Da pena atestiguar la pequeñez con
la que se aborda en estos días el asunto de los debates. Los contendientes en la
arena electoral se comportan como adolescentes simplones mientras las clases
dominantes se frotan las manos por su buena suerte, pues estos actores
garantizan que pervivirá la impunidad y la laxitud legal que les ha permitido
hacerse del control social.
Mas, ¡helas!, como yo no soy analista político ni mi voz tiene peso
en la república de los columnistas, nada puedo hacer para salvar a la Patria.
Así que me limitaré a compartir una página histórica del inagotable acervo que
se acumula desde que los primeros políticos, jefes del clan, tuvieron tratos con
los primeros periodistas, aquellos que pintarrajeaban sus cosas en las paredes
de las cavernas. Es parte de un libro en producción que espero, es un decir,
arroje luz sobre el asunto:
Watergate no fue un accidente, como no lo es la supuración que se pone al
descubierto por una incisión de rutina. Fue el resultado de una época turbulenta
y de la participación de actores cuyas personalidades fueron como agentes
reactivos que precipitaron y pusieron al descubierto la trama de una
conspiración desde el poder.
Entre los
años 1960 y 1974 se pueden ubicar tres antecedentes clave que dan contexto al
episodio: la abortada invasión a Cuba en Playa Girón (también conocida como
Bahía de Cochinos) en abril de 1961; la “crisis de los misiles” en Cuba en
agosto de 1962, y la filtración de un expediente sobre el conflicto en
Vietnam en junio de 1971 que pasaría a la historia con el sugerente título de
“Los expedientes del Pentágono”.
En aquella
época varios grandes diarios norteamericanos, particularmente The New York
Times, se habían enfrentado en las cortes con un gobierno que veía en las
revelaciones de la prensa no sólo un peligro para sus políticas domésticas e
internacionales, sino el origen de la creciente inquietud social en el
país.
Cuando la
cia tuvo a punto el desembarco de
fuerzas anticastristas en Cuba en 1961, el gobierno de Kennedy presionó al
Times para detener la información y “no poner sobre aviso al dictador”.
El diario acató y quedó una mancha en el honor de la casa. Un año después el
episodio se repitió casi sobre las mismas líneas cuando el rotativo se aprestaba
a publicar anticipadamente los pormenores de una posible operación militar
contra las bases de misiles en Cuba, que finalmente no pasó de la mesa de
escenarios posibles.
Kennedy era
un maestro del medio electrónico y lo utilizaba para equilibrar las noticias de
los medios impresos. Su secretario de prensa, Pierre Salinger, pensaba que junto
con las cadenas de televisión las agencias noticiosas eran la herramienta más
poderosa para controlar la agenda informativa, puesto que alimentaban a cientos
de otros medios. Salinger incluyó a reporteros de estos medios en los pools
presidenciales.
La
administración Kennedy vivió la guerra fría y estuvo signada por constantes y
delicadas crisis políticas en las que la prensa jugó un papel importante.
Algunos de los actores clave de aquellos eventos reconocieron posteriormente que
si el gobierno no hubiese estado preso en el pantano del secreto de Estado y la prensa hubiese
tenido mayor acceso a la información y más capacidad de acción, operativos que
sólo trajeron descrédito al gobierno de Kennedy, como la invasión de Playa
Girón, se hubiesen evitado. Mas por otra parte en términos generales muchos de
aquellos medios consideraban que era un deber patriótico mantener en reserva
informaciones sobre las crisis o bajarlas de tono para no perjudicar los
operativos militares de su país.
Aquí algunos
momentos del rol “patriótico” de la prensa en aquellos
años:
El 19 de
noviembre de 1960 The Nation
publicó un editorial titulado: “¿Estamos entrenando a guerrilleros
cubanos?”, en donde se hablaba de una invasión a la isla. En enero siguiente The New York Times confirmó el
entrenamiento, mas dijo que las autoridades explicaron que no era para invadir
la isla, sino para preparar una fuerza de defensa en caso de que los castristas
decidieran atacar.
En abril
siguiente The New Republic hizo llegar al
asesor presidencial Arthur Schlesinger las galeras de un artículo titulado
“Nuestros hombres en Miami”, que el mismo Schlesinger llamó “un relato
cuidadoso, exacto y devastador de las actividades de la cia entre los refugiados (cubanos)”.
Schlesinger le llevó el artículo a Kennedy, quien expresó la esperanza de que se
le pudiera retener. La revista aceptó, escribió Schlesinger, “en un acto
patriótico que me dejó extrañamente incómodo”.
Tad Szulc,
del New York Times, tuvo la nota del entrenamiento de cubanos para una
invasión, misma que se publicaría en primera plana. El director del diario
consultó con James Reston, quien sugirió que no se incluyera la fecha del
desembarco; también se expurgó toda mención a la cia. Los editores protestaron. Nunca
antes se había cambiado la primera plana del Times por razones políticas.
Hablaron con el propietario, Orvil Dryfoos. Éste dijo que estaban de por medio
la seguridad nacional y la protección de las vidas de los
invasores.
Pese a la
autocensura y restricciones voluntarias, Kennedy enfureció por lo poco que se
publicó y gritó a Salinger: “¡No puedo creer lo que estoy leyendo! Castro no
necesita agentes aquí. Todo lo que tiene que hacer es leer nuestros periódicos.
Ahí está todo detallado”.
El desembarco
en Playa Girón el 17 de abril de 1961 fue un rotundo fracaso y un severo golpe a
la imagen del gobierno de Kennedy. Los invasores no pudieron avanzar más que
algunos cientos de metros antes de ser sometidos por fuerzas cubanas bien
pertrechadas, entrenadas y conocedoras del terreno. El alzamiento popular
vaticinado por los anticastristas nunca se dio. Al comprender las dimensiones
del fracaso y las consecuencias que tendría una participación abierta de
soldados estadounidenses, Kennedy se negó a autorizar la intervención de la
Fuerza Aérea en apoyo a los invasores.
La reacción
de la prensa no se hizo esperar. Los grandes diarios se sintieron utilizados,
como también el embajador ante la ONU, Adlai Stevenson, quien se presentó a la
asamblea para negar los planes de invasión [...] de los cuales no había sido
informado:
“El
Presidente fue criticado por su negativa a hablar sobre la cuestión cubana en su
primera conferencia de prensa posterior (‘No creo que sirva a ningún propósito
nacional que me explaye más sobre la cuestión cubana esta mañana’). Le dijo con
amargura a Salinger: ‘¿Qué hubiese podido decir que ayudara a la situación? ¿Que
hicimos el papelón de nuestra vida? ¿Que la cia y el Pentágono son estúpidos? ¿A qué
fin creen ellos que serviría consignar eso? Vamos corregir la situación muy
pronto. Los editores tienen que entender que estamos siempre al borde de la
guerra y que hay cosas que estamos haciendo de las que no podemos
hablar’”.
Kennedy, al
fin miembro de la clase política, era
de los persuadidos de que son los
medios y no los hechos que los
medios reportan, los causantes de los descalabros políticos. Dos semanas después
del frustrado operativo contra la isla, en reuniones con agrupaciones
periodísticas, dijo que Playa Girón había dado una importante lección que
aprender y que en el manejo de informaciones delicadas los editores debieran
preguntarse si se afectaba la seguridad nacional antes de publicarlas. El
llamado no cayó en oídos amables:
“Los
presentes entendieron que eso era de cierta forma una invitación a la
autocensura. El Post-Dispatch de St. Louis advirtió que eso podía “hacer
de la prensa un arma oficial como en los países totalitarios”. El Star de
Indianápolis dijo que Kennedy estaba tratando de intimidar a la prensa. El
Times de Los Ángeles juzgó que era un Kennedy ‘rumiando la adversidad’
quien con enojo trataba de convertir a la prensa en chivo expiatorio.
Advirtiendo que los diarios habían aceptado las reglas de la administración, el
Times escribió que en lugar de que el Presidente los reprendiera, “se
debió amonestar a la prensa por dejarse engañar”.
En 1966 se supo que
durante una reunión en la Casa Blanca, Kennedy dijo en un aparte al director
ejecutivo de The New York Times, Turner Catledge, que si se hubiese
publicado más sobre la operación de desembarco en Bahía de Cochinos se habría
evitado un error colosal. Un año más tarde el Presidente le confió algo parecido
al propietario del Times, Orvil Dryfoos.
En 1967 el
senador Robert Kennedy expresó ante editores de diarios:
“Obviamente,
la publicación de los planes de batalla norteamericanos en época de guerra
pondría irresponsablemente en peligro el éxito y arriesgaría vidas [pero] la más
amplia difusión en la prensa de los planes para invadir Cuba -conocidos por muchos periodistas y
patrióticamente mantenidos en secreto- hubiese podido evitar Bahía de Cochinos.
Al apreciar retrospectivamente las crisis, desde Berlín y Bahía de Cochinos
hasta el Golfo de Tonkin, o incluso los últimos quince años, puedo recordar
pocos casos en que la revelación de grandes consideraciones políticas hubiese
perjudicado al país y muchas instancias en que la discusión y el debate públicos
condujeron a decisiones más meditadas e informadas”.
¿Playa Girón
marcó el fin de la luna de miel de Kennedy con la prensa? Es probable. En todo
caso es de destacarse que fue durante esa administración cuando se sentaron las
bases del “manejo de la prensa”, es decir, las estrategias y mecanismos que con
distintos grados de refinamiento son hoy la sustancia de las unidades de
comunicación social públicas y
privadas.