilada de los dialectos / que
pudren sobre el moho” que hermana lenguas y traducciones, que desconoce
fronteras o límites porque está siempre, por voluntad propia, al filo de la
pira, al borde del abismo. Es un palimpsesto, una poesía escrita “sobre estelas
de poetas desvelados”, “para ser leída entre cielos y estiércol”. Es decir,
aquí, en nuestra única guarida, en la tierra.
Nosotros seguiremos la
recomendación del poeta: “Mientras llega la hora del gran salto/ grabaremos este
alegre epitafio”; el que, junto a Brecht, Miguel Veyrat ha querido dedicar a
Javier Egea. En el se encierra (y se nos abre) la dignidad de una vida, la
pasión por la libertad, la herencia conquistada y la fe en la palabra poética.
Es decir lo que ha sido el vivir y la palabra de Miguel Veyrat. Para ir al
encuentro de todo lo que nos regala “Poniente”, para no olvidar la libertad y
cortar con él la rosa de Ronsard. Así nos espera Miguel Veyrat, vayamos a su
encuentro:
“Mas su amor alimentó a
todos
cuantos comimos de su rojo
corazón.
Imítalo si osas viajero
airado,
pues luchó por la libertad del
hombre.
En su estela espera la última
rosa
de Ronsard, guardando el
sitio.”
ANTONIO CRESPO MASSIEU
***
Selección
de poemas de Poniente (realizada por Marta López
Vilar)
PERDURA EL
CANTO
Máscaras
constantes
surcan el dolor. Como derivan
los cuerpos a
espumas al romper por la costa y
las mareas.
Será mi aliento que canta.
Inesperado y solo.
Del otro lado salta maquinal un
verso al aire.
Pero ahora no soy
yo.
TIERRA
AJENA
Entretanto vivo aislado donde ya
no llegan caminos
pues la arena de las horas se
detuvo
al cesar el temporal y devolver
al espacio
la canción que tú me diste
—ebria
de tanto fuego convertido en
luz. Comíamos
estrellas. Bebíamos de las ubres
del cielo consteladas
en su vidrio de azulado
parpadeo. Creíamos
vivir al limpio aroma del amor
primero
que anuló la turbulencia en los
confines. Ahora
reposamos —ahítos de luz, con la
boca llena de tierra.
VIAJE INFINITO A
TEBAS
Descoso la herida de la
frente
con las mismas
manos
con que abrí el ocaso. Un
pálido
flujo se mueve
desde
dentro, filtra el
leve
ademán que indica
el giro hacia la
noche.
Por la brecha
volando
sale un pájaro —cruza el
mundo
y reposa sobre el
frágil
muro en que
cantaba
el destino. De la
herida
cae rodando la sesera
—como
un dios que
agoniza
clausurando posibles
paraísos.
En este lugar ya
sobraba
todo atisbo de
razón.
Las brasas se
asfixiaron.
El sol no existe. Allá a lo
lejos
quedan floreciendo los
naranjos.
PAÍS DE
AUSENCIA
Aunque todo resulte en nada, al
desandar
el camino la travesía
termina
y comienza al mismo tiempo.
Todo
será nombrar y nombrar de
nuevo
cada cosa, hallar un nombre
propio. Pero
nadie es nada, si vivir adherido
a
un nombre supone un modo de
suicidarse.
Un lugar así tampoco podría
ser
el mío: Pues que navego en
redondo
sin patria conocida será que me
he perdido
UN BLANCO
MIEDO
He ido donde la belleza pareció
ser toda nueva
para siempre, y en el último día
hallé
el primero. Aquel que cae al
fulvo ardor de luz
desnudo y leve, con su juvenil
sonido
por el aire. Hermoso aunque se
emboce
en la primera sombra derramada
sobre la página
en blanco. He retrocedido a
ninguna parte
como el salto de un cuerpo en el
abismo,
que busca su signo para copiarlo
en la página
esfumada de aquél día inaugural.
Así nos miente
el alba en la escritura oculta
que jamás cancela
los pasos de la noche en su
primera sombra.
Momento exacto en que la belleza
se estrella
en vano contra el muro del deseo
que espantó
a Leopardi —cuando nuestros
pechos se amotinan
frente al poder de la Naturaleza
que impera
sólo para el mal, y la infinita
vanidad del Todo.
VIRGILIANA
Muda está la lluvia fina por el
paso
angosto que cruzamos
todos
entre humildes
tamarindos,
camino de una nueva edad de
oro.
A ese niño que nace y juega
solo,
contadle que sus dioses
son
de la misma materia que
comparte
con las cosas y otros
seres.
Deseadle que la duda sea el
puente
de su ceñido sendero
—porque
el abismo no sabe ser
neutral.
Si debe cantar, que fluya
alzado
en las palabras sin que
veneno
alguno las altere. Que
resista
el brazo del fuerte. Y si por
último
debiera morir en el
empeño,
que salte hasta el cantil
—ya
coagulado en rosa rota por el
viento.
Sólo por delicadeza, como
van
desde siempre al matadero los
poetas.
VI
Antes era el silencio tu caverna
oscura.
Eras tú un objeto
o cosa sin mente soberana. Libre
ahora
ser sin nombre
atónito entre dispersas ascuas a
trasluz
late el corazón
de un crepúsculo violeta que en
la taza
marmórea canta.
Por su mente se remansa el agua
muerta.
NOTA
(1) Las palabras entrecomilladas pertenecen a
versos del poema "Antes de amanecer".
Nota de la Redacción:
agradecemos a Bartleby Editores en la persona de
su director, Pepo Paz, y al prologuista Antonio
Crespo Massieu, la gentileza por permitir la publicación de su texto y de la
selección de poema del libro de Miguerl Veyrat, Poniente (Bartleby,
2012). También queremos expresar nuestro reconocimiento a Marta López Vilar, autora de dicha
selección.